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ORINOCO ZOMBI 2. Cap. 1-3.


Nota: antes de leer los nuevos capítulos, refrescamos la memoria con los capítulos finales de Orinoco Zombi 1, los puedes leer de manera cómoda aquí:  "Un momento atrás"






"ORINOCO ZOMBI 2"

Los Días de Tinieblas





Cap. 1-3


 I

—José, no paras de mirar a María mientras duerme—me comentó mi padre, imagino que el color s me había subido al rostro. Luego improvisé algunas palabras:
—Hay que mantenerse vigilándola. Estaba toda descompensada y al parecer no deja de tener pesadillas.
—Y al parecer te gusta mucho.
—Lo siento, ¿Es tan obvio?
—Tengo toda tu vida conociéndote, hijo…toda tu vida. Ven, déjala tranquila. Si tiene pesadillas es normal, debe haber pasado por todos los horrores que podamos imaginar.
—Pero ya está a salvo.
—Sí, lo está. ¿Qué tal si te pones a navegar en la radio. Tal vez encuentres algo bueno que nos brinde esperanza.
Hice el esfuerzo de dejar de contemplar a María mientras dormía profundamente. Una vez en la radio, comencé a navegar por el radioespectro de ondas cortas. Después de una hora en tal actividad no encontré nada alentador, mayormente grabaciones de supuestos puntos seguros. Me coloqué también en la banda de la policía y de las fuerzas armadas, igualmente no encontré nada esperanzador, salvo algunos militares transmitiendo en vivo y rogando por su vida en vano, ello me entristeció y luego me sentí profundamente agradecido por mi situación.


Faltaba poco  para que el almuerzo estuviese listo, mi padre, a parte de nuestra comida, cocinaba una sopa ligera pero alta en nutrientes para María, el caldo era de pescado del Orinoco. Tuve hambre, así que tomé un pequeño trozo de chocolate y una galleta a base de pira, al comerlos mi ansiedad por comer algo fue saciada. Luego volví a ver a nuestra refugiada.  Es tan hermosa, su bello rostro, su piel. La admiro mientras duerme. Nuestra casa brilla con su presencia.  “María, eres un hermoso regalo que nos dio la vida… a pesar de todo este apocalipsis. Pero a tu lado, seguro será más fácil sobrellevar estos tiempos de duras tormentas”, pensé mientras seguía detallando a la joven militar ya sin importar que mi padre me dijese algo al respecto. Y mientras la veía, empezó a abrir sus ojos y a moverse.
— ¡Dónde estoy!, ¡Dónde estoy!—comenzó a gritar María, sus ojos parecían salirse de sus órbitas. Mi padre llegó al instante.
—Calma, teniente, calma—dijo mi padre levantando sus manos a la altura del pecho como símbolo de que no estábamos armados y de que no le haríamos daño. –Te hemos rescatado, estabas muy cerca del río Orinoco. Al parecer eres la única sobreviviente de tu grupo, no vimos a nadie más contigo—mi padre seguía hablando para intentar calmar a Camejo.
La teniente empezaba a calmarse, se notaba en lo menos intenso de su respiración. Pareció recordar todo.
— ¿Dónde estoy, qué son todos esos túneles?—preguntó María y luego procedí a responder su pregunta.
—Estás en la parte subterránea del Casco Histórico. Lo que presenciaste al llegar aquí son antiguos pasajes secretos construidos en la Venezuela colonial—le expliqué a María. — ¿Suena increíble, cierto?
—Increíble eran esos malditos, zombis. Y ahora ve, están por todas partes—susurró María para sí misma.
—Bueno, está listo el almuerzo. Debes tener mucha hambre, amiga—comentó luego mi padre. –José, indícale a nuestra invitada donde están las cosas para que se asee.  
Después que María se hubo aseado se sentó con nosotros a la mesa. Era interesante tener otra persona compartiendo una comida con nosotros. Mi padre se había esmerado en colocar bien la mesa. A María le sirvió sopa de pescado, la cual devoró en un instante. Después mi padre le sirvió otro plato y otro. Cuando ella se sintió satisfecha pidió regresar a su dormitorio, nos dijo que sus ojos se cerraban del sueño que sentía, mi padre le respondió que era el cansancio y podía dormir todo lo que quisiera. Y así fue, ella siguió durmiendo hasta que ya su cuerpo estaba cansado de estar sobre una cama. Era cerca de la medianoche, cuando la teniente se sentó con nosotros en nuestra sala para contarnos todo lo que le había acontecido. Yo traje refresco cola bien fría con algunos trozos de chocolate y los puse sobre la mesa, mi padre parecía disfrutar de una rebosada copa de vino tinto, y María no daba crédito a lo que veía, refresco cola bien frío y trozos de chocolate.
— ¿Es en serio o es un sueño?—preguntó María mientras sostenía con una mano un vaso con refresco cola y en la otra mano un trocito de chocolate.
—No teniente—le contesté—no es un sueño.
Ella probó el refresco y luego el chocolate, después cerró sus ojos como si estuviese sintiendo el mayor placer del mundo.
—Ustedes viven como reyes—dijo María.
—Todo gracias a mi abuelo, un viejo alemán cascarrabias. Pero ese es tema para otra noche. Hoy nos hablarás de usted, teniente.
—Sí, teniente somos todo oídos—añadió mi padre.
María nos relataba los acontecimientos de las últimas noches vividas con su pelotón. Ella se resistía en llorar pero sus ojos se aguaban, había momentos en que reía, como cuando nos mencionó que ella y sus soldados vistieron con ropas antiguas de soldados de la Venezuela independentista; pero luego de reír volvía a tener un tono triste, hasta que no aguantó más y prorrumpió en llanto como si se tratase de una niña de cinco años. Mi padre la abrazó y puso la cabeza de la joven teniente en su regazo, ella se apoyó en él como si fuese su padre o como si llevasen tiempo conociéndose.
—Hagamos una cosa, ¿qué tal si te cuento ahora mismo como mi padre, ese viejo alemán, construyó este refugio? Hay muchas cosas que contarte y de seguro tendrás muchas preguntas—dijo mi padre mientras consolaba a Camejo—ven, siéntate nuevamente. Y vamos José, sírvele más de tu refresco y de ese chocolate, estás un poco tacaño, ¿ no crees tú?
—Está bien—respondí a mi padre. —Pero debes saber que no siempre te haré caso en todo… pero hoy con mucho gusto cumpliré esa orden.
Aun cuando mi padre pidió que María comiese más chocolate y refresco cola, ella tomó con mucha moderación.


—Entiendo a su hijo, estos deben ser de los últimos chocolates y refrescos en el mundo. Hay que cuidarlos.
Resultaba sumamente agradable tener a otra persona en el refugio, en especial tener a una bella mujer adornando con su presencia nuestro hogar y refugio.
Algunos días fueron pasando, María se familiarizaba más y más con su nuevo ambiente y con todo los recursos con que contábamos. Era una mujer muy reservada, solía hablar abiertamente solo cuando un tema le interesaba de verdad. Y de estos temas había mostrado un interés especial por la esgrima, de hecho, gracias a mi pasión por este deporte pude ir poco a poco construyendo un vínculo cercano con ella.
—En tus pies está la clave de todo esto, siempre bien posicionada, siempre ligera para la estocada y para la defensa—le comuniqué a María en nuestro primer día de práctica. Es una mujer muy disciplinada, se tomaba en serio cada segundo de entrenamiento básico y me escuchaba mis teorías y trucos. Sus piernas eran fuertes y ligeras, sin duda hubiese sido una esgrimista de alta competencia.
— ¿Hasta dónde quisiste llegar con la esgrima?—me preguntó María mientras ella ensayaba movimientos básicos.
—Mmm. Hasta donde todos quieren llegar…Los Juegos Olímpicos—respondí e hice un silencio que denotaba tristeza.
—Vamos, no estés triste, seguro lo hubieses logrado. Además, José, es muy seguro que los comités olímpicos sean solo un conjunto de carne podrida andado por allí. Ya eres un campeón en lo que a mí respecta, solo por el hecho de estar vivo.
—Entonces somos dos campeones.
—Ya estoy cansada, me ayudas a quitarme esto—me solicitó María. Quería que le ayudase a quitarse la indumentaria de esgrima. Aun no sabía cómo manejarla.
Cuando comencé a ayudarla a quitarse el traje, sentí algo muy fuerte por ella, y no creo que fuese amor precisamente. Lo cierto fue que su sudor y el aroma de su cabello penetraron sobremanera mis sentidos. Y empecé a detallar su esbelta y atlética figura, sentí una especie de nerviosismo y de calor. Ella estaba de espalda mientras la despojaba del equipo de práctica, luego se giró y quedamos frente a frente, noté que su respiración estaba algo agitada y a lo mejor había sido el entrenamiento, nos quedamos mirando. “Qué mujer tan bella”, dije para mis adentros.
—Bueno, y esto es todo, lo demás te corresponde quitártelo—le dije a ella con algo de torpeza en la articulación de mis palabras.
—Gracias, José—dijo y luego ella bajó la mirada.
Al instante mi padre se acercó a nosotros con una jarra grande de papelón con limón. Él, al parecer, había notado mi actitud hacia la teniente, la mirada que me lanzó era algo que te decía: “no te sobrepases, sé un caballero”, yo sentí algo de timidez.
—Esto está bastante refrescante, señor Lorenzo. No puedo creer que tenga hasta limones…no sé realmente cuando fue la última vez que bebí papelón con limón.
—Aún nuestro patio del exterior nos da importantes cosechas—comentó mi padre.
—Ustedes tienen un local de venta de comida. ¿Lo han saqueado?—preguntó María mientras seguía degustando la bebida refrescante.
—No lo han saqueado, y eso es extraño—respondí.
—Tal vez no sea tan extraño, José. Es posible que la gente esté aterrada en sus casas, y tienen un miedo estremecedor para salir y enfrentarse con los exhumanos—intervino mi padre.
—O quizá la inmensa mayoría ya son nomuertos o  han fallecido de hambre—dijo María y añadió después: —entonces la comida de su local representa una reserva de alimentos para los nuevos tiempos.
—Realmente no contamos con esa comida. Estaba planificado que se quedase allí, a fin de que sirviese de alimento para otros—explicó mi padre.
—Bueno, estamos hablando mucho de comida—intervine—¿qué tal si hoy comemos algo bien rico, padre? Ya sabes, para salir de la rutina.
— ¿Algo rico cómo qué?—quiso saber mi padre.
—Qué tal pescado ahumado—sugerí.
—Así será.
Ese día que comimos pescado ahumado fue muy especial, yo pude acercarme más a María, pero de una manera diferente…me estaba enamorado de ella. Y la verdad, por mi parte no podía afirmar que yo le gustaba. Cuando llegó la noche de ese mismo día, ella se fue a su cama y pude notar que había caído como una roca, de hecho, cada noche ella dormía profundamente, como si su sistema nervioso estaba tratando de reponer todas las noches en velo que vivió después del inicio de este apocalipsis. Cuando se encontraba durmiendo, mi padre se acercó a mí y me habló en voz baja.
—Estás enamorado, hijo. No vengo a reclamarte, estoy feliz por ello; pero tenemos que hablar. Ven acompáñame.
Era obvio pensar por donde venía mi padre con el siguiente sermón, es un caballero, también lo soy, en mi modesta opinión.
Nos sentamos a la mesa de lo que se supone que es nuestra sala cocina.


—Sí, padre lo sé. A las mujeres no hay que tocarlas sino hasta el matrimonio, yo solo…
—Está bien, José. Sé que eres un caballero, después hablamos de eso. Tengo que hablarte de otra cosa, aunque de eso también, pero más tarde—mi padre tenía una actitud solemne, se sirvió una generosa copa de vino tinto y me ofreció, yo lo rechacé, como siempre. En una ocasión te hablé que tu abuelo no solo se preparó para este refugio, también tuvo un plan de contingencia por si acaso aquí las cosas se ponían mal, aunque dudo mucho que debajo de este casco histórico nos pueda pasar algo, pero nunca se sabe—mi padre tomó un buen sorbo de su copa y luego prosiguió. En fin, quería mostrarte este mapa, el cual debes cuidar mejor que a tu vida misma—a continuación Lorenzo desplegó un mapa sobre la mesa de la cocina y luego me empezó a indicar algunos puntos rojos y otros verdes. No podía creer lo que me contaba, entre otras cosas me indicó que además de mi abuelo, hubo otros alemanes que trabajaron duro en sus refugios, y entre esos refugios había uno en común para todos en caso que tuviesen que unirse.
— ¿En qué tiempo mi abuelo hizo todo esto?—pregunté.
—Hijo, con suficiente dinero se puede lograr casi todo, por no decir todo. Y hablando de dinero, tengo que decirte que también hay un pequeño tesoro, tal vez no sirva de mucho en estos momentos, pero algún día volverá a tener su valor.
“¿Un tesoro?”, pensé, todo aquello parecía de película, pero no había duda que era cierto, mi padre jamás mentiría, no obstante, ahora mismo todo parece de película, quién iba a imaginar que realmente tendríamos muertos vivientes devorando todo a su paso. Mi padre también me entregó una memoria SD de 16 GB, allí también estaba el mapa en formato digital y con detalles interactivos de multimedia  que solo se pueden mostrar en un dispositivo.
—Otra cosa te quiero decir, José.
—Dime, papá.
—Me estoy poniendo viejo.
—Ya lo estás—hubo risas.
—En fin, me gustaría ver a mis nietos—comentó mi padre y señaló con su vista a la habitación donde dormía la teniente.
Yo sentí que el color se me subió a la cabeza e inmediatamente mi padre agregó.
—Pero tendrás que conquistar su corazón y después el matrimonio.  Aprovecha, que no tienes mucha competencia por estos lados que digamos.
— ¿Tienen algo de agua fría?—dijo María a quien no sentimos acercarse, nos sentimos sorprendidos.
—Bueno, me voy a dormir—dijo mi padre. –En la nevera está toda el agua fría que desees, María. Y prepárense algo rico, seguro tienes hambre muchacha, mi hijo cocina bien, tal vez mejor que yo.
—Y después una película—añadí.
—Pero que no sea de zombis—bromeó María. –Estoy algo cansada de ver zombis.
—Y pensar que yo iba a poner SOY LEYENDA. ¿Quieres ser mi novia?, disculpa la pregunta, te he ofendido…yo este…es que…María… ¿Quieres ser mi esposa? 




 II. Ferrer.


El general González había hecho una encarnizada búsqueda por casi toda el área de El Almacén y otras poblaciones cercanas, él tenía en su poder el cadáver del sargento Guzmán, pero no el de Ferrer; el capitán había sobrevivido, y lo peor de todo, había desaparecido. Frustrado, González reprochaba con energía a sus hombres y también a los guerrilleros de Casimiro, al final no le quedó más remedio que ofrecer una gran recompensa por la cabeza del capitán Ferrer, recompensa que sería otorgada en reses y cabras.
Ferrer remaba con todas sus escasas fuerzas, lo hacía con la corriente a su favor, la canoa sobre la cual navegaba el vasto Orinoco parecía un simple tronco podrido, pero flotaba bien y el agua que se filtraba era muy poca realmente. Una bala punto cincuenta de uno de los VTR había rozado su pierna izquierda, la herida era una quemada realmente, por eso el capitán  no había dejado rastros de sangre, pero aun así le dolía mucho y de alguna manera aquella quemadura lo había debilitado, sumado también a que no había parado de correr para seguir huyendo y ahora se encontraba remando. No podía parar, sabía que González no iba a parar tampoco hasta encontrarlo, era un hombre obsesionado profundamente con no dejar cabos sueltos. “Maldito González, traidor, cómo pudiste matar a tus soldados”, pensaba Ferrer con mucha ira y a la vez  hacía una breve pausa para descansar y beber agua dulce del mismo Orinoco. No podía demorarse mucho descansando, pero sus músculos lo necesitaban, además, ahora es que tomaba un respiro para hidratarse y el sol era abrazador. No había pasado ni dos minutos cuando el capitán continuó remando, tenía que arribar hasta una playa y atracar allí, pero tenía que ser una zona boscosa para perderse entre maleza y arbustos. Ya había divisado el sitio para arribar, y fue del lado de Soledad y no de Ciudad Bolívar, pero también había divisado algo detrás de él. Eran lanchas con motores fuera de borda, el sonido de los motores apenas los percibía, eso era bueno pero no tardaría en alcanzarle. Empezó a remar con todo, se había olvidado de su cansancio. Llegando a la playa comenzó a escuchar los motores con claridad, pronto estarían tocándole las narices. Ferrer aun contaba con suficiente municiones para defenderse, pero tenía que hacerlo como cazador y no como presa si quería continuar viviendo, todo iba a depender cuántos hombres venían en su persecución. No podía huir para siempre, era mejor enfrentar su destino, si sus días en la Tierra estaban concluidos, de ese instante no pasaría, pero si por el contrario aún tenía que cumplir una misión, ni González ni Casimiro podrían con él.
Mientras tanto, en la población de El Almacén, el general González estaba visiblemente molesto, parecía estar gritando al comandante Casimiro, y Catire, quien era el mejor guerrillero de Casimiro, apretaba sus dientes con mucha presión a fin de no tener que desenfundar su pistola y volarle los sesos al general porque veía como humillaba a su pastor. El comandante Casimiro conocía muy bien a Catire, así que con disimulo colocó una mano sobre el hombro de su más feroz hombre y éste sintió una ola de calma recorrer su cuerpo.
—Comandante, necesito la cabeza de este hombre—terminó de agregar González.
—Mis hombres darán con él y conseguirán su cabeza.
González no se calmó con las palabras del comandante de los guerrilleros, conocía a ese capitán, era un cazador, un boina verde, así que pudiera ser él el que decapitara a los guerrilleros.



 III.


Carlos García llevaba varios meses acariciando la idea de poder entrar en el pequeño almacén de licores cercano  a su otra casa del mundo exterior. De lograr entrar allí podía hacerse con una buena cantidad de bebidas etílicas para los próximos años que durase el apocalipsis, no podía hacerlo solo, pero sabía que Lorenzo Müller censuraría dicha idea. Tal acción era por demás arriesgada, a menos claro, que no entrara al almacén a través de la superficie, sino desde el mundo subterráneo donde él ahora hacía vida. Carlos revisó sus planos  con esmero durante varias semanas, y su corazón se exaltó cuando al fin vio una posibilidad, nadie tenía por qué enterarse y si llegasen a enterar, habría tanto licor que todos se alegrarían con el buen Carlos, o el loco el Carlos, daba igual.
García aprovechó los primeros días cuando todos tenían su atención fijada en la teniente María Camejo. Y diez días después del rescate de la militar, él había logrado entrar al almacén de licores a través de una muy vieja puerta de madera que estaba sellada con tablones. “Sabía que don Renato tenía una puerta trasera”, pensó Carlos para sí mismo. Don Renato fue el dueño del bar más concurrido del Casco Histórico y éste almacenaba sus licores algo alejado del propio bar. Después de un moderado esfuerzo en abrir el obstáculo entre él y el pequeño almacén, Carlos sintió que había entrado al compartimiento secreto de algún tesoro de uno de los faraones de Egipto. La vista era espectacular, no era una inmensa cantidad, pero para él y sus amigos si lo era. Vio que don Renato era sumamente ordenado, todos los licores estaban ordenados por fechas y calidad, abundaban cajas y botellas, incluso, se maravilló cuando vio un viejo barril de vino.  No tardó en abrirlo para ver si había contenido del fruto de la vid allí adentro, y efectivamente fue así, había vino, pero era uno exquisito y algo fuerte. “Lorenzo, me vas a dar las gracias cada día de tu vida cuando pruebes esto”, pensó Carlos, “se enojará al principio, al igual que Vincenzo, pero con este vino los conquistaré”.
A pesar de estos pensamientos sobre participarles a sus amigos de su preciado descubrimiento, Carlos lo mantenía en secreto. Cada tres días iba a su paraíso personal para disfrutar de los elixires, y además llevaba raciones a su casa para algunos días. Pronto Carlos estaba entrando en un cuadro de alcoholismo del cual él no parecía estar consiente, poco a poco se fue aislando de su familia, y con ello empezó también a llegar a estados de malhumor con leves ataques de ira. Pero un día, de esos en lo que él se escapaba para su paraíso de bebidas etílicas, llevó el susto de su vida. <<Si existe algo de lo que Carlos, Lorenzo y Vincenzo deben cuidarse, es jamás permitir que personas o criaturas del exterior descubran sus refugios subterráneos>>.
—Creo que tendré licor hasta el final de este apocalipsis. No ha sido tan mala esta cosa después de todo—hablaba Carlos en voz alta para sí mismo. Tenía un pequeño dispositivo de música el cual escuchaba a volumen bajo. –Creo que te estás alcoholizando, amigo. No, no es cierto. Hay que beber un poco para liberar presión, esta vaina de los zombis no es tan fácil de asimilar.
De pronto cayeron varias botellas de uno de los estantes, el sonido de cristales rotos y la sorpresa del incidente hicieron que la tensión arterial de Carlos se elevara considerablemente. Él llevaba consigo su revólver, con temblor en su mano lo empuñó y luego se empezó a acercar hasta donde habían caído las botellas. Era muy probable que algún humano desde el exterior hubiese entrado al almacén de licores. “Ojalá no tenga que usarla”, meditaba Carlos con ligero temblor en la mano donde sostenía el revólver. Al llegar al lugar. Al cabo de un segundo, ratas y otras alimañas empezaron a pasar cerca de él, casi rozando sus pies. Carlos dio un enérgico respingo y el temblor en su mano había empezado a ser tan intenso que sin percatarse ya no sostenía el arma. “¡Malditas ratas y cucarachas!”, exclamó para sí mismo, pero al instante sintió algo de alivio, solo habían sido ratas y cucarachas. Procedió a destapar una botella de licor y se empinó de ella hasta beber una buena cantidad. La sustancia etílica rápidamente lo relajó, aunque no sucedió lo mismo con su mano derecha la cual seguía temblando, aunque esta vez menos. Carlos volvió a beber del pico de la botella, de manera generosa una vez más, y con este segundo trago ya había cesado el temblor por completo. “Me parezco a Tom Hanks en Rescatando al Soldado Ryan, estoy temblando igual que él”, “pero no hay nada que no lo cure esto (Carlos señaló su bebida)”.
Después que Carlos se percató que solo eran ratas, empezó a beber como si fuese el último día de su vida. Estaba bastante ebrio, pero aún consiente. Revisó unas cajas que no había revisado antes, y suponiendo que eran más bebidas, se sorprendió al descubrir que eran cajas de snacks y chucherías. “Cuando crees que todo va bien, de pronto va mucho mejor”, se dijo Carlos. Había chucherías saladas y dulces, y aunque vencidas todas, se podían comer. Carlos procedió a comer desproporcionadamente, bebía y comía, entonces un pesado sopor se apoderó de él, se durmió sin importar todo el basurero que estaba a su alrededor y que él mismo había generado. Al cabo de tres horas continuas, el calor y una fuerte resaca, hizo despertar al vecino de Lorenzo y de Vincenzo. El dolor de cabeza era fuerte y la sed era tremenda. Aún ebrio, pero en mejor estado, Carlos emprendió la marcha hacia su mundo subterráneo, luego de atravesar el pasadizo que conduce a la bodega de licores, se internó en uno de los túneles que iba directo hacia el centro de reunión de las familias, esto es debajo de la Plaza Bolívar. Allí había pequeños tanques de agua potable que las familias usaban para realizar el aseo o para preparar alimentos. Al llegar al sitio descrito, Carlos abrió uno de los grifos de los tanques y comenzó a beber agua como si viniese de correr una maratón. Una vez saciado volvió a caer en otro profundo sopor y se durmió nuevamente; pero algo o alguien, lo observaba detalladamente.

(Hola, soy el autor de esta historia, gracias por todo el apoyo. Para estar pendiente de los nuevos capítulos y su publicación, debes estar pendiente por este grupo de Facebook: Grupo De Fans: Orinoco ZOMBI )

Comentarios

  1. Excelente historia, hacía falta un relato de ese tipo desde el punto de vista de nuestro país, muy entretenido.
    Saludos.

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