SOMBRAS DE UN DIARIO
"Los Días Postreros".
"Los Días Postreros".
Por:
Pedro Suárez Ochoa.
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de recuperación sin permiso escrito del autor.
I.
La vida se compone de luces y sombras, pero hoy después de cuatro años
quizás no pueda afirmar lo mismo. Solo veo sombras por todas partes, los
agonizantes destellos de luz que le quedaban a la humanidad, se los ha tragado
las espesas tinieblas de este inesperado Apocalipsis que ha devorado a los
hijos de Dios.
Hoy 14 de diciembre del 2020, a solo dos
días de mi cumpleaños, solo tengo a dos seres que están a mi lado, las páginas
de este diario y a Pelusa, un cariñoso y peculiar ratón de tamaño mediano con
pelaje gris. Si la humanidad fuese como antes, seguro yo sería catalogado de
loco por tener a una rata de mascota; pero la verdad es que, gracias al Pelusa
yo no me he vuelto loco. Tengo a alguien a quien amar, a quien atender y
proteger.
Hoy comimos arepa y una sardina enlatada, Pelusa se dio un gustazo,
nunca le había visto tan contento. Creo que nunca había probado en su vida
pescado. Le guardé varias raciones, o mejor dicho varios pedacitos de sardina.
Nuestra harina de maíz escasea. Pronto tendremos que salir a las tinieblas de
afuera nuevamente y procurar no ser devorados por ellos.
II.
16/12/2020.
*
Hoy
celebré mi cumpleaños treinta y cinco junto a Pelusa, hice una arepa e imaginé
que era una torta con sus velitas, le di un trocito a mi pequeño amigo,
acompañado del último pedacito de sardina que le guardé. Me canté cumpleaños,
preferiría que me hubiesen cantado mis amigos y mis padres; pero ya no están…
como les extraño, cada vez que logro dormir les veo en mis sueños. Si existe un
cielo, espero reunirme con ellos.
A
veces quiero pegarme un tiro para estar con ellos, para no estar más solo, para
no llevar esta zozobra que me desgarra el pecho cada día. No me vuelo la tapa
de los sesos quizás, por la tonta idea que tal vez el suicidio sea un pecado
que me impida estar nuevamente con mis padres y amigos. No soy muy creyente, no
puedo afirmar que Dios exista y, todo el cuento aquel de un paraíso y la
resurrección, aunque tampoco puedo afirmar que es falso. El amor hacia mis
padres y a mis amigos me hace tener un poco de lo que llaman fe. Tengo que
resistir, no permitiré que esos engendros me coman o me conviertan en uno de
ellos.
Por
otro lado, ya solo me queda harina de maíz para dos días, necesito salir y
encontrar algo de comer para mí y para Pelusa. Mañana es el día de la búsqueda,
ojalá pueda encontrar un mejor refugio también. Al menos mi dotación de papel
para escribir está bien y tengo tres bolígrafos, unos en uso que le queda un
cuarto de tinta y el resto están nuevos, también tengo un par de lápices
grafito, ambos a medio uso.
Actualmente
estoy en una oficina abandonada de un viejo edificio que fue del Ministerio de
Energía y Minas en Ciudad Bolívar.
Soy
de Soledad, una urbe en crecimiento antes del día terrible y que solo está
separada de Ciudad Bolívar por un río llamado Orinoco. Quisiera poder volver a
mi Soledad, pero el Puente Angostura está derrumbado. Conseguir algún pequeño
bote o curiara y cruzar el río a remo sería una obra épica, sin mencionar que
más épico sería conseguir la mencionada curiara.
**
Hoy
noté a Pelusa algo alterado y preocupado. He aprendido a leer sus chillidos, se
cuándo es de alegría y sé cuándo son de alerta o de pánico. Él los puede
sentir, deben estar cerca, eso es con seguridad; mi Pelusa no se equivoca. Ayer
solo dormí entre tres o dos horas. Tengo mucho miedo de salir a las tinieblas
de afuera. Nunca puedo dejar de sentir ese miedo, imagino que debe ser bueno
sentirlo, seguro es lo que me protege, lo que me hace ser precavido.
El
miedo me empuja a hacerle mantenimiento a mis armas. Hoy pasé una buena parte
del día afilando mi machete y un pequeño pero sólido cuchillo. También lubriqué
mi pequeña escopeta cañón corto de un solo tiro, solo me quedan cuatro
cartuchos calibre 12, espero no tener que usarlos.
He
ordenado todas mis cosas, no son muchas, pero me ayudan a tener algo de
comodidad. Tengo una mochila de montañista, no muy grande y está remendada por
todas partes; en ella guardo un recipiente de cloro con un litro de capacidad,
aunque solo le queda menos de la mitad. Tengo una pequeña olla de aluminio y un
vaso de acero inoxidable, un plato plástico y una cucharilla del mismo
material, un trozo de lienzo, un pequeñito recipiente con gasolina adentro, un
yesquero, una gruesa cobija de lana que uso como colchón para dormir y una
delgada sábana para arroparme. Tengo un recipiente de refresco cola de dos
litros y uno pequeño de 600 mililitros, ambos para colocar el agua que logro
potabilizar.
Estoy
pensando mucho si salir mañana, porque Pelusa sigue estando algo inquieto, si
aumenta la intensidad de sus chillidos tendré que posponer mi salida un día
más, el problema es, que no quiero morir de hambre, ni tampoco tener que salir
con debilidad en extrema en mi cuerpo.
III.
17/12/2020.
Finalmente
logré salir al otro día. Pelusa se calmó, lo que me dio confianza para salir de
la oficina. A mi pequeño amigo le hice una especie de bolsito koala con una
media vieja y unas cabuyas. Su bolsito de viaje queda ajustado entre mi cuello
y mi cuerpo, quedando a la altura de mi pecho. Mi Pelusa parece un bebecito…
¡Carajo! Cuánto le quiero.
Antes
de salir de la vieja oficina, verifiqué todas mis cosas por última vez. Me
ajusté mi machete a mi cintura en una especie de vaina que hice con tela de
jean, mi cuchillo lo coloqué a mi pantorrilla, en una vieja vaina de cuero,
cerca de mi tobillo. La escopeta la puse a un lado izquierdo exterior de mi
mochila. Desayuné una arepa, le di un pedacito a Pelusa, tomamos algo de agua y
salimos a las tinieblas de afuera.
Recorrí
parte del barrio Virgen del Valle y me topé con un Iglesia grande abandonada
que fue de los denominados mormones. La cerca estaba tumbada en una de sus
esquinas, así que entré con facilidad. Tenía que entrar en esa iglesia que se
componía de dos naves adyacentes. Esperaba encontrar agua en algunos de sus
tanques, algo de papel y cualquier otra cosa que me fuese útil. Pero me
preocupaba mucho toparme con alguno de ellos, quizás hubiesen tomado el sitio
como guarida; igual tenía que tomar el riesgo. Pelusa estaba calmado… buen
indicador.
Llegué
a las entradas principales de las dos edificaciones, uno de los lados parecía
ser donde se reunían en su especie de misa o algo así. La puerta estaba
cerrada, pero había una abertura en una de sus amplias ventanas, decidí entrar
por allí, saqué mi escopeta y empecé a recorrer el lugar con mucha cautela.
Eran dos grandes salones, estaban llenos de polvo y telarañas, casi no tenía
nada, había sido saqueado. En uno de sus salones yacía un gran banco de madera,
era el único y, en el púlpito había restos de cables. La madera del banco me
permitiría cocinar y hervir agua, el cojín de ese gran asiento había sido
desgarrado en su totalidad. Pero tenía un inconveniente, yo sólo no podría
cargar con ese banco por allí, tendría que arrastrarlo y haría mucha bulla por
las calles. Si me quedaba a picar una parte con el machete haría mucho ruido
también y agotaría las escazas fuerzas que tengo, sumado a que me
deshidrataría. Por ahora desistí, solo tomé un puñado del poco cable que
quedaba en el púlpito.
Salí
de ese edificio y me dirigí hacia la otra nave, me acerqué a la puerta y estaba
violentada. La abrí, el lugar también estaba lleno de polvo y tenía un gran
pasillo que conectaba a un conjunto de lo aparentaban ser salones de clase.
Pelusa estaba tranquilo, pero aun así no me confiaba. Ese lado de la iglesia
estaba totalmente saqueado, solo paredes y piso, más nada. Edificaciones como
estas tienen los tanques de agua en algún lugar no visible, o estaba de manera
subterránea o estaba en la parte superior, entre el techo raso y el exterior.
—
¡Bingo!—dije. Allí estaba el tanque, en la parte superior. Subí por una
escalerilla, quité la tapa y alumbré con mi yesquero. Nada, seco cómo los
médanos de Coro. Qué decepción.
Finalmente
salí de esa iglesia. Me fui con un puñado de cable y con el conocimiento de que
allí había madera. Tomé la avenida Libertador, ya me empezaba a cansar y a
deshidratar. Hice una pausa, tomé la botella grande de cola y bebí dos sorbos
de agua, puse agua en la tapita de Pelusa y éste tomó a placer.
—Con
calma torito, con calma, que no tenemos mucha—le dije a mi compañerito,
acariciando su peludita cabecita, él estaba dentro de su pequeña bolsa de
media, pero con su cabeza descubierta.
“CHILLIDOS
DE PELUSA”… Fueron muy fuertes, saqué mi pequeña escopeta y le monté el
martillo, lista para disparar. A mi lado estaba una vieja y larga cerca de
alambres de ciclón. Era la vieja cerca que en un tiempo delineaba la zona
militar de la ciudad. A mi frente la avenida y, lo que fue la urbanización
Vista Hermosa. Al menos la cerca protegía mis espaldas, o también significaría
quedar acorralado.
Seguí
avanzando con mucha precaución, me dirigía hacia la parte baja de la ciudad.
Después de caminar unos cuarenta metros los pude ver, estaban a unos doscientos
metros de mí. Eran menos de diez, parecía que devoraban algo, una persona o un
perro quizás. Pelusa empezó a chillar más fuerte, así que me vi obligado a
meterlo completo en su bolsa y la cerré con un viejo cordón de zapato. Vi hacia
atrás de la avenida; nada en esa parte, luego me dirigí con rapidez hacia Vista
Hermosa, por la parte de los pequeños edificios de cuatro pisos. Pelusa se
calmó tan solo un poco.
Aproveché
para revisar uno de los edificios y refugiarme allí. Escogí el que estaba más
próximo a la avenida, tenía la intención de usarlo también como una torre de
vigilancia, así podría ver si había más infectados cerca de esa zona.
La
entrada de ese edificio no tenía puerta. Les oré y pedí a mis difuntos padres
que el lugar estuviese vacío. Entré, estaba parcialmente oscuro, por algunas
ventanas se filtraba algo de luz solar. Empecé a subir las escaleras muy
despacio, había guardado la escopeta y saqué el machete. Pelusa paró de
chillar, fue reconfortante no escucharle. Las puertas de algunos departamentos
estaban abiertas, revisé algunos de ellos, en uno encontré un viejo colchón y
una mesita de noche, pero no los tomé. Seguí revisando otros departamentos y en
uno de ellos encontré una lata de caraotas, estaba en la cocina, la lata estaba
parcialmente oxidada y su fecha de vencimiento, decía 5/mar/2019. Vaya suerte
que tengo, la sardina que nos comimos Pelusa y yo se había vencido en el
2018—estamos mejorando, supongo—Que gran felicidad fue haber encontrado comida.
Luego
de revisar los departamentos que pude, decidí subir a la azotea, allí estaba la
escalerilla, oxidada y podrida en algunos de sus peldaños, pero se podía subir
por ella. Revisé la azotea, estaba vacía, tenía algunas poncheras y tobos para
recolectar agua de la lluvia. Los recipientes tenían una tercera parte de agua,
estaban llenas de larvas de mosquito, pero era agua. Alguien estuvo aquí y si
todavía es su refugio, espero no ser recibido a tiros o a machetazos.
—Vacía
esa mochila—me ordenó el hombre de la máscara, que era tan alto como yo.
IV
18/12/2020.
*
Fue una gran bendición encontrar ayer
este edificio, pero aun así tenía que estar seguro de que ninguna persona, ni
ellos, pudiesen acceder fácilmente a mí. Así que tenía que buscar la manera de
asegurar la entrada de la azotea o crear un sistema de alarma; o mejor aún,
tener ambos a la vez. Revisé algunos departamentos más, solo encontré un pedazo
rasgado de sábana que estaba manchado de sangre seca, llevaría mucho tiempo
así. Luego fui en busca del viejo colchón y por la mesita de noche. Los subí
uno por uno a la azotea. Esa actividad de subir y bajar me había agotado un
poco, sumado al cansancio que ya traía de ese día.
Tuve
una idea para asegurar la pequeña puerta, así que desgarré la sábana manchada
en dos partes, coloqué un cable en el interior de uno de los trozos de tela y
le fui dando vuelta hasta tensarlo, haciendo un fuerte torniquete. El resto de
los cables eran pequeños pedazos, no iba a poder hacer lo mismo con el otro
trozo de sábana, pero aun así le di vuelta y la tensé de igual manera. En la
pequeña puerta, del lado exterior, tenía un par argollas de metal soldadas a la
lámina, así que até ambos trozos de tela a ellas, quedando asegurada la puerta
como si se tratara de una cadena con candado. Lo sé, no es lo más seguro, pero
es mejor que nada.
—Bien,
dormiremos tranquilos Pelusa—le hablé a mi compañerito luego de hacer bien los
nudos de los torniquetes de tela.
—
[Leve chillido].
—Sí,
yo también tengo sed.
Tomé un tobo de hierro, vacié su
contenido de agua en otro y lo usé como silla, me senté allí y saqué mi botella grande de agua y pude
tomar a placer, sin preocupación. Mi cuerpo sintió un gran frescor, tomé
bastante, casi vacié el contenido. Después le di a Pelusa en su tapita.
—Mucho
supervisar cansa, ¿eh Pelusa?
Sé
que fui algo irresponsable al tomar
tanta agua, pero llevaba días fantaseando con hacerlo; además, tenía bastante
agua a mi alrededor, solo tenía que tratarla para hacerla potable. Cuando de
pronto: “CHILLIDOS”.
—Están
muy cerca—pensé.
Saqué
mi escopeta. La azotea del edificio no tenía ningún tipo de barandas, había que
tener cuidado con acercarse al borde, un resbalón o un ligero tropiezo, y
listo, caería al vacío. Guardé a Pelusa en la mochila, en su mismo koala de
media y lo dejé cerca de la puerta. Luego me arrastré hasta el borde de la
azotea para asomarme, tenía que hacerlo con mucho cuidado, asomaría solamente
un poco mi cabeza, no quería que me vieran. Llegué hasta el borde que daba con
la avenida. Allí estaban ellos, “son los
mismo que vi hace rato”, pensé. Tenían sangre en sus rostros. Sentí mucho
miedo y adrenalina, mi corazón latía rápido. Deseé que no entrasen al edificio;
si daban conmigo no tendría escapatoria, solo saltar al vacío o darme un tiro
en la cabeza.
Entraron.
Habían entrado al edificio dónde estaba. Al menos había reforzado la puerta. Me
preparé para lo peor. Me acerqué a la entrada de la azotea, apuntando hacia
abajo con mi arma. Si lograban romper el torniquete de seguridad que apliqué,
entonces los recibiría con un disparo.
Habían pasado quizás unos tres minutos,
yo permanecía allí cómo una estatua, apuntando hacia abajo. Alejé la de la
entrada a mi pequeño amigo, no quería que escucharan a Pelusa, ni menos quería
que le hicieran daño. El tiempo pasaba…nada. Levemente escuchaba los chillidos
de Pelusa, muy a pesar que estaba dentro de la mochila y alejado de mí.
Los
había contado, eran ocho de ellos, - y yo solo tengo cuatro cartuchos -. Si
lograban abrir la puerta, tendría que cargar muy rápido luego del primer
disparo. Mi única ventaja era, que la entrada admitía espacio para una sola
persona a la vez, al igual que la escalerilla. Eso me daría un instante para
recargar y, mi radio de tiro era seguro, no podía fallar.
Grandes gotas de sudor recorrieron mi frente.
El sol estaba inclemente, lo sabía por el brillo, más no sentía su calor por
toda la adrenalina recorriendo mi cuerpo. [RUIDOS MUY CERCA] Me tensé, intenté
calmar mi respiración. Si llegaba a sentir movimientos en la escalerilla, todo
sería cuestión de segundos, con suerte minutos. Mi respiración era intensa.
No
subieron, dejé de sentir el sonido que hacían con sus pasos desesperados,
produciendo un pequeño eco con sus talones contra el piso.
Aun así, esperé un poco más en el mismo
lugar, sin dejar de apuntar hacia abajo. Pude relajarme un poco cuando ya no
sentí a Pelusa chillar. Tomé el tobo de hierro y me senté sobre él. Bebí el
poco de agua que había dejado en la botella; pero seguía estando cerca de la
puerta. Después decidí echar un vistazo hacia abajo, me arrastré de igual
manera como lo hice hace instantes. No los
vi más, al menos por ahora. Mi respiración se había normalizado.
**
Luego de este trance que pasé, me
dispuse a preparar todo para comer, hervir agua y hacer una pequeña carpa…bueno,
no creo que se deba llamar carpa a lo que hice. Gracias a las ruinas de un
tanque de concreto que está arriba del edificio, pude extender mi cobija entre
dos paredes perpendiculares entre sí, formando así un techo.
Dentro
de estas ruinas, coloqué el colchón que encontré, extendí mi sábana sobre éste
y me refugié del sol. La altura de estas dos paredes era de aproximadamente
1,60 metros, y yo mido 1,90 metros, así que tenía que mantenerme sentado en el
colchón o en el tobo que había tomado como silla.
Cerca
de las ruinas de este tanque había grandes pedazos de pared, como si alguien
hubiese derrumbado la estructura con mandarria. Con eso trozos de concreto fue
que pude sostener la cobija que me servía de techo, y también tomé tres estos pedazos
para hacerme un pequeño fogón, así que corté trozos de madera de la mesita de
noche para usarlos como leña, y me dediqué a hervir agua para potabilizarla.
Cuando
el sol ya se estaba poniendo, aproveché algo de esa agua hirviendo y coloqué la
lata de caraotas en la olla, se calentó con “baño de maría”. Apagué rápidamente
mi pequeño fogón antes que la noche llegase por completo. No quería ser la
antorcha olímpica desde la azotea de un
edificio en plena apocalipsis.
Abrí
la lata con mi cuchillo, y la sostuve con mi pedazo de lienzo para no quemarme
(uso el lienzo como filtro de agua). Cuando la lata estaba abierta, un humeante
aroma de caraotas penetró por completo todos mis sentidos, me transporté a
aquellos días cuando mi madre nos preparaba pabellón, mis ojos se aguaron, no
lo pude evitar. Gracias a los leves chillidos de Pelusa por querer comer, es
que pude salir de mi profunda nostalgia.
Serví la mitad del contenido de la lata
en mi planto, mi boca se hacía agua, le puse un poquito a Pelusa en el piso, el
cual devoró en menos de cinco segundos. Luego con mi cucharilla probé, sentí de
una vez que la energía recorría mi cuerpo, cerré mis ojos y disfruté por
completo su sabor exquisito. Comí lo más lento que pude, le di otro tanto a
Pelusa y éste dejó dos granitos.
—Bueno
amigo, hay que guardar estos granitos para tu desayuno—le comuniqué a Pelusa.
Luego de comer, me dediqué a vigilar un
poco. Recorrí con mi mirada los cuatro puntos de vista que me ofrecía mi nuevo
refugio. Después me fui a mi nueva cama, un colchón viejo con sus resortes
saliéndose, “pero era más suave que el piso”. Retiré mi cobija que servía de
techo y me dediqué a mirar a las estrellas. El firmamento estaba despejado, y
todos esos pequeños luceros más la luna, me hacían sentir el hijo del Universo.
El sueño se fue apoderando de mí, el cansancio iba inmovilizando mis músculos
para prepararme para dormir. Hice un esfuerzo y me levanté, puse los tobos
vacíos encima de la entrada de la azotea, los puse de tal manera, que cualquier
movimiento en la lámina, harían ruido, sería mi sistema de alarma.
Pelusa es mi mejor alarma, pero ante
los humanos él no chilla, y los humanos para estos días no son muy amistosos
que digamos.
Me volví a acostar, inmediatamente me
dormí, un pesado sueño se apoderó de todo mi sistema nervioso. La cena que
tuve, el colchón, más mi agotamiento, hizo que me entregase por completo en los
brazos de “Morfeo”.
—Mañana
es otro día Pelusita—Fue lo último que comenté ese día. Pelusa estaba en su
koala y a mi lado…él también quedó rendido.
V.
21/12/2020
No tengo buenas nuevas, apenas puedo
escribir, y mis energías se están extinguiendo. Pelusa se me está apagando. Ya
no estoy en el edificio, tuve que salir de allí. Ahora escribo desde el suelo,
con la tierra que me sirve de colchón. Estoy escondido en una pequeña cueva dónde
apenas puedo entrar, parece ser la madriguera de algún animal. “Ellos” me están
buscando, solo espero que no den conmigo.
Estos fueron los eventos que me
llevaron hasta aquí:
El día 19/12/2020, luego de haber tenido
otro agradable y profundo descanso, cuando empezaba a rayar el alba, sentí
ligeros chillidos de Pelusa, no me quería despertar, supuse que él solo quería
desayunar. “Diez minutos más amigo”, le dije y luego me volteé en el colchón,
enrollándome más en mi cobija, él dormí a mi lado, a la altura de mi
cabeza, metido en su pequeño koala que
le brinda calor durante el frío de la noche. Quizás pasaron dos minutos, tal
vez menos, lo cierto es que tenía el frío cañón de un revólver “38” puesto en
mi mejilla y una voz de mujer que me dijo “levántate”. Abrí los ojos y me giré para
ver quién era.
Quién
me apuntaba era una mujer, llevaba jeans recortados a la altura de sus rodillas,
el color de sus piernas era moreno como la canela, y pude distinguir que su
piel estaba limpia, había finos vellos en sus piernas. Tenía una gastada
franela deportiva de un equipo de fútbol y su rostro estaba parcialmente tapado
por un pañuelo que le llegaba hasta la nariz, sus ojos eran hermosos, de un
marrón claro como dulce miel que destila dentro de una colmena. Llevaba mucho
tiempo sin ver a una mujer, tanto era mi embelesamiento que su arma no me
asustaba.
Pude salir de ese estado emocional,
gracias a una fuerte patada que recibí en mis costillas derechas, el golpe me privó de aire por unos segundos.
Era otra persona, un hombre, el cual llevaba una braga roja y muy corroída,
tenía las siglas de alguna empresa en la parte superior de esta. También me
apuntaba con un arma, una larga escopeta de un tiro, de esas que se usan para
cazar aves. “¡Te dijeron que te levantaras!”, gruñó el hombre, su rostro estaba
cubierto por una vieja máscara de gas, de esas tal vez de la Segunda Guerra
Mundial, lo que lo hacía aterrador. Tomé a Pelusa y me levanté, empezaba a
aterrarme, “estoy muerto”, dije para mis adentros. Al pararme me fijé que la
puerta de la azotea no había sido violentada. Aun no sé por dónde carajo
entraron.
—. Y
deja esa maldita rata en el piso.
Hice caso, coloqué a Pelusa en el piso
y vacié todo el contenido de la mochila. La mujer empezó a hurgar entre mis
cosas de la manera menos delicada.
—
¿Quién eres tú? ¿Y qué haces en nuestra zona? ¿Eres de los Pirañas?—me preguntó
el hombre de la máscara, mostrando nerviosismo y agresividad al mismo tiempo.
—Solo
soy un hombre que sobrevive, no soy de esos Pirañas que tú nombras—respondí.
—
¿Y esa rata?—me cuestionó nuevamente el enmascarado.
—Es
mi mascota.
—
¡Maldito mundo! Cada vez más loco—añadió el enmascarado, su voz era gruesa y a
la vez era opacada por la máscara.
Después de revisar todas mis cosas, la hermosa
morena intervino:
—Nos
llevamos estos cables, parte de tu papel, uno de estos bolígrafos y uno de estos lápices.
—
¡De mí no te llevas nada! –le Contesté con fuerza a la mujer, y en ese instante
recibí un fuerte culetazo que me hizo ver las estrellas de nuestra Vía Láctea,
lo que hizo que cayera al piso.
—Es
un cambio justo, has tomado nuestra agua, has encontrado comida y madera en
nuestra zona—espetó la mujer. – Y También nos llevamos tu arma.
Me levanté nuevamente, noté que botaba
sangre desde mi frente.
—
¡Pues mátame, mátame! Prefiero morir aquí, ahora mismo, antes que ser arrojado
a ellos sin un arma—expresé directamente a la mujer, colocando mi ensangrentada
frente en el cañón de su revólver.
Recibí otro culetazo, en la parte de
atrás de mi cráneo, esta vez más fuerte que el primero, que me hizo desmayar.
Cuando me levanté, estaba frente al
edifico dónde me había refugiado y muy cerca de la avenida. Tenía mi mochila a
mi lado, mi escopeta estaba arriba de mí, mi machete y el cuchillo estaban en
sus vainas. No vi a Pelusa, el pecho se me llenó de angustia y me levanté
rápidamente. Abrí mi mochila, con la esperanza que estuviese allí. Al
abrirla…allí estaba él, con sus profundos ojos negros brillando, me dio un
chillido de saludo. En el koala de Pelusa estaba una nota que decía así: “No
vuelvas nunca a estos edificios, sino serás hombre muerto. Te vas de aquí con
tu maldita rata. Allí tienes agua en tu mochila y tus armas. Nuestros hombres
te están vigilando en este momento, sí regresas, ellos no serán tan buenos como
mi hermano y yo”.
Así que emprendí nuevamente mi viaje
entre las tinieblas de afuera…
…Un
momento…Pelusa está chillando…
22/12/2020
“Continuó
lo que no puede terminar del día anterior a éste”.
Ayer ellos casi me encontraron otra vez.
Su olfato es igual al nuestro, no está muy desarrollado; pero su sentido del
oído es altamente sensible. No sé qué sería de mí sin Pelusa.
Los
ochos espectros que llevo días observando, dieron conmigo el día que aquella
mujer y ese misterioso hombre de la máscara me corrieron del refugio. Yo estaba
caminando junto a la cerca de la zona militar que había descrito anteriormente.
Pelusa había empezado a chillar, pero yo aún no los veía, parecía que se
preparaban para cazarme, como si hubiesen desarrollado algo de inteligencia durante
estos cuatro años. Saqué mi escopeta y me quedé estático, buscaba con desesperación
verles. Pelusa seguía chillando, mis nervios
se empeñaron en a tomar el
control total de mi cuerpo. Nunca les vi primero, pero ellos siempre estuvieron
observándome. Hasta que logré divisarlos, estaban a unos escasos ciento cincuenta metros de mí.
Mi cerebro solo me gritó “¡HUYE!”.
Tomé
a Pelusa y lo guardé en la mochila. Saqué mi sábana de arroparme y con ella
cubrí los alambres púas arriba de la cerca, luego lancé la mochila al otro lado
de la alambrada. Sentí la avalancha de esos ocho muy cerca de mí. Me metí la
escopeta detrás de mí pantalón y brinqué el cerco. Me faltaba solo pasar una
pierna para el otro lado, cundo de repente sentí que algo me sujetó. Era una de
esas malditas manos de piel agrietada y escoriada, de un color pálido. El que
me agarró había sido el primero en llegar hasta mí, el resto solo estaba a unos
veinte metros o más, el infectado que me tomó de la pierna intentaba morderme;
una maldita mordida de esas y, era mi fin. Saqué mi arma, apunté a su cabeza, y
disparé. La potencia y los tres grandes perdigones de acero del cartucho
calibre 12 le voló la mitad del cráneo, la sangre y los sesos salpicaron al
resto de ellos que estaban por agarrarme. Terminé de pasar mi otra pierna y
solo me dejé caer al piso, cayendo casi de cabeza.
Agarré la mochila y me la coloqué a mis
espaldas. Corrí con todas mi ímpetu. Volteé a ver la cerca, y allí estaban
ellos, tratando de tumbar el obstáculo entre ellos y yo. Mi sábana quedó allí. Había
hecho varios doblajes para que las púas no llegaran hasta mi piel. Ellos
empezaron a desgarrar la manta, cómo si se tratara de un trofeo. Yo ya estaba a
unos doscientos metros de ellos o más; trataba de agarrar aire, mi respiración era
acelerada, de pronto, sucedió algo que no me lo esperé de ningún modo. Ellos
empezaron a intentar brincar la cerca, ya no tuve duda, estaban evolucionando
en inteligencia. Uno de ellos logró saltar la cerca, yo cargué mi escopeta
rápidamente, solo me quedaban tres cartuchos.
Preferí
correr una vez más, no miré atrás, no sé cuántos lograron saltar, yo solo corrí,
intentando llegar a algún lugar dónde pudiese esconderme. Corrí y corrí, solo
había una planicie cubierta por monte que me llegaba a la altura de mi rodilla.
Llegué a un pequeño riachuelo que
estaba al final de un pequeño barranco, me deslicé por este. Pensé por un
instante que habría perdido al infectado. Yo estaba muy agotado, mis piernas
empezaron a temblar, no se sí era por los nervios o por el gran esfuerzo en
correr tanto.
A
los pocos segundos, sentí movimientos por el monte, y también los chillidos de
Pelusa. Tenía que ser uno o varios de ellos.
Crucé
el riachuelo rápidamente y fue allí que me di cuenta de un agujero al comienzo
del otro barranco frente a mí, el agujero era como una cueva. Ese orificio era
mi única esperanza. Decidí adentrarme por la pequeña cueva, apenas podía entrar.
Puse la mochila dentro del agujero, luego me fui arrastrando por allí, era la
única forma de entrar, pero lo hice al revés, de manera que mis pies quedaran
hacia dentro, y mi cabeza hacia afuera, al arrastrarme, empujaba al mismo
tiempo la mochila hacia dentro con mis pies, “Ojalá no sea la guarida de algún animal”,
pensé.
Allí me quedé, sin hacer ningún ruido.
Sí el resto de los infectados logró saltar la carca y daban conmigo, al menos
solo podría entrar de uno a la vez, el problema iba a ser que si intentaban acceder
todos, yo quedaría tapiado de alguna forma.
Solamente quedaba esperar, no hacer ningún movimiento,
quedar con mi escopeta apuntando hacia fuera, tener mi cuchillo listo, y comer la
última ración de la poquita harina de maíz que nos queda.
VI.
24/12/2020.
Salí de la madriguera, me encuentro
cerca de unas instalaciones abandonadas del Ejército, parecen ser un conjunto
de barracas. Ya no tengo comida. Ellos me siguen buscando. Frente a mí, a unos
cien metros de distancia, se encuentra un árbol de mangos con pocos frutos,
algunos de ellos maduros. También están un par de matas de coco, las cuales
están cargadas; pero no puedo acercarme, o no debo hacerlo, porque es muy
arriesgado.
Ya casi no hay árboles en Ciudad
Bolívar, fueron arrasados casi todos por sus habitantes al principio del
apocalipsis. Eran cuatrocientas mil personas que sintieron desesperación cuando
el gas doméstico dejó de ser suministrado a la ciudad, volcándose todos hacia
la leña para cocinar. Las pocas matas que quedan, siempre son de alguna tribu o
algún grupo de supervivientes, muchas veces son señuelos para cazar a los
humanos. Nuestra carne es muy codiciada en estos estos días por los caníbales o
por ellos.
Llevo horas sin moverme, estoy acostado
entre el monte, mi vista se mantiene en dirección de esos cocos y mangos, mi
boca se hace agua, siento que caigo en el delirio. Pero debo esperar, seguir
observando para ver si hay movimiento de alguna de estas tribus urbanas. No
obstante, la debilidad por falta de calorías me está derrotando.
Al menos
estamos bien de agua, pude recargar en el riachuelo y tratarla con cloro, pero
no la he filtrado con el lienzo, así que estoy tomando agua turbia.
Dentro
de un par de horas va a oscurecer, y hay algunos mangos que han caído al piso.
Me jugaré la lotería al buscarlos cuando llegue la noche. Tengo mucho sueño
mientras escribo, no sé si es el hambre o el cansancio. Intentaré tomar una
siesta. “Pronto vamos a comer querido amigo”, le comento a Pelusita, sus ojitos
negros me ruegan por alimento.
Lamento
mucho que ya en pocas horas será navidad y trato de no pensar en ello para evitar
deprimirme, porque es inevitable no pensar en todos tus seres amados que se han
ido. También recuerdo la cena que preparaba mi madre, cuanto daría por comer
una hallaca con pan de jamón. Mis ojos están humedecidos por mis recuerdos
navideños en familia. “Maldita sea, ¿por qué?”.
Intentaré
descansar algo, luego iré por esos mangos.
25/12/2020.
Voy avanzando hacia el río Orinoco. He recuperado mis fuerzas. Decidí no ir por los mangos ni por los cocos, pero recibí otro alimento de regalo, quizás fue la navidad o, mis padres desde arriba.
Ayer, no tenía más fuerzas, recordé ese sueño que se apodera de las personas cuando ya no tienen más energías en su cuerpo a causa de la hambruna, es un dulce sueño que se va apoderando de ellos hasta unirlos con la muerte. Yo estaba así, sumergiéndome en ese oscuro descanso. A Pelusa lo tenía en mi pecho, el pobre estaba como yo, con ganas de dormir. Había decidido, como escribí anteriormente, dejar que la oscuridad llegara para ir por aquellos mangos que estaban en el suelo, con la esperanza de que esos frutos no fuesen una trampa para ser casado por una tribu de caníbales.
Me había quedado profundamente dormido, como si me hubiesen dado en un interruptor con la palabra “off”. Mis instintos de supervivencia dejaron de estar alerta. Empecé a soñar con cosas que no tenían sentido, en mundos surrealistas y, en medio de esos sueños empecé a sentir los fuertes chillidos de Pelusa. No me podía levantar, estaba totalmente paralizado, los empecé a ver; a ellos. Pensé al principio que se trataba de una pesadilla más de la que no me podía levantar.
Mientras me esforzaba por despertarme, me vi a mi mismo acostado con los ojos abiertos, siendo devorado por ellos. Los chillidos de Pelusa aumentaron en intensidad. Grité, grité muy fuerte, “¡Ahhhhhhh!”, y no sé si grité en mi mente o en la realidad, lo cierto fue que, tomé las pocas energías que me quedaban y abrí mis ojos, sentí que algo empezaba a recorrer mi pierna. Era una gran serpiente, di un gran respingo y ella me mordió en la pierna, causándome un agudo dolor. La luz de la luna me permitió visualizarla, era una gran tragavenado de unos dos metros de longitud. Me impresionó que la boa no huyera de mí, sino que se enrolló y emitió un rugido aterrador que me hizo helar. Su cabeza estaba en mi dirección. Tomé mi machete y lo levanté para cortar su cabeza, pero con impresionante rapidez intentó morderme otra vez, pero mi filosa arma le había hecho una moderada cortada cerca de su cabeza. Había Quedado herida, pero aún seguía defendiéndose, más no con la misma intensidad, hasta que en un segundo intento logré cercenar su cabeza, su cuerpo alargado siguió moviéndose por los impulsos recorriendo todo su sistema nervioso.
Tomé la tragavenado y me fui de ese lugar. Me adentré más al desolado monte, intentando así alejarme de los peligros. Llegué a un conjunto de enormes piedras de color oscuro. En ese lugar, saqué de mi mochila, la madera de la mesita de noche, hice una fogata y empecé a hervir agua, allí cocinaría la boa. También lavé la herida de mi pierna con una solución de agua y cloro.
Desollé al animal. Saqué sus vísceras y las enterré para evitar que las alimañas vinieran a mí. La piel la froté con abundante tierra del lado interior para quitarle restos de carne y sangre, necesitaba lavarla pero no podía gastar mi agua. Luego rebané la carne blanca y maciza de la serpiente. Devoré dos grandes pedazos crudos y, sentí inmediatamente como las energías volvían a mí, cerré los ojos de placer por comer un alimento cargado de calorías y vitaminas, sentí su sabor agradable. Pelusa también devoró un pedazo crudo de carne blanca. En estos días no se consiguen suplementos vitamínicos y mucho menos hortalizas, la única forma de conseguir vitaminas es comiendo la carne cruda, para así obtener la vitamina c y evitar la enfermedad del escorbuto. Esto lo saben los pocos sobrevivientes que quedan en la ciudad, y esto fue lo que descubrieron los legendarios esquimales, donde su dieta mayormente consiste en carne cruda de pescado, focas, ballenas y otras especies, de hecho, suelen comer el hígado crudo de sus presas, para obtener la mayor cantidad de vitaminas y minerales, los cuales se perderían por completo si se cocieran las carnes.
Calculo que saqué entre quince o dieciocho kilos de carne de la tragavenado. Pero tengo un problema, necesito asarla, para deshidratarla y lograr que el humo penetre por toda ella, así lograría conservarla por mucho más tiempo. Me queda solo un puñado de madera, así que debo encontrar por lo menos un arbusto de chaparro para asar la carne, la cual llevo conmigo en una especie de bolsa que hice con mi sábana. No puedo permitir que se descomponga, porque esto representa muchos días de alimento para mí y para Pelusita. Al menos con la cantidad que comí ayer y con el poco que logré sancochar tengo suficientes energías para encontrar una mata de chaparro. También debo encontrar más agua, porque el cuerpo humano usa mucha para poder digerir las carnes. El Orinoco tiene toda el agua que necesito, sin embargo es una zona de tribus caníbales, estaré obligado a ser muy cauteloso. Mi única ventaja es que es una zona muy amplia.
Pelusa recuperó el brillo de sus ojos, no paro de hablar con él mientras seguimos avanzando.
VII.
26/12/2020.
Por
la posición del sol, deben ser las nueve de la mañana. Ahora mismo me encuentro
asando la carne blanca de la boa.
Encontré
un pequeño oasis de árboles de chaparro, su sombra es escasa debido que no
tienen un gran follaje de hojas, y son arboles pequeños; pero me sirven para
descansar y usar sus ramas como leña. Recuerdo que estas matas eran abundantes,
si viajabas de Ciudad Bolívar a Puerto Ordaz, podías ver miles y miles de estos
arbustos que crecían como la mala hierba, aunque francamente tengo que
mencionar que para estos días ya no debe existir tal cosa como “mala hierba”.
La
carne de la serpiente se empezaba a descomponer, he encontrado estos arbustos a
tiempo. Estoy asando la carne como los llaneros de Apure. Ellos introducen unas
improvisadas varas de algún árbol en los pedazos de carne y luego los entierran
alrededor de la fogata con una ligera
inclinación hacia la candela. La carne no debe recibir la llama directa, solo
el intenso calor y el humo. En mi caso va a ser más rápido la cocción porque es
una carne blanca de pequeños trozos, en comparación con los grandes cortes de
res que los llaneros hacen. Quiero lograr la mayor cantidad de ahumado y de
deshidratación posible de la boa. Con eso lograré que la carne tenga larga
duración. De los quince kilos que tomé, se convertirán en unos seis o siete
kilos de carne maciza. Sería genial si contara con sal, pero aun así, el
ahumado le aportará un sabor exquisito y una buena preservación.
Pelusa
está haciendo ejercicio, correteando alrededor de una de las matas de chaparro,
lo mantengo atado con su cordón al arbusto. Él es tan curioso como un gato y se
me puede alejar demasiado de mi radio de protección, por eso nunca me confío y
lo ato.
El
muy manipulador se para en sus dos patas
traseras, y las patas delanteras las lleva a su boca, dándome una señal de que quiere comer, lo hace con tanta
gracia, que sus dos patitas delanteras parecen unos bracitos.
Es
un gran placer ver una gran fogata arder con carne alrededor. Ya se me hace
agua la boca. Creo que tomaré
algunos pedazos de boa para desayunar antes que logre la cocción que deseo.
Con
respecto a la herida que me hizo la tragavenado, está algo inflamada, rojiza y muy
sensible. Me duele. Haré un cataplasma de hojas de chaparro y me lo pondré
directamente en la mordida. No sé si me hará bien, pero los viejos de mi pueblo
solían decir que estas hojas tienen muchas propiedades medicinales, solo espero
que no empeore la herida, porque no cuento con antibióticos, una infección y,
creo que no viviré para contarla.
Bueno,
vamos a desayunar, Pelusa ya no aguanta la espera, creo que si aguardo más por
el desayuno, podría hacer una nueva pirueta para manipularme todavía más.
27/12/2020.
*
Ayer,
antes de dormirme, percibí el sonido de un
motor de camión o de una camioneta. Lo sentí como a medio kilómetro de
dónde estoy. La zona dónde me encuentro, es la zona de Marhuanta, un lugar semi
rural con grandes extensiones de terrenos. Llevo dos años sin escuchar algún
vehículo. Ese sonido me produjo renovadas esperanzas, porque debo estar cerca
de una pequeña civilización de sobrevivientes, muy capacitados y preparados.
Quizás sean ex miembros de las Fuerzas Armadas o personas civiles con grandes
conocimientos y recursos a su disposición. Voy a buscar el lugar dónde se
encuentran y les ofreceré mis servicios. Aunque realmente solía ganarme la vida
como profesor de ciencias sociales, con conocimientos de castellano, inglés y
matemáticas. Después de todo, la humanidad debe tener maestros para que los
hijos de las nuevas generaciones sean educados en las ciencias básicas y la
preservación de la lengua. Creo que esta es la razón principal por la cual
llevo un diario, para mantener el idioma, mantenerlo significa: no degenerar en
el barbarismo, además que me ayuda a dialogar conmigo mismo y saber en qué
fecha del año me encuentro.
Sé
que no debo confiarme demasiado con respecto a ese grupo de personas que tienen
vehículos. Pudiesen ser simples bandoleros, aunque no lo creo, porque mantener
vehículos de pie requiere de un grupo organizado con conocimientos de mecánica
y electricidad. También deben tener plantaciones agrícolas y una considerable
reserva de combustible.
Pues
bien, “quien no arriesga, ni pierde, ni gana”. Así que voy preparar todo, e ir
en busca de esas personas. Solo espero que no odien a las ratas.
—Tranquilo
Pelusa nos irá bien, además, quién sabe si encuentras una novia—le comento a mi
amiguito, él cual parece encantarle la idea de una novia. A mí tampoco me
vendría mal una novia.
Bueno,
manos y piernas a la obra.
**
Estoy
cerca de algo parecido a una hacienda, no veo cultivos ni ganado, solo veo
grandes tanques que parecen de combustible. También está un molino de viento y
un pequeño camión “350”. Hay algunas personas vigilando la entrada, sin duda
están armados. Esto tiene muy mala pinta…un momento, viene llegando otra
camioneta.
***
No
me puedo creer lo que acabo de ver. Al lugar mencionado, entró una camioneta
tipo pick up ranchera bastante descolorida. Atrás venían tres hombres armados y
traían con las manos atadas a los hermanos que me corrieron de aquel edificio
que yo había tomado como refugio. La mujer morena cargaba la pañoleta en el
cuello, le pude ver la cara, parecía haber sido golpeada. Su acompañante no
llevaba la máscara de gas puesta, pude saber que era él por la misma braga roja
descolorida. También había sido golpeado. ¡Carajo, qué es todo esto!
Mejor
me voy de aquí. Además, ellos me corrieron del refugio y me robaron algunas de
mis pertenencias. Ese es su problema, que lo solucionen. Nos vamos Pelusa.
28/12/2020.
*
¡Demonios!
Anoche casi no pude dormir, tenía clavada en mi mente las caras de esa mujer y
la de su hermano. Creo haber tenido una crisis de conciencia. Pelusa no me
dirige ni un chillido, parece estar molesto conmigo.
En mi mente estoy librando una batalla
contra mí mismo, ir por esos hermanos o, seguir mi camino hacia el Orinoco.
**
Lo he decidido, voy por esas personas,
después de todo, ellos me pudieron haber matado y no lo hicieron, eso se considera
haberme salvado la vida; por otro lado, no le hicieron daño a Pelusa y no me
robaron mi escopeta y, sin ella no me hubiese podido soltar de aquel infectado
que me atenazó con su mano cuando salté la cerca de la zona militar para huir.
29/12/2020.
¡Maldita
sea! Estos hombres de la hacienda, son
los Pirañas, con seguridad son los mismos que me mencionaron los hermanos.
Lo
que he visto dentro de la hacienda supera en monstruosidad a los infectados.
Detrás de una gran casona, tienen humanos
atrapados en un corral hecho de cerca de púas y alambrada de ciclón. Hay cómo
unas treinta personas. Están desnudos y la mayoría tiene por lo menos dos
miembros mutilados, sumando a que ninguno de ellos parece tener energías, es
como si todos están a punto de desmayarse. El olor que proviene de ese corral
es repugnante, las personas atrapadas allí emiten sonidos de lamentaciones
indescifrables. Sin duda alguna, Los Pirañas se están alimentando de ellos como
si fuesen un ganado.
Estos
Pirañas parecen muy confiados en la seguridad de su hacienda, quizá debe ser
porque todo ser que sabe de su existencia les tiene terror. Los muy hijos de
perra parecen estar orgullosos del nombre que los identifica como tribu. En la
entrada principal y en la entrada posterior tiene dos grandes carteles de
madera con las palabras “LOS PIRAÑAS”, que parece que usaron sangre humana como
tinta para escribirlas.
Los
hombres que vigilan alrededor de la hacienda son cinco, cerca del corral de
humanos están dos hombres, todos estos están armados con armas de fuego o
machetes. Aun no sé cuántos están en la gran casona de la hacienda, estimo que
entre doce a dieciséis personas. A la muchacha morena y a su hermano no los he
visto más, están encerrados en esa casona. Solo el Creador sabe que le habrán
hecho.
Tendré
que esperar la noche para intentar rescatarles, solo me quedan tres cartuchos
de escopeta, el cuchillo y mi machete. Dejaré mi mochila entre el monte con
Pelusa dentro de ella. Estoy ubicado en la parte de atrás de la hacienda, por fortuna
no tienen perros.
Al
parecer estos tipos salen con frecuencia en el día y en la noche para cazar
humanos. De salir ellos esta noche, contarían con menos personas en su
seguridad, lo que me facilitaría las cosas.
Mi
plan es tratar de infiltrarme por la casona, la cual tiene muchas puertas y
ventanas, y la mayoría de las ventanas están sin protectores, ni nada. Sí me
atrapan me pegaré un tiro, así que tendré que guardar un cartucho. Sí tengo
éxito rescatando a los hermanos, será un milagro; pero también tendré a estos
caníbales tras de mí.
Me
despido por si acaso no regreso. Si no sobrevivo, Pelusa tampoco lo logrará,
pero ojalá este diario de alguna manera pueda sobrevivir, para que sirva de
testimonio que, muy a pesar de nuestra avanzada degeneración como humanidad,
hubo un humilde hombre que apostó a la vida de otros seres humanos, porque cómo
dijo el mayor y más humilde de todos los reyes: “Nadie tiene mayor amor que
éste, que uno ponga su vida por sus amigos”.
Voy
a despedirme de Pelusa.
—Tranquilo
amigo, volveré. Además, no te puedes quejar, esto fue idea tuya. Te quiero
mucho Pelusa.
Que
esto se mantenga en un “hasta luego”, y no en un “Adiós”.
VIII.
Los
acontecimientos desde el día 27/12/2016.
Desde
que sacamos a las patadas de nuestro edificio, a aquel extraño hombre que tenía
como mascota a un ratón, nuestra vida tomó un giro inesperado. Mi hermano y yo,
somos quizás las personas más precavidas durante estos peligrosos tiempos, y
tenemos como norma no fiarnos de nadie en absoluto. Cualquier persona viva es
un potencial enemigo, un potencial traidor, que no dudará en clavarnos un
cuchillo por la espalda con tal de mantenerse vivo y a salvo. Sin embargo,
aquel día cuando corrimos a ese hombre y a su singular mascota, yo sentí un
extraño vacío en mi corazón, me cuestioné muchas veces si mi hermano y yo habríamos
tomado la decisión correcta. La mirada de ese hombre era muy diferente a las
pocas personas que hemos llegado a ver durante estos años, tenía un singular
brillo en sus ojos, ese brillo que tienen los humanos genuinos. El tono de su
voz era diferente. Por mi mente pasó sumarlo a nuestras fuerzas. Con él íbamos
a ser tres en lugar de dos, porque siempre fuimos solamente dos, mi hermano
mayor y yo. Nunca fuimos un grupo numeroso como le hicimos creer a él. Tal vez,
si hubiésemos sido tres personas no nos hubiesen capturado Los Pirañas.
Ese
día 27/12/2016, cuando mi hermano y yo nos disponíamos a cazar serpientes o cualquier tipo de reptil, con el fin de
conseguir algo de proteína para nuestros
cuerpos, divisamos en la lejanía una camioneta llena de personas, que dedujimos
inmediatamente que eran Los Pirañas. Abortamos nuestra cacería y nos regresamos
inmediatamente hacia nuestro refugio. Pero al llegar al edificio fuimos
recibidos a tiros por otro grupo de personas. Cuando intentamos escapar, ya
teníamos a nuestra retaguardia, a esa camioneta. Habíamos sido rodeados y capturados
por Los Pirañas. Ellos llevarían días estudiando nuestros hábitos. Todo había
sido una trampa, la camioneta solo fue una distracción.
—Suelten
sus armas—nos ordenó un hombre desde la camioneta, era obeso, de piel clara y
sucia, con una boca deforme y dientes espantosamente afilados como los de una
piraña. Su aspecto aterraba.
Todos
los hombres de la camioneta empezaron a reírse y mostraban sus repugnantes
bocas con dientes puntiagudos. Los otros miembros de ese aterrador grupo que
nos había recibido a tiros, se acercaron a nosotros, eran tres hombres armados
con pistolas automáticas y uno de ellos tenía un fusil largo. El repugnante
obeso se acercó hasta mí, una vez que mi hermano y yo tiramos las armas al
piso. Con él venían dos hombres muy altos, de piel oscura.
—Una
mujer, “la cosa más escasa del mundo”—expresó el obeso con dientes de piraña, y
se acercó a mí oliendo mi rostro y mi cabello, yo estaba paralizada de miedo,
con muchas ganas de llorar, mis piernas temblaban sin control.
Mi
hermano golpeó a ese cerdo maldito, lo golpeó tan fuerte que lo tiró al suelo.
En eso, mi hermano recibió una tunda de golpes por todas partes de su cuerpo,
que lo hicieron retorcerse de dolor en el piso. Su máscara había caído a los
pies de uno de los hombres que lo golpeaban y éste la tomó para si.
—Te
atreves a golpearme. Serás una rica sopa, y tu esposita será la mujer y madre
de nuestra tribu—habló el obeso, dirigiéndose a mi hermano, y se limpiaba la
sangre de su deformada boca en dónde había recibido el golpe.
—
¡Es mi hermano desgraciado! No le harás nada—grité y al mismo tiempo me arrojé
hacia el asqueroso obeso; pero recibí una gran bofetada por parte de él que me
hizo desmayar.
No
sé cuantos minutos pasaron, pero cuando logré despertar, ya estábamos en la
camioneta, amarrados con cuerdas en las manos y en los pies. Íbamos rumbo hacia
Marhuanta. Mi hermano estaba hecho un fiambre, lo que me hizo estremecer de
dolor por él. “Tanto cuidarnos, tanto ser
cautelosos, para que al final cayéramos en manos de estos cochinos caníbales”. Estábamos
perdidos, seríamos la sopa de ellos. Yo temía mucho por la vida de mi hermano y,
no quería ser violada y ultrajada.
La
camioneta tomó rumbo hacia un lugar dónde ya no habían calles asfaltadas, sino
de tierra. Llegamos a una hacienda que estaba custodiada por más de estos
infelices. En el centro de esta hacienda había una gran casa muy vieja y de
aspecto sombrío. Nos metieron allí y nos sentaron y amarraron a unas sillas de barberos, que eran muy viejas
y estaban atornilladas al piso. Dentro del lugar se respiraba un olor a cobre y
hierro, acompañado con un fuerte olor a sudor de personas que llevan días sin
asearse. Aquellas siniestras sillas estaban frente a un conjunto de camillas de
acero, teñidas en sangre. Al lado de estas camillas había una mesa rectangular
con muchas herramientas de quirófano y otras que parecían de carniceros.
De
pronto, a mi hermano y a mí, nos inyectaron algo que nos hizo dormir
inmediatamente. Cada vez que nos despertábamos, nos volvían a inyectar con ese
extraño sedante. No comprendí porque nos mantenían así, durmiendo en esas sillas
de barberos. Solo sé que teníamos mucha hambre al tercer día luego de
despertar. También teníamos mucha sed.
—No
tengan miedo, y sean bienvenidos a nuestro hogar. Soy el Doctor Lugo—expresó un
hombre que se acercó a nosotros. Era alguien de mediana edad, cabello blanco y de
baja estatura. Tenía un mandil lleno de sangre vieja y llevaba puesto unos
lentes que le daban un aspecto de intelectual y psicópata a la vez. — Señorita,
me han dicho que ustedes son hermanos. Quiero darles mi palabra que no les
pondremos un dedo encima, si se unen a nuestra familia. Queremos hijos, y eso
solo lo puede hacer posible usted, señorita.
—Eso
nunca, ¡maldito loco!—vociferó mi hermano y al instante recibió un fuerte golpe
en el rostro por parte del obeso de la boca deformada.
—Joven,
sepa usted que le dejaremos vivir, si permite de buena gana que su hermana se
case conmigo, y comprenderá también que tengo que compartirla con mis hombres.
Además, seguiremos buscando mujeres, y podemos conseguir una para usted; al
menos claro, que quiera usted cometer incesto.
Mi
hermano lanzó un escupitajo sobre la cara del hombre de cabello blanco y
lentes. Éste tomó la saliva que cayó en su rostro y la llevó a su boca.
—La
saliva, uno de los más importantes fluidos de los humanos y otros seres, aunque
yo prefiero la sangre, tibia y fresca—agregó el doctor, quien sin duda alguna
era el líder de Los Pirañas. — ¿Han probado ustedes la carne humana? Seguro que
no; pero ya lo harán, además no estamos apurados… el hambre siempre gana.
No
teníamos escapatoria. Seguro mi hermano estaba pensando lo mismo que yo. En
cualquier oportunidad daríamos lucha, con el fin de que nos mataran de manera
rápida, sería mejor morir que pasar por todas esas aberraciones que querían que
cometiéramos. Nos necesitaban y, harían todo lo imposible por convertirnos en
unos de ellos. Nos obligarían a perder nuestra humanidad.
Cuando
cayó la noche, sentimos que una de las camionetas partió de la hacienda, de
seguro irían a la caza de más humanos. Mientras tanto, a nosotros nos tocó
presenciar lo más bajo de la humanidad. Ante nuestros ojos, en una de las
camillas de acero, habían traído a una infortunada persona que le faltaba un
brazo y una pierna. Era un hombre de unos cuarenta años, estaba desnudo y
sumamente flaco, su mirada…pues en realidad no había tal mirada, solo vacío y
muerte. Lo acostaron y lo ataron a la camilla. Luego el diabólico doctor, tomó
una jeringa y la inyectó en la pierna restante de la pobre víctima.
—Tienes
suerte Juan, hoy te he puesto anestesia—dijo Lugo, y se aseguró que
escucháramos ese comentario. No había duda que nos iban a torturar visualmente
para quebrar nuestro espíritu.
Con
uno de esos instrumentos quirúrgico, el pequeño hombre le amputó la pierna. Luego
sus ayudantes, con un frasco de vidrio, depositaban la sangre que salía de las
venas abiertas del corte recién hecho. Luego, el desgraciado hombrecito cerró
el corte que había hecho. Estos desgraciados, conservaban vivas a sus víctimas,
para sacar el mayor provecho de ellos. Porque si los mantenían vivos no
necesitarían conservarlos en refrigeración.
Los
presentes se fueron de la sala dónde estábamos, solo se quedó el pequeño
psicópata de lentes, con el frasco de vidrio lleno de sangre en su mano
izquierda.
—Hoy
probarán la sangre humana…perdón, la sangre humana “de otra persona”. Porque
todos hemos probado nuestra propia sangre en algún momento—comentó el
psicópata, y al instante empezó a beber sangre del frasco. Luego le ofreció a
mi hermano. —Amigo, tienes dos opciones, o te bebes esta sangre, o llamo a mis
ayudantes para violar a tu hermana en frente de ti.
— ¡Vete
al carajo, hijo de las mil perras!—exclamó con mucha energía mi hermano.
—Como
quieras.
—No
te muevas, no grites; o tú mismo beberás tu propia sangre—dijo un hombre alto,
quien le había llegado por atrás de manera sigilosa al pequeño caníbal,
colocándole el cañón de su arma en la cabeza.
Era el
hombre del ratón, a quien nosotros habíamos corrido, y ahora se convertía en
nuestro salvador. Me emocioné de esperanza y a la vez sentí vergüenza.
Nuestro
salvador, luego de agregar esas palabras que hicieron paralizar de miedo al
pequeño psicópata, le dio un fuerte golpe en la cabeza con la cacha de su
escopeta. El doctor se desplomó y dejó
caer el frasco de vidrio con sangre en el piso, este se quebró e emitió un gran sonido que, en breve haría volver a
sus ayudantes. Nuestro salvador cortó rápidamente nuestras ataduras con su
cuchillo, en eso se escuchó una voz desde el exterior.
—
¡Doctor! ¿Está bien? ¡Doctor!
IX.
**
Los ayudantes del doctor
venían en camino. Nuestro salvador nos desató rápidamente.
— ¿Dónde les pusieron sus armas?—preguntó el hombre del ratón.
—Están en la otra sala, con nuestras cosas—respondió mi hermano, que al
igual que yo estaba aturdido todavía por el sedante y el tiempo que llevábamos
amarrados a esas aterradoras sillas.
Fuimos a buscar nuestras
cosas en la sala contigua. Allí estaban nuestras mochilas y nuestras armas. La
adrenalina que producía nuestros cuerpos empezaba a desplazar los efectos del
sedante. Nos colocamos nuestras mochilas y cargamos nuestras armar
inmediatamente.
— ¡Qué está pasando aquí!—exclamó uno de los ayudantes e hizo un
movimiento para sacar algo de su pantalón, mi hermano disparó su escopeta. El
desgraciado caníbal estaba a unos cinco metros de nosotros, y al recibir el
disparo en su cuerpo fue empujado hacia atrás con violencia. De pronto se
empezó a escuchar el sonido de algo como si fuese una campana, era la alarma de
ellos.
Nuestro nuevo amigo nos
indicó por dónde íbamos a escapar. Al salir afuera por una de las ventanas se
empezaron a escuchar tiros, todos iban dirigidos hacia nosotros. Corrimos lo
más rápido que pudimos y no fuimos a resguardar detrás de unas rocas. La balacera
se prendió. Nuestro amigo se colocó su mochila y a la vez que se los escucharon
chillidos de ratón. Era su mascota quien se alegraba de que estuviera allí
nuevamente.
—Sí nos quedamos aquí, nos van a rodear—comunicó el valiente hombre.
—Tienes razón, pero no podemos salir de aquí—agregué.
—Yo los voy a cubrir, dame tu revolver y tus balas. Yo le cubriré,
después ustedes me cubren a mí.
—Está bien.
Hicimos el cambio de
armas; pero en ese momento, uno de los Pirañas salió entre el monte disparando por
nuestro flanco izquierdo…y…y nuestro amigo recibió un disparo en su cuerpo, él
devolvió los disparos y alcanzó al caníbal en el pecho. Sentí una aflicción que
recorrió inmediatamente todo mi ser. Nuestro salvador y amigo había sido
herido, tal vez de muerte.
— ¡Estoy bien! Seguimos con el plan—expresó nuestro valiente hombre.
—Nos quedamos contigo—añadí, mientras mi hermano devolvía los disparos
al resto de nuestros enemigos.
—La bala entró y salió, creo que agarró solamente carne. No te
preocupes.
No me hizo caso, volteó y
empezó a disparar con mi revolver.
—Toma, llévate mi mochila y cuidad a Pelusa, mi ratón. Me esperan en el
Orinoco, por los lados de La Carioca, yo los alcanzo.
Tomé su mochila, mi
hermano seguía disparando con su escopeta. Yo sentí que aquel hombre
inevitablemente iba a morir.
– ¡Huid! ¡Qué esperan carajo!—nos ordenó nuestro amigo. –Si no se van,
yo mismo los mato.
Mi hermano dejó de
disparar, puso su mano en el hombro de nuestro salvador y dijo un “gracias
hermano”. Luego empezamos a correr hacia atrás, con toda la rapidez con que
podíamos. Yo iba sollozando. Me sentía indigna. Mi hermano me tenía agarrada
muy fuerte en mi brazo izquierdo. No iba a permitir que me devolviera.
Los disparos se seguían
escuchando, nosotros nos habíamos alejado unos doscientos metros, y en eso se
escuchó una enorme explosión. Volteamos, y vimos como una bola de fuego
envolvía aquella hacienda. Nuestro amigo seguramente había volado el gran
tanque de combustible de ellos. A los pocos segundos se escuchó otra explosión,
pero con menos intensidad que la anterior. La hacienda estaba totalmente
alumbrada por la enorme llamarada, la frecuencia de los disparos había
disminuido más no cesado.
30/12/2020.
Han pasado dos días y
nuestro amigo no ha vuelto. Durante todo este tiempo he leído su diario. Es un
gran hombre. Si puede llegar a amar un ratón, imagino como debió haber sido en
su vida anterior, antes de este apocalipsis. Cuanto amó y ama a sus padres. Yo
me he tomado la libertad de continuar escribiendo su diario. Esto tiene que
quedar como testimonio sobre la vida de un gran y humilde hombre, quien se
sacrificó por nosotros, quienes lo corrimos a la patada aquel día.
Aún tengo la esperanza de
que vuelva, tal como había prometido. Mi hermano dice que tenemos que
marcharnos a otro lugar, y agrega que nuestro amigo no lo logró. Que si no lo
mataron esos caníbales, lo haría la hemorragia de su herida.
Su mascotica Pelusa no
quiere comer, y eso me parte más el corazón…un momento (pausa) …estoy llorando,
es que no es justo, no lo es ¿Cómo es posible que alguien desconocido haya dado
su vida por nosotros? Debe haber muerto y Pelusa lo sabe, por eso no quiere
probar ni un bocado. Tengo que ser fuerte, este legado debe continuar, no puedo
ahora dejar que este diario deje de existir, quizás este sea el nuevo propósito
de mi vida.
Vamos a esperar hasta
mañana. Tendremos que partir nuevamente. Adiós amigo. Espero te hayas reunido
con tu familia en el cielo. Seguro habrás encontrado el descanso y la felicidad
que tanto te mereces.
31/12/2020.
—Vamos Pelusa, debes comer. Tienes que hacerlo por tu amigo y hermano,
el no querría que murieses de hambre y menos después de todo lo que hizo para
mantenerte vivo. Vamos Pelusa come.
— ¡Vamos Pelusa, come hermanito!—dijo alguien que estaba parado detrás
de mí. Pelusa se me soltó de las manos y fue corriendo hasta la persona que
había pronunciado esas palabras. Era nuestro amigo… estaba hecho un desastre,
pero estaba vivo. Mi hermano lo sostenía porque estaba muy débil. Pelusa empezó
a chillar de alegría mientras su amo lo llevaba a su rostro y al mismo tiempo
lo acariciaba.
Yo empecé a llorar de
alegría, me emocioné mucho, creo que nunca había estado tan feliz de ver a una
persona. El hombre se acercó a mí con el apoyo de mi hermano. Extendió su mano
derecha hacia mí, y me dijo:
—Por cierto bonita, soy Pedro.
Yo no extendí mi mano,
sino que lo abracé de manera muy fuerte y puse mi rostro en su pecho y seguí
llorando.
— ¡Cuidado bonita, cuidado! Me duele mucho.
—Disculpa—dije, y dejé de abrazarlo. –Yo soy Cristina, y él es mi
hermano Lázaro.
—Pues un placer. Espero no me vayan a correr nuevamente.
— ¡Jamás!—comenté con mucha energía y reí por su sentido del humor.
—Bueno, dejémonos de pendejadas, hoy va ser año nuevo. Hay que
celebrar—intervino mi hermano con una gran sonrisa de oreja a oreja.
—Por cierto Lázaro, creo que esto te pertenece—dijo Pedro y, sacó de una
bolsa de tela, la máscara de gas de mi hermano. Y esto es tuyo bonita, extendió
hacia mí, mi pañoleta.
Ese día fue fantástico. No pudo ser mejor. Gracias DIOS.
“Fin”.
Epílogo.
07/01/2021.
Soy Pedro, y hoy vuelvo a
escribir en las páginas de mi diario. “Ellos” están cerca, Pelusa nos dio su
alarma con su singular chillido; pero ahora somos tres…
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