Novela Gratis en ESPAÑOL.
ISBN 978-980-12-8063-6
©Pedro Suárez, 2015.
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SEGUNDA EDICIÓN.
Editorial: Piedra del Medio.
Ciudad Bolívar, 30 /11/2016
Primer encuentro.
—
¡QUIÉN ES ESE LOCO!—Exclamó Camejo exaltada por un hombre obeso desnudo quién
se dirigía hacia ellos corriendo por en medio de la avenida.
Camejo
dio la orden de que parase el convoy. Se detuvieron. La patrulla de la policía
avanzó un poco más y se alineó con el Rústico de Camejo.
—
¡Es un infectado!—gritó Camejo
que lo detalló con sus binoculares.
El
hombre obeso se acercaba cada vez más, iba botando fluidos rojizos por la boca
y la nariz.
—
¡Hay que dispararle Teniente!—gritó uno de los policías.
—Agente,
quién da las órdenes en esta vaina soy yo—vociferó la Teniente. — Cabo
Jiménez, apunte a las rodillas.
El
Cabo Jiménez que estaba en la parte de atrás del Tiuna, tomó su Dragunov,
ajustó la mira, y después de aguantar el aire, disparó, falló…el infectado
estaba a poco más de 50 metros y ya todos los presentes habían sacado sus armas
y lo estaban apuntando. El Cabo disparó por segunda vez, le dio en la
rodilla derecha, haciendo volar su rótula; carne y sangre salió de aquella
articulación, el hombre obeso se desplomó sobre el asfalto, intentó levantarse pero
aquella pierna derecha sin rodilla se comportó como una plastilina derretida,
volviéndose más añicos.
El
Obeso gritaba con extremada furia, como un monstruo recién liberado de cien
años de cautiverio. Empezó a arrastrase sobre el asfalto con mucha violencia.
—Teniente,
ya sabe la orden…hay que darles en la cabeza, ya no son humanos—comentó el
Sargento Núñez quién apuntaba al
infectado con su pistola 9 mm.
La
Teniente quedó muda por un instante, viendo cómo aquella bestia se acercaba
hacia ellos con los ojos bañados en sangre y gritando de forma endemoniada.
Los ojos de ese infectado estaban clavados en los ojos de Camejo.
—
¡Jiménez!
—
¡Ordene mi Teniente!
—A
la cabeza… No falle esta vez.
—Entendido.
El
Cabo Jiménez quien era el franco tirador de ese pelotón volvió a apuntar con su
mira. Disparó, una bala salió del ánima de ese fusil, iba girando en forma de
taladro a una velocidad de 830 m/s. El proyectil entró por la oquedad del ojo
derecho del infectado, para luego salir y hacer un gran hoyo atrás. El cerebro
del infectado se desparramó y aquel obeso no pudo moverse más.
—
¡Versia carajito! No lo pelaste, gritó el mismo agente policial dirigiéndose al
Cabo Jiménez, como si disfrutase toda aquella escena.
El
Cabo no respondió ante aquel comentario simplemente porque a su Teniente no le
causaba placer aquello, así que disimuló su alegría por haber acertado.
—
¡Seguimos! Todos alerta…Hay que llevar esta comida a las familias—ordenó Camejo
y todos abordaron para continuar el recorrido.
PRÓLOGO.
No quería
escribir los acontecimientos que se están dando actualmente en el mundo durante
este año, el 2017, porque conservo
firmemente la esperanza de que la raza humana no se extinga por completo. Dentro
de mí existe un poderoso anhelo, de que estas palabras, plasmadas en papel y
tinta, lleguen a otra generación, una generación que brotará tierna y pura así
como brota el pasto al caer la lluvia luego de haber sido arrasado por las
llamas. Así que espero que cada letra, cada palabra, quede inmortalizada como
un testimonio de lo que vivió un humilde hijo de Venezuela, un hijo de Ciudad
Bolívar, un hijo de la Humanidad.
Me encantaría
decir que, esto que voy a escribir no es cierto, que es una historia de
ficción; pero no… no lo es…Desearía que esto fuese un mal sueño, una pesadilla
más y poder despertar; pero esa… lamentablemente, no es mi realidad.
Si ustedes me
pudiesen ver en este momento, solo verían a un hombre llorando, enjugando sus
lágrimas para no mojar el papel de la
libreta donde está escribiendo. Verían a un hombre de veinticinco años
sollozando como un niño de seis. Es que no ha sido nada fácil ver a tus amigos
convertirse en “esas vainas”, en “esos monstruos” que ni se cómo catalogar, ni
sé qué carajo son, pareciese que el Infierno se ha abierto de par en par,
dejando escapar a los demonios para apoderarse de los hijos de Dios. No hay
duda que mis amigos no son esas vainas en las que se han transformado, perdieron
toda su humanidad; incluso, no existe ningún salvaje animal que se compare con
esos engendros. Pareciesen tener un hambre insaciable.
Pero estos
engendros no son los peores, hay también un segundo grupo, aunque muy reducido,
que los superan en monstruosidad, rapidez, fuerza e inteligencia. A ese grupo
yo les llamo “Las Bestias” Después buscaré el momento para hablarle de ellos y
del primer grupo también, de cómo se comportan y cómo atacan a cualquier cosa
que tenga vida.
Mi nombre es
José Müller, en estos momentos estoy escondido con mi padre “Lorenzo Müller” en
un sótano amplio, con algunas entradas a túneles que comunican a otros lugares
de la zona donde me encuentro, esta zona es el Casco Histórico de Ciudad
Bolívar. Dicho Casco tiene 251 años de antigüedad, fue fundado cuando Venezuela
era una colonia de España. Este lugar ha sido el epicentro de muchos hechos
importantes a lo largo de la historia, mayormente marcados por guerras. Desde
aquí El Libertador dio inicio a “La Gran Colombia” y pronunció su más
importante discurso de toda su gloriosa
y agitada vida, El Discurso de Angostura.
Imagen de río Orinoco en Ciudad Bolívar. El puente que se ve al fondo es el Puente Angostura por estar en la parte más angosta de este río |
Gracias a
tanta historia y a tantas guerras que vivió esta ciudad, su Casco Histórico
posee “kilómetros de túneles”, que fueron construidos por los españoles durante
la colonia y ampliados en la época independentista. Afortunadamente para mi
padre y para mí, los Bolivarenses contemporáneos nunca supieron de la existencia de esos
pasadizos subterráneos. Aunque siempre se habló de unos supuestos túneles; pero
estos fueron mitificados, convertidos en cuentos y leyendas, por tal razón
nunca se preocuparon en comprobar su existencia, excepto algunos hombres como
mi abuelo “Ralf Müller”, quién fue un “desertor Nazi” durante la invasión de
las tropas Alemanas sobre el pueblo de Polonia.
Mi abuelo por
pura supervivencia se alistó en el ejército del Tercer Reich, pero con la
intención premeditada de desertar en el momento más oportuno. Cuando los Nazis
invaden a Polonia, mi abuelo Ralf apenas pudo escapar de ellos, internándose a
través de los bosques hacia el suroccidente de Polonia, cerca de una Ciudad
llamada Katowice que está próxima a la República Checa o Checoslovaquia para la
época.
Capítulo
I. Ralf Müller.
Ralf Müller
fue un superviviente extraordinario, un hombre que pudo haber escrito manuales
al respecto, creo que su habilidad viene de tantos libros de ciencias que leyó,
en especial los de biología y anatomía humana, ya que quería ser médico,
profesión que nunca llegó a estudiar por las duras circunstancias que lo
rodearon casi toda su vida.
Aparte de sus
conocimientos científicos fue un atleta extraordinario, aficionado de la lucha
libre y de boxeo. Durante su entrenamiento como soldado NAZI logró la simpatía de sus superiores por sus
habilidades deportivas. Era un hombre rubio de ojos azules con 1,93 metros de
estatura. Físicamente era el soldado ideal, el fenotipo que quería establecer a
la fuerza el régimen fascista. Pero Ralf Müller en su interior era todo lo contrario
a un Nazi. Era un hombre que escondía su tierna humanidad a través de la lucha
libre y del boxeo, donde aparentaba ser un hombre muy rudo.
Él ya era Sargento
cuando los Nazis decidieron invadir a Polonia el “1 de septiembre de 1939”, su división
a la que el pertenecía estaba bajo el comando del General Nazi “Gerd von Rundstedt” quién tenía la orden de
atacar a Polonia desde el sur, partiendo desde Eslovaquia. Mi abuelo fue
testigo de toda la crueldad Nazi, sintió repulsión “para aquel entonces” de ser
alemán, vio como aquellos sádicos y psicópatas racistas masacraban una nación y
a pesar de la resistencia heroica de las tropas polacas, quienes se comportaron
y pelearon como los ESPARTANOS; pero que
al final los Nazis con todo su poderío tecnológico-militar y sus un
millón y medio de tropas lograron
consumar unos de los más atroces genocidios de la historia
contemporánea.
El Sargento
Ralf en una noche antes de otra desproporcionada ofensiva contra Varsovia
(Honor eterno a la resistencia de esa Ciudad), logró escapar de su división
sumándose así a los más de tres mil soldados Nazis desaparecidos en Polonia.
Esa noche no
fue fácil lograr la evasión, pero por medio de artilugios y de su prestigio
dentro de los Nazis logró escapar por la retaguardia, huyendo con un fusil “98k
máuser” y una pistola “Walther P-38” y un total de 200 municiones, municiones
que administraría muy bien. Se adentró por los bosques de Lodzkie, caminando cientos
y cientos de kilómetros hasta llegar a Katowice, dirigiéndose con una brújula y
un mapa, evitando todas las poblaciones polacas; porque resultaba ser enemigo
de ambos bandos, enemigo de los Nazis por desertar y enemigo de los polacos por
ser alemán. Se convirtió en un nómada, vivió de la cacería y dormía en refugios
improvisados. El calculó que aquella guerra duraría diez años, se mentalizó
para lo peor.
Pero la
Segunda Guerra Mundial había durado cuatro años, aunque en realidad parecieron
cien años, y durante ese tiempo, el fascismo fue el responsable de la muerte de
más de cincuenta millones de personas…
…
Disculpen la
pausa que he hecho, pero me sobrecojo al pensar… que en el pasado, debido a los
Nazis, murieron cincuenta millones de personas; pero hoy en día, en el 2017,
han muerto miles de millones de seres humanos, esta vez no por los Nazis, sino
por un enemigo “no visible”, billones de veces más pequeño que aquellos
fascistas del Tercer Reich, convirtiéndose este microscópico enemigo en un arma
de destrucción masiva para la raza humana.
Pero al final
de la Segunda Guerra Mundial, el abuelo Ralf pudo sobrevivir, pasando por
centenares de duras pruebas durante el periodo
de “post guerra”, también tuvo que librar importantes batallas dentro de
su mente, traumas que fueron difíciles de borrar y que de seguro no borró por
completo, más bien aprendió a vivir con ellos. No todo combatiente logra
superar o aprender a vivir con los traumas generados por la guerra. Pero Ralf
era fuerte, aunque también lo ayudó a superar todo esto, las paradisiacas
playas del Caribe de Venezuela y su cálida gente, país que escogió para vivir y morir; pero
Ralf Müller solo vivió un breve tiempo en las costas del Mar Caribe porque
decidió establecerse en las tierras contiguas al mítico y legendario río
Orinoco, río del que él una vez leyó en una novela del escritor francés Julio
Verne titulada “El Soberbio Orinoco”.
Allí al lado
del Orinoco, aquel musiú, aquel catire de ojos azules, fue flechado por los
encantos de una linda, exótica y sensual negra de Ciudad Bolívar, así que allí,
en esa histórica ciudad, el alemán junto su hermosa negra decidió colocar sus
raíces y establecer para siempre su hogar, donde al fin encontró la paz y la
felicidad que tanto buscó.
Capítulo II. Transformación del Ébola.
¿Cuánto sufrió
África antes de este Apocalipsis?, no lo sé, quizás su sufrimiento fue infinito
como tierra, como continente. Fue desmembrada y saqueada, su fauna fue casi
aniquilada. Matar a un hermoso rinoceronte y arrancarle sus cuernos de la
manera más brutal porque alguien en “el primer mundo” se le ocurrió que sus
cuernos tienen propiedades mágicas y por tal razón debía ser vendido a un
precio exorbitante… eso no tiene perdón. Cientos de leones y otros animales
africanos cazados de manera furtiva, solo para que un millonario cuelgue sus
cabezas en su lujosa casa para demostrarles a sus amigos que son grandes
cazadores y supuestamente “muy valientes”… ¿valor o cobardía?
Pero no solo
los animales fueron afectados, también todos sus recursos naturales fueron
engullidos en proporciones astronómicas. Todo su petróleo, todo su gas, sus
diamantes, su oro y sus otros minerales
que sirvieron para financiar el
desarrollo del “Primer Mundo” pero que no sirvieron para desarrollar al África.
Y esto no es todo, porque el saqueo más siniestro y maligno fue el despojo de vidas humanas, millones de
vidas. Seres humanos que por solo tener otro tono de color en la piel fueron
vulnerados y esclavizados a través de todos los tempos, para servir de fuerza
de trabajo, para que algunos pudieran vivir como reyes.
¡Oh África
mágica!, ¡oh África de nuestros sueños y aventuras! ¿Qué hiciste para merecer
toda la maldad del mundo impuesta sobre ti? Tus hijos e hijas, esos millones
que pariste, ya estaban condenados antes de respirar el aire bendito de tu
gigante y fantástica tierra. Los que no te hicimos daño; pero que tampoco
hicimos nada para salvarte, te pedimos perdón, aunque ya sea… eternamente
tarde.
África, Madre
Patria y Madre de muchos o quizás madre de todos en el mundo. Hoy en este año,
ejecutaste tu venganza, una venganza por tanta sangre que fluyó de ti sin parar
en tus venas cortadas, una venganza por tanto saqueos y despojos, una venganza
por tantas lágrimas derramadas por tus niños y niñas, lágrimas que superan a
las aguas del río Orinoco. No ejecutaste tu matanza con tecnología nuclear, ni
tampoco usaste tus millones de hijos para armar un ejército contra nosotros;
sino que desde tus entrañas pariste al más diminuto de tus hijos, “un virus”, un diabólico ser que es invisible
para el ojo humano, pero que ya hoy, en el 2017 dejó de ser invisible y se
convirtió en el asesino más poderoso de toda
la historia de la humanidad. Hoy
ese asesino lleva el nombre de unos de tus ríos, “Ébola”.
Este Ébola,
que se resistió a morir, aun con todas las vacunas aplicadas que trataron
exterminarlo, pero solo lo hicieron más poderoso, convirtiéndolo en el EBOV
HK-6, una mutación perfecta e indestructible, que no solo resiste cualquier
vacuna, sino que también cambió su forma de atacar al organismo, negándole la
última posibilidad que tiene el ser humano de escapar de las garras de este
asesino y esa última posibilidad de escape es la “muerte”. Los infectados
cuando al final parecen morir, solo se levantan de una fingida muerte,
convirtiéndose en seres sin alma, sin humanidad.
Los pacientes
no solo se convierten en víctimas del “HK-6”, sino que por el contrario se
convierten en sus más poderosos aliados, en ejércitos esclavos que tienen como
misión transmitir el exterminio de la humanidad. Dentro de este infinito ejército
de exhumamos parece existir una división bien planificada por el HK-6. Están
los exhumamos que andan como en un estado de letargo, con rigor mortis
moderada, parecido a los “zombis” de todas aquellas películas que vimos con
tanta inocencia, pensando que eso solo pasaba en las pantallas. Luego están los
otros exhumanos “Las Bestias”, los oficiales dentro de ese ejército de
aniquilación, que no paran de botar fluidos y sangre de su cuerpo, pareciesen
sudar sangre con mocos. Son inteligentes, rápidos, fuertes y carentes de dolor,
siempre en busca de cualquier cosa que tenga sangre.
Capítulo III. Las Noticias, Cadenas.
Poco antes de
todo este apocalipsis, yo solamente estaba preocupado por mi despecho. Un amor
al que le di todo y, por cosas del destino o pruebas que vienen de arriba, o
que se yo, lo que sea, igual sufrí, aunque prefiero mil veces ese sufrimiento
de desamor a la sensación de vació que me consume ahora mismo.
Tengo que
confesar ante ustedes, con la mayor vergüenza dentro de mí, que mi novia me fue
infiel. Verán, yo practico esgrima, o tal vez debo decir, practicaba (es
difícil reconocer que el mundo se acabó). Una tarde, después que venía de mi
práctica de esgrima porque me estaba preparando para unos Juegos Nacionales,
encontré a mi chica besándose con mi entrenador detrás del gimnasio. Ese
nefasto acontecimiento para mí aconteció paralelamente junto a un evento que
estaba haciendo que el mundo se empezara a volver loco de desesperación.
—No es lo que
piensas José—fue lo que me dijo ella al ser sorprendida por mí, mostrando una
cara de inocencia.
— ¿Y esto?,
¿qué se supone que es esto?—le pregunté a ambos, alternando mi mirada llena de
estupefacción. El entrenador solo se limpiaba la boca que tenía llena de la
pintura de los labios de ella.
Silencio
sepulcral…ninguno me respondió nada, sus miradas estaban clavadas en la grama
que estaba llena de mangos maduros.
Me largué de allí,
no seguí preguntando nada, me sentía confundido, me hice miles de preguntas:
“¿Qué hice mal?, ¿cuándo empezó a pasar todo?, ¿por qué mi entrenador?, ¿por
qué con ella?” Fueron muchas preguntas. Una sensación de vacío y de frustración
me invadió al mismo tiempo, después llegó el odio y del odio volví a la
sensación de vacío. Tres años de noviazgos se fueron para el carajo. “Soy el
Cabrón de la selección de esgrima del Estado Bolívar y el come muslo es mi entrenador”, pensé, me
mordía los labios de frustración.
Había sido
doblemente traicionado, por la mujer que amaba y por mi entrenador, mi
representante ante tantas competencias. Ya no me importaba ir para los Juegos
Nacionales y mis esperanzas para ir a mis primeros “Suramericanos” se
esfumaron, en realidad nada me importaba.
Logré tomar un
microbús que estaba abarrotado de gente. Me tocaba ir parado, la incomodidad de
ese microbús me ayudaría sin duda a no entregarme tanto a la depresión. Traté
como pude de colocarme mis audífonos para escuchar música y fue en ese instante
que recordé que la memoria de mi teléfono la tenía mi novia; corrijo, ex novia.
Lo que faltaba, al menos tengo radio en el teléfono. Al activar la radio el
Presidente estaba en Cadena Nacional, ahora si se acomodó todo para mí, me gané
la lotería, no puedo ni escuchar música… Pero algo no estaba bien, el
Presidente “Luis Sarmiento” no estaba improvisando como de costumbre, parecía
estar leyendo y cuando él lee la cosa es seria.
Presidente:
Quiero informar a todo el país, los inesperados
acontecimientos que se están dando en África y en la parte occidental de
Europa. Según la presidenta de la OMS, el virus del Ébola ha mutado otra vez,
convirtiéndose en un virus más poderoso, aumentando su velocidad de
propagación, dos veces más rápido que la Gripe Española. La presidenta ha
decretado un estado de emergencia de “fase 6”.
Ahora, por tal
razón, he ordenado el cierre de todas las fronteras de la República Bolivariana
de Venezuela a partir de ahora mismo, también he dado la orden de cancelar
todos los vuelos internacionales, al igual que el cese de todas nuestras actividades en puertos.
Como pueden ver, están a mi lado todos los principales
líderes de la oposición, incluyendo el señor Pedro Quijada y Carlos Sifontes,
quienes también dirigirán algunas palabras a ustedes.
“No lo puedo creer, ¿Sifontes y Quijada?, todo
esto es grave, esto nunca se había visto ¿Qué carrizos está pasando en el
mundo? Ya quiero llegar a mi casa y este pedazo de microbús parece un morrocoy”
pensé. Todo aquello hizo que me olvidara por un instante de los cachos o
cuernos que me habían pegado”.
Quijada:
Venezolanos y venezolanas: Ustedes bien sabe toda la
lucha que hemos venido dando todos estos años, lucha que creemos y estamos
convencidos que es justa. También saben que siempre nos hemos mantenido en una
posición frontal y adversa hacia el gobierno.
Pero estamos aquí no para negociar algún acuerdo
político, ni para denunciar alguna injusticia. Hoy estamos frente a ustedes,
aquí delante de estas cámaras, “hoy primero de agosto del 2017” cuando son las
seis y diez minutos pm, para unirnos
junto al gobierno al que tanto hemos adversado, para llamarles a ustedes a la calma,
a mantenerse en sus casas con sus familias, en continua oración a nuestro Dios.
Los eventos que se están dando a nivel mundial son serios y requiere de
nosotros la mayor unión como venezolanos y venezolanas.
El presidente me ha llamado para ser el nuevo
“vicepresidente de la república”, cargo que aún no he aceptado y del que pienso
dar respuesta en las próximas horas.
“¿Quijada Vicepresidente? Esto es fin de
mundo, increíble, esto es muy grave, ¿dónde estará mi padre ahorita?, ojalá
esté en el negocio”
Quijada:
A continuación, mi amigo y compañero de lucha Carlos
Sifontes, les dirigirá algunas palabras.
Sifontes:
Buenas tardes ciudadanos y ciudadanas. Nosotros los
venezolanos y venezolanas nos hemos unidos en tiempos de crisis. Recuerdo
aquella tragedia del Estado Vargas, han pasado dieciocho años de todo aquello y
recuerdo que para aquel entonces todos nosotros, no éramos ni chavistas ni opositores,
éramos un solo pueblo tratando de salvar y brindar cobijo a toda una ciudad que
fue azotada por la naturaleza. Hoy ante ustedes, antes mis compañeros de lucha
y ante el Presidente Sarmiento y su gabinete quiero evocar aquel mismo espíritu
de unidad que nos rodeó durante aquella época de la tragedia de Vargas. Hagamos
un cese temporal a todas nuestras luchas contra el gobierno. Hoy somos una sola
Venezuela, que Dios nos bendiga y nos cuide a todos.
Presidente
Sarmiento:
Hoy a las nueve en punto pm estaremos llamando a otra
cadena nacional para dar nuevas instrucciones. Camaradas, pueblo chavista y
pueblo opositor, les reitero mi llamado a la calma, a permanecer en sus casas.
He ordenado el despliegue de toda la Fuerza Armada Bolivariana y de todos los
organismos de seguridad del Estado. No estamos llamando al toque de queda;
repito, no estamos llamando al toque de queda, ni estamos suspendiendo las
garantías. Solo le pedimos que permanezcan en sus casas los próximos días,
salgan estrictamente lo necesario o en caso de emergencias. He ordenado un plan
de distribución masiva y ordenada de alimentos, medicinas y otros artículos a través
de las Fuerzas Armadas en colaboración con las empresas privadas de alimentos,
medinas y artículos personales.
Por fin el
microbús había llegado al Paseo Orinoco, la cadena había terminado, subí a paso
acelerado hacia mi casa por la calle Igualdad, que es la misma calle de lado
izquierdo de la Catedral de Ciudad Bolívar y por donde si se sigue subiendo, se
llega hasta la sede de gobierno de la Alcaldía de Heres. Nuestra casa está muy
cerca de la mencionada catedral. Allí mismo en la casa tenemos un “Café”
turístico, donde en realidad vendemos muchas cosas, desde postales de paisajes
del Estado Bolívar hasta víveres en general, también contamos con doce
computadoras con internet. Es un sitio muy concurrido por los turistas que
tienen como destino el “Salto Ángel” y “Roraima”. Además, lo frecuentan muchos vecinos de la tercera edad para jugar
ajedrez, leer y tomar café.
Mi padre
estaba en el negocio, su cara era una de esas que los hijos conocemos muy bien
cuando las cosas no marchan de la mejor manera. Los y las turistas estaban discutiendo entre si, múltiples
idiomas se escuchaban. Los viejitos estaban sentados a las mesas con sus tazas
de café, pero con sus libros y los tableros de ajedrez abandonados, sin mover
ni una ficha… estaban preocupados.
—Gütten nacht
(Bunas noches), dije a unos alemanes que llevaban tres días en una importante
Posada de la zona, cerca de nuestra casa.
—Hijo, ¿viste
la cadena?—me preguntó mi papá detrás del mostrador.
—No, pero la
escuché por radio en mi celular.
—Hoy vamos a
cerrar una hora antes, necesito que me ayudes aquí en el negocio, a limpiar
todo y dejar las cosas en estricto orden.
Cerrábamos
siempre a las nueve de la noche. Pero teníamos que esperar la próxima Cadena y
mi padre quería escuchar lo que iba a
decir el Presidente en la tranquilidad de su hogar.
Los turistas
estaban perturbados, era de esperar, el Presidente había ordenado el cierre de
todas las fronteras y prohibido todos los vuelos internacionales. Todo esto
pasaba muy rápido, parecía algo bíblico, algo que llega sin previo aviso y
sorprende a todos como “El Ladrón que llega por la noche” del que se habla en
Mateo y en 2 Pedro. No quería estar en el pellejo de esos turistas europeos,
sus países eran en estos momentos los más afectados, seguro no sabrían ellos,
si sentirse afortunados por estar lejos de aquel monstruo del Ébola, o
desafortunados por estar lejos de sus seres queridos.
Los vecinos
estaban en las calles, nerviosismo se podía ver en sus rostros, estaban afuera
hablando de la única noticia que eclipsaba a todas las demás y la que les
afectaba de manera directa. Quizás estaban afuera por la necesidad de agruparse
durante este clima de crisis, buscando protección entre amigos, porque la
necesidad de buscar compañía en momentos como estos es muy fuerte, es parte de
la naturaleza humana.
Cuando se
hicieron las ocho y media pm, ya estábamos en el interior de nuestro hogar
porque nuestro negocio queda dentro de nuestras paredes. Cerramos las puertas
del negocio y las que separan de la sala de principal al Café y encendimos el
televisor, yo me senté en nuestro cómodo sofá y mi padre en su silleta
mecedora, estábamos esperando la Cadena.
Pero nos fijamos que mientras llegaba la próxima transmisión presidencial los
otros canales estaban transmitiendo su programación normal, como si no
estuviese pasando nada, era obvio que aquello significaba que la situación era
muy grave y a lo mejor, parte de la orden del Gobierno era, que se mantuviera
la población en calma. Bueno, puras especulaciones mías, millones de conjeturas
pasan por la mente en circunstancias
así.
Las nueve en
punto pm. Comienza la Cadena. Música y presentación visual respectiva en la
pantalla. Presidente Sarmiento en un escritorio, Quijada a su lado.
Presidente
Sarmiento:
Buenas noches a todos los venezolanos y venezolanas.
Buenas noches también a todas las personas de otros países del mundo que se
encuentra aquí vacacionando o por asuntos de negocios.
Se me ha informado que el virus del ébola sigue
avanzando, dirigiéndose hacia la parte oriental de Europa, donde se encuentran
varios países que son aliados estratégicos de Venezuela. La presidenta de la
OMS ha informado, que aún se está en alerta máxima, en la “fase 6 de pandemia”.
El virus que ha mutado ha sido denominado como “EBOV HK-6”. Todos los países
del mundo han cerrado sus fronteras y cancelado todos los vuelos internacionales.
Solo personal médico y militar están autorizados para viajar bajo la
autorización de sus gobiernos respectivos y bajo la coordinación de la ONU y su
organismo de la OMS.
Todo esto ha ocurrido de la manera más inesperada,
todos los países del mundo están bajo la misma situación. Hace rato estuve
conversando con el Secretario de la UNASUR, para mañana habrá una reunión de
presidentes y cancilleres; pero por video conferencia porque como dije antes,
nadie está autorizado para salir del país, incluyendo los Presidentes y
Presidentas. También hace una hora sostuve una conversación con el Secretario
de Estado de los Estados Unidos y posteriormente me comuniqué con el canciller
de la Federación Rusa, la cual está en el ojo del huracán en la actualidad. En
breves minutos espero una llamada del Presidente de China y de Cuba.
Compatriotas, hemos superados muchos momentos de
crisis, la patria de Bolívar y del Comandante Hugo Chávez saldrá victoriosa
ante este nuevo reto. A mi lado está el nuevo Vicepresidente de la República
Bolivariana de Venezuela, al que he facultado con poderes especiales, los
cuales han sido aprobados por la asamblea nacional hace solo unos minutos, bajo
ley habilitante.
Mi padre
estaba atónito, casi no respiraba, casi no pestañaba. Todo pasaba muy rápido,
seguro también le impresionaba el nombramiento del nuevo Vicepresidente, él era
un arraigado chavista, de izquierda toda su vida. Yo, por el contrario era
opositor.
Vicepresidente
Quijada:
Pueblo entero de Venezuela y personas que están de
visita en nuestro territorio, quiero reiterar mi llamado a la calma a todas las
personas de oposición, tenemos y estamos obligados a unirnos con el pueblo
chavista. El tiempo de la verdadera unidad nacional ha llegado.
A continuación voy a leerles algunas nuevas medidas
que hemos tomado como Gobierno:
•Las garantías constitucionales no serán suspendidas
bajo ninguna circunstancia.
•Todos los centros médicos, en todas sus formas, tanto
privados como públicos, pasan a la orden de la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana, bajo la supervisión directa de mi persona y el equipo que me
acompañará.
•Cualquier perturbación o protesta que trate de
menoscabar la estabilidad democrática y alterar el orden público, será disuelta
por la Fuerza Armada y los organismos de seguridad, dentro el uso proporcionado
y diferenciado de la fuerza.
•Las personas que incurran en delitos de
desestabilización del orden público, saqueos e intentos de romper el hilo
constitucional, serán castigados con todo el peso de la ley, dentro del derecho
constitucional, enmarcado en el código penal, dentro de un justo proceso
judicial.
•El estado se reserva el derecho de llamar al “toque
de queda” en determinados momentos y por el tiempo que sea necesario, con la
finalidad de proteger a la población civil y nunca en menoscabo de sus derechos
humanos más fundamentales.
•Las personas que incumplan con el toque de queda, en
caso de que se estableciera tal medida, serán arrestadas y puestas en prisión
hasta que el Estado crea conveniente liberarles una vez superada la crisis.
Gracias a todos y todas por haber guardado la calma
durante estas horas, nos llegan informes que todos los lugares de país se
encuentran en la más absoluta calma, incluso, hasta en las principales ciudades
del país la calma prevalece, esperamos que ese mismo espíritu se siga
manteniendo.
Cuando la
Cadena hubo finalizado, mi padre se quedó pensativo, con la mirada clavada en
la televisión, sin prestar atención en los comerciales de la TV.
—Papá, ¿estás
bien?...—no hubo respuesta. –Papá, ¿estás bien?—le volví a preguntar.
—Sí José,
estoy bien. Tenemos que acomodar todas las cosas. Un Apocalipsis se aproxima.
Aquella frase de mi padre “un Apocalipsis se
aproxima”, me hizo estremecer de miedo, pero supe disimular mi pánico, mejor
aún, supe encadenarlo para que no se apoderara de todo mi ser.
Capítulo IV. El Debate.
“No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, sólo sé que la Cuarta será
con piedras y lanzas". Era una frase que le venía a mi padre en
momentos de crisis, un pensamiento que le transmitió mi abuelo y mi abuelo la
aprendió de su compatriota Albert Einstein.
—
¿Ya sabes lo que decía tu abuelo?—me preguntó mi padre al rato de soltar la
frase que me aterró: “un Apocalipsis se aproxima”.
—Sí,
que La Cuarta Guerra Mundial será con piedras y con palos—le respondí con aire
de aburrimiento, de tanto escucharle decir esa fase de Albert Einstein.
—Pues
ha llegado el tiempo, el tiempo por el cual mi padre Ralf se preparó toda su
vida—añadió mi padre con tono profético. Odiaba cuando hablaba así.
—
¡Por favor papá!, déjate de vainas, sé que la situación parece grave, y debe
ser grave, pero de aquí a que venga un Apocalipsis o algo así, no creo. —agregué
con gestos de incredulidad y continué. –Mira papá, ¿cuántas veces el
abuelo se equivocó?, después de la Segunda Guerra Mundial vino la Guerra de
Corea, después la Guerra Fría con la Crisis de los Misiles, luego llegó la
Guerra de Vietnam y pare usted de contar cuantos conflictos vinieron y
amenazaron con extinguir la humanidad, y la tal extinción nunca llegó.
—Hagamos
una cosa José, no perdamos tiempo discutiendo para ver quién tiene la razón en
un debate eterno, donde ninguno quiere perder—dijo mi padre, evitando cualquier
discusión posible y añadió. —Lo que acabamos de ver en la televisión es grave,
muy grave, o mejor dicho y para no caer en alarmismos, que lo que hemos visto
ha sido lo más inusual que se ha visto en Venezuela, que dos bandos políticos,
implacables adversarios durante diecisiete años, se hayan vuelto aliados y
amigos de la noche a la mañana. Esto nos lleva a pensar de manera objetiva, que
debemos prepararnos para algo que va a venir.
Mi
padre hizo una pausa luego de decirme eso. Me quedé reflexionando en cada
palabra que acababa de pronunciar, después de todo tenía razón. Para que
dos adversarios totalmente antagónicos se aliaran de la noche a la mañana
la situación tenía que ser grave.
—Ok
papá, supongamos que ese virus llegue aquí (en realidad estaba muy cerca), y
que sea como la Gripe Española a principios del siglo XX, que cobró la vida de
cien millones de habitantes por todo el mundo, incluyendo los más de 25.000
venezolanos que murieron por esa gripe. ¿Qué es lo peor que pudiese
pasar?
—Hijo…
en una situación como esa, lo peor que puede pasar es que la población entre en
pánico y empiece a reinar la anarquía. La gente se convertiría en animales,
solo se preocuparían por buscar alimento, agua y refugio a como dé lugar, sin importar
a cuantos tengan que matar. Los más educados y cultos si los privas de
alimentos, se convierten en depredadores.
—Okey,
Okey…eso es en el peor de los casos... ¿Cierto? Pero debemos tener en cuenta
que, dos grupos de poderes se han hecho aliados y ambos conducirán una Fuerza
Armada para garantizar que tal anarquía no suceda. Y a los hechos me remito,
durante el Gobierno de Juan Vicente Gómez, cuando nos diezmó la Gripe Española,
esa supuesta anarquía no sucedió—dije de manera firme para dar otro punto de
vista.
—Sí,
pero la población para aquel entonces era de casi tres millones de habitantes,
hoy es diez veces superior, treinta millones de bocas que alimentar y
atender—comentó mi padre, sin exasperarse.
—Está
bien; sin embargo… en aquellos tiempos durante Gómez, solo había un puñado de
ejército, hoy en día hay 200 mil militares activos, y si metemos todos los
organismos de seguridad llegarían a unos 500 mil hombres y mujeres, que cuentan
con una logística de punta y una gran tecnología a disposición. Esto es sin
mencionar que la Reserva o Milicia, “seleccionando a los más capacitados”,
prestarían su colaboración, llegando a unos 800 mil efectivos bien preparados y
dispuestos a dar lo mejor de si—le comenté a mi padre, quién parecía
sorprendido de mis sólidos argumentos.
—Si
tuvieses razón hijo mío, el primer ganador de este debate sería yo, porque lo
más importante es que nada de esto, “como lo pinto yo”; o como lo pintó tu
abuelo, ocurra; no obstante, si tu hipótesis estuviese errada, el plan del abuelo
es nuestra mejor opción.
—Pero
eso significa padre… que tenemos que aislarnos del mundo—agregué con cara de
preocupación.
—Si
es que queda mundo hijo…si es que queda mundo. Debemos sobrevivir, la humanidad
debe ser preservada, así tan solo quede un pequeño remanente en todo el
planeta—señaló mi padre, esta vez colocando una mano en mi hombro y con brillo
en los ojos.
Lorenzo
Müller es el calco de mi abuelo en la versión venezolana, el rey de la
prudencia, quien ha dedicado toda su fortuna a nuestro refugio, al igual que lo
hizo su padre, aquel desertor de los Nazis. Mi abuelo cuando llegó aquí, se
convirtió rápidamente en un hombre de negocios, amasando una importante riqueza,
pero nunca aparentó tener tal cantidad de dinero.
Su
negocio a la vista de todos era siempre el cafetín turístico que heredamos de
él, pero siempre mantuvo negocios en anonimato, como compra, venta y alquiler
de locales en otras ciudades, tales como el Tigre, Maturín, Calabozo y algunas
otras más. Aparentaba ser un viejo despilfarrador de dinero en tascas y
taguaras, con el propósito todo esto de que nadie sospechara que debajo de su
casa estaba construyendo su verdadera Quinta. Hizo de un viejo sótano, un
modesto pero completo resguardo ante cualquier evento catastrófico o ante la
supuesta Tercera Guerra Mundial. El sótano llevaba abandonado desde la
época de la Guerra Federal de Venezuela; sellado completamente, pero se podía
apreciar dentro de los planos de la casa al momento de comprarla. Este sótano
tenía comunicación con toda la red de túneles de la época de la colonia,
pero dichos túneles estaban bloqueados, así que le tocó a él, a su Negra Emilia
y a cuatro llaneros de la ciudad de Calabozo, hacer un trabajo de hormiguitas,
un poquito cada día para poder tener acceso a esos pasajes, al menos a los más
estratégicos que consideró mi abuelo para aquel entonces.
Don
Ralf Müller casi no tomaba ni una gota de alcohol y todo su corazón se lo
consagró a su negra Emilia, mi bella abuela. Cuando él llegó aquí a Ciudad
Bolívar, la conoció en la zona de la Carioca donde venden los mejores pescados
fritos de la ciudad.
Mi
abuela era cocinera, especialista en cocinar todo tipo de pescado de río, ya
sea frito, asado o hervido. Todavía no se sabe a ciencia cierta, si mi abuelo
fue conquistado porque se comió una suculenta sapoara frita, con arepas,
tostones y ensalada; o por las impresionantes curvas asesinas de la abuela,
junto a su piel color chocolate y su aroma a río Orinoco. Todo eso junto debió
haber sido mucho para un catire alemán de ojos azules.
Desde
aquella vez, entre sapoaras y tostones, mi abuelo Ralf le juró amor eterno a
aquella linda y sensual negra guayanesa, y para completar, el catire Ralf ese
día, se comió tres cabezas de sapoara fritas, cumpliendo con la vieja leyenda
de la ciudad, que “quién se come la cabeza de la sapoara, se casa con una
guayanesa”.
Capítulo V. La Censura Mundial.
Al
día siguiente, después de la Cadena Presidencial, La Fuerza Armada ya estaba en
las calles trabajando en conjunto con organizaciones populares, como Consejos
Comunales y ONGs, con el propósito de entregar víveres, pañales, medicinas y
otros, a las familias del sector Casco Histórico de Ciudad Bolívar. Era
impresionante como a tan solo horas de las declaraciones del Presidente y del
nuevo Vicepresidente se movía toda aquella maquinaria de logística y seguridad.
Había
un fuerte despliegue de seguridad, lo
que se convertía en un fuerte disuasivo contra saqueos y otras actividades
vandálicas. Permanecimos en casa, a todos los vecinos se les dio orientaciones
de evitar concentraciones de gente. Las
personas no tenían excusas para salir de casa, ya que a través de las
organizaciones populares se conocía cada grupo familiar de la zona y las Fuerzas
Armadas junto a la Policía del Estado Bolívar suministraban la cantidad de
alimentos necesarios por cada familia.
Estas
actividades de repartición de alimentos serían un enorme desafío en lugares con
más densidad poblacional, como los sectores de El Perú, La Sabanita y Los
Próceres, junto a las adyacencias de estos, solo por citar algunas zonas de la
ciudad. Mi padre y yo nos plateábamos la siguiente interrogante: ¿Cómo harán
para alimentar cuatrocientas mil personas de Ciudad Bolívar? Sin duda alguna,
por más organización que existiese, por más unión y solidaridad por parte de
los bolivarenses y de sus dirigentes políticos, cuando empezase a escanciar los
alimentos y medicinas, y el hambre empezase a atacar, la parte reptiliana de
nuestros cerebros tomaría el control. Solo nos quedaba orar para que la OMS
encontrase una vacuna pronto contra el HK-6.
A
diario había dos cadenas presidenciales, una a las once de la mañana y la otra
a las ocho de la noche. Se podrán imaginar cómo se pusieron las redes sociales,
se dijo tantas mentiras y tantas verdades, que nunca supimos identificar entre
una y la otra. Las páginas web con carácter de oficialidad eran las que menos
hablaban o escribían del asunto del HK-6, solo hablaban de la pandemia de una
manera superficial.
Las
personas estaban desesperadas por información al respecto. Así que los blogs se
convirtieron en una alternativa para cubrir toda esa hambre por la información
sobre aquel virus. Los blogs eran mecanismos de información no oficial, pero
que rompían con el cerco mediático de la censura.
Se
corría el rumor de que los servicios más populares dentro de internet como
empresas de correos electrónicos, cuentas sociales, blogs y buscadores;
cerrarían sus portales o servicios hasta el nuevo aviso. El mundo sufriría un
apagón comunicacional, supuestamente para que la población mundial no entrase
en pánico, así que solo se recibiría informaciones a través de la televisión y
de la radio, supervisadas y controladas por sus respectivos gobiernos. Bueno…
eso era un rumor, veo difícil que ocurra un apagón del Internet a nivel mundial
por todo el dinero que las redes generan.
En
vista del rumor del “apagón del Internet” ocurrió un asalto masivo de datos de
entretenimiento, tanto de la manera legal, como de la forma pirateada. Siempre
estaban colapsadas muchas páginas de descargas
de películas, video juegos, música y otros softwares. Me imagino toda la
gente saturando sus discos duros de información hasta el tope; por si se
acababa el internet. Creo que se les escapaba un importante asunto, “la
electricidad”, ya que si ocurría un colapso del sistema eléctrico toda su
tecnología se iría para el carajo.
Creo
que la mejor opción era almacenar libros en físico. Los libros en papel, no
necesitan ser enchufados y el conocimiento que otorgan es infinito, nadie te
puede hackear lo que tu aprendes y guardas en tu cerebro. Tampoco los libros
necesitan ser enchufados a tomacorrientes o tener baterías. También era una
buena opción guardar muchas libretas, bolígrafos, lápices y sacapuntas, porque “quién
no escribe, a la muerte le entrega su herencia”.
En
las redes sociales también se hablaba de
un apocalipsis zombi, con el aderezo de Hollywood y de las “teorías de
conspiraciones” que los supuestos expertos le agregaban. Lo que si era una
realidad, era que un virus estaba avanzando con mucha rapidez por el planeta y
amenazaba con acabar la humanidad, eso si era real y eso fue lo que movió la
unión política de nuestros líderes y de todas las grandes empresas privadas y
públicas del país.
Había
un blog que se atrevió en Venezuela a romper el cerco mediático mundial
impuesto por la OMS y respaldado por todos los gobiernos y empresas de
comunicación del mundo. Este blog se podía se llamaba “Orinoco Literatura”, un
sencillo y modesto blog dedicado a compartir obras literarias del administrado.
Este administrador, hábilmente empezó a pasar información a través de sus
poemas e historias, colocaba links ocultos de videos que le llegaban de Europa
y África, ubicaba también textos ocultos en sus historias, recuerdo uno en
particular que me impresionó y consideré muy bien la teoría zombi, el texto
decía algo así: “Pacientes de un hospital militar de campaña en las fronteras
de Francia se levantaron de sus camillas una vez que les diagnosticaron la
muerte, tenían un comportamiento muy agresivo, atacaron con mordidas y arañazos
al personal médico y militar”. Otro texto que provenía de Nigeria rezaba:
“Testigos afirman que un grupo de especie de zombis están por las calles de Abuya
atacando a la población”.
El
administrador además subió entre sus novelas, la imagen de un paciente francés
que tenía los ojos, las venas y los
vasos capilares que le brotaban de la tez, la piel era rojiza, como si hubiese
tomado bastante sol, de su boca y nariz salía baba y mocos teñidos en sangre,
aquello no solo era aterrador sino repugnante. El administrador explicaba que
ese era un tipo de paciente, de los más agresivos, añadió que existían otros.
Toda esa información que de manera clandestina se posteaba en aquel peculiar
blog te ponía los pelos de punta, hasta al más bravito creo que se le enfriaba
el guarapo.
Pero
no duró mucho tiempo aquel portal, misteriosamente y no es de extrañar, a los
dos días de colgar esa información extraoficial, “Orinoco Literatura” ya no
existía, había sido eliminado. Sentimos caer otra vez sobre nosotros aquellas espesas tinieblas en
la información. Los usuarios venezolanos buscaron otros blogs, pero solamente
se encontraron con payasos de la información, noticias al estilo de Hollywood,
solo para ganar más visitantes, nada serio, solo aportaban más confusión a toda
esta nueva crisis que atravesaba el planeta.
Capítulo VI. El apagón de la Red.
Cada
vez más se hizo arduo encontrar información veraz sobre el HK-6, sin embargo,
un reducido grupo de administradores de blogs y páginas webs en el mundo
empezaron a usar las estrategias de Orinoco Literatura. Los blogs de recetas de cocina, manualidades y cultura empezaron
a camuflar la información sobre el HK-6 entre sus artículos. Había uno que se
llamaba miricacocina.com, que colocaba en sus recetas información actualizada
sobre la misteriosa enfermedad. El administrador de la página posteó una receta
para preparar “Enchiladas de Pollo”, ingredientes: 1 kilo de pechuga de pollo,
10 tomates pelados, 20 infectados en Londres escaparon del hospital Saint
Thomas, 15 personas del personal médico y de seguridad fueron atacados, 1
testigo grabó con su celular el ataque de esos pacientes. Al final de la receta
colocaban la imagen de las enchiladas de pollo, y al darle click en la imagen
te encontrabas con un video perturbador.
Pero
las grandes empresas del Internet empezaron a salir al paso ante toda esa
información filtrada, ellos afirmaban en sus artículos que había sectores de la
industria del entretenimiento manipulando imágenes y videos con programas
avanzados de edición. Todos esos blogs de información camuflada empezaron a
caer de la red, o mejor dicho, los tumbaron.
La
principal empresa de videos por internet, de la noche a la mañana anunció un
fallo masivo en sus servidores, alegando que era un ataque cibernético por
parte de un grupo de hackers terroristas, denominados “Tinieblas de la Red”.
Tal grupo terrorista de hackers pintaba ser toda una pantomima bien montada.
Los
Gobiernos del mundo y la OMS, querían sin duda impedir que el virus avanzara,
pero parecían más preocupados por evitar otro tipo de pandemia, la cual era la
“locura colectiva mundial” o la anarquía total dentro de un sistema que se
esforzaba al máximo por mantener un orden. Los Gobiernos mundiales veían que se
les hacía imposible mantener un cerco mediático, o una censura total de lo que
acontecía.
Estados
Unidos quién tiene el mayor dominio de todos los tipos de medios de
comunicación que existen, se empezaron a dar cuenta cómo se filtraba
información por medio de páginas casi desconocidas, así que no les quedó más
remedio que empezar a tumbar señales y conexiones de toda la Web. Pareció que
llegaron a mutuo acuerdo con los dueños de empresas de redes sociales
multimillonarias para que apagaran sus empresas. Todos los blogs se empezaron a
apagar y con ellos cualquier tipo de página Web. La Internet se apagó, parecía
algo imposible, pero sucedió, el mundo quedó a oscuras.
Sin
embargo, algunos bancos mantuvieron una red exclusiva para ellos, al igual que
los Gobiernos del mundo, la ONU y la OMS. Solo ellos tenían acceso a la red,
era como en los años 70, cuando el pentágono solo usaba el Internet para ellos.
Quedamos a merced de los principales canales de televisión y unas pocas
emisoras de radio, claro está, que eran solo los autorizados.
En
la Cadena Presidencial sucesiva se nos informó que La Internet estaría cerrada
para el público en general por un breve tiempo, hasta que bajáramos de la Fase
6 de pandemia a una Fase 4 por lo menos. Se nos explicó que fue una medida
tomada en consenso con todas las
naciones integrantes de la ONU. Con el propósito de mantener a la población
mundial en calma, ya que había “grupos terroristas” que querían que el mundo
entrara en una desquiciada desobediencia
colectiva, en donde “Tinieblas de la Red” estaba promoviendo la anarquía
mundial.
Ya
no había dudas, si es que alguna vez existieron, Tinieblas de la Red fue un
invento bien planificado para apagar toda la Web. A nosotros los venezolanos
nos quedó la telefonía fija como único medio independiente para nosotros. La
telefonía celular también fue tumbada, así que aquellos celulares inteligentes
con tecnología de punta solo nos quedaron para jugar, grabar vídeos y tomar
fotitos.
Entramos
nuevamente en la década de los 80, donde ni sabíamos que el internet existía y
solo un muy reducido grupo tenía celular. Las llamadas internacionales estaban
caídas, así que tampoco podíamos hablar con familiares y amigos del exterior.
La
prensa circulaba libremente y por primera vez dejaron de ser amarillistas, el
Gobierno ordenó a todos los periódicos que añadieran literatura en sus páginas,
tanto para niños como para niñas, la prensa estaba cargada de juegos de
pasatiempos, artículos de historia y de geografía, sesiones de chistes, novelas
en forma de serie, trivia y muchas cosas más. Realmente era un placer tener un
periódico en las manos, lo único malo era que las noticias internacionales eran
de la misma línea para toda la prensa, sin muchos detalles y ridículamente
positiva. Titulares como este “LA OMS LOGRA IMPORTANTES AVANCES EN LA BÚQUEDA
DE LA CURA”, o este, “CADA VEZ MÁS CERCA POR ERRADICAR PARA SIEMPRE AL EBOV
HK-6”.
Pero
es necesario decir que también nosotros fuimos ridículamente positivos, en
especial yo. Aquel monstruo, aquel demonio del EBOV HK-6 empezaba a tocar las
puertas de La Pequeña Venecia, (Venezuela).
Capítulo VII. Válvulas de escape.
¿Cómo
mantener 30 millones de personas en sus casas?, sin duda alguna es una tarea
titánica, casi insostenible, por no decir que era imposible. Venezuela corría
peligro de estallar socialmente, el Gobierno lo sabía, al igual que los líderes
de la oposición. Y dentro de un estallido social, con una pandemia acechando,
no habría país para nadie. Así que estaban entre la espada y la pared,
“estallido social o propagación exponencial
del EBOV-HK6”. Por tal razón la oposición sugirió al gobierno a través
de su vocero principal “el Vicepresidente Quijada”, que la población tenía que
entretenerse dentro de sus comunidades, pero ese entretenimiento debía ser controlado y supervisado.
Las
concentraciones estaban prohibidas, cuando hablo de concentraciones me refiero
a eso, concentraciones de verdad. Si jugábamos dominó entre vecinos, o una
pequeña partida de futbolito, no se consideraba concentración. A la gente se le
permitió salir dentro de sus comunidades, evitando concentraciones masivas. El
Gobierno permitió un poco de flexibilidad en esto, para drenar tensiones, para
que fuesen pequeñas válvulas de escape. Porque estaban conscientes que con todo
ese cerco mediático la cosa podría terminar en caos.
Pero
estábamos condenados, el HK-6 estaba sumamente cerca, se pudo aguantar el
estallido social, pero la velocidad de propagación de HK-6 no iba a poder
evitarse. Solo pasamos días, quizás
algunas semanas de paz y tranquilidad,
ante que todo se fuese al carajo…Solo me pregunto, ¿por qué no fuimos tan
unidos en otras ocasiones? Me resulta muy difícil escribir esto…la verdad no
quisiera hacerlo…solo me encantaría despertar de esta horrible pesadilla. El
pueblo de Venezuela ya no tenía tintes políticos, fuimos unidos como en la
época independentista, volvimos a ser en totalidad el pueblo de aquellos
tiempos, el pueblo que derrotó al imperio más poderoso de esa época.
Quizás
no fue acertada la decisión de brindar a la gente un poco de flexibilidad para
entretenerse dentro de sus comunidades, tal vez ello ayudó a propagar más el
HK-6, pero por primera vez, todos jugamos como hermanos, los niños volvieron a
los juegos tradicionales, echaron a un lado los videojuegos, empezaron a leer
la prensa, en pocas semanas Venezuela se estaba convirtiendo en un país
extremadamente culto
Así
pasaban los días, el Gobierno y las empresas privadas garantizaban nuestra
subsistencia, sin embargo como es bien sabido, Venezuela era un país en su mayoría
importador de casi todo debido a los grandes ingresos petroleros que
recibíamos, así que empezamos a carecer de muchos lujos y comodidades. El País
tenía una reserva de alimentos para cinco meses y al ritmo que íbamos en
cualquier momento treinta millones de personas tendrían hambre, por tal razón
se decretó otra medida con urgencia “SEMBRAR LA TIERRA”. Donde una parte de los
trabajadores de empresas “no estratégicas” tenían que prestar sus servicios en
los campos cercanos a las urbes. Trabajadores y profesionales como abogados,
maestros, funcionarios públicos, dueños de negocios, entre otros, brindaron su
fuerza de trabajo; no lo hicieron de mala gana, todo lo contrario, disfrutaron
de aquella ardua tarea, pero que a la vez era desestresante. Estar en el monte,
en contacto con la naturaleza, les brindó sosiego, fueron felices. Ya no estaban pendientes de pagar
pesadas deudas, el ego de la distinción social se había largado de sus vidas.
El
Presidente estaba a cargo directamente de la producción de alimentos. Pero
llevaría tiempo tener comida para treinta millones de personas, no sería para
nada sencillo. Se trabajó muy fuerte con la siembra de soja, maíz, arroz y
sorgo. Eran los cereales más rápidos que podrían levantar, aunque se olvidaron
del mejor de todos los cereales, que se da en cualquier época del año y casi en
cualquier terreno, un cereal que hasta puede crecer en zonas semiáridas, cereal
que increíblemente crece con facilidad en las naves espaciales de la NASA y que
forma parte de la dieta principal de los astronautas, ese cereal, o mejor dicho
“pseudocereal”, lo llamaron nuestros indígenas “Pira” y otros Amaranto, “el
alimento que no se marchita”, el alimento más nutritivos de todos .
Mi
padre y mi abuelo, nunca se olvidaron de ese mágico alimento, del que más
adelante les daré detalles.
Capítulo VIII. El comienzo de la extinción.
Había
mucha gente colaborando en poco tiempo de manera ordenada y en pequeños grupos
separados, pero lamentablemente no todas las personas eran de buena voluntad.
Existían unos grupos considerables de personas que eran esclavos a sus adicciones,
como drogas, alcohol, promiscuidad, la estafa, corrupción, vanidad.
Sencillamente ellos no podían soportar tanta paz y fraternidad en el país,
porque con tal espíritu en Venezuela se les haría imposible llevar la vida a la
cual ellos estaban acostumbrados; si es que se les puede llamar vida a eso.
Nuestra
Nación estaba aislada del mundo, nuestras fronteras estaban fuertemente
custodiadas y cada gobierno de Suramérica estaba de acuerdo en abrir fuego a
cualquiera que intentase vulnerar el libre derecho que tenía cada país de
impedir que el HK-6 invadiera su territorio y causara el exterminio de toda su
población. No era una cuestión de xenofobia, ni de racismo, era realmente una
cuestión de “sentido común”, era lo que habían acordado todas las naciones
hasta que se lograse encontrar una vacuna contra el HK-6.
Pero
al final no se pudo impedir que aquella pandemia entrase, quizás el culpable no haya sido
directamente la enfermedad del EBOV-HK6, sino nuestras enfermedades
espirituales y emocionales, para las cuales no existen vacunas de laboratorio, donde la cura a ellas realmente
está dentro de nosotros mismos.
Se
logró introducir dentro de nuestras fronteras drogas duras y blandas, whisky,
champaña, vinos de los más lujosos, armas y cualquier otra cosa que necesitaba
ese grupo de gente esclava a sus adicciones y estilos de vidas. Ya los barcos
no atracaban en nuestros puertos, pero un grupo de pequeñas embarcaciones
piratas lograban arribar a nuestras
costas, en playas clandestinas, no custodiadas por nuestra Armada y con
el tráfico de esos productos…
…
Perdón…Y
con el tráfico de esos productos entró el HK-6 y la propagación de ese maldito
virus.
Una
de las cosas, por las cuales el Ébola es tan peligroso, es porque llega a
tardar en promedio entre 10 y 20 días en manifestarse, sin mostrar ningún
síntoma. Así que una persona puede viajar tranquilamente por todas partes,
propagar el virus y no tener ningún síntoma, ni una fiebrecita, ni un leve
dolor de estómago. Sumado a esto, el Ébola se transmite a través de todos los
fluidos corporales. Un simple saludo, un estornudo, o simplemente hablar cerca
del rostro de otra persona ya es suficiente para contagiarse, esto sin
mencionar las relaciones sexuales, contactos de herida a herida y otros medios
más por donde entrase el virus a nuestros organismos.
El
HK-6 había entrado por una de las playas no concurridas de Güiria.
—
¿Qué tenemos para hoy querido Musiú?—preguntó un joven cumanés que era bastante
espigado, de tés morena y de ojos saltones.
—Solamente
Whisky escocés de 12 y 18 años. 400
dólares la botella. Tú puedes vender las de 18 años más cara que la de
doce, esa es mi oferta para hoy.
—
¡Oye Musiú aumentaste otra vez!
—Cada
vez hay menos whisky cumanés… la botella estará pronto a mil dólares, ya no hay
producción en Europa y en casi ninguna otra parte del mundo. Estados Unidos
parece ser el único productor, pero ya sabes, su whisky es de maíz—expresó el
Italiano en correcto español, pero con ligero acento de su tierra.
—Bueno
Musiú basta de tanta charla, dame una caja—ordenó el cumanés, quién sacaba un
gran fajo de billetes 100 dólares.
Aquel
italiano estaba acompañado de un compatriota de él, dos hombres de Barbados fuertemente
armados y dos mujeres rubias sumamente
atractivas procedentes de Holanda. Una de ellas salió del camarote de la
embarcación, llevaba puesto traje de baño de dos piezas, aquella mujer parecía
ser alérgica a la tela.
Todos
en aquella embarcación a excepción de uno de los hombres de Barbados, eran
portadores del HK-6.
El
cumanés y el chofer de la camioneta para el contrabando, él cual era de
Caracas, quedaron con la boca abierta, no despegaban la mirada de aquella
hermosa catira holandesa de ojos azulitos.
—
¿Te gusta cumanés?—preguntó el musiú.
—
¡Musiú, llévame contigo!
—
¿Quieres fornicar con ella?
Después
de esa pregunta el corazón del moreno cumanés se le iba a salir por la boca, al
igual que su chofer, quien sostenía en su boca un gran tabaco que echaba humo
como la chimenea de un viejo tren.
—
¡Claro Musiú!, ¿a quién hay que matar para acostarse con ella?
—A
nadie, tú porque eres mi cliente fijo te haré una oferta. Trescientos dólares
cada uno… por esta belleza cobro mil dólares.
El
caraqueño y el cumanés se volvieron locos, empezaron a sacar 600 dólares de
aquel fajo, se estaban gastando la mitad de la ganancia de la caja de whisky de
un solo tajo.
Se
subieron al bote, entregaron los 600 dólares al italiano. Al instante se dan
cuenta que sale otra rubia del camarote de ojos café, tan bella como la
primera.
—
¿Y esta Musiú?, no me dijiste nada esta otra catira.
—
¡Ni lo sueñes cumanés…! Ni tú tampoco
caraqueño, esta es mía, no la toca nadie—sentenció el italiano y al mismo
tiempo se acercaba a la rubia de ojos café para abrazarla y darle un beso
sumamente lascivo.
—Al
carajo Musiú, vente “Caracas”, vamos a darnos vida.
Aquellos
hombres tuvieron sexo con aquella hermosa rubia, disfrutaron de algunos minutos
de placer y ya su destino estaba escrito, ambos en tan solo algunos días se convertirían
en exhumanos, y antes de ello, irían propagando el virus por todo el camino,
por toda Venezuela. Los dos hombres
hablarían con amigos y clientes de cerca, compartiría cigarros y tabacos,
porros de marihuana, besarían a cuanta mujer que quisieran besarlos, tendrían
relaciones sexuales con sus esposas, sus esposas que son infieles tendrían sexo
con sus amantes. Aquellos dos hombres también estornudarían, pelearían,
compartirían bebidas del pico de la botella, compartirían cubiertos y
cucharillas, pero sobre todo, tendrían mucho sexo con todo el dinero que
ganaban, y cada persona contagiada por ellos contagiarían a su vez a todo su
círculo, a todo su entorno.
Algo
similar pasó con la “Gripe Española”. En
aquella época, cuando finalizaba la Primera Guerra Mundial, todo aquel
movimientos de miles y miles de soldados por casi todas partes del mundo, hizo
que se propagara tal enfermedad, los soldados se habían convertidos en vectores
del virus al regresar a sus casas luego de la paz alcanzada, propagando de
manera EXPONENCIAL La Gripe Española que mató más humanos que la Primera y la
Segunda Guerra Mundial juntas.
Así
el HK-6 empezó a viajar a la velocidad de la luz por toda Venezuela, a un ritmo
exponencial nunca antes visto. Y lo peor de todo, es que los infectados no iban
a morir, sino que empezarían una larga marcha dirigidos por el HK-6 para
exterminar a la humanidad, ya sea por infección o devorada por ellos mismos.
Capítulo IX. Ondas Cortas.
“Si la onda corta hubiera sido
descubierta hoy en vez de ocho décadas atrás, sería aclamada como una nueva
tecnología asombrosa con un gran potencial para el mundo en que vivimos hoy en
día.” - John Tusa, Ex director del Servicio Mundial de la BBC
El
Abuelo Ralf había reunido en el sótano un gran equipo de radioaficionado, con
capacidad de captar diferentes ondas del espectro electromagnético de la
Tierra, entre ellas: Frecuencias Medias (MF) que capta AM, Frecuencias Altas
(HF) que capta SW u Ondas Cortas y Frecuencias Muy Altas (VHF) que agarra FM y canales
de televisión, todas las mencionadas también son de uso militar, policial,
gubernamental y otros.
Pero
entre estas frecuencias, la mejor de todas es la HF, conocida popularmente como
“ondas cortas”, con la cual se puede recibir, transmitir, o mejor dicho,
establecer comunicación con algún radio operador de cualquier parte del mundo, “no necesitas
satélite”, solo tener el equipo adecuado, antena y electricidad; Incluso,
cualquier persona puede convertir su radio normal que agarra AM y FM, en una
radio receptora de ondas cortas y escuchar emisoras de cualquier parte del
mundo, todo gracias a la Ionósfera de la Tierra, la cual es una capa cargada
con electromagnetismo, debido la ruptura de moléculas por la radiación solar,
al haber esta ruptura de las moléculas se desprenden iones cargados de
electricidad que hacen que las ondas de radio reboten o se reflexionen por toda
la Tierra, viajando grandes distancias.
Las
ondas cortas rompen todas las barreras que puedan existir, no existe gobierno
que pueda impedir la comunicación a través de la Ionósfera, tampoco existe
barreras tecnológicas que pueda limitar su uso, ni grandes distancias, ni
pobreza, ni nada, simplemente porque la radiación solar sobra. Aunque esta
misma radiación solar puede limitar su uso, ya que en horas del día, cuando la
radiación es muy fuerte, las ondas de radio logran viajar con dificultad, es
por eso que los radioaficionados usan las horas entre seis de la tarde hasta
las primeras horas de la mañana, donde la recepción y transmisión por ondas
cortas es muy fuerte.
—
José, ya que no hay internet, ¿por qué no intentas navegar con la vieja radio
del abuelo? Quizás encuentres algunas emisoras que estén transmitiendo desde
África o Europa—me pidió mi padre.
—buena
idea, lo haré—respondí.
Tanta
modernidad hizo que yo no tomara en cuenta el viejo equipo de radioaficionado
de mi abuelo, así que bajé inmediatamente al sótano, prendí todo el equipo, el
cual es analógico en todos sus controles y me puse a sintonizar frecuencias. Mi
abuelo había archivado una lista de canales por diferentes partes del mundo,
México, Colombia, El Salvador, Argentina, Bolivia, Francia, España, Alemania,
Rusia, Holanda, Nigeria, Sudáfrica, Madagascar, Etiopía, Argelia, Palestina,
Irán, Israel, China, Malasia, India, Australia y otros países más. Cuantos
países, cuánta cultura, que acertado fue mi abuelo al tener un equipo de Ondas
Cortas.
El
Abuelo había colocado una antena de manera clandestina en la sede de la
Alcaldía, en una torre receptora de ese edificio, había logrado convencer al
técnico que hacía mantenimiento allí para que colocara la antena, y además de
esta, había otra antena alterna, frente a nuestra casa, en un poste de cables
eléctricos, la cual estaba colocada con discreción. Es importante mencionar que
el Casco Histórico de Ciudad Bolívar es uno de los lugares más alto de esta
ciudad (un gran cerro), lo que otorgaba una gran ventaja para la radio afición
y es por eso que todos los canales de televisión de señal abierta colocaron sus
torres repetidoras en este lugar.
Decidí
ubicarme primero en España, “Europa”, el ojo del huracán y el idioma que domino
a la perfección.
Primero
escuché una emisora que me sobrecogió de estupor, el radiodifusor parecía ser
una persona evangélica por el léxico usado.
“Arrepiéntanse,
el apocalipsis ha llegado, el fin del Mundo está frente a ustedes, Babilonia La
Grande ha caído, es el momento de convertirse al evangelio. Los monstruos nos
atacan, han salido del infierno para acabar con la humanidad. ESOS ZOMBIS son
la causa de tantos pecados.”
¿Zombis?,
no… no lo podía creer, quizás esa persona usó esa palabra como metáfora, pero
aun así era perturbador. Seguí escuchando aquella enérgica voz que llamaba al
arrepentimiento con acento gallego. Seguía mencionando la palabra zombi, decidí
quitar aquel canal y me dediqué a escuchar una conversación entre dos
radioaficionados.
—Barcelona
está cayendo… sí, Barcelona está cayendo, los militares no pueden contra esas
Malditas Cosas, cambio—dijo un radioaficionado,
un tal Caballero Real.
—Sevilla
está de pie, está organizada, resiste con heroísmo. Espero no corra la misma
suerte de Madrid, cambio—dijo un “Carlos
23”.
Ahora
sí, me puse frío, seguro estaba pálido, “Zombis; Malditas Cosas; Barcelona está cayendo, misma suerte
de Madrid”. Esperé que terminara la conversación, no podía interrumpir, eran
las normas de radioaficionado.
—Caballero
Real, Caballero Real, aquí José Müller desde Venezuela, solicito hablar con
usted, cambio—dije por el micrófono de los audífonos.
Ya
había colocado un viejo cassette para grabar la conversación, a fin de
mostrársela a mi padre.
—Adelante
José Müller, aquí Caballero Real, cambio.
—Hermano,
escuché tu conversación, también escuché la transmisión de un pastor evangélico
o algo así y mencionó la palabra zombi, y ahora ustedes hablan de que Barcelona
está cayendo, cambio.
—Efectivamente
José de Venezuela, estamos en medio de una guerra contra infectados por el
HK-6, aquí es un caos, Francia ha caído, Portugal resistiendo al igual que
nosotros, cambio.
—Pero…
¿Qué es eso de zombis y malditas cosas?, cambio.
—Si
José, estamos luchando contra zombis, muertos vivientes, infectados, nomuertos,
exhumanos, o como queráis llamaros tío. ¿Ustedes cómo estáis en Venezuela?,
cambio.
—No
hemos visto nada de eso, pero la Fuerza Armada está por todas partes y nuestras
fronteras están cerradas, cambio.
—No
se confíen José de Venezuela, así empezamos nosotros, un solo infectado que
entre a sus fronteras y, listo, es el fin. Prepárense para lo peor, busquen
refugio, comida, medicinas, agua; o váyanse para la Selva, ustedes tienen donde
esconderse al menos, cambio.
—Pero…
¿Cómo son? ¿Cómo atacan?, cambio.
—Como
en las películas José, como en “Guerra
Mundial Z, Exterminio, Resident Evil o The Walking Dead”, la misma ostia tío,
hay que darles en la cabeza, acabar con su función cerebral, cambio.
—
¡Versia! ¿Y la vacuna? ¿No hay cura?, cambio.
—Nada
José de Venezuela… nada, la OMS no ha encontrado nada, de hecho, dejaron de
comunicarse con los gobiernos, o al menos así parece. Necesito irme José.
Tengan mucho cuidado tío, prepárense, quizás ya tienen a esa cosas en su país,
cambio.
—Gracias
Caballero Real, estaremos en contacto, cambio.
—Una
cosa que no te dije José de Venezuela, hay dos tipos de zombis, hay un grupo
reducido que son rápidos y fuertes, como si hubiesen consumido metanfetaminas,
babean sangre con saliva, parecen tener algo de inteligencia, los otros son
iguales a los muertos vivientes, andan con rigor mortis. Me voy José, otro día
seguimos, si es que estoy vivo. Un placer, cambio y fuera.
—Gracias
por toda la información Caballero Real, cuídate, un placer también, cambio y
fuera.
Subí
corriendo a la casa, mi padre estaba esperando la próxima Cadena de las nueve.
—
¡Papá, papá! Tienes que venir para el sótano, tienes que escuchar una
grabación—le exclamé de manera alarmada,
él estaba de la manera más relajada, sentado en su silleta de cuero de ganado
frente a la televisión.
—
¿Qué te pasa, escuchaste al Silbón por la radio?—preguntó mi padre bromeando,
que tenía una copa de vino en su mano izquierda.
—
¡Carajo papá, baja, no estoy para vainas!—le dije y continué. —Es sobre el
virus ese, es una cosa que convierte a la gente en zombi. España está luchando,
Francia ha caído, Portugal está peleando.
Mi
padre no esperó que se lo dijera dos veces, se paró de su cómoda silleta y puso
su copa de vino en la mesita que tenía al lado. Bajó por la escalera, se sentó
frente al radio y yo le coloqué el cassette. Mi papá estaba paralizado por lo
que escuchaba. Después de oír me dijo: —Tenemos que avisarle a todos los
vecinos, tienen que prepararse.
Así
que salimos a la calle, le dijimos a todos los vecinos, al menos a los más
cercanos. Se burlaron de él diciéndole: “viejo loco, paranoico, déjate de
películas, Lorenzo, eso es mentira de los españoles, quédate tranquilo”.
Nadie
nos hizo caso, obviamente estaban preocupados por el virus, pero de aquí, a
pensar en zombis… era mucho para ellos.
—Tenemos
que avisarle a los García y a los Razzetti”, expresó mi padre.
Los
García y los Razzetti eran dos familias que tenían sótanos también y estaban
preparados como nosotros o quizás mejor. La casa de los Razzetti estaba cerca
de la Antigua Cárcel de Ciudad Bolívar y tenían acceso a los túneles por esos
lados y hacia el viejo Fuerte San Gabriel, hoy Mirador de Angostura. Después
estaba la casa de los García, donde su hogar estaba bastante cerca de La Casa
de Las Tejas.
Llegamos
a donde los García.
—Jaime,
¿Está tu padre?—preguntó mi papá al hijo menor del señor Carlos García.
—Si
está, adelante—respondió Jaime.
Entramos,
Calos nos recibió, sostuvimos una conversación con él y su esposa. Los
García son una familia de cinco
personas, Carlos y su esposa, Jaime el hijo menor de doce años, Claudia la que
le sigue con quince años y Carlitos el hijo mayor de dieciocho años. Ellos “no
dieron por falsa” nuestra información y procedieron a llamar por telefonía fija
a los Razzetti, que subieron inmediatamente.
Los
Razzetti son una familia de cuatro personas, El Señor Vincenzo Razzetti, su
esposa la Señora Carla de Razzetti, y sus dos hijos, María de diecinueve años,
novia del hijo mayor de los García y George de dieciséis años.
Los
Razzetti llegaron en 15 minutos, los muchachos se pusieron todos a jugar videojuegos,
excepto María y Carlitos, que seguro estarían besándose en algún rincón de la
casa, a ellos no le importaba mucho lo del fin del mundo, ni virus, ni zombis,
ni cualquier otra vaina que tuviese que ver con la extinción de la humanidad,
estaban enamorados, estaban en su mundo de fantasía, ellos se la pasaban
planificando la boda perfecta de sus sueños.
Los
jefes de familias, más mi persona, empezamos hablar sobre lo que yo había
grabado, fui a la casa a buscar el cassette por orden de mi papá y regresé.
El
Señor Carlos García sacó un viejo minicomponente y colocó el cassette. Las
familias quedaron asombradas; pero no lo pusieron en duda. Quedamos de no salir
de nuestras casas a partir de ese momento. Usaríamos la radio para comunicarnos,
Los Razzetti tenían un equipo viejo de radio cómo el nuestro, que tampoco
usaban, los García solo tenían un equipo de walky talky, pero extremadamente
poderoso, parecido a aquellos viejos walky talky de los militares de hace
cuatro décadas.
Carlos
García sacó a flote el tema de las armas haciendo la siguiente pregunta:
—
¿Con qué armas contamos en caso de que eso llegue aquí?
Los
Razzetti tenían cero armas, Vincenzo no sería capaz de disparar un arma de
fuego, Carlos García mencionó que solo contaba con un revolver calibre 38,
cañón largo. Uno que conservó cuando su padre había sido policía. Los mejores
equipados en armas éramos nosotros y solo contábamos con una vieja escopeta de
dos cañones y una carabina de caza menor,
calibre 22. Eran las armas de cacería de mi abuelo, las cuales estaban bien
conservadas, eso era nuestra única armería.
—Carlos,
no tenemos casi armas y no somos Rambos, si Francia ha caído con todo su
poderío militar, ya te podrás imaginar nosotros, creo que lo importante es, si
eso llegase aquí, sería evitar al cien por ciento cualquier enfrentamiento o
acercamiento con eso zombis—comentó mi padre.
—Opino
igual que tú Lorenzo, debemos encerrarnos en nuestras madrigueras y esperar que
la tormenta pase—dijo Vincenzo, mostrando en su rostro todo el apoyo a las
palabras de mi padre.
—Pero
aun así deberíamos tener más armas y muchas balas—añadió García.
—Pero
bueno Carlos, tú sabes que aquí en Venezuela está prohibida la venta y compra
de armas de fuego, no encontraríamos armas por ninguna parte, lo último que
necesitamos es caer presos, y que nos agarre “todo el desastre” tras las
rejas—dijo mi padre, ejerciendo su moral y liderazgo.
—Pero
insisto, debemos tener más armas, podemos conseguirlas con la delincuencia,
tengo un amigo que tiene contactos.
—No
querido amigo—intervino Vincenzo. —Yo no quiero nada con delincuentes,
preferiría negociar con los zombis esos. Y no quiero nada de armas en mi casa,
allí lo que tengo son los dos bates de mi hijo, los de su práctica de beisbol,
con eso estoy bien. Además mi muchacho es muy inventador, se la pasa con esos
juegos de video de guerra y matadera, ese no aguantaría las ganas de disparar
una vaina de esa.
El
señor Carlos García era el más inventador de todos nosotros, si es por él,
tendría un tanque de guerra y una ametralladora calibre punto 50. Aunque para ser sinceros, estábamos
pobremente armados para enfrentar una situación como la que estaba viviendo
España. No teníamos mejor opción que escondernos en nuestros refugios y esperar
que pasara la tormenta; pero esa frase de: “hasta que pase la tormenta”, es una
estúpida frase para un tiempo apocalíptico, es una forma de engañar a nuestro subconsciente.
Mi
abuelo se preocupó por almacenar cartuchos de escopeta calibre 12, y balas
calibre 22 para su carabina, con el objetivo de cazar, para subsistir en caso
que hubiese que hacerlo, tal como lo hizo en los fríos bosques de Polonia. A
pesar de su “fuerte paranoia” como lo llamo yo, o “precaución” como lo llama mi
padre, nunca se preocupó por almacenar armas de guerra, ni sus derivados, como
explosivos C-4, granadas, minas, entre otros. Con toda aquella matanza que
presenció en Polonia por parte de los Nazis no le quedó deseos de tomar armas
contra otro ser humano. La única vez que disparó un arma contra un humano aquí
en Ciudad Bolívar fue en la década de los setenta, cuando un ladrón lo tenía
hastiado con el robo de sus gallinas. Mi abuelo lo esperó una noche, escondido
en la oscuridad. El ladrón llegó y él tenía su escopeta de dos tiros lista con
cartuchos de perdigones. Le disparó a una distancia de siete metros, el ladrón
lanzó un grito ahogado de dolor y volvió a saltar el muro, mi abuelo le disparó
por segunda vez cuando éste estaba encaramado en el paredón y otro grito
ahogado de dolor se volvió a escuchar. Por la calle, el ladrón había dejado un
rastro de sangre. Más nunca volvió a robar al abuelo, los vecinos salieron ante
tal estruendo de la escopeta.
Ese
acto de defensa del abuelo sirvió para que nunca más un ladrón pusiera un pie
en la casa, la fama de Don Ralf como viejo duro se extendió por todo el Casco
Histórico y sus adyacencias. El Ladrón no murió, si mi abuelo lo hubiese
querido matar hubiese puesto otros tipos de cartuchos, de los que llaman “tres
en boca”; o el de un solo plomo. Solo lo asustó y le dejó heridas para que se
recordara de él toda su vida, con la esperanza además de que aquel ladrón
hubiese aprendido a no robar más.
La
reunión había terminado, los Razzetti se fueron para su casa, nosotros también.
Quedamos de reunirnos otra vez pero lo haríamos debajo del Casco Histórico…
empezaríamos a usar los túneles.
Capítulo X. Primer Teniente María Camejo.
La
Primer Teniente Ejército: CAMEJO, María. Mujer de veintitrés años que decidió
convertirse en una guerrera el día que casi fue violada a los trece años de
edad, cuando cursaba octavo grado en el liceo Fermín Toro de Cumaná, casi fue
ultrajada por un depravado mental de no haber sido por la intervención de un
policía que andaba de civil por la calle y escuchó los gritos de una muchacha,
que provenían de una casa vieja abandonada. Fue un trauma que aún no ha podido
superar y juró que al salir del liceo se haría oficial del Ejército.
Había
tomado el camino de la Infantería, realizando los cursos más rudos del
ejército, cursos donde muchos hombres lloran, pero que ella en medio de su
juramento y la fuerza de su deseo de hacerse la guerrera más poderosa, pudo
soportar todos los cursos de “Fuerzas Especiales”, sus superiores le llamaban
“Comando Camejo”, aprendieron a respetarla, y dejaron de verla como un eslabón
débil.
Es
una mujer esbelta y atlética, ojos marrón claros y penetrantes, cabello
ligeramente rizado que siempre lo mantiene a la altura del cuello, sumamente
bella; pero dicha belleza es opacada significativamente por su rudeza, evita
casi todo acto de feminidad, su piel es morena de un tono claro y su estatura
casi toca los 1,70 metros.
La
Teniente Camejo había sido destacada en la Quinta División de Infantería de
Selva, específicamente en el Fuerte Cayaurima de Ciudad Bolívar, era parte de la
escolta del General en Jefe GONZÁLEZ, Julio,
quién comandaba toda la mencionada División. El General González nunca
dudó en que ella fuese miembro de su escolta, debido a su gran capacidad para
el combate cuerpo a cuerpo y su fina puntería.
González también la había designado
para comandar el suministro de alimentos a la zona del Casco Histórico de
Ciudad Bolívar. Tenía a su cargo un camión militar de carga, y dos rústicos
militares Tiuna, ambos rústicos tenían para colocar una ametralladora .50, pero
siempre salían al Casco Histórico sin esas ametralladoras, era la orden del
General a fin de no alarmar a la población, aunque sus subalternos iban armados
con fusiles AK-103 y ella con su pistola reglamentaria 9 mm “Zamorana”.
—Mi
Teniente Camejo, el Camión está lleno—dijo el Sargento Segundo NÚÑEZ, Fabricio.
—Bueno
Sargento, de la orden, nos vamos—ordenó la Teniente Camejo con voz determinada,
voz que hacía enfriarle el guarapo a cualquier superior o subalterno que se le
ocurriese cortejarla.
Salieron
del Fuerte Cayaurima, el rústico de la Teniente iba de primero, el camión en el
centro y el otro rústico atrás. Cada rústico tenía cuatro efectivos, el camión
tenía dos efectivos adelante y cuatro colaboradores de la Milicia Bolivariana
en la parte atrás del camión.
Al
llegar al Casco Histórico, específicamente a la Plaza Bolívar,
la teniente se bajó de su vehículo para coordinar con los líderes
sociales de aquella comunidad la entrega de alimentos y otros productos, para
luego ir repartiendo casa por casa.
Camejo,
cuando estaba frente a las familias de aquella comunidad se transformaba en una
mujer cordial, mostraba un poquito de amor, pero ese poquito sorprendía por
completo a la tropa bajo su mando, era el único momento del día en que ellos
podían ver el lado humano de esa máquina de guerra que parecía programada para
cumplir cualquier orden, o romperle las pelotas de un solo tajo a cualquier
hombre que intentase sobrepasarse con ella.
—Hola
mi Teniente, buenos días. ¿No va a pasar a tomarse una tacita de café?—dijo la
señora María al abrir la puerta de su casa para recibir su dotación de
alimentos.
—No
reina, no puedo, tenemos que entregar toda esta comida y nos queda otro viaje
todavía, tenemos que cubrir la otra parte del Casco. Pero para no despreciarte
te acepto un poquito de café aquí mismo en la puerta… ¡Pero rápido!—comunicó
Camejo y la señora fue corriendo a buscar el café.
El
Soldado que entregó la bolsa con los alimentos a la señora María disfrutaba la
voz cambiada de su Teniente, se hacía como “él que no escuchaba”, pero guardaba
ese tono de voz en su ser, era el único momento del día que podía ver a su
teniente hablando como una mujer dulce.
Esa
era la rutina diaria de Camejo y de su tropa. A veces ayudaban a cubrir otras
zonas de la ciudad, en especial la del Perú y la de la Sabanita, por su alta
densidad poblacional y por el peligro de que ocurriesen actos vandálicos.
Yo
la conocí a ella porque lógicamente formábamos parte de la comunidad. Nos
suministraba alimentos, siempre rechazábamos tal suministro, pero aquella mujer
no se le podía llevar la contraria.
—Es
la dotación que le toca a usted Señor Lorenzo—le dijo a mi padre, pero no con
su cortesía femenina, sino con su carácter militar, carácter que sacaba cuando
un civil le seguía la contraria.
Así
que mi padre no tenía más opción que hacer caso. Aquella cantidad extra de
alimentos no le vendría mal a mi padre después de todo, también podía guardarla
para darla a otro vecino que la necesitase.
Camejo
dominaba un par de artes marciales, judo y ju jit su, sin mencionar que era
especialista en técnicas de defensa personal, podía desamar a una persona en
segundos y romperle la muñera u otra parte del cuerpo. Aquella morena clara del oriente del país era un
instrumento de hacer daño, un instrumento diseñado por ella misma y por el
ejército, para matar. Y ella lo sabía, estaba consciente de eso, era una de las
muy escazas mujeres de las Fuerzas Especiales del Ejército, un grupo que tiene
como lema “¡COMANDOS NUNCA MUEREN! solo bajamos al infierno a reagruparnos,
para combatir a Satanás en su propio territorio.”
Capítulo XI. Fatídica Cadena.
Luego de doce días que entró el EBOV-HK 6 a Venezuela.
(Cadena del 30/Agosto/2017). Cadena Nacional.
Presidente
Sarmiento:
“Venezolanos
y venezolanas, cumplo con informarle, que lamentablemente el virus de EBOV HK-6
ha entrado a nuestras fronteras…”
[El Presidente
Sarmiento estaba visiblemente afectado, con los ojos nublados, haciendo un gran
esfuerzo por no liberar sus lágrimas, por no liberar su llanto.]
“…Este
virus se comporta totalmente diferente a su predecesor el Ébola, los pacientes
no mueren, ellos siguen con vida, no cesan en su búsqueda por infectar a los
seres humanos, también se ha visto casos que se comen a otras personas, o
cualquier cosa que tenga vida.
Llamo a un
TOQUE DE QUEDA del más estricto. Nadie puede salir de su casa bajo ninguna condición.
Las Fuerzas Armadas y la policía están tratando de neutralizar a estas
personas que han perdido su humanidad. El Oriente del País y el Centro son los
más afectados en la actualidad, en Caracas estamos luchando contra este mal.
Les pido que no entren en pánico, no salgan de sus casas bajo ningún motivo o
circunstancia.
Los
alimentos, medicinas, gas natural, electricidad y el agua potable seguirán
llegando a sus hogares, pero de manera limitada, así que se les ruega la mejor
administración de esos escasos y vitales recursos. Si se mantienen en sus
hogares estarán a salvo. El Vicepresidente les dará otras instrucciones”.
Vicepresidente
Quijada:
“Venezolanos y venezolanas, el peor
escenario para el país ha llegado. Nos toca ahora enfrentar nuevos retos,
quizás los más duro de toda la historia de Venezuela, así que le rogamos a Dios
que nos auxilie, y nos ayude a salir de esto. Reitero el llamado que hizo
Presidente Sarmiento, el de no salir de sus casas bajo ninguna circunstancia a
fin de preservar sus vidas”.
La Cadena
continuó, algunas personas que nunca antes habíamos visto dieron instrucciones
especializadas para casos de pandemia, explicaron cómo administrar la comida y
el agua, cómo asegurar las viviendas, pero sobre todo, resaltaron el llamado a
la calma y a no salir de nuestras casas. Nos explicaron que de mantenernos en
nuestros hogares podríamos frenar el avance de la pandemia y se facilitaría la
neutralización de los infectados.
Mi padre no
estaba sorprendido, ni tampoco mi persona, sabíamos que aquello era inevitable.
Procedimos a asegurar nuestra casa, tal como explicaron en la Cadena, aunque
nuestra verdadera protección estaba en nuestro sótano.
Nunca más pude
comunicarme con mi ex novia, que a pesar de su infidelidad, estaba sumamente
preocupado por ella. Deseé de todo corazón que estuviese resguarda de toda esta
vaina que amenazaba en convertirse en una pandemia apocalíptica.
Después de
aquella fatídica Cadena Presidencial la telefonía fija colapsó, la comunicación
entre venezolanos se acabó por completo, afortunadamente estaba la
televisión, con solo dos canales transmitiendo, un canal privado y el canal del
Estado. En la radio, los venezolanos solo tenían acceso a una emisora que
transmitía desde Fuerte Tiuna en Caracas.
En mi
vecindario nadie se atrevió a salir, la terrible noticia sobre que el HK-6
penetró nuestras fronteras y el hecho de que los infectados andaban por las
calles atacando, contagiando y comiendo gente los paralizó, aquella noticia los
llenó de terror. Pero ya muchos hogares en Ciudad Bolívar tenían al menos un
infectado dentro de sus paredes, comportándose de la manera más normal, hasta
que el virus tomó posesión completa de ellos, la mayoría de esas personas se
habían contagiado en sus trabajos, eran las personas que tenían que salir de
sus casas a producir alimentos y otros tantos, eran personas esclavas de sus
vicios que estaban contrabandeando y cometiendo otros delitos.
A continuación
anexo la carta de un muchacho o muchacha que logró escapar de su casa y que
supongo que sea de Ciudad Bolívar.
“Después de la
Cadena Presidencial, nos reunimos a cenar, mis padres, mi hermano mayor y yo.
Comíamos en profundo silencio, mi madre había hecho arepas asadas con
mortadela y carato de mango. De pronto mi padre empezó a toser sangre sobre la
mesa, sus ojos se le voltearon, mi madre entró en pánico y empezó a auxiliarlo.
Mi hermano y yo nos quedamos viendo todo aquello, estábamos paralizados…hasta
que ocurrió, mi padre cayó tendido sobre la mesa, derramando la jarra de carato
de mango, botaba sangre y saliva por la boca, parecía que había muerto, mi
madre no paraba de llorar…pero a los pocos segundos mi padre se levantó de la
mesa con los ojos inyectados en sangre, botando una flema y baba rojiza por la
nariz y la boca. Con sus manos aventó la mesa contra la pared con impresionante
fuerza, agarró a mi mamá y le mordió el cuello y mi hermano…”
La carta había
quedado inconclusa, sin fecha y sin nombre, seguro aquel muchacho o muchacha no
pudo seguir describiendo todo aquello, por todo el horror que vivió donde
perdió a su familia de la peor manera que se pueda perder, donde tu propio
padre haya asesinado a tu madre. Pobre muchacho o muchacha, espero que esté con
vida.
Más adelante
le relataré como encontramos ese trozo de papel y algunos otros más, incluyendo
un pequeño diario con la imagen de “Tío Tigre y Tío Conejo”. Me parece que por
más duras que hayan sido nuestras experiencias, el ser humano desea dejar algo
escrito, un testimonio, una advertencia para otros, debe ser por la semilla de
amor que se encuentra sembrada en todas las almas y por el deseo innato de
preservar un idioma, una cultura. Porque son los documentos que preservan el
rico y variado legado de la humanidad, y los mejores documentos, durante
todos los siglos ha sido la palabra escrita, tal es el caso del “Diario de Ana
Frank”, en donde una niña judía con inocencia y con deseos de vivir, lleva su
diario personal dentro de un refugio secreto contra los Nazis.
Aquí en Ciudad
Bolívar, al lado del Orinoco, me siento de alguna forma como Ana Frank,
escondiéndome del HK-6”, a diferencia de ella y su familia que se escondían de
los NAZIS.
<<El lector
puede saltar este capítulo y no perderá el hilo dela historia>>.
Capítulo XII. Nuestro refugio.
*
Nuestro
negocio estaba lleno de víveres, desde productos de la cesta básica, hasta
ciertas exquisiteces, como pescado ahumado y jamón curado (Preparados por mi
padre). Los turistas que iban a Canaima, Roraima y al Caura siempre se
abastecían aquí, la comunidad también compraba comida en nuestro Café
Turístico, que más que un Café, era un abasto.
Ahora
bien, todos esos víveres que teníamos en el negocio, más los que nos traía la
Teniente Camejo, se quedarían en el café, mi padre nunca los sumó a las
provisiones con que ya contábamos en nuestro sótano, porque su filosofía era
que alguien en algún momento entraría a nuestra casa, ya sea por las buenas o
por la fuerza, y si lo hacía en un momento como éste, era para llevar comida, y
él no se lo negaría, porque esa comida seguro salvaría vidas (ojalá fuese gente
buena que entrase a la casa).
Nuestra
casa posee un amplio sótano, al parecer según mi abuelo, era un sótano para
almacenar vino durante la colonia española. Posee un amplio salón principal
conectado a un pequeño y estrecho pasillo que conecta con cuatro cuartos, dos a
cada lado. Las habitaciones o cuartos, tienen
forma rectangular de 3x7 metros. Al final de este pequeño pasillo existe
una entrada que dirige a un túnel, que a lo largo del trayecto conecta a otros pasadizos
debajo del Casco Histórico. Nosotros estamos cerca de la parte subterránea de
la Plaza Bolívar y de La Catedral de la ciudad.
En
la sala principal del sótano está el viejo equipo de radio aficionado del
Abuelo.
Un
refugio, por más alimento y agua que tenga almacenada, siempre se va a terminar,
no importa si se guarda toneladas y toneladas de comida, o millones de litros
de agua; al final siempre se acaban, ¿por qué?, pues simple, son recursos
finitos y el consumo humano es lineal, y en la mayoría de los casos es
exponencial. Así que todo refugio debe contar con un medio “autosustentable y
renovable” para obtener agua y comida.
Nosotros
contamos con alimentos para aproximadamente dos años, y racionando la comida
podríamos llegar fácilmente a más de dos años y medio, calculado sobre la base
para tres personas. Nuestra reserva básicas está compuesta por maíz, frijoles,
lentejas, caraotas, arroz, pasta, harina de maíz y de trigo, harina de arroz,
harina de topocho, avena en hojuelas y grandes cantidades de casabe; eso sería
en la parte de granos y cereales, los cuales estaban guardados en envases
plásticos herméticos con capacidad para 42 kilos, aunque no mencioné nuestra
reserva estratégica de pira o amaranto, porque al final quiero dedicarle un
espacio a algunos detalles de este cereal o pseudo cereal.
En
la parte proteica animal, tenemos leche en polvo, leche condensada en latas,
queso fundido en envases de vidrio, queso de año, piernas de cochino curadas,
dulce de leche en bloques y en crema. De enlatados tenemos atún, sardinas,
jurel, jamón endiablado, carne de almuerzo y salchichas. Contamos con una
reserva importante pero de moderada duración de: pescado, carne, pollo y
tocineta, todos ahumados de manera profunda, con la cantidad correcta de sal y
empaquetados en bolsas de plástico al vacío.
Tenemos
otros enlatados y envases de virios al vació que no son cárnicos, como
guisantes, maíz dulce, aceitunas negras y verdes, alcaparras, champiñones,
pepinillos y vegetales picados. En frutas en almíbar tenemos: piñas en rodajas,
duraznos, cascos de guayabas, mangos y cerezas.
Como
reserva dulce contamos con envases de vidrios al vacío de mermeladas de
diferentes frutas como guayaba, durazno, mango, fresa y frambuesa. Hay Botellas
de vidrio con miel y envases amplios de vidrio con azúcar; aunque no en muchas cantidades, por
el problema de la humedad; teníamos más era, panelas de papelón que azúcar refinada, ya que
resisten mucho más tiempo la humedad.
Poseemos
una aceptable reserva de frutas deshidratas, como uvas pasas, ciruelas pasas,
manzanas, fresas, plátanos, cambur, tomates, nísperos y rodajas de mangos.
También contábamos con frutos secos, como maní salado, semillas de merey asadas
y horneadas con sal, almendras y semillas de ahuyama.
En
la parte de grasas: tenemos algunos tobos de aceite de soya, latas de
mantequillas y margarinas, aceite de oliva y algo de manteca de cochino.
Como
condimentos tenemos los más esenciales, adaptado a nuestros gustos, los cuales
eran: pimienta negra, curry, adobo, sal refinada y entera (sal en grandes
cantidades porque sirve para preservar carnes), bicarbonato de sodio (para todo
uso), hojas de laurel y orégano, clavo de especie, anís estrellado, onoto en polvo, ajo en polvo, canela, esencia
de vainilla y caldo de pollo deshidratado.
En
la parte de medicinas básicas, altamente necesarias, contamos con antibióticos
de amplio espectro, antipiréticos y analgésicos de los más fundamentales,
antialérgicos, calmantes, soluciones fisiológicas, suero fisiológico, jarabes
broncodilatadores y expectorantes, antidiarreicos, laxantes, antiácido,
complejos vitamínicos, que aunque no son una medicina como tal pero ayudan a
prevenir enfermedades, soluciones desinfectantes, como yodo, alcohol
isopropílico, jabón yodado y agua oxigenada. Hay también una amplia gama de
hojas medicinales secas, trituradas y guardadas en envases de vidrio, algunas
de estas plantas eran: manzanilla, toronjil, tilo, hojas de guanábana, hojas de
colombiana, hojas de pata de perro, orégano orejón, jamaica, perejil, cayena, llantén y eucalipto.
Aparte
de toda esa cantidad de alimentos básicos y medicinas, también poseemos cosas
que realmente no son necesarias, pero que en cierta forma alegran un poco más
la vida, tenemos chucherías de mediana duración, como chocolates en barras y
bombones, refrescos de soda de diversos sabores y chucherías saladas. Mi padre
es un tomador moderado de vino, así que cuenta con su reserva personal de esta
bebida, desde el fino y codiciado vino chileno hasta algunas presentaciones
aceptables de Venezuela. Aquella reserva de vino le durarían mucho, porque debo
decir que soy austero, un no amigo del alcohol. Tengo mi opinión que el alcohol
es necesario pero para otros usos, como
desinfectar heridas o limpiar alguna otra cosa.
Nuestras
reservas de energía para cocinar y otros usos, consistían en ocho bombonas
grandes de gas natural, ocho pimpinas
(de 25 litros c/u) de kerosene y quince pimpinas de gasoil de igual capacidad. No usábamos
gasolina, ni siquiera para nuestra camioneta que tenía una adaptación a gasoil.
Para
cocinar contábamos con una cocina de tamaño normal que funcionaba a gas,
también tenía una adaptación para funcionar a kerosene en caso de agotar
nuestras reservas de gas. Teníamos una modesta planta eléctrica a gasoil, pero
era muy ruidosa y consumía mucho combustible, así que no hacíamos uso de ella.
Pero contábamos con dos ingeniosos inventos de mi padre, con el cual se ganó el
respeto de mi abuelo. Había transformado dos bicicletas estáticas en
generadores eléctricos, las cuales tenían una adaptación de dos alternadores de
carro, una para cada una, donde un transformador de electricidad llevaba el
fluido hasta un conjunto de baterías de camiones y un par de baterías de larga
duración, esto nos permitía hacer ejercicio cada día y a la vez contar con energía
para nuestro radio y algunos aparatos de entretenimiento de bajo consumo como
un pequeño televisor plasma con entrada USB para reproducir películas y música,
un par de mini laptops y una consola portátil de videojuegos.
El
Otro invento, era un molino de aire que estaba en el patio trasero de la casa,
que suministraba fluido eléctrico continuo a nuestro refugio, usaba el mismo
principio de las bicicletas, un alternador eléctrico, un transformador y un
banco de baterías de camión y baterías de larga duración, no era muy poderoso,
pero podía mover una nevera de bajo consumo y tres ventiladores, uno de los
ventiladores siempre estaba prendido y mantenía el refugio ventilado.
En
nuestro refugio contamos con más insumos, que seguro iré mencionando mientras
cuento estos hechos, esos otros insumos facilitan nuestro aseo en general,
tenemos un sistema propio de obtención, almacenamiento y purificación de agua dulce y contamos con algunas
herramientas básicas y repuestos de los diferentes aparatos que usamos.
**
Bien…
hace rato mencioné que hablaría sobre la pira o amaranto, trataré de ser breve.
La pira es un pseudocereal que comieron nuestros indígenas en Venezuela, así
como también lo hicieron en otras partes de América.
Resulta
que la pira es el alimento más nutritivo de todos, llegando a superar incluso a
la leche vacuna, eso es según los datos de la FAO, pero allí no queda el asunto, porque esta
planta, tiene la habilidad y la fuerza para crecer como la hierba mala en
suelos semiáridos y de muy bajo nutrientes durante cualquier época del año. Se
multiplica rápidamente, no necesita mucho cuidado como otras plantas de
cereales. El Amaranto o Pira es tan fuerte para crecer en cualquier parte, que
es una de las únicas plantas que puede crecer en EL ESPACIO, de hecho fue
seleccionada por la NASA durante la década de los 80 como el mejor alimento
para sus astronautas en órbita, llegando la planta a cumplir tres funciones,
una la de brindar nutrición a los tripulantes de las naves y estaciones espaciales,
la segunda función era mantener el oxígeno en renovación constante, ya que las
plantas respiran nuestro dióxido de carbono y liberan oxígeno, y la tercera y
última función fue que, también producía H2O (agua).
Pues
bien… esa es nuestra Pira, el mejor alimento del mundo en todos los aspectos,
que crece como el monte, y muchos piensan que es monte o hierba mala. En
nuestro patio trasero tenemos mucho de esa planta sembrada, y cualquiera que
entrase pensaría que es simplemente monte, pero se trata de la comida sagrada
de América, el alimento que consumieron nuestros Indios Caracas y Los Teques,
alimento que era el secreto de su infinita energía, donde aquellos indios
Caribes de Venezuela resistieron casi setenta años de combate contra los
españoles, y ningún otro grupo de aborígenes resistió tanto en toda la inmensa
América. Cuando los españoles al fin derrotaron a aquellos guerreros a través
de la intriga y de la traición de sus mismos hermanos aborígenes, prohibieron
terminantemente consumir Pira y, quizás desde aquella vez se fue perdiendo tal
tradición, la del consumo del súper alimento, a excepción de algunos grupos que
conservaron el conocimiento de generación en generación. Mi abuelo pudo hacerse
con ese conocimiento de la Pira, gracias a uno de los llaneros del Guárico que
trabajó en su sótano y en sus túneles, que desde que le habló de esa planta, de
sus cualidades nutritivas y medicinales, lo enamoró por completo. Una vez le
mencionó a aquel Guariqueño: “Gracias a Dios los Nazis no conocieron la Pira”.
Ojalá…
si llegamos como humanidad a superar todo este apocalipsis, podamos consumir
Pira, que hasta una leche con ella se puede preparar y donde el límite de
preparación de diferentes platillos con ella lo ponemos nosotros, solo se
necesita creatividad ¿Cuántas hambrunas se pudieron detener con la Pira?,
¿cuántos genios dejaron de existir por no recibir una correcta alimentación?,
¿por qué si la NASA usa esta planta en el espacio, por qué no se usó en las
grandes planicies del África?, ¿por qué nunca se industrializó a nivel
mundial?, ¿por qué no se hizo leche de Pira, carne de Pira, harina de Pira,
dulces de Pira?, pareciese que si no llegaba el HK-6 para acabar con nosotros,
lo haríamos nosotros mismos a través de nuestro egoísmo, quizás hubo poderosos
interesados en que la Pira nunca la conociese la humanidad, en especial aquella
humanidad pobre que carecía de oportunidades.
Capítulo XIII. Encuentro con EXUMANOS.
—Estimados
camaradas de armas, voy a ser breve. Sus comandantes de batallones y de compañías
ya le han informado que estamos en guerra, un tipo de guerra no
convencional—expresó el General González de manera serena, a través del
micrófono que estaba en la tarima del patio principal del Fuerte Cayaurima,
donde el Capellán del Fuerte; “Coronel Estrada”, suele dar la misa—Solo les voy
a exigir tres misiones a cumplir: La primera, que hagan llegar los alimentos a
las casas que ustedes tienen asignadas, cueste lo que cueste, tienen luz verde
de dispar a esas malditas cosas que andan por allí. La segunda misión, no hagan
nada estúpido, “unidad de cuerpo absoluta”, y la tercer misión ¡Nadie muere en
esta verga! ¡Quiero a todos ustedes vivos y sanos!... ¡SELVA POR VENEZUELA!
“¡SELVA
POR VENEZUELA! Gritaron los batallones presentes, parándose firmes y luego
todos al unísono cayeron a discreción.
—
¡Abordar!—gritó con energía el General de la Quinta División de Infantería de
Selva, General González, viejo CAZADOR (fuerzas especiales) experimentado. Hombre que hace derretir el
hielo con su mirada, de tés morena y cabello afro con corte bajo, que a pesar
de estar cerca de sus cincuenta años conserva su musculatura de joven capitán.
Todos
salieron a abordar los vehículos, en su mayoría vehículos rústicos, de carga y
unos pocos blindados ligeros. Esta vez iban armados hasta los dientes.
En
Ciudad Bolívar apenas empezaba a propagarse el virus. La situación no estaba
cómo en Caracas, Valencia, Maracay, Maracaibo, San Cristóbal y el Oriente del
país, donde el virus estaba arrasando con los habitantes debido a la alta
densidad poblacional.
—Teniente,
no te voy a pedir que te quedes aquí en el Fuerte, porque seguro de alguna
manera buscarías irte de aquí a combatir. Solo te doy la orden que regreses con
vida—dijo el General Gonzáles dirigiéndose a Camejo, a quién le tenía un
aprecio de padre. La joven oficial ya había abordado el rústico Tiuna en el
asiento del copiloto.
—Entendido
mi General, cuente con ello, nadie muere, solo el enemigo—respondió Camejo,
mirando al General directamente a los ojos y a la vez colocaba un cargador de
treinta cartuchos en su AK-103.
El
convoy de Camejo iba configurado de la
misma manera como cuando repartieron alimentos en otras ocasiones, con la
diferencia que un carro patrulla de la Policía del Estado se les había unido.
Así que ella iba al frente con su rústico, con una ametralladora calibre punto
50 en la parte de atrás y cinco efectivos en su unidad, la patrulla de policía
iba detrás de ella con tres agentes, el camión de carga en el centro repleto de
comida con cuatro efectivos y el otro rústico detrás con 6 efectivos y también con
una ametralladora calibre punto 50. La mayoría de los presentes en ese convoy
iban nerviosos, por todo el desastre que se escuchaba sobre las principales
ciudades de Venezuela.
En
el Casco Histórico la situación estaba tranquila. En Los Próceres, El Perú y La
Sabanita empezaba a tener algunos focos de infectados y en Vista Hermosa había
saqueos masivos por parte de la gente de esa comunidad porque habían entrado en
desesperación por todos los rumores que les llegaban.
—
¿Cuál es el plan entonces mi Teniente?
—El
mismo que repasamos en la Compañía Sargento—dijo Camejo mientras el sol
brillante de las ocho de mañana cubría el interior del Tiuna descapotado. —
Vamos a repartir estos alimentos casa por casa, los líderes de la comunidad
tienen prohibido salir de sus hogares para ayudarnos. Hay que moverse rápido.
—
¿Y si otros sectores de la ciudad nos
piden ayuda?—preguntó el Sargento Núñez con las manos al volante
mientras iban pasando por el Aeropuerto de Ciudad Bolívar.
—
¡QUIÉN ES ESE LOCO!—Exclamó Camejo, exaltada por un hombre obeso desnudo quién
se dirigía hacia ellos corriendo por en medio de la avenida.
Camejo
dio la orden de que parase el convoy. Se detuvieron. La patrulla de la policía
avanzó un poco más y se alineó con el Tiuna de Camejo.
—
¡Es un infectado!—gritó Camejo
que lo detalló con sus binoculares.
El
hombre obeso se acercaba cada vez más, iba botando fluidos rojizos por la boca
y la nariz.
—
¡Hay que dispararle Teniente!—gritó uno de los policías.
—Agente,
quién da las órdenes en esta vaina soy yo—vociferó la Teniente. — Cabo
Jiménez, apunte a las rodillas.
El
Cabo Jiménez que estaba en la parte de atrás del Tiuna, tomó su Dragunov,
ajustó la mira, y después de aguantar el aire, disparó, falló…el infectado
estaba a poca más de 50 metros y ya todos los presentes habían sacado sus armas
y lo estaban apuntando. El Cabo Jiménez disparó por segunda vez, le dio en la
rodilla derecha, haciendo volar su rótula; carne y sangre salió de aquella
rodilla, el hombre obeso se desplomó sobre el asfalto, intentó levantarse pero
aquella pierna derecha sin rodilla se comportó como una plastilina derretida,
volviéndose más añicos y, se volvió a desplomar.
El
Obeso gritaba con extremada furia, como un monstruo recién liberado de cien
años de cautiverio. Empezó a arrastrase sobre el asfalto con mucha violencia.
—Teniente,
ya sabe la orden…hay que darles en la cabeza, ya no son humanos—comentó el
Sargento Núñez quién apuntaba al
infectado con su pistola 9 mm.
La
Teniente quedó muda por un instante, viendo cómo aquella bestia se acercaba
hacia ellos, con los ojos bañados en sangre y gritando de forma endemoniada.
Los ojos de ese infectado estaban clavados en los ojos de Camejo.
—
¡Jiménez!
—
¡Ordene mi Teniente!
—A
la cabeza… No falle esta vez.
—Entendido.
El
Cabo Jiménez quien era el franco tirador de ese pelotón volvió a apuntar con su
mira. Disparó, una bala salió del ánima de ese fusil, iba girando en forma de
taladro, a una velocidad de 830 m/s. El proyectil entró por la oquedad del ojo
derecho del infectado, para luego salir y hacer un gran hoyo atrás. El cerebro
del infectado se desparramó y aquel obeso no pudo moverse más.
—
¡Versia carajito! No lo pelaste, gritó el mismo agente policial dirigiéndose al
Cabo Jiménez, como si disfrutase toda aquella escena.
El
Cabo no respondió ante aquel comentario, simplemente porque a su Teniente no le
causaba placer aquello, así que disimuló su alegría por haber acertado.
—
¡Seguimos! Todos alerta…Hay que llevar esta comida a las familias—ordenó Camejo
y todos abordaron para continuar el recorrido.
El
convoy siguió su recorrido, pasando por el lado de aquella bestia que había
sido neutralizada, todos se le quedaron viendo.
Llegaron
al Casco Histórico, esta vez subieron por la parte de la Plaza Centurión y
tomaron como punto de control la Plaza Miranda.
Al
llegar a la mencionada plaza, Camejo ordenó formar un perímetro con quince
efectivos, incluyendo ella y los tres policías. Los otros cuatro militares del
camión se encargaron de descargar la comida y entregarla en esa primera parte
del Casco Histórico donde decidieron empezar el suministro de alimentos; pero
antes de empezar a impartir los víveres, los cuatro efectivos habían recibido
la siguiente instrucción de Camejo.
—Nadie
se queda a hablar en la puerta con ninguna familia, y menos a saludarle con
apretones de manos y abrazos, ¡y no me importa un carajo si son parientes de
ustedes o tienen una novia viviendo allí!
Tocamos la puerta, llamamos y dejamos la comida allí, no se olviden de
dejar el folleto por la ranura de la puerta que lleva las instrucciones de cómo
racionar la comida y el agua. ¡Nadie comete PENDEJADAS! ¿Estamos entendidos?
—
¡Entendido mi Teniente!—respondieron los cuatro efectivos del camión de carga,
se terciaron el AK-103 y procedieron a cumplir la orden.
Todas
las ventanas de las casas alrededor de la Plaza Miranda se abrieron y empezaron
a gritar de alegría, celebrando que los militares habían llegado con comida,
algunos quisieron salir de sus casas para saludar a sus salvadores; pero la
Teniente Camejo de manera tajante y con autoridad en sus palabras impidió la
salida de los vecinos diciendo a través de megáfono:
—Señores
y Señoras, hay TOQUE DE QUEDA, repito, hay toque de queda, quien salga de casa
será puesto bajo arresto, nadie sale. Solo pueden abrir sus puertas una vez que
la bolsa con los alimentos esté frente de sus puertas. Toman la comida y
vuelven a entrar, eso es todo. Todos los días patrullaremos esta zona; pero no
todos los días podremos suministrar alimentos.
Después
de escuchar a Camejo nadie intentó siquiera salir, apenas recogieron su
dotación y volvieron a cerrar sus puertas, asegurándolas con llave y cualquier
otra cosa que reforzara más la seguridad de ellas.
Luego
de repartir por esa zona, formaron el convoy nuevamente de la misma manera como
habían llegado y empezaron a avanzar por las estrechas calles del Casco
Histórico, para ir casa por casa, el perímetro que formaban en estas estrechas
calles era diferente al de la Plaza Miranda, los choferes de los vehículos se
quedaron adentro, los soldados encargados de las ametralladoras de los Tiuna
estaban en estado de alerta, el Cabo Jiménez quien era el francotirador, había
recibido la orden de Camejo de colocarse en el techo de la cabina del Camión de
carga, a fin de tener más visibilidad que todos.
La
noche anterior de la salida, en el Fuerte Cayaurima, el General González
comunicó a todos los comandantes de batallones y compañías lo que había
recibido en los informes de Inteligencia Militar que provenían directamente
desde Caracas. El informe hablaba sobre el comportamiento de los infectados,
cuántos tipos de infectados había y cómo era la mejor forma de atacarlos,
también el informe advertía de no acercarse a los infectados, evitar proximidad
con ellos a como dé lugar. No tienen cura, no se detendrán en su objetivo de
acabar con personas sanas y devorarlos; o en el mejor de los casos lograrán
infectarlos. Los disparos tenían que ser en las rodillas para evitar que
avanzaran, pero la mejor forma de neutralizarlos de manera definitiva era
darles en la cabeza, acabar con sus funciones cerebrales. Sobre la naturaleza
del virus se sabía muy poco y la OMS habían
entrado en un laberinto sin salida, quedaba solamente resistir, aguantar
lo más posible la embestida de aquel EXTERMINADOR todopoderoso, “el HK-6”.
La
comida se había terminado, el convoy de la Teniente Camejo tenía que regresar
al Fuerte Cayaurima para reabastecerse. El Casco Histórico estaba sin novedad
alguna, las personas se mantenían en sus casas, pero en la parte baja del
Casco, por donde están todas las tiendas del Paseo Orinoco, estaba ocurriendo
un enorme desorden, lleno de bullicio.
—Son
saqueos Sargento… y esa gente no es de por estos lares—dijo Camejo Tomando su
fusil y quitándole el seguro.
—
¿No vamos a dispersar esos saqueos mi Teniente?—preguntó Núñez quien había
frenado el Tiuna y los demás vehículos se detuvieron también.
—
¿Y qué piensa hacer Sargento, arrestarlos a todos, o echarte al pico a cada uno
de ellos?—respondió la Teniente Camejo con su brazo derecho apoyado en la
puerta del Tiuna y el fusil que había desasegurado lo sujetaba por el cañón con
la mano izquierda de manera tensa y con la culata descansando sobre el piso del
Tiuna. —Vamos a dejarlos, que saqueen lo que les dé la gana, allí no hay mucha
comida, pura ropa y televisores. Arranque Sargento, nos vamos al Fuerte, hay
familias que necesitan alimentos; pero vamos a pasar cerca de allí, vamos a
darle un susto.
La
Teniente informó por radio a su pelotón que cada quien hiciera un disparo al
aire al pasar cerca del saqueo. El convoy pasó cerca, a una velocidad de 30
k/h, cada quién realizó un disparo al aire. La gente se paralizó un instante,
dirigieron sus miradas a donde había
provenido aquel estruendo de fusiles y
de las punto cincuenta. Cuando vieron el
convoy salieron despavoridos hacia el Mirador Angostura.
Los
policías iban muertos de la risa dentro de la patrulla. El convoy cogió rumbo
hacia la Fuente Luminosa y en el camino escucharon un gran alboroto dentro de
una casa, como si se estuviesen matando unos a otros los miembros de ese hogar.
—De
la orden de detenernos Sargento, vamos a ver qué pasa allí—mandó Camejo.
Todos
formaron un perímetro rápidamente, el Tiuna de la Teniente quedó adelante,
alineado con la patrulla, el camión en el centro y el oro Tiuna atrás,
protegiendo la retaguardia.
—
¡Jiménez!, a la Cabina del Camión, usted Sargento y usted soldado vienen
conmigo, los demás se quedan vigilando aquí afuera.
Todos
estaban nerviosos, la puerta de aquella casa estaba destrozada, como si un Toro
la hubiese embestido. Camejo iba adelante, el Sargento atrás con el Soldado,
habían formado una columna, se escuchaban fuertes gritos de dolor, algunos
vecinos se asomaban por las ranuras de las ventanas basculantes, estaban
también llenos de terror.
Camejo
y sus hombres entraron de manera sigilosa en aquella casa, los gritos cesaron,
pero había movimiento en lo que parecía ser la sala de la cocina de aquella
casa. La columna siguió avanzando, de repente Camejo quedó estupefacta, no
podía creer lo que estaba viendo, allí en la cocina, cuatro hombres estaban
devorando a una mujer joven y a un niño. Una anciana estaba tendida en el piso,
parecía muerta, tenía rasguños en sus brazos, pero estaba intacta.
Aquellas
vainas comían como animales depredadores. Los cuerpos de los atacantes estaban
pálidos, ligeramente verdes, con los vasos capilares brotados, eran diferentes
a aquel obeso desnudo de la mañana.
Camejo
hizo señas a sus hombres de disparar a su señal y señaló los blancos para cada
uno. No debían fallar, disparos certeros a la cabeza. Lo demás ocurrió como si
fuese en cámara lenta…
Capítulo XIV. Virus vs Sistema Inmune.
Los
hombres de Camejo dispararon sus AK-103, ninguno falló a la cabeza de sus
blancos, Camejo tampoco lo hizo; pero quedaba por abatir a un cuarto exhumano,
el cual pegó un gruñido
espeluznante dirigiendo su vista hacia
Camejo y sus hombres, se levantó para atacarlos;
pero no pudo avanzar porque tres ojivas de calibre 7.62 fundidas por el calor
se dirigían de manera rotatoria hasta su cabeza, dos fallaron, pero la ojiva o
bala de Camejo acertó en la frente de aquel monstruo que tenía los ojos opacos,
carentes del color y del brillo de la vida, parecían ojos llenos de cataratas en
su totalidad.
Ya
no había nada que hacer con respecto a las víctimas, el niño tenía una franela
del equipo de Magallanes llena de sangre, la mujer joven que seguro sería su
madre tenía el cuello destrozado y estaba encima de un pozo de sangre, con el
cuerpo de uno de los exhúmanos totalmente encima de ella, y la anciana que
llevaba una bata típica de una mujer ama de casa en Venezuela, estaba casi
intacta, a excepción de unos arañazos en sus brazos.
Camejo
se dirigió hacia la anciana, para revisarla y ver si aún estaba con vida.
—
¿Qué hace mi Teniente?, usted sabe que no podemos acercarnos a las víctimas.
—Lo
sé Núñez, tranquilo, no pasará nada—respondió Camejo de manera pausada, quién
sabía que no podía acercarse a una víctima sin el equipo adecuado.
Camejo
empezó a caminar cerca de toda aquella mezcla de sangre y sesos desparramados
por el piso, era un charco repugnante. Camejo se colocó un guante de látex y se
agachó para tocar el cuello de la anciana con los dos dedos juntos, buscando la
carótida, para saber si tenía pulso. Núñez estaba sumamente nervioso, sabía que
si la anciana estaba contagiada del HK-6 podría infectar a Camejo, aquello le
parecía estúpido y le extrañaba esa actitud tan descuidada de su Teniente, algo
que no es típico de su carácter.
La
anciana no tenía pulso, estaba muerta, al parecer fue un infarto.
Camejo
se levantó, le dio la espalda a la anciana, dirigió la mirada a sus hombres y
le ordena:
—
¡Nos vamos!
Pero
aquella anciana que estaba tendida sobre el piso abrió los ojos, los cuales
estaban sumamente opacos, movió el cuello y dirigió su vista hacia Camejo,
nadie se había percatado de aquello, hasta que la anciana se levantó y emitió
un gruñido ahogado pero espantoso.
—
¡Mi Teniente cuidado!—gritó Núñez apuntando hacia Camejo quien obstruía la
línea de fuego hacia la anciana.
Camejo
se volteó rápidamente y ya la anciana se dirigía hacia ella. La Teniente logró
conectar una fuerte patada en el centro del pecho de la anciana, lo que hizo
que se fuese hacia atrás perdiendo el equilibrio y cayendo en aquel charco de
sangre y sesos cerca de la joven mujer.
Núñez
se abrió hacia un lado y empezó a disparar a la anciana, los disparos entraron
en el cuerpo. La anciana intentó pararse, aún con los tres disparos que acababa
de recibir, pero Camejo le apuntaba firmemente hacia la cabeza, hasta que haló
del gatillo, logrando destrozar el cráneo de aquella anciana.
—
¡SE LO DIJE MI TENIENTE!... ¡No podemos acercarnos a las víctimas!—vociferó
Núñez, pero sin dirigir su mirada a los ojos de su teniente por el enorme
respeto que le debía.
—Ya
Núñez, olvídalo, cometí un estúpido error…Más nunca me vuelvas a reclamar de
esa forma, Sargento.
—Entendido
mi Teniente, pero es que usted…
—
¡Le dije ya!, Sargento.
—Entendido—contestó
Núñez de manera suave y bajando su cabeza.
Al
salir los tres de aquella casa que acababa de ser manchada de manera siniestra
por el HK-6, los policías empezaron a inundar de preguntas a Núñez y al
soldado, pero estos no respondieron nada.
—
¡Nos vamos!—ordenó Camejo a todos—hablamos en el camino señores, les cuento
“por radio”, tenemos que reabastecernos de alimentos, no hay tiempo que perder.
El
convoy tomó la misma configuración y subió por la calle que está frente a la
“Iglesia Sagrado Corazón de Jesús”.
—Camejo,
¿Qué pasó allá adentro?... cambio—preguntó uno de los policías por radio,
mientras el convoy se dirigía hacia el Fuerte Cayaurima.
—Cuatro
infectados acabaron con una familia, llegamos tarde…y nosotros acabamos con los
infectados…eso es todo señores, cambio y fuera—contestó Camejo de manera
tajante, le molestaba que los agentes policiales no le llamasen “mi Teniente”
lo veía ella como un irrespeto a su autoridad.
Camejo
iba bastante pensativa en su asiento, tenía ganas de llorar, lamentaba no haber
salvado la vida de esa familia, la imagen de aquel niño en el piso con la
franela ensangrentada del Magallanes se le había incrustado en su mente.
También estaba confundida, muy confundida, “¿Cómo es que esa anciana nos atacó?
No tenía signo de haber sido mordida, ¿fueron los rasguños?...Pero ningún
infectado se convierte tan rápido, necesita al menos siete días, a menos que…ya
estuviese infectada; pero, y si no…”
La
radio empezaba a volverse algo caliente, pedían apoyo en Vista Hermosa. El Perú
y Los Próceres empezaban a entrar en serios problemas. Los policías estaban
sumamente preocupados, porque tenían familia en esas urbanizaciones, ellos que
eran tan bromistas dejaron de hacer chistes por la radio. El resto de los
efectivos militares no tenían familiares en Ciudad Bolívar, a excepción de cuatros
soldados que pertenecían a la Milicia Bolivariana que estaban colaborando en el
camión del convoy donde transportaban los alimentos.
Finalmente
llegaron al Fuerte Cayaurima el cual
estaba fuertemente custodiado. Al entrar el convoy de Camejo por la prevención,
lo primero que hicieron fue estacionar los vehículos en el primer
estacionamiento, al bajarse, los hombres de Camejo fueron todos conducidos por
soldados fuertemente armados hacia unas tiendas de campaña con el símbolo de la
Cruz Roja.
El
personal médico los revisó a todos, no encontraron en ellos ningún signo de
mordidas, laceraciones, rasguños o sangre salpicada en sus cuerpos y rostros.
¡ESTÁN
LIMPIOS!—gritó uno de los médicos.
—Ok
señores, tienen quince minutos para cargar el camión y salimos en veinte—ordenó
la Teniente y continuó: —Quiero que lleven más cargadores, todos busquen sus
lentes de protección.
El
pelotón se puso manos a la obra, los policías también fueron a colaborar, pero
no de muy buena gana.
—Doctor,
necesito tapabocas de esos que tienen ustedes—dijo Camejo al médico que los
había revisado.
—
¿Cuántos necesita?—preguntó el médico.
—diecisiete…
mejor dieciocho, nunca se sabe.
—Le
voy a dar los diecisiete Teniente, tenemos que ahorrar, este puto mundo se fue
al carajo y ya no hay producción de nada.
—Está
bien.
El
Doctor trajo los diecisiete tapabocas, y se los entregó a la teniente, todos
estaban perfectamente apilados y ordenados. Aquel médico tenía una plaquita
metálica en el lado derecho de su pecho que decía “Dr. Guevara”.
—Doctor
Guevara, tengo una pregunta—agregó Camejo.
—Adelante,
¿cuál es su pregunta Teniente?
—
¿Cuánto tarda un infectado en convertirse en esas cosas?
—Okey,
según los datos que hemos recibidos de la OMS, entre 7 y 14 días. El Ébola
original tardaba en tomar por completo a su huésped entre 10 y 20 días.
—
¿Es posible que el HK-6 tome por completo al huésped en cuestiones de minutos…o
segundos?
—No
lo creo posible, porque el sistema
inmunológico del huésped es muy complejo, aun cuando los virus sean muy
poderosos e invencible, el sistema de defensa del cuerpo no sucumbiría tan
fácil, no sin antes librar una gran batalla de resistencia—indicó Guevara, pero
se quedó un instante pensativo y continuó. —A menos que estemos en presencia de
una nueva mutación, y el periodo de incubación del HK-6 se comporte como el
virus de la Influenza o Gripe Común, es decir, pudiera lograr la gran habilidad
que tiene la Influenza para evadir nuestras defensas. Pero eso sería una teoría
especulativa, totalmente agarrada de los cabellos.
—
¿Y de cuánto es el periodo de incubación de la Gripe Común?
—Entre
10 y 36 horas. Menos de un día el mínimo. Va a depender de cuan fuerte o cuan
débil sea el sistema inmune de la persona.
—Doctor,
¿y si el HK-6 emuló la forma de ataque de la Influenza; o peor aún, y si mejoró
su forma de propagación a través del cuerpo, superando las 10 horas de la
Influenza y llevando a minutos el control total del huésped?
—Eso
es imposible Teniente—expresó Guevara de manera firme, sin temor a equivocarse.
—Nada
es imposible para la Naturaleza Doctor—añadió Camejo, con semblante profético y
aterrador al mismo tiempo.
Después
de esa última frase de Camejo, se escuchó en el ambiente un conjunto de
bocinas, era el convoy que ya estaba listo para salir nuevamente a suministrar
alimentos. De nuevo iban de camino a las puertas del infierno.
Capítulo XV. La espada y el fusil se miran.
—José,
¿Qué has escuchado hoy en la radio?—me preguntó mi padre al verme salir del
sótano, él estaba en su silleta, con su típica copa de vino y viendo uno de los
dos único canales de televisión que quedaban.
—Hay
problemas… ya están aquí en Ciudad Bolívar, pude captar algo en la frecuencia
de la policía y del ejército, hubo un
ataque a una familia, por la Fuente Luminosa, estoy casi seguro que quién
hablaba era la Teniente esa…
—
¿Camejo?
—Sí,
Camejo, quien suministra los alimentos en esta Zona. También la cosa está fea
en Vista Hermosa, hay saqueos. Los Próceres y la parte baja de la Sabanita se
reportan ataques de infectados, El Perú
se está convirtiendo en un campo de batalla.
Terminé
de acercarme a donde estaba mi padre y me senté cerca de él, su vista estaba
fija en la televisión, estaban pasando “El Zorro”, pero él realmente no lo
estaba viendo, o mejor dicho, no le prestaba atención. Vació el contenido de su
fina copa de un solo trago, tomó la botella de vino chileno y volvió a servirse
hasta el tope.
—
¿Qué más has escuchado?, ¿te has comunicado con la gente de España?, ¿Cómo está
Europa?—solicitó mi padre.
—Nada,
no me he podido comunicar con Caballero Real, ni otros, solo he escuchado al
mismo pastor evangélico, y creo que es una grabación ese discurso apocalíptico.
Yo
me paré un momento del sofá y fui a la nevera, tomé una pequeña barra de
chocolate y me serví un vaso de refresco cola bien frío, luego volví a sentarme
en el sofá.
—Ya
es hora de encerrarnos en el sótano hijo—anunció mi papá con tono triste, pero
firme.
Yo
di un mordisco grande al chocolate y en mi mano derecha sostenía el vaso de
refresco frío. Me sentí fuertemente deprimido, porque en breve entraríamos en
nuestro refugio. Yo a decir verdad lo
veía como entrar a una prisión con una condena de “cadena perpetua”. También
nos despediríamos de la vida con la cual crecí; mis estudios, la esgrima y mis
viajes a competencias, mi sueño de ir a mi primer suramericano se iba para
siempre, mi ex, no sabría de ella más, familiares, amigos, los paseo en la
noche a fiestas con los panas, el ayudar a mi padre a atender nuestro Café
Turístico, el contacto con los turistas, las partidas de ajedrez con los
viejitos. Todo se iría, y esto no se trataba de una crisis común, de las que
siempre se supera, todo lo contrario, esto era sin lugar a dudas, el comienzo
de un apocalipsis.
Y
allí estábamos, mi padre y yo frente a la TV, viendo a El Zorro luchar contra
la opresión, con la habilidad de su temeraria espada y su nobleza de corazón.
Mi padre seguía tomando de su vino, yo daba mordiscos al chocolate que ya iba
por la mitad y daba pequeño sorbos a mi refresco de cola que estaba bien
helado.
—Sé
cómo te debes sentir hijo, yo me siento igual, tengo el mismo vacío que sentí
cuando perdí a tu bella madre—comentó mi padre, sus ojos estaban ligeramente
aguados.
Mi
madre había muerto dándome a luz, todo se había complicado, así que nunca tuve
el privilegio de conocerla, no sé qué se siente el calor, el beso, ni tampoco
el abrazo de una madre. Regularmente sueño con ella, siempre está allí,
protegiéndome y aconsejándome en mis sueños. Era una mujer muy bella, mestiza,
una mezcla de india con italiano, había sido una maestra de primaria; el amor
eterno de mi padre, un amor que no pudo ser suplantado por otro. Dulce María,
Dulce María Ochoa de Müller.
Mientras
mi padre y yo nos ahogábamos en una profunda melancolía, se escuchó como
alguien tocaba nuestra puerta con mucha energía, lo que hizo que saliéramos
de aquel estado triste.
Volvieron
a tocar la puerta, esta vez con más fuerza, se escuchaba el sonido de varios
motores de carros prendidos.
—
¡No abras!—me ordenó mi padre, colocando su copa de vino sobre la mesita.
Lorenzo
se asomó con mucho cuidado por la ventana, abriéndola tan solo un poquito, eran
los militares, estaban fuertemente armados, sus vehículos estaban en columna. Noté
que había un soldado arriba de la cabina de un camión y tenían un gran fusil
con una “mira” y no dejaba de revisar el panorama a lo lejos.
Mi
padre preguntó por la ventana: — ¿En qué puedo servirles, señores?
—Señor,
aquí están sus alimentos y algunas medicinas, también le dejamos unos folletos
que debe leer con mucho detenimiento—dijo el soldado que estaba frente a la
puerta y que hace rato la tocaba.
—Está
bien, muchas gracias, déjela allí, ya la recojo—contestó mi padre.
Yo
también me asomé, pero por la otra ventana, al abrirla, dirigí mi vista hacia
la Teniente de la cual mi padre y yo estamos hablando. Estaba parada en la
parte delantera de uno de esos, especies de Hombies venezolanos, tenía una
pistola en la mano derecha y un fusil terciado sobre su espalda, llevaba un
sombrero selvático. Ella y yo nos quedamos viendo un instante fijamente, no me
había percatado que aquella mujer era bonita. Tenía ganas de preguntarle si
eran ellos los que tuvieron un encuentro con infectados cerca de la Fuente
Luminosa; pero eso sería tonto, me preguntaría después como carajo obtuve esa
información, desistí de preguntarle.
—
¡Avanzar!—ordenó aquella mujer con mucha autoridad, luego mi padre abrió la
puerta y tomó aquel suministro de alimentos que venía con folletos de
instrucciones.
—Busca
lo necesario José… nos encerraremos… Quiero que te traigas tus trajes de
esgrima, las espadas y todo el equipo—me indicó mi padre mientras colocaba los
cerrojos de nuestra puerta principal. Podía entender que buscase lo necesario;
pero… ¿mi equipo de esgrima?, ¿qué carajo piensa hacer mi padre con ello, y con
unas espadas que no cortan?...tal vez quiera practicar conmigo, para mantener
“algo de mi mundo”, “para evitar la locura del encierro”.
Fuimos
bajando al sótano lo que íbamos a necesitar, mi padre bajó todos los libros de
nuestra biblioteca, incluyendo revistas y periódicos viejos, y en breve cerraríamos
la puerta de nuestra Libertad a cambio de mantener una pequeña ventana
abierta…“la ventana de la esperanza”.
Capítulo XVI. Nuestro Nautilus.
Soy
un gran admirador de la novela “VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO” de Julio
Verne. Cuanto fantaseé cuando era adolescente en viajar dentro de un submarino,
aquel poderoso submarino “EL NAUTILUS”, aquella imponente y mágica nave del
Capitán Nemo.
Ese
día después que mi padre me pidió que bajase al sótano con mi equipo de
esgrima, más las otras cosas que fuésemos a necesitar, me sentí en cierta forma
como el Capitán Nemo al entrar a su submarino por la escotilla principal.
Así
que yo, junto a mi padre, entramos a ese submarino mágico que preparó mi
abuelo… Extraño mucho a mi abuelo… Don Ralf, cuanto quisiera que él esté aquí
con nosotros, necesitamos de su fortaleza, de su valentía y de su sabiduría, él
sería nuestro Capitán Nemo, con él iríamos a los Collados Eternos de la
imaginación infinita, con él no tendríamos miedo.
Mi
padre tiene miedo, lo veo en sus ojos, se hace el fuerte para mantener intacta
nuestras esperanzas. No somos el abuelo, no somos aquel viejo guerrero alemán,
pero juntos podemos sumar nuestros corazones, juntos podemos igualar su
fortaleza y sabiduría.
Así
que ese día cerramos nuestra escotilla y entramos a nuestro Nautilus para
emprender un largo viaje, un viaje donde no nos moveríamos, sino que el tiempo
se movería con nosotros, el tiempo sería las hélices de nuestra nave, de
nuestro submarino.
Mi
padre entró de segundo al sótano, y antes de cerrar esa puerta secreta colocada
de forma horizontal en medio de la sala, a la que yo le llamo “escotilla”, se
quedó viendo su casa, lugar de tantas historias, se quedó alrededor de un
minuto viéndola, despidiéndose, pero ese minuto me pareció a mí una hora, y
quizás ese minuto a él, le pareció un segundo. Cerró aquella pesada puerta de
hierro de gran espesor, después cerró una segunda puerta de barrotes y con esa
última entrábamos a un mundo nuevo.
—Hoy
a las 8:00 pm tenemos que reunirnos otra vez con los Razzetti y los
García—comentó mi padre luego que habíamos entrado al sótano.
El
lugar de encuentro era exactamente debajo de la Plaza Bolívar y para llegar
allí pasábamos por debajo de la Catedral. En nuestro sótano teníamos
electricidad que venía de la ciudad; pero, ¿por cuánto tiempo contaríamos con
esa electricidad?, no lo sabíamos, pero la aprovecharíamos al máximo. Entre los
Razzetti, los García y nosotros, hicimos un agradable lugar de reunión debajo
de la Plaza Bolívar, donde lo único incómodo era el calor, pero con algunos modestos
ventiladores que colocamos en lugares estratégicos, como alcantarillas por
donde va el cableado eléctrico que alimenta al Palacio de La Gobernación y las
alcantarillas de desagüe, hicimos que el calor fuese algo llevadero.
Ciudad
Bolívar recibe toda su energía eléctrica de la monumental represa
hidroeléctrica del Guri, al igual que el setenta por ciento de toda Venezuela,
la fuente es inagotable, gracias al poderoso afluente del Río Caroní. Ahora
bien, toda la industria venezolana se lleva más del cincuenta por ciento del
consumo eléctrico nacional, pero dicha industria está parada casi en su totalidad, así que Guri está trabajando cómodamente. Tengo que
agregar que la capacidad eléctrica máxima de esta represa es de 10.000 Mw/hora,
siendo la segunda hidroeléctrica más poderosa del mundo, debido a la fuerza
titánica del Río Caroní. Pero hay un problema, tenemos energía eléctrica limpia
y sustentable; pero… la debilidad de este sistema está en las subestaciones
eléctricas, en los transformadores de electricidad, en los repuestos y el
debido mantenimiento, así que contar con esta energía es algo ilusorio. Seguramente ya no debe haber personal en las
subestaciones y mucho menos habrá unidades móviles de mantenimiento por toda la
ciudad, así que es cuestión de tiempo tener esta energía, en cualquier momento
pudiera venir un apagón, sin mencionar que también el personal de la represa de
Guri pudiera abandonar aquel lugar para estar con sus familias, o pudieran
morir de hambre, o quizás sean atacados por este nuevo ejército apocalíptico de
exhúmanos, todo es posible, tristemente posible.
Cuando
se hicieron las 7:00 pm, a una hora de nuestra reunión, escuchamos una voz con
acento español que provenía de la radio:
—José
de Venezuela…José de Venezuela…aquí Caballero Real de España…
Era
Caballero Real, aquel hombre que nos alertó tempranamente sobre lo que
realmente estaba pasando en Europa. Mi padre y yo no alegramos; pero el tono de
su voz estaba cargado de desesperación, seguro no sería nada alentador lo que
nos diría, pero aun así, eran noticias.
Me
dirigí rápidamente al equipo de la radio, me senté enfrente y me coloqué los
audífonos con micrófono.
—
¡Aquí José de Venezuela!…Cambio…
Capítulo XVII. Caballero Real.
—Que
gusto escuchar tu voz José, disculpa por todo este tiempo sin hablar,
cambio—dijo Caballero Real, su tono era triste.
—Lo
mismo digo Caballero Real, ahorita estoy escuchándote con mi padre, estamos en
nuestro refugio. Pues dime, ¿qué hay de nuevo?, cambio—agregué, mi padre estaba
atento a cada palabra que emitía Caballero Real a través de las Ondas Cortas.
—Hemos…hemos
caído tío…joder…esas malditas cosas se multiplicaron por todas partes…España
toda cayó…
Hubo
una enorme pausa, sonido de estática en el ambiente. Aquel español hablaba
entrecortado, yo no sabía que responder, y menos sabía que preguntar, porque no
quería pasar por mal educado, ese hombre estaba sufriendo y quién sabe si ha
perdido a sus seres más queridos.
—Caballero
Real, ¿estás allí? mi padre y yo sentimos mucho por lo que han pasado, en
especial por lo que has pasado tú, cambio—comenté por la radio, ansiando una
respuesta de mi interlocutor.
—Disculpa
José, disculpa tío, seguro tendrás muchas preguntas…yo estoy bien, es decir,
físicamente bien, con mi esposa y mi dos hijas, estamos en un refugio, ¿cómo
está Venezuela y cómo están ustedes?, cambio.
—En
Venezuela ha comenzado el ataque de esos exhumanos, así le llamamos aquí, la
Fuerza Armada está combatiendo y suministrando alimentos casa por casa. Mi
padre y yo estamos bien y estamos seguros, cambio.
Conversamos
un poco más, aquel español que a pesar de estar a miles y miles de kilómetros
de nosotros lo sentimos como a un vecino cercano. Nos explicó cómo fue cayendo
España y que errores habían cometido los líderes de esa nación, incluyendo el
Rey. Habían decidido que los habitantes se reunieran en puntos seguros, así que
miles y miles de personas junto a las fuerzas armadas empezaron a crear
barricadas dentro de las urbes, aglomerando la mayor cantidad de civiles. Las
autoridades pensaron que en ese caso la unión les daría la fuerza, pero en cada
punto había por lo menos 50 mil personas, otros puntos seguros llegaban hasta
100 mil personas, así que eran 100 mil personas que alimentar diariamente, 100
mil personas generando desechos, con un sistema de aguas blancas y servidas
deficiente, sin producción de comida y de medicinas. Nos explicó Caballero
Real, que si los infectados no los mataban, lo haría las enfermedades cómo el
cólera y la influenza, debido al bajo control sanitario, a causa del sobre hacinamiento y sin las
suficientes medicinas para combatir esas enfermedades. Por otra parte, la
hambruna empezaba a tocar las puertas, por tal razón la anarquía sería inevitable.
Hubo
casos donde un solo infectado se coló entre los puntos seguros y eso fue
suficiente para acabar con 100 mil personas viviendo apiñadas. Y esa suerte la
vivieron muchos países de Europa, los que aún estaban de pie eran los países
nórdicos como Finlandia, Islandia, Dinamarca, Suecia y Noruega, pero aun así,
tenían el EVOB-HK6 dentro de sus fronteras.
—José
de Venezuela, estamos en contacto, os deseo toda la bendición del mundo,
resistid tío…la humanidad ganará esta batalla, cambio y fuera.
Con
esas palabras se despidió Caballero Real, quién también estaba en un sótano con
su familia, Caballero Real fue alguien que no hizo caso al gobierno de irse
para los puntos seguros, un paranoico que también creía en el advenimientos de
algún tipo de Apocalipsis, alguien que creía en todas las teorías de
conspiración para reducir a la humanidad,
reduciendo la sobrepoblación; o las teorías de la llegada de grandes
cataclismos de la naturaleza, producto
del todo daño que le hicimos como humanidad; en fin, un hombre tildado de loco,
pero que gracias a esa locura o paranoia se encontraba a salvo con su familia,
al menos a salvo físicamente, emocionalmente ya es otra cosa, para lo cual
resulta difícil prepararse.
Habíamos
hablado por el espacio de 20 minutos máximo. Se acercaba la reunión con
nuestros vecinos. Mi padre había cortado dos pedazos de pescado ahumado para
cenar y lo acompañamos con casabe, nos sentamos en los muebles de nuestro
sótano y mientras comíamos pescado ahumado con casabe, lo que era nuestra
primera comida dentro de nuestro refugio, intercambiamos impresiones sobre lo
que nos había contado nuestro amigo de España y concluimos que el Gobierno de
Venezuela había acertado en mantener a la población en sus casas, para ser
asistida por La Fuerza Armada, imaginábamos que el Gobierno estaba haciendo
gigantes esfuerzos por mantener el servicio de agua potable y de electricidad
para todos los hogares. Pero aun así,
eso no garantizaba que Venezuela no cayera ante el HK-6 y corriera con la misma suerte de
España.
Mantener
un suministro de comida casa por casa, representaba una tarea titánica, 30
millones de bocas en cualquier momento iban a clamar por calorías, el fantasma
de la “inanición” era un ser despiadado que estaba durmiendo, esperando la
mínima oportunidad para empezar a hacer estragos, o mataba a la gente de hambre
o convertía a las personas en seres reptilianos, convertidos en caníbales, aun
sin ser infectados. Estábamos como toda la población mundial, “entre la espada
y pared”. Solo quedaba resistir y esperar un milagro, una vacuna o algo
parecido por parte de la OMS, que de seguro no descansaban en encontrar la cura
a esta diabólica enfermedad virulenta, con inteligencia suprema dentro de su
código genético.
Cuando
eran cinco minutos para las 8:00 pm, mi
padre y yo salimos de nuestro refugio abriendo las dos puertas que dan acceso hacia
el túnel, para dirigirnos hacia la parte subterránea de la Plaza Bolívar.
Llevábamos un frasco de mermelada de guayaba y algunos gramos de maní salado y
semillas de merey para compartir con nuestros vecinos y nuestros únicos
aliados.
Al
llegar, ya estaban los Razzetti y los García esperándonos, Carlos y Vincenzo
ya estaban sentados a la mesa que habíamos puesto para jugar dominó y otros
juegos de mesa, las esposas de Carlos y Vincenzo estaban preparando algunos refrigerios,
los muchachos menores estaban jugando con sus videos juegos portátiles y María
y Carlitos en su eterno oasis de amor, dándose besitos delante de todos…
“cuanto desearía estar con una muchacha, besar, acariciar, sentir”. Mi mente se
resiste a extrañar a mi ex como mujer, supongo que es porque me resisto a ser
un cabrón, la extraño como amiga, bueno eso creo…realmente mi mente y me
corazón no se han puesto de acuerdo.
—Oye
vale, ¡tenemos que casar a Carlitos y a María!, esos muchachos necesitan formar
una familia—dijo mi padre al sentarse a la mesa en un tono de broma, pero con
la intención que sus palabras fuesen tomadas en serio.
—No
tenemos cura, ni prefecto, Lorenzo…no estamos autorizados para hacerlo—comentó
Vincenzo.
—
¿Autorizados?, autorizados ni un carajo, nosotros mismos somos nuestro gobierno
ahora, podemos nombrar a Lorenzo como nuestro cura y nuestro prefecto y nuestro
alcalde—agregó Carlos, sacando al mismo tiempo piezas de dominó de su caja de
madera y esparciéndolas por toda la mesa.
—No
es mala idea papá, yo estoy de acuerdo—dije mirando a mi padre, pero este se
quedó pensativo, sopesando la propuesta.
—Bueno…pero
hay que someterlo a voto—expresó mi padre.
—Okey,
eso después, vamos a jugar la partida primero, “Los Müller se van hoy
llorando”—dijo Carlos García y empezó a barajear las piezas de dominó con
habilidad de zorro viejo.
Mientras
jugábamos dominó, un enorme sentimiento de felicidad me invadió, tan fuerte fue
el sentimiento, que quise llorar, pero me contuve. Aquella emoción provenía del
ambiente que estaba presenciando, nosotros jugando dominó, los chicos jugando
videojuegos, Carlitos y María amándose y las jefas de Carlos y Vincenzo
conversando y riéndose de lo más normal, preparando ricos refrigerios. ¿Cuántas
familias ahora mismo en el mundo entero estarían como nosotros? Quizás somos
las personas más afortunadas del Planeta, y todo por la visión de un viejo
guerrero alemán que tuvo la visión de que algo así vendría. “Gracias Abuelo,
dónde quiera que estés, gracias, ojalá estés mirando esto, tu refugio, tu obra,
ojalá estés al lado de mi abuela y de mi madre”, pensé para mis adentros.
—José,
¿pasas?, mira José… ¡Pasas!—me gritó Carlos, me tocaba jugar a mí, estaba lelo
por un instante, atrapado por mis emociones.
—
¿Paso? Los Müller no pasamos… ¡Toma!...pasa tú…—le respondí a Carlos y coloqué
con energía mi pieza, era el 6-5.
—
¡Carajo! Te quitaste un peso de encima—respondió Vincenzo.
Las
partidas siguieron, al final nos ganaron 2 a 1, Carlos García es un gran
jugador de dominó, en realidad es un gran jugador de casi todos los juegos de
mesa y sumamente competitivo, cada partida de lo que sea se la toma como si
fuese la final de un mundial de fútbol.
Las
jefas de Carlos y Vincenzo colocaron los refrigerios sobre la mesa y llamaron a
todos para que se acercaran, guardamos las fichas de dominó. Las jefas habían colocado
rebanas de pan tostado con mermelada de guayaba, rebanadas de queso blanco, semillas
de merey y maní que trajo mi padre y papelón con limón. Mi padre pidió permiso
para bendecir aquellos alimentos y Carlos le dijo: “Te das cuenta, tú tienes
que ser el cura, siempre estás pendiente de invocar a Dios”.
Los
muchachos devoraron aquel refrigerio, así es la adolescencia, hay bastante
apetito en esa edad. Después de degustar aquellos alimentos se procedió a
hablar de los hechos que acontecía en la superficie, revisamos los planes de
defensa que teníamos en caso que intrusos con malas intenciones o infectados
invadieran nuestro refugio, hablamos sobre lo que nos acababa de contar
Caballero Real por la radio y convertimos a mi padre en nuestro líder, con
autoridad para efectuar matrimonios, establecer leyes y velar que se cumplan,
en fin, se convirtió en nuestro protector, todos y todas estuvimos de acuerdo. Carlos
intervino con una de sus bromas:
—Pero
mira Lorenzo, si tienes autoridad para casar, también tienes que tener
autoridad para divorciar, pero ten cuidado porque en un divorcio María se va a quedar con la mitad de los bienes de mi
Carlitos o tal vez con todo.
—
¡Ja, ja, ja!, entonces pondremos todo a nombre de María para que no ocurra tal
divorcio—comentó mi padre, pero nadie comprendió el chiste, pero aquello era un
decir del “Conde del Guácharo”. Por cierto, ¿dónde estaría ahorita ese genio humorista?
Carlitos
y María estaban felices más que nadie, habíamos colocado fecha al matrimonio,
así que tendríamos una cuarta familia entre nosotros.
Mientras
estos hechos ocurrían, Camejo y sus hombres no estaban celebrando nada, ni
echando chistes, ni comiendo tostadas con mermelada de guayaba, se encontraban
patrullando de noche por las calles del Casco Histórico que aparentemente
estaba tranquilo. Pero un grupo de exhúmanos avanzaban hacia la parte comercial
del Casco, quizás fueron trabajadores en un tiempo de esa zona o tal vez fueron
clientes que acostumbraban hacer sus compras allí que se guiaban por recuerdos
inmediatos o a lo mejor eran guiados por un nuevo instinto desarrollado.
En
esa zona comercial, conocida como Paseo Orinoco, estaban algunas bandas criminales
escondidas, antiguos delincuentes que nunca trabajaron honestamente en sus
vidas y estaban apertrechados en esa zona. En Breve exhumanos y delincuentes se
encontrarían y Camejo le vería el rostro a Lucifer.
Capítulo XVIII. Fuego a discreción.
Eran
las nueve de la noche y el Convoy de Camejo avanzaba lentamente por toda la
zona, vigilando que nadie saliera de sus casas, vigilando también para evitar
que infectados y saqueadores llegaran a su zona asignada. La noche era cálida,
apenas había una brisa casi imperceptible, el Convoy pasaba cerca del hermoso e infinito malecón del
Paseo Orinoco, el río Orinoco estaba sumamente manso, reflejando la negrura de la
noche alumbrada tenuemente por la luna y las estrellas. Los policías en su
carro iban fumando, con los ojos cargados de sueño, los militares en sus
vehículos se pasaban un café mal preparado, pero que al fin y al cabo era café
y ayudaba con la interminable jornada
Camejo
no fumaba, iba masticando un chicle de menta, que hace minutos ya había perdido
todo su sabor y todo su azúcar. Todos iban atentos, y a pesar de la soledad de
las calles, éstas estaban iluminadas por algunos bombillos que aún quedaban en
pie.
El
Convoy iba directo hacia uno de los centros comerciales del Casco, “Caroní Shopping
Center”, era un edificio colonial, que había sido restaurado, ampliado y
modernizado, pero que conservaba el estilo de la colonia española. Ese mismo
edificio era la guarida de una banda criminal dirigida por José Freites, aleas
el Zorro.
La
banda había tomado el edificio como cuartel general, ya que había sido
abandonado. Aquellos hombres operaban de manera clandestina, lo que no
resultaba difícil, ya que las fuerzas del orden estaban ocupadas en socorrer a
las comunidades y combatir a los exhumanos
—Zorro,
pana, no tenemos comida en esta vaina, puro zapatos y ropa—dijo Tato mirando
fijamente a su jefe.
—Comida
tienen todas las casas allá arriba, por La Plaza Bolívar—expresó Zorro, dando
una larga calada a su cigarro.
—Jefe,
pero pa` llá está el Ejercito cuidando a esa gente—contestó Tato, sabiendo que
el comentario anterior de Zorro ya era una orden.
—
¡Tú eres pendejo Tato¡ Me importa un carajo el Ejército, ¿te quieres morir de
hambre?
Zorro
sacó del bolsillo de su pantalón, un pequeño envoltorio de perico (cocaína),
colocó un poco de aquel polvo blanco en la parte inferior da la larga uña de su
dedo meñique, y dio una rápida y fuerte aspirada a aquella droga.
—Toma,
métele lacra, que ahorita mismo vamos pa`llá—dijo Zorro de manera rápida,
aguantando la respiración y al mismo tiempo extendió su mano con el envoltorio
de perico para que Tato aspirara.
Tato
aspiró fuertemente, tomó más cantidad que su jefe.
—Reúne
a la gente, subimos pa` las casas, dile a Cara e Niña que prepare la Picó (Pick Up Truck).
Toda
la banda se empezó a preparar, pistolas fueron cargadas y armas largas también,
eran en total una banda de 14 personas, había dos mujeres entre ellos.
—Se
vienen todos, que se queden las jebas (mujeres), que cuiden el lugar, déjale
par de hierros (pistolas).
Cara
e Niña que estaba afuera en la calle intentaba prender la picó, nada.
—
¡Maldita sea esta mierda! todo el tiempo el mismo peo.
Alrededor
de doscientos exhumanos se dirigían hacia Caroní Shopping Center, estaban a 300 metros de la picó. Cara e Niña,
intentaba prender el vehículo, pero nada, el motor sonaba ahogado. El
delincuente continuaba blasfemando, pisando de manera repetida y con violencia
el acelerador y al mismo tiempo pasando el switcher, pero nada.
Los
exhumanos iban avanzando lentamente. Delante de aquella masa de zombis iban
tres infectados de los denominados “Bestias”, los cuales parecían comandar
aquella horda, y de esas tres bestias el que iba en el centro era un hombre alto,
como de 1,93 metros, llevaba una braga de mecánico azul marino, su cabello era
rubio, sus ojos brotados en sangre y botaba mucosidad rojiza por su boca y
nariz, aquel ser era diferente al resto, parecía tener algo de inteligencia, lo
que se sumaba a su ferocidad convirtiéndolo en el líder de la manada, el macho
alfa, o mejor dicho, el “monstruo alfa”.
Zorro
y su banda salieron del centro comercial. Abrió la puerta de la camioneta y se
sentó al lado de Cara e Niña, el resto junto a Tato se montaron en la cabina de
carga de la camioneta.
—
¿Qué fue Niña? ¿Otra vez el mismo peo?—preguntó con suavidad Zorro, pero por
dentro estaba furioso.
—Carajo
Jefe, perdón, es que…
—Nada
pendejo, no es mi peo, soluciona tu vaina.
Camejo
detuvo el Convoy al lado del Malecón del Paseo Orinoco, cerca del Mirador
Angostura, dio la orden de bajarse de los vehículos, excepto los soldados de
las ametralladoras y el Cabo Jiménez, a quién mandó a montarse encima del
camión de carga.
Todos
sintieron alivio al estirar las piernas, otros aprovecharon la ocasión para
orinar, pero apartándose de Camejo para
hacer su necesidad, por el debido respeto a su Teniente y por el hecho de ser
mujer.
La
Teniente se quedó mirando el horizonte del río Orinoco, dirigiendo su vista
hacia el Puente Angostura, el cual tenía aún sus respectivas luces funcionando, adornando a aquel imponente puente que hacía
un bello contraste con el Orinoco. Su
mirada se quedó estacionada allí, en el puente.
Los
policías siguieron fumando, pero esta vez cerca de la baranda del malecón.
—Bonita
vista ¿Verdad?—comentó el sargento Gutiérrez de la policía, Camejo no respondió
nada, pero prestó atención al comentario y Gutiérrez continuó: — Yo crecí por
allá, cerca del Puente… mi barrio, “Buena Vista”… Cuantos recuerdos…
Camejo
recordó su barrio también, se preguntó ¿cómo estaría su familia? Se preocupó
sobremanera, pero no mencionó nada sobre ello al sargento de la policía, nunca
mostraba debilidad alguna.
—Bonita
vista sargento, tiene razón—expresó Camejo y cuando iba a seguir hablando sobre
aquella hermosa vista del río Orinoco y el Puente Angostura se escuchó en el
ambiente una serie de disparos.
—
¡Eso fue cerca mi Teniente!—gritó el Sargento Núñez. —Los disparos provienen de allá—señaló hacia la dirección de Caroní
Shopping Center.
—
¡Abordar todos!—gritó Camejo y abrió la puerta del Tiuna y abordó.
Todos
los vehículos encendieron sus motores y
avanzaron. Camejo tomó el intercomunicador de la radio y dio las siguientes
instrucciones.
—Quiero
que todos se coloquen sus lentes y tapabocas, nos acercamos con cautela, ningún
vehículo me sobrepasa.
Mientras
iban avanzando se siguieron escuchando otros disparos, algunos eran en forma de
ráfagas. Camejo se arrepintió de no haber mandado a buscar los equipos de visión nocturna
cuando estaban en el Fuerte Cayaurima, afortunadamente había brillo de la luna
y algunos bombillos de los poster estaban encendidos. Los disparos cada vez se
fueron escuchando más cerca.
—Los
tiros vienen del centro comercial señores, quiero ver primero que está
pasando—comunicó la Teniente por radio.
El
Cabo Jiménez iba orando en su mente a Dios y a su madre que estaba en el cielo,
que no le abandonase, que no le permitiera fallar, estaba nervioso, más no
acobardado, besaba su Dragunov 7,62 “échale bola papá, no me dejes mal”, pensó
Jiménez dirigiéndose a su fusil y acariciando la mira telescópica, se
consideraba él, el soldado más bendecido del mundo por habérsele asignado
aquella prodigiosa arma y por su destacada puntería.
Los
policías ya no estaban fumando, y dentro de su patrulla chequeaban sus pistolas
zamoranas y las escopetas antidisturbios calibre 12, se ajustaron sus chalecos
antibalas y se colocaron tapabocas y lentes.
Los
soldados de las ametralladoras, uno caraqueño y el otro maracucho, sostenían
firmemente esos dragones que en breve escupirían fuego.
Y
Camejo…pues, Camejo encarnaba a Farfán y al General Páez (Guerreros de la
Independencia) juntos dentro de una sola mujer, sin temor en su mirada. Era una
guerrera bendita por el Olimpus, su mirada destellaba las flamas de Aquiles,
pero ella no se daba cuenta de ello, pero sí su pelotón, por eso tanto respeto
hacia ella.
Camejo
divisó con sus binoculares todo lo que ocurría, estaban a solo unos escasos 80
metros. Pudo apreciar cómo algunos hombres disparaban sin cuartel y de manera
desordenada a una homogénea multitud de
lo que ella concluyó que eran infectados. Ella sabía la naturaleza o forma de
ataque de los infectados, así que no se daría el lujo de exponer a sus
hombres…pensó un instante como atacar, no había tiempo si quería rescatar a
aquellos hombres que disparaban con desesperación.
—
¡Vamos a rodearlos!, Sargento Gutiérrez, usted y sus hombres se van con el otro
Tiuna al otro extremo de la calle, den la vuelta a la cuadra, el camión se
queda aquí conmigo, cuando estén en posición avisan, disparan a mi señal…disparamos
a las piernas o a la cabeza, si la multitud avanza hacia ustedes y no la pueden
detener, arrancan y nos vemos en Puerto Blhom… Nadie se hace el héroe…
¡MUÉVANSE PUES!
La
patrulla y el otro Tiuna picaron cauchos y dieron la vuelta a la cuadra, la
calle del enfrentamiento no tendría ni doscientos metros de largo.
—Teniente,
estamos en posición, esperamos su señal, cambio— comunicó el agente Gutiérrez
por la radio.
—
¡FUEGO A DISCRECIÓN!—ordenó Camejo y al instante el plomo encamisado de las
armas largas y cortas, alcanzaban una
temperatura de más de 2000 ºC en su inicio y más de 600 ºC en su recorrido.
Zorro
de pronto se dio cuenta que se sumaron más disparos a los de ellos.
Capítulo XIX. Una mordida, un final.
Momentos
atrás:
“…—Carajo
Jefe, perdón, es que…
—Nada
pendejo, no es mi peo, soluciona tu vaina—Había expresado de manera tajante el
Zorro a Cara e Niña…”
Al instante se escucharon tres fuertes golpes,
que fueron dados al techo de la cabina de la picó… “PUM, PUM, PUM”…Zorro volteó
y vio que Tato estaba pálido de miedo, también notó que los demás hombres
estaban mirando hacia atrás como
tratando de descifrar algo.
—
¡VIENE UN GENTÍO ZORRO!—gritó Tato, quién se había sentado en el lateral de la
camioneta para quedar directo con Zorro, ya que el vidrio de atrás impedía que
se comunicase bien.
Zorro
se esforzó por ver mejor lo que sus hombres observaban.
—
¡Mierda! Son los Locos (Así le llamaba
la banda a los exhumanos), “vamos a
caerle a plomo a estos desgraciados… Locos de mierda”, pensó Zorro y en
breve dio la orden de disparar.
Los
exhumanos al escuchar los disparos se enardecieron y, con frenesí empezó a
avanzar aquella masa de zombis.
Los
hombres de Zorro empezaron a disparar, pero de manera desordenada y con mucha
desesperación, disparaban sin apuntar, solo dirigían sus disparos a la masa de
exhumanos, así que las balas llegaban directamente a los cuerpos, lo cual no le
hacía nada a estos monstruos que
carecían de dolor, solo lograban retrasar un poco el paso de aquella horda.
Pero
las bestias, es decir, los tres infectados que iban al frente babeando fluidos
diversos, tenían la particularidad de moverse muy rápido, ellos podían morir
como los seres humanos, la diferencia era que no sentían dolor, los latidos de
sus corazones eran muy rápidos, su fuerza era impresionante. El líder de ellos—el rubio de la braga azul—no avanzaba rápido, sus acompañantes si se
despegaron de la horda, e iban dirigidos como atletas de olimpiadas hacia la picó.
Balas empezaron a penetrar sus cuerpos, pero eso solo hizo enfurecerlos más, en
breve estarían muertos, totalmente desangrados, pero el HK-6 funcionaba para
ellos como una especie de droga, es como si acababan de recibir una fuerte
dosis de adrenalina y metanfetamina.
Aquellas
dos bestias estaban muy cerca de la camioneta, todos los delincuentes de la
banda del Zorro no paraban de disparar, pero sus municiones eran escasas, y no
habían neutralizado a nadie, entraron en pánico. Zorro no daba la orden de
retirarse al centro comercial, era un hombre muy orgulloso. Las Bestias solo
estaban a unos escasos 20 metros…Tato gritaba con fuerza y al mismo tiempo no
dejaba de disparar, las bestias casi ya estaban sobre ellos, hasta que se
escuchó unos disparos que parecían truenos, eran sumamente graves, aquel sonido
eran balas calibre .50 creadas para neutralizar tanques de guerra. Una de esas
balas entró en el cráneo de una bestia, sangre y sesos brotaron por los aires,
dos miembros de la banda de delincuente recibieron salpicaduras de esa masa
encefálica ensangrentada en sus rostros y cuerpos. Una Bestia logró saltar como
un tigre hacia Tato, derrumbándolo al piso, Tato quedó debajo de esta bestia
que buscaba morderle el cuello, pero él colocó su brazo para impedirlo y fue
mordido allí, parte de la carne de su brazo fue desgarrada, como si estuviese
siendo atacado por las fauces de un lobo, Zorro desde una distancia de tres
metros ayudó a su amigo, disparando a la cabeza de la bestia, sangre y sesos
cayeron sobre el rostro de Tato.
—Me
mordió, el Maldito me mordió, ¡NOOOOOO! Maldita sea—gritó Tato de manera
aterrada, botando sangre por la herida de sus brazo.
Zorro
al ver que liquidó a la bestia, dirigió su mirada hacia la horda para seguir
disparando, pero notó que ya la horda no avanzaba, sino que vio como empezaban
a caer uno a uno. Algunos recibían disparos en la cabeza otros en las rodillas.
—
¡Zorro…Jefe, es el Ejército!—gritó Cara e Niña.
Todos
los miembros de la banda de Zorro dejaron de disparar al ver que ya aquella
multitud de exhumanos no iba hacia ellos. Pero Zorro y sus hombres recibieron
otra preocupación, ahora no se trataba de exhumanos, sino del Ejército, y ante
ese enemigo no tendrían ningún chance.
—Estamos
rodeados Jefe—le comunicó otro miembro de la banda a Zorro, la banda de Zorro
estaba a un lado de la calle, entre la picó y la puerta del centro comercial y
el ejército estaba disparando desde los dos extremos de la calle, sabía que su
única salida era el centro comercial, pensó en la azotea del mismo, desde allí
podría escapar.
La
masa de exhumanos iban siendo neutralizados en su totalidad, la horda ya no
avanzaba hacia la banda de Zorro, sino que unos iban hacia donde estaba Camejo
y otros hacia donde estaban los policías.
El
Líder de los exhumaos pareció comprender que todo estaba perdido…estaba
confundido, no sabía a quién dirigir su ataque, no paraba de babear aquellos
fluidos rojizos repugnantes, respiraba con más fuerza, parecía un jaguar
acorralado por una jauría de perros cazadores. Había recibido roces de balas en
sus brazos y en sus piernas…aquella bestia detuvo su trayectoria y lanzó un grito espantoso, dirigiendo su cara
y mirada hacia el firmamento nocturno, parecía frustrado y lleno de un odio
maldito proveniente de las prisiones del infierno. Volteó a un lado y observó
lo que sería su vía de escape, un estrecho pasadizo que está entre un
restaurante de comida rápida y una tienda de cosméticos.
La
enorme bestia huyó, dejando a sus compañeros infectados a merced de las balas
del pelotón de Camejo.
La
Teniente a lo lejos observó como uno de los infectados huía de la línea de
fuego, le pareció extraño aquello, su-ma-men-te extraño, porque le habían
informado que esos seres carecían de inteligencia, que solo se dedicaban a
atacar para comer e infectar, eran lineales, no se apartaban de su objetivo aun
cuando estuviese lloviendo plomo sobre ello. Camejo dedujo que quizás pudiesen
estar desarrollando la inteligencia del algún depredador en el mundo animal;
como un guepardo, que cuando ve que ya no puede cazar su presa debido a un
peligro mayor, huye.
Ya
no quedaba exhumanos en pie, algunos que no había recibidos disparos a la
cabeza se arrastraban hacia los humanos, hacia el olor de carne fresca y sana,
no se rendían en su afán por ir a comer, a desgarrar, a infectar.
Había
muchas extremidades de exhumanos sobre la calle, arrancadas de tajo por las
enormes balas de las ametralladoras .50. Camejo ordenó por radio acercarse un
poco más con los vehículos, con mucha cautela, lentamente, ninguno debería ir a
pie. Cuando ya ambos grupos estaban a escasos 20 metros de esa masacre,
manteniendo una distancia prudencial, por si algún exhumano todavía estuviese
habilitado para atacar nuevamente.
Pero
no había exhumanos que pudiesen
contraatacar, sin embargo, Camejo fue sumamente prudente, no mandó a nadie a
bajar de los vehículos, por otro lado, también sabía que aquellos hombres a
quienes ella rescató de ser devorados
por los zombis, era delincuentes, no había duda de ello.
—Teniente,
¿entramos al centro comercial?—preguntó uno de los policías por radio.
—No,
todos permanecemos en lo vehículos—había ordenado Camejo.
La
Teniente sacó su megáfono, estaba de pie en el vehículo, al igual que el resto
del pelotón, con armas en mano, listos para disparar, excepto los conductores
que mantenían los vehículos prendidos y en retroceso, por si tuviesen que
alejarse inmediatamente de cualquier peligro que atentase contra el convoy.
—Señores,
sabemos que son delincuentes, le damos un minuto para salir y para que se
rindan, depongan sus armas y nadie será herido, si en un minuto no salen,
entraremos por la fuerza.
Camejo
no tenía ninguna intención de entrar, no expondría a sus hombres, porque
cada uno era estrictamente necesario,
sabía que esa banda les tendería una emboscada, por otro lado había gastado la
mitad de su parque (municiones) en neutralizar a los exhumanos.
Iban treinta segundos, nada de movimiento en
la puerta, cuarenta segundos… silencio total, excepto por los gemidos de
algunos exhumanos que se atrasaban en la oscuridad, camuflados por los demás
cuerpos inertes, sesenta segundos exactos pasaron, no se entregaron.
—Nos
vamos equipo beta, nos reagrupamos otra vez, den la vuelta—comunicó Camejo al
equipo que estaba frente a ellos a unos 50 metros de distancia.
Los
policías empezaron a murmurar, querían entrar a abatir a los delincuentes,
porque sabían que si no lo hacían, tarde o temprano aquella banda pudiera
emboscarlos en otro momento. Camejo pensaba distinto, ella estaría pendiente de
ellos, estaría esperando quieta como una araña que ha tejido su trampa para
capturar a su presa, así que, ella los atacaría en su debilidad, fuera de su
guarida, Camejo estaría al acecho y sabía que esos delincuentes se sentirían
acechados todos los días, por eso había lanzado una última frase por el
megáfono antes de marcharse
—No
salgan, está bien, les estaremos esperando.
El
convoy se retiró del lugar, el enemigo (la banda) conoció la fuerza de su
adversario y Camejo marcó territorio.
—Zorro,
se están retirando…sí jefe, se retiran—comunicó Cara e Niña quien estaba
asomado en una de las ventanas del segundo piso del centro comercial, el cual
era el último piso, todos estaban cerca de la azotea, para huir cuando el
ejército decidiera entrar.
—Tenemos
que mudarnos a otro sitio si queremos dormir y estar tranquilos—expresó Zorro,
mientras una de las mujeres intentaba curar la mordida que tenía Tato en el
brazo, lo único que encontraron para tratarle la herida fue, paños de limpieza
y desinfectante de baño.
Los
otros dos hombres que fueron salpicados por sesos y sangre se limpiaban con un
trapo amarillo de limpieza y desinfectante de igual manera, pero era tarde, ya
el virus del HK-6 estaba multiplicándose rápidamente dentro de sus organismos,
al igual que el de Tato, el virus se iba apoderando de las células, y
reproducía su información en forma de cadena,
como si fuese un efecto dominó, iban burlando el sistema de defensa,
mutando instantáneamente, confundiendo a los glóbulos blancos, rompiendo sus
fortalezas.
—Ese
brazo no se ve bien Tato—dijo Zorro, dirigiéndose a su Segundo y, ya una de las
mujeres habían improvisado una venda con trapos limpios de mantenimiento.
—Coño
Jefe, cuidao con una vaina, ni se le ocurra—dijo Tato, que empezaba a
preocuparse sobremanera por ese último comentario de Zorro, quien estaba
cargando nuevamente su arma y quitando el seguro.
—Quítate
del medio Yubersi—le ordenó Zorro a la mujer que acaba de auxiliar a Tato.
—Coño
Jefe ¿Qué pasa Llave?, somos hermanos desde carajitos, guarde ese hierro
hermano.
—Estás
infectado Tato, ese maldito Loco te mordió—dijo Zorro y esta vez apuntaba a su
amigo directamente a la cabeza, a una distancia de tres metros.
—
¡NO TATO, NO LO HAGAS PAPI!—intervino Yubersi, arrodillándosele ante Zorro.
Capítulo XX.
Tato
cerró los ojos, se resignó a morir, al final comprendió que Zorro tenía razón y,
morir era mejor que convertirse en una de esas vainas que estaban allá afuera.
Pero algo sucedía en Zorro, su pulso temblaba, apretar el gatillo se convirtió
en la tarea más difícil del mundo para él, aquel despiadado delincuente empezó
a ser invadido por los recuerdos, recordó como Tato una vez lo salvó de una
golpiza por parte de una pandilla del barrio que le tenía acosado desde hace
mucho tiempo, cuando tan solo ambos tenían doce años de edad. También recordó
como él y Tato robaban los “refrescos cola” de los camiones distribuidores,
nunca los choferes de aquellos camiones
lograron atraparlos.
Yubersi
no paraba de llorar y de rogar a Zorro que no matara a Tato.
—Tengo
que matarte “Llave”—dijo Zorro. Tato volvió a abrir los ojos.
—Tranquilo
“mi pana”, no hay peo, échele bolas, yo
entiendo—respondió Tato y volvió a cerrar los ojos.
Zorro
se quitó a Yubersi de encima con un gran empujón, la chica cayó aparatosamente
en el piso.
—Agárrala
Cara e Niña, que no se acerque—ordenó Zorro y en el acto Cara e Niña atenazó a
Yubersi para que no interviniera más.
Zorro
no dejaba de apuntar a Tato en la cabeza, apartó la vista y gritó: — ¡Maldita
sea!
Un
estruendoso bang invadió todo el Centro Comercial con una acústica
impresionante.
Camejo
y sus hombres voltearon en dirección del centro comercial.
—Que
se maten entre ellos—alcanzó a decir el Sargento Gutiérrez de la policía. — Que
nos ahorren el trabajo.
El
Convoy arrancó rumbo hacia las casas del Casco Histórico, harían una recorrido
por cada lugar de su zona.
—Gutiérrez—llamó
Camejo por la radio.
—Diga
“mi Teniente”—respondió el sargento de la policía quien ya empezaba a reconocer
de buena gana la autoridad de Camejo, al igual que los otros agentes
policiales. Se habían dado cuenta que Camejo estaba pendiente de preservar la
vida de todos, incluyendo la de ellos. Apartaron cualquier vieja rivalidad que
existe entre la policía y el ejército.
Camejo
sintió un poco de alivio al escuchar “mi Teniente” por parte del agente
policial, sabía que la unidad total de su CUERPO garantizaba el éxito de su
misión y protegería cientos de vidas.
—Cuando
estemos cerca de las casas, quiero que hagan sonar su “sirena”, quiero que la
comunidad sienta que estamos allí con ellos, quiero que tengan absoluta
sensación de seguridad—ordenó Camejo.
—Entendido
mi Teniente—respondió Gutiérrez.
Camejo
y sus hombres después de tres encuentros con los exhumanos empezaron a tener
confianza en ellos mismos, los miedos se redujeron a la mitad, sin descuidar el
estado de alerta y apreciaron como nunca el liderazgo de la Teniente, habían
comenzado a tener absoluta confianza en ella, muy a pesar de ser mujer.
Capítulo XXI. Una pesadilla.
Habíamos
terminado la reunión con los García y los Razzetti, nos despedimos y quedamos
de reunirnos dos veces por semana, miércoles y domingos; pero si necesitábamos
reunirnos todos los días, lo haríamos, todo dependería las necesidades que
tuviésemos.
A
diario mantendríamos comunicación por radio, tres veces por día, si alguien no
respondía o no se reportaba, eso sería un alerta para que el resto acudiera al
refugio de la familia que no haya establecido comunicación.
Cuando
nos dirigíamos a nuestro refugio alumbrados por una vieja pero eficiente
lámpara de kerosene, se empezó a escuchar ligeramente “sirenas de la policía”.
Sentimos una ligera sensación de seguridad, a pesar que ya contábamos con
suficiente protección. Imaginé que esa sensación está en el subconsciente,
nuestros cerebros asocian ese sonido con protección, debe ser por tantas
películas policiacas que hemos visto; imagino que tiene el efecto contrario
para los que son delincuentes.
Finalmente
llegamos a nuestro refugio. La temperatura estaba fresca, mi abuelo supo
atrapar el aire a través de dos discretas alcantarillas colocadas en forma
vertical, una en la parte de adelante de la casa y la otra en la parte de
atrás, creando una “presión positiva” y envolvente; pero todo iba a depender de
cuan fuerte fuese la brisa.
Fui
a tomarme un baño. Nuestro suministro de agua provenía de un gran tanque
subterráneo, que podía ser alimentado con agua potable de la compañía de agua
de la ciudad, o podía ser alimentado con agua de lluvia proveniente de los
canales del tejado de nuestra casa y de una ligera caída del piso de nuestro
patio trasero; pero por ahora, el tanque era alimentado con agua potable de la
compañía.
Nuestro
baño era amplio, servía para todo lo concerniente a nuestro higiene, lavar la
ropa, fregar los platos y utensilios de cocina, ducharnos y para nuestras
necesidades fisiológicas. En caso de escasez de agua, contábamos con una
vaguada que dirigía a un pequeño tanque debajo del piso, el cual podía recoger
el agua que se usa para fregar platos, lavar la ropa y la que usamos para
ducharnos, con el propósito de reciclarla para mantener limpio nuestro
excusado; y finalmente, en el agua que bajaba por el excusado se iba por un
viejo desagüe de la época de la colonia
que va a parar a los pantanos de la Laguna el Porvenir.
Después
que me bañé tomé un libro de Julio Verne, “La Vuelta al Mundo en 80 días”. Me
impresionó la personalidad exacta del caballero Phileas Fogg, su imperturbable
espíritu ante las adversidades y su capacidad de planificar cada detalle para
el logro de sus metas. Por otro lado tenía al mejor compañero con que podía
contar para sus aventuras, “Picaporte”, vaya personaje.
Los
libros, ¡vaya poder tienen los libros! , es la mejor provisión que tiene
nuestro refugio. Como dijo el más grande de los Reyes, El Carpintero, El
Pescador de Hombres: “No solo de pan vive el hombre”…me imagino que dijo eso
porque él también fue un gran lector.
Mientras
yo leía en mi cama, bajo la luz de mi lámpara con bombillo blanco de bajo
consumo, mi padre estaba en su mesa de estudio, no parecía leer como yo,
parecía que planificaba y estudiaba todos los posibles eventos que se nos
pudiera presentar, creo que tiene algo de Phileas Fogg y supongo que yo soy el
irreverente y ágil Picaporte, “ja ja”, reí para mis adentros.
Seguí
leyendo y me fui quedando dormido con el libro en mi pecho. No supe más de mí.
Un profundo sueño se apoderó de mí ser, soñé con mi abuelo, que él estaba con
mi abuela protegiéndonos. Lo vi a él haciendo mantenimiento a las armas, vi a
mi abuela friendo pescado para comer con tostones en el almuerzo. Era extraño
ese sueño, porque nuestro refugio parecía un barco o algo así, estábamos
navegando sobre la aguas del Orinoco. Mi padre estaba operando la radio y
estaba pendiente de la navegación.
En
el sueño empecé a Escuchar una dulce voz de ángel que me llamaba para que fuese
a almorzar, no era la de mi abuela, era la de mi madre. “José, hijo, ven a
comer pescadito frito”, me fui acercando al comedor, y allí estaba mi madre,
llevaba un bello vestido de ama de casa, aquel vestido tenía flores de orquídea
pintadas por todas partes. Me fui acercando a ella, estaba de espalda con su
frondoso y bello cabello, la quería abrazar. Cuando me acerqué me dijo “dormilón,
mi bebé dormilón”. Yo quería ver su rostro, ella volteó…di un brinco de la
impresión, un terror se apoderó de mí, la angustia me engullía como un monstruo, quería despertarme, no podía.
Aquello
no era el rostro de mi madre, era el rostro de un cadáver, con aspecto
zombilezco “José aquí está tu pescado frito” el plato estaba lleno de gusanos,
había un putrefacto pescado descompuesto. Luchaba por levantarme de esa
pesadilla, pero no podía. Salí corriendo de aquella zombilezca mujer, —
¡ABUELO! ¡ABUELO!—grité con desesperación, mi abuelo seguía haciendo
mantenimiento a sus armas, estaba sentado en un banco, cerca de la baranda del
barco o chalana. Mi abuelo cargó con energía su escopeta, se levantó del banco
y subió lentamente su rostro, el cual estaba acartonado con un color grisáceo,
gusanos empezaron a salir de su nariz e iban cayendo al suelo. Mi abuelo apuntó
su escopeta a mi rostro, me quedé paralizado, una mano me tomó por el hombro
derecho, y me dijeron “JOSÉ, JOSÉ, ¿Qué te pasa hijo?”
Cuando
fui al voltear pude despertarme de esa pesadilla. Era mi padre que me estaba
levantando. Le miré con alivio. Yo estaba empapado de sudor.
—Tuviste
una pesadilla hijo, no pasa nada. Ven, te hice avena caliente con uvas pasas.
“Que sueño tan extraño, ojalá no
signifique nada”, me dije. Me levanté de mi cama, eran las 8:00 en
punto de la mañana. Me dirigí al baño a orinar, me lavé la cara y me cepillé los dientes.
Cuando
terminé de asearme me esperaba en la mesa una humeante avena cocida y en el
centro de la mesa estaba una taza con
uvitas pasas. Me senté a la mesa
y agarré un puñado de uvas pasas y las agregué a mi avena, la cual estaba
espesa y levemente dulce. Al lado del plato de avena tenía un vaso de agua fría
y una pastilla de vitaminas con minerales.
—A
las nueve quiero que entrenemos esgrima, me vas a enseñar. Yo te enseñaré algo
de lucha libre y de defensa personal—comentó mi padre al llevarme a la
boca la primera cucharada de avena. — Sé
que siempre le sacaste el cuerpo a entrenar lucha; pero estamos en otros
tiempos y quiero transmitirte lo que me enseñó tu abuelo y quiero que tú me
enseñes esgrima. Me enseñarás a colocarme el traje también.
—Claro
papá, está bien—respondí. Odiaba practicar deportes de contacto físico tales
como: boxeo, karate, lucha, o lo que sea que fuese en ese estilo. Creo que me
gustó la esgrima porque es un deporte de combate a distancia, de mucha agilidad
y no tienes que estar abrazado a nadie ni recibir golpes. Por otra parte, el
traje te protege de todo, solo se necesita anotar, amagar y esquivar.
—
¿Qué estabas soñando José?—me preguntó mi padre, mientras daba un sorbo a su
café negro. Tenía un periódico en sus manos, quién sabe de qué fecha sería ese
periódico. Yo me quedé viendo el periódico que sostenía y me respondió: —sé que
no habrá más “prensa escrita”, es un hábito hijo, tengo que tomar café y leer
el periódico para poder comenzar mi día con energía, además, quedaron muchos
artículos que nunca leí, por eso bajé la pila de prensa vieja.
—Entiendo
papá, supongo que yo los leeré también.
—
¿Qué soñaste José? Parece que fue algo fuerte.
—Una
pesadilla papá, nada importante—respondí, mi padre se me quedó viendo con
incredulidad, solo dijo:
—Mmm,
está bien.
Se
hicieron las nueve, ayudé a mi padre a colocarse el traje de esgrima. Le enseñé
los movimientos básicos, él estaba impaciente por empezar a combatir. Así somos
los Müller, extremadamente competitivos, así no sepamos ni un carajo de lo que
estemos jugando.
Luego
nos quitamos los trajes y la careta, practicamos algo de lucha y algunas
técnicas de defensa personal, creo que eso sería nuestra rutina diaria. No me
gustaba mucho, pero el no practicar deporte o no hacer ejercicios físicos llevaría
a nuestras mentes a caer en estados profundos de depresión, y deprimidos solo
Dios sabe que somos capaces de hacer en contra de nosotros mismos.
Con
seguridad la actividad física frecuente protege de la depresión, porque libera
endorfinas en abundancia, “las hormonas de la felicidad”. Por otro lado se
mantiene una gran oxigenación del
cerebro, lo que lo prepara para actuar en situaciones de emergencia, tomando
las mejores decisiones en milésimas de segundos.
Al
terminar las prácticas tomamos papelón con limón bien frío, nos sentamos un
rato cerca del radio y prendimos el ventilador.
—José,
tenemos que cortar algunas de las espadas de esgrima, hacerlas más cortas para
quitarle flexibilidad, darle un poco de rigidez—comentó mi padre, quien se
había quitado la franela y se secaba el sudor con una toalla blanca.
—
¿Y eso para qué?
—Hay
que convertirlas en armas reales, hay que darles filo. En algún momento
tendremos que salir de nuestro refugio, nuestras provisiones no son eternas.
—Entiendo,
pero no somos Los tres Mosqueteros;
además, esas vainas que están allá afuera no van a morir con una estocada.
—Eso
lo sé, pero en un combate cuerpo a cuerpo con ellos podemos enterrar la espada
en una de las oquedades de sus ojos. Llegaríamos a su cerebro con facilidad,
con tanta efectividad con lo que lo haría una bala—mi padre hizo una pausa para
darle un sorbo al papelón con limón que estaba en su vaso. — Claro, eso es en
caso que quedemos cuerpo a cuerpo con ellos, porque lo mejor es evitar a toda
costa acercarse a esos exhumanos.
—Si
Papá, pero un contacto con ellos cuerpo a cuerpo amerita estar en contacto con
sus fluidos, lo que haría que nos infectemos.
—He
pensado en eso José—agregó mi padre. Yo había acabado con mi bebida fría, me
levanté de la silla y busqué la jarra de papelón y me serví otro vaso, era mi
tercero, después añadí más al vaso de mi papá. Mi padre continúo. — Ellos
muerden, botan fluidos y de seguro al enterrar la espada en la oquedad del ojo
soltarán sangre, o lo que sea que suelten; pero tendremos puesto los trajes de
esgrima, la careta y debajo de la careta tendremos un tapabocas y lentes de
seguridad industrial.
Esa
idea de mi padre era genial, tengo que admitir. El traje de esgrima está hecho
del mismo material de los chalecos antibalas, “Kevlar”, una fibra extra
resistente. A parte, los trajes están diseñados para dar la máxima movilidad al
atleta, y cada vez los hacen más frescos y confortables sin perder
resistencia. No había duda que lo pensó
muy bien, el traje de esgrima puede soportar fuerzas de hasta 800 newton, y
algunos llegan hasta 900 newton de resistencia, lo que impide que la hoja de
acero flexible de la espada, sable o florete pueda penetrar la tela y herir a
la persona practicante de este deporte. De hecho, la Federación Internacional
de Esgrima exige en competencia que el traje tenga 800 newton de resistencia.
Si la hoja de acero no puede penetrarla, de seguro no lo harán las mordidas ni
arañazos de los exhumanos. Pero es importante recordar que la fuerza de una
mordida humana es de 77 Kg/F lo que equivale a 755 newton. Solo espero que esas
vainas con ese virus encima, no hayan aumentado el promedio de la mordida
humana y ojalá que la empresa que hizo estos trajes haya pasado los 800 newton
de resistencia, algunas empresas lo
hacen así, como dice el dicho: “es mejor que sobre y que no falte”.
—Bien
pensado papá, bien pensando—comenté.
—Claro,
pero la mejor protección contra esos seres es evitar encuentros cercanos con
ellos, a como dé lugar. La prevención siempre será la mejor defensa, porque
“hombre prevenido vale por dos”.
—Si
lo sé, tú y mi abuelo son los mejores en eso—agregué en tono irónico.
—Bueno,
¿Quién se baña primero?—preguntó mi padre.
—Tú.
Yo voy a ver que hay en la radio.
—Está
bien.
Mi
padre se fue a bañar, yo me quedé tratando de encontrar algo en la radio. No
encontré nada importante, Caballero Real no respondía. Supuse que ya cada vez
éramos menos en este mundo. Me esforcé al máximo por no deprimirme, razones no
me faltaban para hacerlo. Pero escuché algo, una voz de mujer con acento de
Colombia, la mujer solicitaba hablar con alguien.
Capítulo XXII. Zorro y Tato.
La
noche anterior:
Un
estruendoso bang se había escuchado en todo el centro comercial. Zorro había
halado del gatillo, Yubersi se había tapado los ojos y no paraba de llorar.
Tato sostenía la pistola, el cañón del arma estaba humeante y Zorro tenía la
vista clavada en Tato. Yubersi fue abriendo los ojos y levantando la vista poco
a poco hasta que vio a Tato, quien yacía allí, con la cabeza intacta. Zorro
había fallado a propósito.
La
mujer se le guindó a Zorro en el cuello, estaba alegre porque le había
perdonado la vida a Tato.
—Quítate
del medio puta—expresó Zorro, quitándose con otro empujón a Yubersi, luego
dirigió una palabras a su amigo.
—Te
quedas en este centro comercial, si nos sigues, te meto un tiro en la cabeza.
Te voy a dejar un hierro.
Tato
no respondió con palabras, solo asintió con la cabeza, sabía lo que Zorro
quería. Su amigo quería que él mismo se disparara en la cabeza una vez que
ellos se largaran del centro comercial, así que no tenía más opción, de
cualquier forma moriría, al menos tendría unas horas más de vida o quizás
minutos.
Una
vez que Tato se levantó después de estar arrodillado, Zorro arrojó unos
envoltorios de perico y de marihuana a los pies de su amigo infectado.
—Chao
Llave, nos vemos en el cielo o en el infierno—dijo Tato.
—Chao
hermano, nos vemos en el cielo o en el infierno, no importa el lugar, con tal
que nos veamos—respondió Zorro. — ¡Nos vamos!, preparen todo, que nos vamos de
esta verga—ordenó Zorro al resto de sus hombres.
A
los cinco minutos, la banda de Zorro ya tenía todo preparado, se marcharían por
la azotea, sería fácil huir por allí ya que otros centros comerciales y grandes
tiendas estaban adjuntos.
La
banda pensó que el Ejército entraría en cualquier momento al centro comercial
para eliminarlos a todos, y ante esa ansiedad no pudieron permanecer más tiempo
allí.
Cuando
ya se marchaban, Zorro, a una distancia de veinte metros de Tato, colocó una
pistola de 9 mm en el piso, más un cargador, dio una última mirada a su amigo y
se marchó para siempre.
Tres
horas después que Zorro se marchó:
Una
botella de ron estaba casi por terminarse, colillas de cigarros cubrían el piso
de una pequeña tienda de juguetes que estaba dentro del Centro Comercial
Caroní. Era Tato, quien se preparaba su tercer porro de marihuana bien cargado,
estaba tan drogado de alcohol, nicotina y marihuana que le importaba un carajo
su situación. Cantaba canciones de salsa y de mariachis, a veces alternaba con
algún vallenato. Cuando paraba de cantar empezaba un monólogo lleno de
fantasías, alucinaba situaciones llenas de acción, donde él sólo acababa con un
pelotón del ejército, apuntaba con su pistola a fantasmas vestidos de verde
oliva.
—Soy
el tipo más malo de esta verga, aquí mando yo, EL TATO, ¡pam, pam, pam! Tomen
malditos, coman plomo. Se metieron con el Tato, el más malo. ¡Pam, pam, pam!—expresó
el delincuente en su monólogo.
Así
se fueron los minutos de Tato, despegado de su dura realidad. El virus del HK-6
estaba rompiendo todas sus defensas, el envoltorio del polvo blanco de perico
estaba intacto, estaba en el mismo lugar donde Zorro lo había lanzado. Cuando
ya Tato no pudiese más con la borrachera y el adormecimiento de la marihuana,
inhalaría perico y seguiría adelante con su propia fiesta de delirios.
Pero
algo pasó en su entorno, había ruidos y él sabía que no era su imaginación,
salió de la tienda de juguete, el susto que le produjo los ruidos le movió el
corazón con fuerza, cargó la pistola y salió con cautela de la tienda. Afuera
estaba oscuro, antes de marcharse Zorro, había apagado las luces casi en su
totalidad del centro comercial, excepto la de algunas tiendas.
—
¡Quién anda allí nojoda! Ando armado y “no estoy jugando carritos”.
Los
ruidos cesaron, Tato se calmó “debe ser
toda esa mierda que me metí” pensó para sus adentros. Tato se dirigió a la tienda de juguetes en donde estaba, iba
con la intensión de inhalar perico, se quería despertar de una buena vez.
RUIDOS
NUEVAMENTE.
Tato
volteó y algo...
Capítulo XXIII. Colombia Vive.
—Aquí
Colombia vive, aquí Colombia—era claramente una voz de mujer que se escuchaba
en la radio de ondas cortas.
—Aquí
José de Venezuela, cambio.
—Qué
alegría escuchar a un hermano venezolano, soy Patricia García de Medellín,
cambio.
—Hola
Patricia, es un placer escucharte, cambio.
—El
placer es mío José, cambio.
Fue
una conversación agradable por radio,
además, debo confesar que me gustaba el tono de su voz, quizás eran mis
hormonas masculinas que estaban sensibles en medio de este apocalipsis. Había
perdido el contacto con una mujer, al menos una mujer con quien yo pudiera
establecer una conversación y aspirar a algo más.
Patricia
me hablaba desde una pequeña estación de policía en Medellín. Me contó que
estaba con un grupo de amigos de la universidad que, habían tomado esa estación
como refugio. Todo el personal policial había sido trasladado para el centro de
la ciudad con la finalidad de concentrar fuerzas contra los exhumanos. Ellos,
un pequeño grupo de siete supervivientes
(estudiantes universitarios todos) resistían en ese lugar y habían logrado
sobrevivir por el parque de armas que quedó
en la estación, más cierta reserva de alimentos y agua que yacían allí.
Mi
interlocutora me contó que había perdido el contacto con su familia y que son
de Cúcuta. El tono de su voz cambió drásticamente cuando tocamos el tema
familiar. Pobre chica, cuanto habrá sufrido, al menos estaba viva y tenía un
refugio donde recostar su cabeza con relativa seguridad, sumado a que contaba
con un grupo de amigos, no estaba sola, así que sus probabilidades de seguir
con vida eran altas en comparación con el resto de la población colombiana.
A
lo largo de los años, colombianos y venezolanos hemos mantenido cierto nivel de
rivalidad por tontos e infantiles nacionalismos, sumado a más de una crisis
política que han tenido nuestros gobiernos, sin mencionar todos nuestros
desafíos fronterizos que tienen muchas aristas; pero en realidad no existe en
el mundo nación más hermana de Venezuela que Colombia, somos dos gotas de agua,
somos dos granos de café. Genéticamente somos idénticos, nuestra gastronomía se
parecen, nuestras banderas llevan los mismos colores, nacimos como repúblicas
libres bajo la espada de Bolívar y Nariño. Colombia viene de Colombella, el
proyecto de Francisco de Miranda, “La Gran Colombia”.
Hablé
con Patricia varios minutos, me encantaba el tono de su voz, era cálido,
sensual, más ese encantador acento neogranadino, donde cada palabra es
pronunciada perfectamente con una elegancia tropical e intelectual.
—José
de Venezuela, me tengo que ir, vea usted, me toca montar un turno de guardia,
cambio.
—Está
bien Patricia, ¿pero cuando volvemos hablar?
—Pues
le digo que mañana como a las once mil, cambio.
—Entonces
hasta mañana bonita, cambio.
—
¿Y cómo sabe usted que yo soy bonita? Si nunca me ha visto.
—Porque
te siento bonita Patricia, además me lo acabas de confirmar, cambio.
—Ah
pues, no se me enamore, mire que estamos muy lejos y no podemos viajar. Y
bueno, le dejo, se me cuida mucho, cambio y fuera.
—Cambio
y fuera Patricia, te cuidas también bonita.
Quedé
echando corazones después de hablar con Patricia, seguro tenía cara de estúpido
y me padre lo podía confirmar porque casi siempre estuvo detrás de mí
escuchando la conversación, bueno la mitad de la conversación, porque tenía los
audífonos puestos, así que solo escuchó mi voz.
—Mmmju,
alguien tiene una amiga especial llamada Patricia.
—
¡Épale papá! No se debe escuchar las conversaciones privadas.
—Pues
aquí no existe privacidad José—comentó mi padre en tono de broma.
—
Y cuéntame, ¿con quién hablabas y de dónde es?
Le
di lujos y detalles a mi padre, el quedó gratamente complacido al saber que
tenía una amiga con quien hablar, porque me ayudaría a mantener un buen estado
de ánimo en medio de toda esta larga tormenta.
XXIV. TATO.
Tato
volteó y algo se arrojó hacia él como si
se tratase de un animal salvaje, no le dio tiempo de disparar a lo que le acababa
de embestir. Aquella aterradora cosa lo arrojó al suelo y empezó a desgarrarle
el cuello con los dientes. Ya era tarde, un pedazo de la yugular le fue
arrancada de tajo, la sangre salía del cuello a borbotones. El desgraciado
delincuente se esforzaba por respirar, lo hacía por reflejo, pero no podía, su
tráquea había sido dañada, su vida se esfumaba tan rápido como se inhalaba el
perico.
Tato,
el más malo de entre los malos, según su imaginación, se había apagado y estaba
sirviendo de festín para la bestia que lo devoraba con frenesí, como si llevase
siglos sin comer.
Aquella
bestia que arrancaba tajos de carne humana, era el mismo infectado que había
logrado escapar del ataque de Camejo, era aquel ser de gran tamaño con cabello
rubio, el mismo que hace horas lideraba una horda de exhumanos; pero ahora
estaba actuando por su cuenta, estaba saciando o tratando de saciar su hambre
infinita con el cuerpo de Tato. No
obstante, esa bestia catira de ojos bañados en sangre, pronto encontraría otro
grupo de zombis a quien liderar, él simplemente era la inteligencia entre una
masa de zombis, la cabeza de la serpiente.
La
bestia después de devorar la mayor cantidad de carne de su víctima, tomó lo que
quedaba del cuerpo de Tato y lo fue arrastrando hacia la pequeña abertura de
mantenimiento por donde había entrado en el centro comercial. Ese ser
espeluznante se comportaba como un depredador inteligente, contaba con el poder
de razonar, de tomar decisiones y eso se demostraba tan solo por el hecho de
llevarse su presa. La Bestia Alfa Iba dejando un camino de sangre por donde
arrastraba el cuerpo del delincuente, logró salir por donde mismo había
entrado, lo que sería otro punto a su favor sobre su inteligencia…podía
recordar, al menos su memoria a corto plazo funcionaba.
El
Alfa siguió arrastrando su presa, iba por las calles del Paseo Orinoco, las
cuales estaban desoladas. Esas mismas
calles que antes se abarrotaban de gente comprando en las diferentes tiendas o
simplemente paseando con la familia; ahora estaban tan desérticas como aquellos
pueblos fantasmas del Lejano Oeste de las películas de vaquero. La bestia Alfa
siguió caminando, tenía a Tato por el tobillo derecho, y el resto del cuerpo
era arrastrado por el pavimento y el asfalto, aún no había amanecido, el ambiente
era tenuemente alumbrado por algunas bombillas que quedaban de pie.
Finalmente
El Alfa llegó a la Plaza del Jardín Botánico, allí estaba un puñado de
exhumanos como en estado de letargo; pero al oler la sangre y las entrañas de
la víctima, empezaron a reaccionar como
animales de carroña. En ese instante El Alfa lazó un aterrador grito de bestia,
con su maldita mirada en sangre y su respiración acelerada, ningún exhumano se
le acercó. Había logrado la calma de los pocos zombis que estaban en el Jardín
Botánico.
El
Alfa se acercó a los zombis con su presa recién cazada que aún estaba caliente,
y la arrojó en medio de ellos. Todos los exhumanos se abalanzaron hacia aquel
cuerpo y empezaron a devorarlo como como si fuesen zamuros que llevaban semanas
sin comer.
Pronto
amanecería y aquella bestia catira había perdido una batalla contra los
humanos, más no la guerra, en breve empezaría a
reunir otro ejército para exterminar a la humanidad, era su misión, el
propósito de su “no-vida”, era el instrumento del EVOB HK-6, un oficial, un
general dotado enigmáticamente con algún tipo de inteligencia para, garantizar
la existencia de otra forma de vida, de otra especie, un ser microbiótico que
solo usaba cuerpos humanos como instrumentos para llevar a cabo una misión que
constaba de una sola orden, “exterminar la raza humana”.
XXV. Camejo.
Cuando
amaneció Camejo y sus hombres habían dormido solo un par de horas, turnándose
entre sí. Los que dormían, lo hacían dentro del camión de carga, mientras el
resto montaba guardia. Habían elegido la Plaza Bolívar cómo lugar de punto de
control y sitio para descansar, ya que el lugar era céntrico y le permitiría
llegar más rápido desde allí a diferentes partes de su zona asignada.
—
¿Queda café en el termo?—preguntó Camejo cuando ya todos estaban despiertos.
—Nada
mi Teniente, ni una gota de lo que llamamos café—respondió el francotirador del
pelotón, el Cabo Jiménez.
—
¿Cómo están nuestras raciones para hoy?—volvió a preguntar la Teniente.
—Tenemos
muchas latas de sardinas y atún, doce tortas de casabe y diez cajas pequeñas de
bocadillos de guayaba y de plátano
(pequeñas conservas de frutas con azúcar) —respondió esta vez un miliciano de
los que ayudaban a descargar la comida.
—
¿Y de agua cómo estamos?—continuó indagando Camejo.
—Estamos
casi hasta el tope, diez botellones de agua llenos y uno vacío—volvió a
contestar el miliciano.
La
Teniente estaba bien de hidratación y calorías para su tropa, por ahora le
preocupaba era: más municiones, conseguir los dispositivos de visión nocturna,
combustible y tener el camión surtido de alimentos y medicinas para la
comunidad del Casco Histórico. Pero para Camejo no sería tan fácil regresar al
cuartel en busca de lo que necesitaba, en primer lugar porque no quería dejar
solo a los vecinos del Casco Histórico y, si dividía a su pelotón dejando una
parte en custodia del sector asignado, y
la otra parte en el Fuerte Cayaurima, debilitaría el grupo, ya que tan solo
eran unos pocos. Por otro lado, había sido informada que varias vías de la
ciudad que dirigían al cuartel, empezaban a infestarse de exhumanos.
El
Sargento Núñez del ejército percibía lo que le preocupaba a Camejo, llevaba
tiempo trabajando con ella, había aprendido a discernir sus pensamientos y
Camejo lo sabía. Núñez se acercó a Camejo y le dijo:
—Mi
Teniente, sé lo que le preocupa, solo me gustaría sugerirle que mantengamos la
unidad, no nos separemos, vayamos juntos a donde sea, o si no esos malditos engendros
nos van a volver mierda.
—Entonces
iremos rápido. Pregunte a los policías qué otras vías alternas tenemos para
llegar al cuartel—mandó Camejo.
—Entendido
mi Teniente—respondió Núñez, cuadrándose enérgicamente, que ante la crisis que
vivían el sargento no perdía su impecable marcialidad y su respeto absoluto a
su Teniente.
Núñez
era un soldado fiel, dispuesto a dar la
vida por sus superiores. Era un hombre de tan solo 1,70 metros con 37 años de
edad, de hombros estrechos, su tés era
blanca, hijo de andinos pero criado en el Llano del Guárico, había estado casi
toda su carrera militar en la frontera colombo-venezolana. Hombre curtido en el
combate y se consideraba el mentor del Cabo Jiménez, y Jiménez lo consideraba
más que un superior, le veía como el padre que nunca tuvo. El Sargento Núñez
antes de todo este apocalipsis estaba haciendo gestiones para que Jiménez lograra
entrar en la Academia Militar de Venezuela, conocida como “La Casa de los
Sueños Azules”.
Núñez
consultó con los policías la vía alterna más segura, y esta era por la avenida La Octava Estrella,
avenida que se comporta como islote entre el río Orinoco y la bella pero
misteriosa Laguna de los Francos, lugar donde se reproduce La Sapoara del
Orinoco y donde habita la temible culebra de agua (anaconda). A través de allí
pasarían por el barrio La Lorena, El Mereyal y los Coquitos, tomando las calles
menos transitadas; pero el tomar esa ruta, no garantizaba que no se
encontrarían con exhumanos.
—Es
la mejor alternativa que tenemos mi Teniente—comunicó Núñez, explicando el
recorrido.
—Sargento,
dé la orden a todos. Nos vamos por allí. Cualquier vaina que decida atacarnos
me la neutralizan; pero si no nos atacan no quiero escuchar ni un disparo.
—Entendido
mi Teniente.
Todos
abordaron las unidades, ya casi eran las siete de la mañana, el día sería
bastante soleado. El convoy salió de la
plaza y bajó por la calle Venezuela, tomó la avenida principal del Paseo
Orinoco para luego dirigirse a la Octava Estrella, pasarían en breve frente al
comando fluvial de la Armada, el cual estaba abandonado, ya que ellos habían
decidido sumar fuerzas con el Ejército en el Fuerte Cayaurima. Los árboles del
Paseo Orinoco se movían al ritmo de una fuerte brisa que empezó a pegar, el
verdor de sus hojas era vivo, como si a los árboles y la naturaleza misma no le importase lo que
estaba ocurriendo a su alrededor, después de todo, el HK-6 tenía era problema
con una sola especie, “la humanidad”, quizás la naturaleza y las otras especies
empezaron a descansar después de largos años, luego de ser aporreada por
nosotros sin cesar.
El
convoy pasó muy cerca del centro comercial Caroní, en donde tan solo a pocas
horas se había dado una carnicería. Todos los militares y los policías no
pudieron evitar girar su vista hacia la
derecha para ver todo los cuerpos de exhumanos que estaban tirados en el centro
de la calle, en donde el fuerte sol que empezaría a caer ese día aceleraría la
descomposición de unos cuerpos que ya estaban muertos antes de caer.
La
radio no paraba de soltar voces de efectivos militares y policiales de
diferentes partes de la ciudad. Resultaba imposible para los hombres de Camejo
ignorar toda la fuerte sangría que se estaba viviendo Ciudad Bolívar, las voces
de la radio se les escuchaba desesperadas, muchos pedían refuerzos. Los
soldados de Camejo sabían que tarde o temprano estarían en esa situación
desesperada. La Teniente iba maquinando en su mente qué hacer en una situación así. Era un
combate interior que empezó a vivir Camejo, porque bajo sus hombros descansaba
la seguridad de su pelotón, pero a eso se le añadía la responsabilidad de la
seguridad de todo El Casco Histórico y el panorama no parecía mejorar.
El
Convoy empezó a cruzar la avenida La Octava Estrella, del lado izquierdo, el
río Orinoco con su peculiar color marrón, del lado derecho, a solo pocos
metros, la Laguna de los Francos, laguna que está llena de plantas acuáticas
con un color verde impresionantemente vivo aportándole una exótica belleza. Una
laguna llena de misterios, que con solo verla se puede sentir que esconde
muchas cosas bajo sus aguas; pero que aun así los niños del barrio La Lorena y de
Vista Alegre se bañan en ella como si se tratase de una piscina. Sería una
laguna perfecta para hacer una película de terror; pero que carajos, ya es
enteramente tarde para tal proyecto, tristemente estamos viviendo en carne viva
nuestra propia película de terror, cuya duración de este filme es ignorada por
la humanidad entera, solo queda mantener viva la llama de la esperanza, así
solo sea la diminuta llama de una simple vela.
El
convoy de nuestros valientes protectores empezó a pasar por entre Los Coquitos
y El Mereyal, afortunadamente no había ningún peligro aparente, había una
tranquilidad absoluta, mientras el
brillante sol aumentaba su calor y la intensidad de la brisa se empezó a
reducir considerablemente; pero esa tranquilidad era lo que más le incomodaba a
Camejo y a sus hombres, era una tranquilidad que se metía hasta los huesos,
produciendo así una ansiedad camuflada.
Disparos
se empezaron a escuchar en la lejanía, los cuerpos de todos los integrantes del
pelotón se tensaron. Camejo intentaba establecer comunicación con el cuartel,
pero este no respondía. Los disparos aumentaron en intensidad y frecuencia,
sonido de explosiones y de granadas se anexaron a aquel coro perturbador.
El
convoy siguió avanzando hasta llegar cerca del cuartel y este estaba bajo un
ataque incesante de hordas de exhumanos a unos doscientos metros de la entrada
principal, donde el Ejército en conjunto
con la Armada y la Guardia Nacional habían construido una barricada con
distintos materiales. Dos vehículos “VTR” al frente de la barricada escupían
fuego sin parar. Camejo con sus binóculos pudo estimar que era una masa de
entre cuatro mil a cinco mil infectados.
La
Teniente no disponía de mucho tiempo para reabastecerse. Pasaron por otra
barricada del Ejército, pero esta era al menos 4 veces más pequeña, custodiada
por unos quince efectivos, acompañados de dos Tiuna con ametralladoras .50 y
encima de los sacos de arena de la barricada estaban dos
ametralladora MAG calibre 7.62, listas para ser disparadas por sus
operarios.
La
barricada abrió paso rápidamente al convoy de Camejo sin mediar ningún tipo de
palabras, solo se saludaron con sus manos de la manera más informal, pero con
un profundo sentimiento de camaradería, sentimiento que hace que todo los
militares se conviertan en hermanos y hermanas de sangre en momentos de guerra,
dónde ellos son su única familia y saben que la protección de uno es el
resguardo seguro del otro.
Los
disparos y explosiones no cesaban.
Camejo entró por la principal prevención de Cayaurima. Los vehículos se
detuvieron en el primer estacionamiento. Todos se bajaron de sus transportes
para ser chequeados por el personal médico, luego de la revisión todos
volvieron a abordar los vehículos para ir a reabastecerse, excepto los policías
y Camejo que, se quedaron en ese primer estacionamiento.
En
eso empezó a entrar por la prevención una gran gandola (camión de carga larga)
con doble conteiner, venía siendo escoltada por un Tiuna, dos vehículos
rústicos de transporte de tropas y dos viejos pero operativos vehículos
blindados “Dragoon 300” con cañones de 90 mm y ametralladoras coaxiales M-240
calibre 7,62 mm. Aquella larga gandola provenía de Aragua y había entrado al
Estado Bolívar por el titánico puente Orinokia.
Todo
acontecía muy rápido, había un fuerte olor a pólvora en el ambiente, y la
adrenalina se sentía a flor de piel por todas partes, nadie estaba sin hacer
nada. Soldados corrían de aquí para allá.
—
¡Camejo!, estás viva hija—dijo el General González que pasaba por allí, quien
sostenía un enorme teléfono satelital en su mano izquierda. Con él estaban dos
hombres vestidos de civil y dos de sus
mejores escoltas con cara de pocos amigos y armados hasta los dientes, uno de
los escoltas llevaba la boina verde de cazador y el otro la boina roja de
paracaidista.
—
¡COMANDOS NUNCA MUEREN mi General!—respondió la Teniente cuadrándose
enérgicamente ante González, al igual que los tres agentes policiales que
estaban con ella.
—
¿Novedades Camejo?— preguntó el General mientras seguía caminando con los dos
hombres rumbo al gran patio principal del fuerte.
Camejo
siguió a su General caminando a su lado y a los pocos segundos se empezó a
escuchar el fuerte sonido de naves de alas rotatorias. Eran el titánico
helicóptero Pemón y el Súper Puma que se acercaban al fuerte para aterrizar en
el patio.
—Mi
General, sin novedades importantes—contestó Camejo a la pregunta del General, y
éste nunca le veía el rostro a la militar mientras hablaba, pero aun así estaba
pendiente de lo que decía, al igual que estaba atento a lo que le hablaba uno
de los civiles y al mismo tiempo intentaba hacer una llamada por el teléfono satelital.
Aquel General podía tener la mente en varias partes a la vez, sin confundirse y
manteniendo la serenidad.
El
General paró la caminata, todos se detuvieron, él levantó la mano con su dedo
índice, indicando que todos hicieran silencio. González empezó a hablar:
—Entendido
señor, claro…entiendo, sí…sí. Comida y municiones. En medicina estamos bien, si
señor, acaba de llegar la gandola. No…pero…si…El Aeropuerto está habilitado
pero está rodeado…sí, están llegando señor. Sí, sí…entendido, sí, fuerte y
claro. Igual…claro, es la orden. Hasta luego.
González
siguió la caminata, todos empezaron a caminar junto a él.
—Es
el Vicepresidente, tengo que llamarle a cada momento—comentó el General.
Ya
las dos naves de alas rotatorias empezaban a aterrizar “una alejada de la
otra”, a una distancia de más de cien metros, el sonido era ensordecedor y, el
viento generado por ambos helicópteros era como una ventolera de los “Médanos de Coro”.
Finalmente
las naves hicieron contacto con el asfalto caliente del patio principal. El
enorme helicóptero Pemón transportaba municiones, cargas de mortero, granadas y
proyectiles de diferentes cañones. El Súper Puma trasladaba un reducido grupo
táctico de fuerzas especiales, todos tenían el rostro pintado de negro con
boinas del mismo color. El Súper Puma tenía dos ametralladoras MAG, una a cada
costado. El General volvió a recibir otra llamada y le dio la espalda a todos
los presentes y se alejó del grupo como a unos diez metros.
Los
Helicópteros habían apagado sus motores.
—
¡Camejo!... Maldita Nueva ¡entiérrate de
cabeza!—gritó fuerte uno de los hombres con la cara pintada de negro que se acababa
de bajar del Súper Puma él cual iba caminando hacia Camejo.
—
¿Miii… Capitán Ferrer ?—contestó Camejo con su rostro lleno de dudas.
—El
mismo, Nueva—respondió el hombre, que tenía una estatura que superaba los 1,90
metros, su cuerpo era esbelto y lleno de venas brotadas en sus brazos.
—
¡Mi Capitán!—Camejo se cuadró perfectamente ante aquel hombre alto.
—Continúa
Camejo, déjate de marcialidades conmigo—dijo el Capitán Ferrer y a la vez
extendía su mano derecha para estrechar la mano de Camejo. — así que estás aquí
en Bolívar ¿Cómo está la vaina por aquí, Nueva? Venimos de El Tigre, allá la
vaina está ruda.
—Aquí
igual mi Capitán, esta vaina se pone fea cada vez más.
Los
disparos y explosiones que se escuchaban en el ambiente confirmaban las
palabras de Camejo. En eso cuando Camejo y Ferrer iban a seguir hablando los interrumpió el General
González, quien seguía hablando por teléfono, pero puso su mano derecha sobre
el hombro de Ferrer, éste se sorprendió y se paró firme a la velocidad de la
luz. González le dio palmadas en el hombro y le dijo levemente: “Continúa”.
—Entendido
mi Comandante en Jefe—dijo González y concluyó de hablar por teléfono.
—Capitán,
ahórrese los detalles y “el parte”.
Alzamos el vuelo ya, ordene a su piloto que salimos.
—Entendido
mi General—contestó Ferrer y al instante ordenaba a sus hombres a abordar la
nave. —Nos vemos “Nueva”—agregó Ferrer para despedirse de Camejo.
—Cuídese
mucho, hija, COMANDOS NUNCA MUEREN—expresó el General, colocando ambas manos en
los hombros de la Teniente.
—Entendido
mi General, cuídese usted también.
—No
se preocupe Teniente, que hierba mala nunca muere—añadió González y se dirigió
trotando hacia el Súper Puma con sus dos cancerberos de escolta.
Luego
de despedirse, Camejo se dirigió rápidamente hacia su habitación y una vez allí
abrió su escaparate, vio las fotos de su familia, se arrodilló y pidió
protección especial a Dios para sus seres queridos, para sus hombres y para
ella. Luego tomó del escaparate una bolsa de semillas de merey sin sal y un
paquete de goma de mascar y se marchó trotando hacia la entrada principal.
Allí
ya estaba su convoy totalmente reabastecido y listo para regresar a combatir
contra el reinado del HK-6. Los disparos habían cesado, al parecer habían
neutralizado la horda de exhúmanos.
—Estamos
listos mi Teniente—comunicó Núñez.
—
¿Los equipos de visión nocturnas?
—Sin
novedad mi Teniente, cada efectivo tiene su equipo, el suyo está en el Tiuna.
—Nos
vamos Núñez. Aborde—ordenó Camejo y luego pensó: “Que Dios nos acompañe”.
XXVI. Zorro.
—Tenemos
que ir a buscar la camioneta Jefe—dijo
Cara e` Niña.
—Olvídate
de esa verga que debe estar fundida a plomo por todos lados, vamos a ver que
encontramos cuando empiece a caer la noche—indicó Zorro. Él no se iba a exponer
a plena luz del día para ser encontrado fácilmente por los militares.
La
banda había entrado en un viejo restaurante de comida criolla, el cual estaba a
una distancia de medio kilómetro de su última guarida. El restaurante dónde
estaban llevaba por nombre “Prueba y Volverás”. Antes del apocalipsis era un
lugar muy concurrido, aunque su aspecto era viejo, con un ligero toque a casa
colonial, sin muchas remodelaciones, solo mantenía un mínimo de fachada
decente. Por dentro era un lugar caluroso, dónde no había aires acondicionados,
sino solo cuatro viejos ventiladores de techo. A pesar del aspecto viejo del
restaurante, mucha gente acudía allí por la buena sazón de la comida, sus
especialidades eran la carne guisada con papas, el hervido de gallina con
mazorcas de maíz, el pabellón y unas arepas con lengua de res que solo vendían
en el desayuno.
Afortunadamente
para Zorro y su banda, el lugar abandonado contaba con suficiente comida y agua
potable. El único inconveniente era que tenían que aguantar el calor, ya que no
podían prender los viejos ventiladores por la bulla que causarían, ni mucho
menos abrir ventanas y puertas.
Zorro
notó que dos de sus hombres estaban pálidos y sudaban profusamente. Los
observaba, veía como evitaban hacer cualquier tipo de actividad y uno de ellos
se acostó en el piso del lugar.
—Cara
e Niña, ven acá—dijo Zorro.
—Dime
Jefe.
—Estos
piazos de vergas tienen la vaina esa—comentó Zorro, casi susurrando al oído de
Cara e Niña.
—No
Jefe, lo que están es mamaos, esos carajos no han dormido ni comido.
—Tienen
la vaina esa, pendejo, estoy seguro. Quiero que les ordenes que salgan a robar
un carro y que lo traigan aquí.
—Pero
Jefe…
—Jefe
nada maricón, anda y diles que es una orden, y ni se te ocurra tocarles.
—Ta
bien Jefe.
Cara
e Niña se acercó a los dos delincuentes a una distancia que él creyó
prudencial, les comunicó la orden de Zorro. Ambos hombres a regañadientes
hicieron caso. Pero exigieron comer algo. Las mujeres acababan de poner unas
arepas con mantequilla y queso blanco en una de las mesas.
—Yubersi,
coloca cuatro arepas en esa otra mesa y ponle dos botellas de refresco—indicó
Zorro. La mujer hizo caso sin preguntar por qué.
—
¡Pimentel!... ¡Cortao!...—gritó Zorro llamando a comer a los dos hombres de los
que él suponía que estaban infectados. Pimentel y Cortao se acercaron a la
mesa, se sentaron y empezaron a comer. –Terminen rápido su vaina y me salen a
conseguir un carro, ya no vamos a esperar la noche para hacerlo. No quiero
preguntas…que yo sé lo que estoy haciendo.
Pimentel
y Cortao comieron rápido, ambos seguían sudando más de lo normal. Los pobres
delincuentes pensaban que era el calor y el hambre que los hacía sentir así,
pero en pocos minutos llegarían a saber que no era el hambre, ni el calor.
Finalmente
los dos hombres comieron y se marcharon a buscar un carro o una camioneta. Iban
llenos de debilidad y su malestar se agudizó cuando sintieron el fuerte sol de
Ciudad Bolívar.
—Cara
e Niña, si regresan, les metes un tiro a cada uno. Si no lo haces, te vuelo la
torre yo a ti—ordenó Zorro.
—Sí
Jefe, ta bien. Esos tipos ya están muertos.
El
resto de la banda se acercó a la mesa donde estaban las arepas humeantes, ya
Zorro estaba sentado con el Cara e Niña al lado, colocando más mantequilla a su caliente arepa. Todos
estaban callados en la mesa. Nadie se atrevía a pronunciar una palabra. Todos
sabían que Zorro estaba molesto y habían aprendido que callarse en momentos de
tensión era lo mejor.
Zorro
maldecía en su mente a ese pelotón que le arruinó todo, también maldijo a los
exhumanos, se maldijo a si mismo por abandonar a su amigo y su segundo al
mando. Estaba echando chispas y esperaba una señal o una excusa para
descargarse con alguien cayéndole a golpes, sin embargo, nadie le daba la
excusa, todos comían en perfecto silencio y en perfecto orden, no contaban con
buenos modales para comer a la mesa, pero era tanto el miedo que le tenían a su
jefe que parecían un convento de mojas a la hora de estar comiendo.
Pimentel
y Cortao fueron caminando hacia la Plaza Farrera, lugar que queda a unos seiscientos
metros de distancia del restaurant donde estaba escondido Zorro, recordaron
haber visto algún carro abandonado por esos lares.
La
Bestia Alfa estaba dentro del Jardín Botánico y esperaba que su nueva manada de
zombis terminaran de comer la presa que hace rato les había traído. Luego que
comieron, el Alfa empezó a tratar de comunicarse con ellos, no articulaba
palabras, sino que emitía gemidos. Los demás exhumanos parecían comprenderle y
también aprendieron que con aquella gigante bestia podían seguir comiendo, así
que lo seguirían por instinto a dónde fuese. En ese grupo de infectados no
había “bestias” solo zombis, excepto el Alfa.
Los
delincuentes llegaron a la Plaza Farrera y efectivamente allí estaba un
vehículo, pero había sido desvalijado, solo permanecía la carrocería y el
chasis. Pimentel y Cortao estaban sumamente fatigados, una fiebre empezó a
consumirlos, Cortao estaba visiblemente más afectado. Decidieron descansar
debajo de un gran Araguaney. El árbol nacional brindaba sombra a dos próximos exhumanos. La Bestia
Alfa se acercaba hacia ellos, iba acompañado de su nuevo pequeño ejército.
Pimentel y Cortao se fueron quedando dormidos, sudaban profusamente y ya
estaban despegados de la realidad. Cortao empezó a convulsionar, fuertes
espasmos se apoderaron de él, se retorcía como si se le estuviese metiendo un
demonio bíblico, Pimentel apenas abrió sus ojos y pudo percatarse lo que le
pasaba a su compañero; pero ya no tenía fuerzas ni para hablar, apenas era
levemente consciente de lo que le estaba pasando a ellos, maldijo en su mente a
Zorro. Había entendido por qué el jefe los mandó a robar un carro a plena luz
del día, hubiese sido mejor que les metiese un
tiro, antes que dejar que se convirtieran en esos zombis. Pimentel quería
meterle un tiro a Cortao y después meterse uno él mismo, pero no tenía fuerzas
para hacer aquello.
Cortao
no paraba de convulsionar y empezó a emitir extraños y espeluznantes gemidos.
La
Bestia Alfa divisó a los delincuentes, estaba a unos cien metros de ellos.
Cortao
cesó de convulsionar, pero esta vez se esforzaba por llevar aire a sus
pulmones, pero parecía bloqueado en su tráquea y cada vez contraía más su
diafragma en búsqueda de oxígeno, hasta que ya no se movió más, ni tampoco
gemía. Su compañero ligaba a que se hubiese muerto y no se hubiera convertido
en una de esas vainas extrañas.
Pimentel
giró levemente la cabeza hacia su lado derecho, intentaría tomar su arma para
meterle un tiro a su amigo; pero a continuación se sumó otro problema a los dos
graves que ya él tenía, se percató que un grupo de exhumanos se acercaba hacia
ellos. Definitivamente estaba rodeado, a un lado Cortao, que quizás ya era uno
de ellos y a cincuenta metros de él venía una pequeña horda dirigiéndose hacia
ellos, sin mencionar que él, estaba acorralado por él mismo y si quería poner
fin a su sufrimiento sabía que tenía que hacer su mayor esfuerzo posible para
poner fin a su miserable vida.
Pimentel
alcanzó su arma, le parecía que pesaba una tonelada. Sintió otra vez a su
amigo, pero esta vez sin espasmos y sin tratar de buscar oxígeno, pero si
escuchó un tenue gemido de Cortao, muy parecido al que sintió hace rato. La
pequeña horda había acelerado el paso, estaba a solo unos escasos treinta
metros…
Capítulo XXVII. Una amistad neogranadina.
Eran
las 11:30 am. Había dejado el radio encendido con sus altavoces, mi amiga de
Colombia no se reportaba; pero no tenía más opción que esperar. Hace solo
semanas se podía comunicar con alguien en cualquier parte del mundo vía chat
por internet; sin embargo, tengo que considerarme el hombre con más suerte del planeta,
ya que a través de la “Ondas Cortas” me daba el lujo de tener una amiga
neogranadina en plena apocalipsis pandémica.
Mi
padre y yo habíamos hecho toda la rutina de ejercicios y prácticas de lucha y
esgrima. Yo me encontraba en uno de los sillones del refugio. Como había
descrito antes, el refugio tiene una única y amplia sala, con paredes de viejos
ladrillos de mampostería, pero cuidadosamente tratados y barnizados en un color
ocre, lo que le brindaba impermeabilidad ante la fuerte humedad de Ciudad
Bolívar. La sala era casi una réplica a nuestra sala de arriba. La diferencia
era que no había divisiones entre cocina, sala de estar y comedor.
Lorenzo
estaba cocinando el almuerzo, mientras yo veía televisión, solo quedaba el
canal de Estado, no había habido más Cadenas, ni ninguna nueva información
oficial sobre los hechos que transcurrían en el mundo exterior. Yo tenía unas
fuertes ganas de tomar refresco cola con hielo; pero a partir de ahora tenía
que pensarlo dos veces para tomar esa bebida, ya que en mí caso eran los
últimos litros a disposición, si se terminaba no podría salir a la superficie a
buscar más, primero porque ya no había producción ni distribución de ese
preciado elemento, segundo, no sobreviviría si asomase mi cabeza en el mundo
exterior, así fuese un segundo.
A
mi nariz llegó un fuerte y agradable olor a caraotas negras guisadas con
especies y ajo, también estaba un arroz hirviendo, pero no había plátanos
frescos y maduros para acompañarlo; sino plátanos deshidratados, más algo de
carne mechada que provenía de un trozo que se tomó de los cárnicos ahumados y
mi papá se había tomado la molestia de desmechar y guisar. Lorenzo había
aprendido a cocinar gracias a mi abuela que le enseñó todos los trucos
culinarios de los bolivarenses transmitidos de generación a generación.
A
pesar del rico aroma que salía de la cocina, yo solo pensaba en escuchar la voz
de Patricia nuevamente, me sentía preocupado, estaba lelo viendo la pantalla de
la televisión sin prestar atención. Me había parado del sillón para dirigirme a
la cocina, con el propósito de ayudar a mi padre en algo que necesitase. Cuando
apagué la televisión; de los altavoces de la radio se escuchó un “José Müller,
¿me copias?, cambio. José Müller, ¿me recibes?”
—Fuerte
y claro, preciosa, cambio—respondí, había volado hacia el equipo de la radio y
tomado el micrófono.
—Me
alegra escuchar su voz José, cambio.
—Igualmente
Patricia, me alegra mucho escuchar tu voz, ya mi día es otro al sentir tu voz,
que llega a lo más profundo de mi corazón, cambio.
—Vea
pues, mi venezolano está romántico hoy. Te mandaría un emoticon con carita
sonrojada, pero este radio no puede descargar esa aplicación, [risas], cambio.
—
[Risas] Me alegra
saber que tienes sentido del humor en medio de todo esto, cambio.
—A
mal tiempo buena cara, José, cambio.
—Y
cuéntame Pati, ¿Cómo es tú día?, cambio.
…Silencio…
—Patricia
¿Dije algo que no te gustó?, cambio—volví a preguntar, pensando “que idiota
soy, no debí preguntar eso.
—José aquí estoy…mis días no son los mejores
aquí, quiero estar con mi familia, quiero que todo vuelva a ser como
antes…pero… [Silencio, voz
quebrada] supongo que soy afortunada, cambio.
—Pati,
lo siento, no sé qué decir. Solo quiero que
sepas que a pesar de la distancia yo estoy contigo, cambio.
—Gracias
José, usted es muy amable. Mire, aquí es difícil, casi no dormimos con los
gemidos de esas cosas allá fuera, nuestra comida cada vez es más escaza,
tenemos agua suficiente pero solo para beber, nos aseamos con paños húmedos. Pero
nos tenemos a nosotros, cambio.
Me
sobrecogí al escuchar eso. Ese grupo de muchachos refugiados en una estación
policial no la tenían fácil. Me sentía indigno al contar con un refugio como el
que nos heredó mi abuelo.
—A
mal tiempo buena cara Pati, como dices tú, cambio—me sentí otra vez mal a decir
eso, dar consejos desde un lugar privilegiado no es muy ético que digamos.
—A
mal tiempo buena cara José. Vea usted que aquí no las arreglamos para no
volvernos locos. Estos policías dejaron varias cosas para entretenerse aquí en
esta estación: Tienen un tablero de ajedrez y damas, tienen mazos de cartas, algunas novelitas de bolsillo;
vaqueritas en su mayoría, tienen periódicos viejos, un tablero de dardos y un
balón de fútbol, cambio.
—Me
alegra mucho que puedan entretenerse, cambio.
—José
disculpa, tengo que irme. Mañana continuamos a la misma hora. ¿Sabe algo?... me
gusta escuchar su voz, cambio.
—Igual
a mi Pati, solo espero que las horas se pasen rápido para escucharte
nuevamente. Bueno me despido, cambio.
—Que
pases un feliz día José, cambio y fuera.
Me
quedé suspirando por mi amiga de Colombia, quisiera estar con ella. “¿Que me
está pasando? Me estoy enamorando de alguien que no conozco y que seguro nunca
veré”, pensé. Pues al carajo, eso que importa, además no tengo muchas
alternativas que digamos, quizás Pati es la mujer que tengo más cerca en estos
momentos, “tan cerca y tan lejos”.
—José,
repórtate con los Razzetti y los García. Después vienes a comer, galán—comunicó
mi padre desde la cocina, que ya empezaba a servir las humeantes y aromáticas
caraotas.
—Claro,
enseguida—respondí. —Aquí Caimán del Orinoco a Tonina. Me reporto, todo sin
novedad, cambio.
—Aquí
Tonina, todo sin novedad, cambio.
—Excelente
Tonina. Buen provecho, cambio y fuera.
Los
Razzetti estaban bien, seguro almorzarían sus famosas pastas a la italiana.
Vamos a ver cómo están los García.
—Temblador,
aquí Caimán del Orinoco reportando, cambio.
(Sonido
de estática, ninguna respuesta)
—Temblador,
repórtese, cambio.
(Sonido
de estática).
—Tonina,
aquí Caimán del Orinoco solicita saber qué pasa con Temblador, cambio, el cuál
no se ha reportado, repito, no se ha reportado, cambio.
—Aquí
Tonina, ignoro lo que pasa, cambio.
Mi
padre estaba detrás de mí, atento y preocupado por los García. Él me quitó el
micrófono para dar una orden.
—Caimán
del Orinoco ordena activación inmediata del plan Fortín del Zamuro, cambio.
—Copiado
fuerte y claro, Fortín del Zamuro activado, cambio y fuera.
—José,
busca los trajes rápido.
—Pero
Papá…
—Busca
los trajes hijo, después discutimos.
Fui
de manera rápida a buscar los trajes de esgrima. Mi padre ya estaba cargando la
escopeta del abuelo y la carabina. Nos pusimos los trajes lo más rápido
posible, más las caretas de protección, los tapabocas y los lentes de
seguridad. Salimos de nuestro refugio por el túnel, con dirección hacia la
plaza Bolívar, en el mismo lugar que habíamos acondicionado para reunirnos.
Vincenzo Razzetti ya estaba en el lugar
de encuentro, con un tapabocas, lentes de protección industrial y el bate de
beisbol de su hijo. Parecía sorprendido al ver nuestra indumentaria de esgrima.
—
¿Qué crees que esté pasando Vincenzo?—preguntó mi padre.
—No
lo sé Lorenzo.
—Bueno,
no perdamos más tiempo—agregó mi padre y nos dirigimos hacia el túnel que
dirige a la casa de los García, el cual es más estrecho y más bajo que el
nuestro. Mi padre con sus 1,90 metros iba ligeramente encorvado para no pegar
la cabeza de la parte superior, yo con mis 1,79 no necesitaba encorvarme al
igual que el señor Razzetti que es casi de mi tamaño.
Todos
teníamos llaves de nuestros refugios. Mi padre iba de primero con la escopeta,
yo de segundo con la carabina de cacería calibre 22 y Razzetti atrás con el
bate.
—Abre
las puertas Vincenzo—indicó mi padre
El
ítalo-venezolano fue hacia las puertas las cuales eran dos, una de láminas de
hierro reforzado y la del interior, era de madera. Empezó a abrirlas, mi padre
apuntaba al frente con la escopeta, con la culata pegada a la parte frontal de
su hombro. Todos estábamos nerviosos, la adrenalina empezó a recorrer nuestros
cuerpos. Mi padre empezó a gritar el nombre de Carlos, pero no hubo respuesta,
Vincenzo abrió la segunda puerta. Empezamos a escuchar los gritos de los
muchachos:
—
¡Déjame!, ¡Papá!, ¡Mamá!... ¡Noooooooo, deja!
Subimos
una pequeña escalera, como de seis u ocho grandes escalones de vieja
mampostería, se escuchaba el televisor prendido. Imaginábamos lo peor, yo podía
sentir la fuerte y agitada respiración de Vincenzo, estaba muy nervioso, con
seguridad más que mi padre y yo.
Pasamos
un pequeño pasillo en forma de ele para llegar a la sala principal del refugio
de los García…lo que vimos a continuación fue algo increíble…
Capítulo
XXVIII. Pimentel y Cortao.
Pimentel
sintió que el tiempo se le paralizó, todo de repente empezó a pasar en cámara
lenta, percibió que ya su amigo Cortao era uno de ellos, la pequeña horda de
exhumanos ya estaba a solo veinte metros de él.
El delincuente
ya sabía que era hombre muerto, no tenía escapatoria. De pronto comprendió que
su única salida era pegarse un tiro, ya sostenía su arma, era un revolver
cromado calibre 38 de cañón corto, una hermosa pieza que siempre lo acompañaba.
Puso el arma en su sien, cerró los ojos, puso el martillo hacia atrás, luego su
compañero Cortao se levantó de la muerte, El Alfa estaba a tan solo a tres
metros de él. El revólver cayó al piso,
La Bestia se detuvo a solo medio metro de Pimentel.
No hubo
disparo, el pobre desgraciado no pudo volarse los sesos, había empezado a
convulsionar, fuertes espasmos lo sacudían, sus movimientos eran como de algún
actor de una película de exorcismo. Cortao, o mejor dicho el zombi Cortao no lo
atacó, solo estaba reconociendo a aquellos exhumanos que estaban parados frente
a él. El Alfa se agachó, olía de cerca de Pimentel mientras éste empezaba a
reducir drásticamente sus espasmos. La Bestia Alfa parecía esperar un nuevo
hijo, un nuevo soldado.
El delincuente había muerto para entrar en una
especie de “no-vida”, el Alfa lo ayudó levantarse, puso su mano en su mejilla
derecha y se aproximó a su cara, lo olía como para asegurarse que ese ser
no-muerto era uno de los suyos.
Cortao y
Pimentel se sumaron a la pequeña horda comandada por aquella Bestia Catira de
braga de mecánico de un color azul marino. Los dos delincuentes hace solo
minutos había desayunado arepas asadas con queso blanco y mantequilla, ahora
sumarían esfuerzos a su nueva banda para comer algo que no sería precisamente
arepas, sino carne humana fresca.
Esos seres,
parecían tener agudizado su sentido del olfato, porque podían sentir el olor a
humanos, en especial el grupo de las bestias, que parecían doblar en grado de
agudeza a sus otros compañeros. Así que el Alfa dirigiría la nueva cacería
guiado por sus sentidos altamente sensibles.
La reducida
horda empezó a subir las calles que dirigían hacia dónde está La Plaza Bolívar
y La Casa del Congreso Angostura. El Alfa iba a un paso lento a pesar que podía
ir más rápido, pero necesitaba estar cerca de su nuevo ejército que empezaba a
crecer. Mientras subían hacia los lugares antes mencionados, el exhumano líder
se detuvo frente a una casa, la cual estaba habitada por una familia. El olor a
carne humana era embriagante para la horda. La puerta de la antigua casa
colonial era de madera y no tenía puerta
protectora de barrotes de acero. El Alfa junto a algunos zombis empezaron a
intentar derribar la puerta, pero solo la golpeaban, no podían razonar como
echar la puerta de madera abajo.
La familia
estaba aterrada, solo les quedaría orar para que los militares apareciesen. Los
habitantes de esa casa empezaron a golpear cacerolas con cucharas a manera de
alarma. Ese grupo familiar estaba integrado por el padre y el hermano mayor de
éste, su esposa, cuatro niños, y una pareja joven de inquilinos. Todos
empezaron a movilizar muebles grandes y pesados hacia la puerta del frente, la
nevera encabezaba la lista, también movieron la gran lavadora automática. Los
niños y las mujeres no paraban de golpear las cacerolas, los hombres seguía
movilizando muebles. Las ventanas de madera las reforzaron con tablones y
clavos. Estas ventanas afortunadamente estaban protegidas por barrotes de acero
al estilo colonial.
Los exhumanos
seguían aporreando la puerta. El Alfa cesó de golpear, parecía buscar una idea
dentro de su cerebro infectado por el EBOV HK-6, lo cual era muy singular ya
que parecía seguir aumentado en su capacidad para razonar.
Una vez que
los hombres de la familia reforzaron la puerta del frente la cual estaba
precedida por un pasillo, se prepararon con palos y cabillas para recibir a la
horda en caso de que lograse entrar
El Convoy de
Camejo ya había salido del Fuerte Cayaurima, y mientras se alejaban del cuartel
general, un gran humo espeso empezó a
elevarse cerca del fuerte, eran los casi cinco mil exhumanos que fueron
amontonados con Payloader para ser quemados. Los cuerpos fueron rociados con
gasolina y gasoil.
Los hombres de
Camejo se empezaban a quebrar emocionalmente, ella lo empezó a percibir, así
que tendría que elevar la moral de su tropa a como dé lugar. Pero a pesar que
la moral empezó a bajar, sus hombres no dejaban de estar atentos y vigilantes a
cualquier movimiento extraño que se presentase en el recorrido. Habían tomado
la misma ruta de hace rato para retornar al Casco Histórico, pasarían otra vez
por la bella y misteriosa Laguna de Los Francos.
El convoy de
la Teneiente esta vez iba más preparado, habían cargado más comida de lo habitual,
incluso colocaron víveres en los espacios vacío de los otros vehículos,
llevaban doble ración de agua potable, medicinas, doble cantidad de municiones
para todas sus armas, una cantidad importante de granadas fragmentarias y de
ondas expansivas. Algunos efectivos militares aprovecharon el tiempo en el
cuartel para cargar otras cosas que ellos habituaban a usar, como cigarrillos
para el caso de los que fumaban, gomas de mascar, caramelos, galletas dulces,
dispositivos compactos de música como MP4 y otros, usarían la electricidad de
los vehículos para mantener cargadas las
baterías; en fin, los soldados subieron aquellas cosas que no ocupaban casi
espacio y que de alguna manera les brindaba un refugio emocional. Algunos pocos
llevaban algún pequeño bloc de notas y bolígrafos y unas pocas novelitas de bolsillo. En combustible,
llevaban doble cantidad. Aquel convoy, de alguna manera sentía que quizás no
volverían otra vez al Fuerte Cayaurima y por eso llevaron todo lo que pudiesen
cargar.
Mientras tanto,
El Alfa intentaba razonar cómo entrar a esa casa. Observó cómo su pequeña
manada daba golpes inútiles a la puerta de madera, la cual era una puerta
dividida en dos. Otros pocos de los exhumanos intentaban entrar por las
ventanas; pero era inútil, debido a los fuertes barrotes de acero. La Bestia
rubia hace unos días era un mecánico de maquinaras pesadas de construcción y
excavación, había sido empleado de importantes empresas de Venezuela, un hombre
sumamente necesario para el mantenimiento de grandes maquinarias. Él llegó a
comprender que debido a sus grandes conocimientos, era mejor trabajar para esas
empresas no cómo empleado, sino como contratista. Así que él con tan solo tres
ayudantes obtenía jugosos contratos. Y ninguna compañía decía “no” a sus precios,
ya que sus conocimientos y alta eficacia lo convertían en un mecánico
imprescindible.
El Alfa
contaba con tan solo cuarenta y cuatro años de edad, un hombre vigoroso y
saludable, y que de no ser por el EBOV HK-6 su pequeña empresa contratista
seguiría creciendo, pero ahora trabaja para el HK-6, una singular mutación
nunca antes vista del Ébola. Así que El Alfa, el mecánico imprescindible, el
hombre que encontraba solución en donde otros se daban por vencidos, intentaba
ahora razonar alguna idea para entrar a esa casa colonial y así devorar a esas personas.
La bestia alfa
logró dar a luz una idea. Con su gran fuerza empezó quitando uno a unos los
zombis que estaban acumulados frente a la puerta. Luego empezó a lanzarse con
su cuerpo hacia la puerta de madera de aspecto colonial, el resto de los
exhumanos lo observaban. Los ciento veinte kilos del Alfa se estrellaban con el
obstáculo a derribar, él solo lograba estremecerla. Los zombis lograron
comprender, o quizás actuaron por instinto de imitación, tal cómo un insecto
imita a la naturaleza para lograr escapar de sus depredadores, los zombis,
entre ellos Cortao y Pimentel, se acercaron a la puerta y empezaron a
estrellarse a esta, tal como lo hacía su líder, luego el resto se sumó a ese comportamiento y entraron en una especie de
euforia.
Las bisagras
de la puerta empezaron a desencajarse de su lugar, los grandes muebles que
servían de refuerzo de la puerta comenzaron a moverse. Los hombres del interior
del hogar sabían que en breve se enfrentarían a ese grupo de infectados; ya no
estaban asustados, defenderían a sus seres queridos con todo lo que tenían. Los
niños y las mujeres no paraban de sonar las cacerolas, pero los militares no
acudían en su auxilio. Camejo apenas estaba pasando por la avenida La Octava
Estrella.
Las mujeres y
los niños mientras sonaban esas cacerolas empezaron a llorar de pánico y
desesperación, así que mientras las cucharas de acero golpeaban las ollas, sus
lágrimas empezaron a caer sobre estas, ellos no se percataban de ello.
Las bisagras
ya estaban que se salían de sus lugares, en un intento desesperado, los hombres
trajeron más enceres de la casa; pero ocurrió, la puerta finalmente cedió, fue
arrancada de tajo por la fuerza bruta.
Camejo
terminaba de recorrer toda la avenida Octava Estrella, pasaría por la avenida
principal del Paseo Orinoco. La cuestión era que no tenía planificado pasar
cerca de la Plaza Farrera, en dónde El Alfa estaba a punto de devorar una
familia entera, sólo un milagro o alguna señal haría que el convoy se desviara
hacia aquel lugar antes mencionado.
Solamente la
gran cantidad de muebles detrás de la puerta era lo que separaba a los
exhumanos de las inocentes personas allí alojadas. Los tres hombre esperaban
con palos y cabillas, tan solo eran tres, pero estaban llenos de adrenalina,
afuera esperaban una veintena de zombis para hacer estrago dentro de su
vivienda. El Alfa se empezó a frustrar y a llenarse más de ira por el nuevo
obstáculo encontrado. A lo lejos, algunos vecinos miraban por las hendiduras de
sus ventanas aquella tenebrosa escena, y sabían que ellos serían los próximos,
así que empezaron a reforzar sus casas y a prepararse para lo peor.
El Alfa tomó
una de las puertas desencajadas y la lanzó hacia afuera, cayendo a la calle,
Pimentel y Cortao hicieron lo mismo con la otra división de la puerta, aunque
no lo hicieron con la misma facilidad. Cuando los exhumanos lograron ver a los
tres hombres a través de los obstáculos, entraron en frenesí y empezaron a
avanzar cómo una masa homogénea hacia sus presas, los tres hombres se
preparaban como si fuesen jugadores de beisbol profesional al momento de
batear, había centellas en sus miradas y empezaron a vociferar groserías contra
esos malditos seres.
Capítulo XXIX. En el refugio de los García.
Razzetti,
Lorenzo y yo nos quedamos inmóviles al ver lo que ocurría en el refugio de los
García. Era Jaime, el hijo menor, estaba encima de su hermana Claudia, solo
trataba de quitarle una consola portátil de videojuegos. La muchacha emitía
gritos para no darle la pequeña consola a su hermano. Carlos y su esposa
estaban cocinando y Carlitos estaba acostado en el sofá viendo televisión.
Todavía la familia García no se habían percatado que estábamos en su refugio.
—
¡Buenas!—gritó Razzetti y al mismo tiempo sonó ligeramente su bate contra un
viejo estante de madera para emitir ruido y así llamar la atención de los
García.
La familia dio
un respingo cuando nos vieron, se asustaron al ver dos hombres con trajes de
esgrima y con armas de fuego en sus manos. Vincenzo levantó los brazos con el
bate en su mano izquierda para que vieran su rostro y dejaran de temer. Mi
padre y yo procedimos a quitarnos las caretas. Nos acercamos hacia el centro de
la sala y Carlos García con su esposa se acercaron a nosotros.
— ¡Caramba
hermanos! Les pido disculpas. Mi radio parece que se dañó, no emite, ni recibe.
Dijo Carlos, tomando el gran walky talky de la mesa central de la sala de su
refugio.
— Vaya susto nos has dado Carlos, imaginamos lo
peor. Gracias a los cielos están bien.
—Oye vale,
pero ustedes parecen un grupo Comando de la policía, así quien va a tener miedo
de los zombis esos—añadió el señor García, mientras su esposa colocaba su mano
izquierda en su boca para evitar soltar una carcajada.
—Déjate de pendejadas
Carlos—intervino Razzetti. —Dame ese radio, para ver que carajos tiene.
Carlitos se
paró del sofá y se fue a su habitación, Jaime y Claudia se calmaron y
finalmente Jaime logró quitarle la consola a su hermana. Nos sentamos en el
sofá. Vincenzo arrimó la mesa central de la sala hacia él y le pidió a Carlos
herramientas. Pero Carlos antes de buscar la caja de las herramientas había
sacado dos latas de cerveza helada de la nevera, una para él y la otra se la
lanzó a mi padre diciendo:
—Una para los
dos, hay que rendirlas y, José no toma.
Mi padre
atrapó la lata de cerveza, la destapó y dio un sorbo, le ofreció a Vincenzo y
éste también le dio un sorbo y se la regresó a mi padre.
Al poco
tiempo, Carlos trajo la caja de herramientas y las colocó encima de la mesa.
Razzetti abrió la caja, tomó un par de destornilladores y empezó a abrir el
radio para encontrar la falla. El ítalo-venezolano no es que era un experto en
reparar cosas, pero se aplicaba por tener conocimientos generales de
electrónica, mecánica y electricidad, aunque muy superficial realmente.
— ¿Ta buena la
cervecita Lorenzo?—preguntó Carlos.
—Muy buena mi
estimado vecino.
—Lástima que
no se puede salir a comprar más—comentó Carlos. —Pero te cuento que la pequeña
tasca de Don Pepe está abandonada, nosotros pudiéramos…
—Ni pensarlo
Carlos, déjate de vainas locas—interrumpió Lorenzo a García. Sabía lo que su
vecino le iba a proponer.
Mientras
Lorenzo y Carlos hablaban, la señora García llamó a comer, la mesa estaba
servida. Mi padre y Vincenzo declinaron la invitación, sacando la excusa que
comerían en sus refugios y, de comer allí perderían el apetito; pero la señora
García no aceptaba nunca un rechazo para degustar su comida, así que nos unimos
a la familia para almorzar. Vincenzo había dicho que en breve nos acompañaría,
quería primero reparar el walky talky del cual ya había encontrado la falla.
La mesa estaba
servida. Los García habían preparado un menestrón de garbanzos con trozos de
chuleta de cerdo ahumada, arroz blanco y de bebida, limonada bien fría. En el
centro de la mesa había media torta de casabe para acompañar el delicioso caldo
del menestrón. Aquello era exquisito. Con seguridad mi padre guardaría las
caraotas que el cocinó para el almuerzo
de mañana, no nos podíamos darnos el lujo de desperdiciar nada, ni comer doble
porciones.
— ¡Listo!—dijo
Vincenzo desde el sofá, había logrado reparar el radio. — Era solo un cable y
no hay cable que se pueda resistir al estaño.
—Bueno, ven a
comer que se te va a enfriar tu menestrón—comunicó Carlos.
— Ya voy,
déjame avisarle a mi esposa por la radio que todo está bien, para que no se
preocupe.
El
Ítalo-venezolano luego de comunicar a su esposa que todo estaba bien y que
compartiría un ratico con los García se acercó a la mesa luego de lavarse las
manos y empezó a degustar con nosotros aquel exquisito plato de garbanzos con
chuleta de cerdo ahumada. Mi padre le dio unos consejos a la familia García, en
especial a Carlos. Le dijo que no se volviera a repetir lo de hoy, porque él pudo
acercarse al refugio de los Razzetti para reparar el walky-talky y comunicar
desde allí que todo estaba sin novedad.
Al terminar de
almorzar, cada quien regresó a su refugio. Vaya susto que nos dieron los
García. Eran las dos de la tarde y había dormido una pequeña siesta de media
hora. Después me puse a leer unas viejas pero muy buenas enciclopedias de la
década de los 80. Esas enciclopedias consistían en diez grandes tomos, tenían
excelentes ilustraciones de alta calidad y los textos de los temas eran amplios
y bien detallados, estos libros eran mi internet cuando tan solo era un niño,
gracias a ellas le agarré amor a la lectura y al estudio personal y por más que
las leyera siempre encontraba algo nuevo.
Mi padre se
dedicó a transformar mis espadas de esgrima, en armas de guerra, lo hacía
con el esmeril usando diferentes discos,
más un pequeño martillo de herrero. Logró hacer una excelente adaptación de las
armas.
Yo me paré de
la mesa, fui a la nevera y tomé un pequeño trozo de chocolate para seguir
leyendo. Al rato, mi padre se acercó a mí para mostrarme las nuevas espadas. Yo
quedé impresionado, nunca imaginé verlas con filo, y se sentían altamente
maniobrables. Lorenzo solo dejó dos espadas intactas para nuestra práctica de
esgrima, eran dos viejos pero muy buenos y resistentes “floretes”.
—Bueno, ya
están listas la espadas, solo espero que jamás tengamos que usarlas, pero como
dice la vieja máxima romana…"Si quieres paz, prepárate para la
guerra”—expresó mi padre mientras chequeaba el filo de las nuevas espadas con
el roce de la yema de sus dedos.
— ¿Guerra
contra zombis?—pregunté.
—Guerra contra
quien decida atacarnos para atentar con nuestras vidas y con nuestra libertad.
¿Libertad? Se
puede ser libre mientras quizás quedemos encerrados para siempre en este viejo
sótano de la colonia. Aquello no tenía sentido para mí. Mi libertad simplemente
se acabó hace semanas para mí. Todos mis sueños y aspiraciones se fueron para
el carajo viejo, para siempre jamás. Respeto y amo con todo mi corazón a mi
padre; pero no todo el tiempo concuerdo con él, aunque prefiero en muchos casos
no hacer comentarios para no faltarle el respeto, quizás él tenga razón en la
mayoría de los casos, pero yo pienso distinto.
CAPÍTULO XXX. Alfa.
La gran
cantidad de muebles y electrodomésticos dificultaba sobremanera el avance de la
pequeña masa de exhumanos hacia los tres
hombres que no dejaban de sudar y que esperaban con cabillas y palos. El
parapeto de muebles se iba moviendo y dispersando, una pequeña brecha sería
suficiente para abrirse paso.
El Alfa estaba
en la primera fila empujando con toda su fuerza sobrenatural, y debido a ello
se abrió una rendija. Los zombis Pimentel y Cortao intentaron entrar por allí,
pero habían quedado atorados, Cortao asomó la cabeza y una parte superior de su
cuerpo, pero una pesada cabilla se estrelló contra su cabeza, produciendo un
“crack” como sonido seco, ello hizo que Cortao se apagara para siempre.
El Alfa se
enardeció mucho más, haber liquidado a uno de sus exhumanos se había convertido
en un grave error para esos tres hombres, ya que solo lograron enfurecer más a
la bestia mayor. La brecha se abrió más, Pimentel logró entrar con facilidad,
El Alfa seguía empujando, otros exhumanos se empezaron a colar también.
Pimentel corrió con la misma suerte que
Cortao, pero algo se sumó al ataque de la pequeña horda. Era un fuerte sonido
de motor, eran unas alas giratorias que empujaban aire hacia la calle de la
casa bajo ataque.
Desde unos
veinticinco metros de altura se empezó a sumar otro sonido en forma de ráfaga,
era una MAG 7.62 que escupía balas hacia los zombis y al mismo tiempo bajaban a
rapel de manera rápida un grupo de hombres que llevaban cascos y máscaras
antigás. El primero que pisó tierra fue el Capitán Ferrer, que con su AK-103
con silenciador empezó a hacer disparos certeros hacia la cabeza de los
infectados. Luego bajaron seguidos de él diez hombres más. El Alfa no se volvió
hacia los militares a sus espaldas. Los muebles finalmente cedieron, la mitad
de los exhumanos se abalanzaron sobre aquellos tres valientes defensores de la
familia, batiendose con arrojo y valor, pero al final serían devorados por esos
depredadores insaciables.
El Alfa había
atacado a unos de los hombres, desgarrando carne de su cuello, la sangre salió
con gran fuerza bañándole el rostro a aquella infernal bestia. Ferrer y sus
hombres avanzaban hacia la horda, esquivando los obstáculos derribados por los infectados.
Alfa sabía lo que estaba pasando, lo había vivido la noche anterior, tendría
que huir nuevamente. Algo se movía en su interior, de alguna manera empezaba a
dolerle los suyos, su raza, su gente o lo que sea que fuese; pero también sabía
que no podría con aquel enemigo superior con ropas verde oliva.
El resto de la
familia que se había encerrado en una de las habitaciones y habían cesado de sonar las cacerolas al escuchar el sonido del
helicóptero. Los niños estaban llorando, grandes lágrimas se deslizaban por sus
mejillas. La niña sujetaba con fuerzas una muñeca de trapo que le había
regalado su padre hace dos años; el niño, su hermanito, abrazaba con mucha
energía a su madre y ésta a su vez los abrazaba a ambos. La otra mujer, la
inquilina, tenía en sus manos un palo de escoba; aquella arma era inútil, pero
al menos le servía para brindarle a ella una cierta sensación de seguridad.
Los exhumanos
fueron cayendo uno a unos mientras el Capitán Ferrer avanzaba con sus hombres.
Alfa había huido por la puerta de atrás, la cual estaba hecha de una débil
madera que no pudo impedir la embestida de un gigante de 120 kilos con la
rapidez de un corredor de alta competencia. Cuatro exhumanos se dirigían hacia
la habitación dónde estaban las mujeres y los niños. El olor a sangre y a carne
fresca y sana los atrajo excesivamente.
Llegaron a la
habitación y en instantes derribarían la puerta con facilidad. La mujer del
palo de escoba se preparaba para recibirlos. Los niños gritaban por sus vidas,
eran llantos desgarradores, la madre de éstos los puso debajo de ella, tal como
una gallina coloca a sus pollitos debajo de sus alas durante el frío de la
noche.
El Alfa logró
escapar, saltando muros y tejados, desde arriba lo observaba el General
González quien se encontraba dentro del helicóptero Súper Puma. González estaba
atónito por lo que veía. Nunca había visto un infectado con semejante agilidad
y comportamiento.
Los exhumanos
derribaron la puerta de la habitación, la mujer del palo de escoba al ver a
esos cuatros tenebrosos seres con caras de cadáveres que empiezan a
descomponerse, tuvo una contraria reacción a la que ella se había preparado.
Sus piernas empezaron a flaquear, su rostro palideció por completo, el palo de
escoba cayó contra el piso de cemento pulido y cerró sus ojos para entregarse a
la muerte, no tuvo recuerdos de su pasado ni nada, solo quedó paralizada, a
punto de desmayarse. Los cuatro zombis ardían de excitación por toda esa carne
fresca frente a ellos.
—Recíbenos en
tu reino Dios—alcanzó a decir en voz baja la madre de los niños y también cerró
los ojos, acurrucando a sus hijitos.
Los exhumanos
alcanzaron a dar máximo tres pasos, y cayeron como sacos de papas que son
arrojados desde un camión. Tres militares con cascos, máscaras de gas y guantes
quirúrgicos, acababan de disparar sus armas de asalto con silenciadores. Los
cañones de los AK-103 estaban humeantes.
—Sin novedad
mi Capitán, neutralizados y exterminados—dijo un sargento que estaba codo a
codo con Ferrer.
—Sargento
revisa a las mujeres y los niños, se vienen con nosotros—ordenó Ferrer al
sargento, luego se dirigió en voz baja a un joven “teniente segundo” que estaba
a su izquierda: —Teniente, tome esas sábanas y vaya rápidamente y tape a esos
tres hombres que cayeron. No quiero que esta gente guarde eso de recuerdo.
—Entendido mi
Capitán—respondió el joven oficial.
Los niños
veían a Ferrer como si fuese un súper héroe de película, y las mujeres le veían
como un ángel.
Las mujeres y
los niños se salvaron, pero al instante les invadiría el dolor interior más
fuerte que existe, y es la pérdida de un ser querido. Así que los llantos
volvieron a emerger, pero a las mujeres y a los niños no se les permitiría
acercarse a los valientes hombres que ofrendaron sus vidas para salvarlos. De
no ser por la barricada que colocaron en la puerta y la pelea que dieron, todos
estarían muertos.
A las mujeres
se les impidió a la fuerza ver a sus esposos, a pesar de toda la histeria que
formaron. Pero Ferrer logró sentarlas en unas sillas del comedor de esa casa
colonial. El capitán se quitó el casco y se echó su máscara antigás hacia atrás
para poder comunicar mejor lo que tendría que decir.
—Entiendo el
dolor que están atravesando. Sus esposos se sacrificaron por ustedes y sus
niños. De no ser por ellos los niños no estarían vivos.
— ¡Pero es mi
esposo!, quiero verlo—dijo la mujer que era inquilina.
—Señora, no
podrá. Su esposo está infectado, nadie puede acercarse a él. Ustedes se vienen
con nosotros, tomen lo necesario. Esto es una orden, no me hagan arrestarlas y
llevarlas a la fuerza. Tienen solo dos minutos para buscar sus cosas y venir
con nosotros a un refugio seguro, donde habrá comida, agua y camas.
Las mujeres
parecieron comprender, aunque no paraban de sollozar por sus esposos, igualmente
los niños.
—Sargento,
usted y García—susurró Ferrer. —Quiero que rematen rápidamente a esos
desgraciados hijos de perra. A las tres víctimas…bueno ya saben que tienen que
hacer con ellos, pero solo cuando esta gente suba al helicóptero.
El sargento y
el tal García empezaron a rematar con sus armas de asalto a los exhumanos,
siempre lo hacían. Aquel grupo de Fuerzas Especiales nunca subestimaban al
enemigo, ni dejaba nada al azar.
Las mujeres y
los niños ya estaban listos, fueron escoltados hasta el helicóptero, no les
iban a permitir que se acercaran a las víctimas que ya estaban cubiertas con
sábanas.
El Súper Puma
bajó una silla de rescate a través de una guaya. Cuando se iba a montar uno de
los niños apareció la Teniente Camejo con sus hombres que inmediatamente
hicieron un perímetro. La teniente se acercó a Ferrer.
—Nueva, te
perdiste la rumba. No tengo tiempo para darte explicaciones. Estamos evacuando
esta gente para el cuartel. Allá dentro están tres hombres que murieron
intentando defender su familia—dijo en voz alta el capitán a Camejo, debido al
gran ruido que producía el helicóptero y
la teniente sostenía su sombrero selvático con su mano derecha para evitar que
se le cayera por la enorme cantidad de brisa que generaba las alas rotatorias.
—Entendido mi
Capitán. Siento haber llegado tarde a la rumba—respondió la oficial en voz alta
también.
—Descuida
Nueva, que rumbas y parrandas es lo que te va a sobrar.
Ya habían
subido a la nave las dos mujeres y los niños. El resto del escuadrón de Fuerzas
Especiales empezó a subir por la misma soga donde había descendido.
—Teniente, si
tiene cinta perimetral de seguridad la colocan en esta casa. Aunque dudo que
alguien se quiera acercar. Ya sabe que los cuerpos se quedan allí, deje que los
zamuros se encarguen—acotó el Capitán y al mismo tiempo tomaba la soga para
colocar sus pies en uno de los grandes nudos de ésta.
—Entendido mi
Capitán.
—Bueno Nueva,
nos estamos viendo.
—Nos estamos
viendo mi Capitán—dijo Camejo ofreciendo un saludo militar a Ferrer, y éste se
lo devolvió mientras la soga empezaba a ascender hacia la nave.
El Súper Puma
se marchó hacia el cuartel nuevamente, pero solo para reabastecerse de
combustible y dejar a las mujeres y los niños. Luego partirían otra vez, el
General González quería ver por él mismo la situación actual de la ciudad,
también ofrecerían apoyo a quién lo necesitase, sean civiles o sus “hermanos y
hermanas en armas”.
Ferrer y sus
hombres eran adictos al combate, a la adrenalina. No estaban con pendejadas de
moral baja ni nada parecido. Se consideraban los hombres más afortunados de
Venezuela porque le pagaban por hacer lo que tanto les gustaba. Así que hombres como ellos no se detendrían
en su afán por liberar a su país de esos seres que parecían haber salido del
infierno.
Capítulo XXXI. La cueva del lobo.
El Alfa corría
por su vida, su corazón latía tan rápido como el de una persona que se está
infartando, y su respiración como siempre, agitada. Se había escondido en un
local de víveres abandonado que tenía la “Santa María” o portón, hecho trizas,
con seguridad había sido saqueado días atrás. Alfa sentía algo diferente dentro
de sí… frustración… quizás; o tal vez deseo de venganza. Aquella enorme bestia
no dejaba de respirar profusamente. Recorrió todo el local, tal como un lobo
hace reconocimiento de una nueva guarida. El lugar estaba lleno de estantes
vacíos fuera de su lugar, el piso estaba lleno de un abundante polvo gris, las
paredes estaban cubiertas en sus esquinas superiores por grandes telares de
araña. Al final del lugar estaba el depósito o almacén, donde había un gran
cuarto frío dañado lleno de humedad y de moho, el olor estaba cargado a
descomposición de alimentos perecederos. Las ratas hacían su festín.
Alfa con su
peculiar agilidad logró atrapar a dos grandes ratas, las cuales devoró,
disfrutando su sangre caliente y el poderoso latir de su corazón. Las demás
ratas huyeron del lugar, un nuevo gran depredador reclamaba ese sitio como suyo.
En el almacén había un baño para empleados, uno de sus lavamanos goteaba y caía
en un viejo y gran cuñete de metal. El agua tenía una grotesca cantidad de
larvas de mosquitos que revoloteaban dentro del líquido de ese cuñete. El líder
de los infectados metió su cabeza allí y tomó una gran cantidad de aquel
líquido hidratando su cuerpo.
Al parecer,
las bestias, entre otras cosas, habían sido dotados de una mayor cantidad de
anticuerpos, seguramente parecido al nivel de anticuerpos de las ratas, donde sus
organismos son inmune a toda la suciedad y podredumbre que se pueda imaginar.
Así que las bestias se convertían en la obra maestra de EBOV HK- 6, podían
morir, así que tendrían instinto de supervivencia, su corazón latía el doble de
rápido de una persona normal, lo que los hacía más fuertes y ágiles, pero su
demanda calórica era mayor, por lo que su hambre era literalmente insaciable,
lo que los convertían en una máquina de cazar humanos, y su gran cantidad de
anticuerpos le garantizaría la supervivencia en lugares que para nosotros
serían mortales.
Alfa sació su
sed, su ira empezó a bajar. Había notado que reunir una manada le traía
inconvenientes, al menos contra ese grupo de seres vestidos con verde oliva.
Por ahora, esta bestia se tomaría un descanso en su nueva guarida.
Minutos atrás:
El General
González quería ir tras la caza de ese singular infectado, que se movía con
agilidad impresionante. Sabía que seguiría asechando a las personas de esa comunidad. Pero González no podría ir
tras la caza de aquel curioso exhumano, tendrían que llevar a las mujeres y a
los niños al cuartel.
El General se
acercó a Ferrer, para hablarle al oído:
—Allá abajo,
en la casa, ¿vistes algún infectado fuera de lo normal?
—Sí mi
General, un hombre alto, con una braga azul marino, huyó por la puerta trasera.
La desbarató como si fuese un toro encabritado.
—Capitán, esa
cosa va a seguir echando vaina. Quiero volver a dar vueltas por allí.
—Entendido mi
General así será.
—Hay que poner
al tanto a Camejo, si ella puede cazarlo…Pero…si pudiéramos…
— ¿Atraparlo
vivo?
— Sí Capitán y,
llevarlo a Zaraza, allá está un laboratorio que están estudiando todo acerca de
esos zombis.
—Pero no
tenemos el equipo adecuado mi General, podríamos infectarnos.
—Entiendo…bueno…ponga
al tanto a Camejo ahorita mismo por radio.
Capítulo XXXII. Camejo.
—Entendido mi
Capitán—respondió por radio la Teniente luego que Ferrer le diera la orden
procedente del General García.
Camejo y sus
hombres presenciaban con estupor toda aquella carnicería donde Ferrer y su
escuadrón de la muerte habían intervenido. Colocaron la cinta amarilla de
seguridad, tal como se les ordenó y fueron tras la caza del Alfa.
Alfa estaba en
el almacén, el lugar estaba oscuro, apenas se filtraba algunos rayos de sol
proveniente de la entrada y de algunas estrechas ventanas rectangulares. El
gigante infectado sintió la necesidad de refugiarse más. Atrás del almacén
había una alcantarilla larga con rejilla, que servía de desagüe al momento de hacer
profundo mantenimiento a ese depósito cuando en otro tiempo recibía variados
productos cárnicos, hortalizas, vegetales, frutas y diferentes tubérculos. La
rejilla estaba levantada, por allí entraban las gigantes ratas de la ciudad,
ahora su depredador inmediato tomaba ese lugar como una especie de cama. Esa
húmeda alcantarilla con vapores de suciedad sería como el ataúd de Drácula de
la novela de Bram Stoker y las ratas serían su aperitivo, solo si ellas
decidían acercarse, al menos lo intentarían, porque el sitio estaba lleno de
comida descompuesta; una dulce tentación para los roedores más aborrecidos por
la humanidad.
El Convoy de
Camejo María recorría el lugar referido por donde había huido el enorme
infectado. Pasaban lentamente por la “calle Venezuela”. Cuando no hay vehículos
en una ciudad, ni gente en sus calles, el silencio es casi absoluto, así que
los motores de dos Tiuna, una patrulla de la policía y un camión de carga,
sería la cosa más ruidosa del mundo, donde las casas más alejadas podían
percibir aquel ruido de máquinas a gasoil y gasolina.
Alfa también
percibía el ruido de esos motores, aún más que cualquier humano, ya que sus
sentidos eran mucho más sensibles y aparte aquella bestia asociaba ese ruido
con destrucción y exterminio, su corazón empezó a latir más rápido al sentir
los motores cercas, pero él tenía instinto de preservación y de su guarida no
saldría hasta que su enemigo más poderoso se alejara.
Camejo como la
mayoría de la Fuerza Armada, subestimaba la inteligencia de los exhumanos, para
ellos eran solo masa de zombis que iban al ataque de manera frontal y sin
razonamiento, dónde su único éxito sería atacar en grandes cantidades.
—Nos bajamos
aquí. Jiménez toma posición, el resto hagan un perímetro —ordenó la oficial.
—Mi Teniente,
creo que necesitamos un perro, seguro podría olfatearlo y dar con esa
vaina—comentó el Sargento Núñez.
—Seguro
Sargento, ¿Pero dónde carajos vamos a encontrar uno? La Guardia Nacional es la
que tiene perros entrenados—contestó Camejo.
—Solo decía mi
Teniente.
—Descuida
Núñez, quizás consigamos unos perros por allí, no es mala idea.
Camejo, los
policías, dos soldados y Núñez empezaron a recorrer a pie la zona indicada y a
revisar las distintas tiendas y comercios sin alejarse del perímetro que
estableció el resto del pelotón. Los motores se habían apagado a fin de ahorrar
combustible, cada milímetro de gasoil y gasolina era vital en plena
apocalipsis.
Alfa sentía de
cerca a sus depredadores, no se movía de su ataúd o de su alcantarilla, su
respiración era agitada como siempre, pero su cuerpo estaba quieto pero listo
para defenderse en caso de ser encontrado.
—Entramos
aquí. Soldado traiga siete visiones nocturnas—ordenó Camejo.
—Entendido mi
Teniente—respondió el soldado y salió embalado hacia el camión de carga, donde
estaba la mayoría de la logística de los defensores del Casco Histórico.
El soldado
llegó con los dispositivos de visión nocturna, se pusieron los tapabocas y se
adentraron en la tienda de víveres, atravesando con cuidado la destrozada Santa
María, la cual tenía las láminas oxidadas y filosas. Camejo iba al frente de la
columna, los dos soldados en el medio y los tres policías iban protegiendo la
retaguardia. Las partículas de polvo eran abundantes en el ambiente y se movían
de manera lenta, en un estado eterno de suspensión. La visión de los militares
y policías en medio de esa oscuridad era clara para ellos, pero en un verde de
diferentes tonalidades e intensidad debido a los dispositivos de visión
nocturna.
La columna mientras se desplazaba, iban
dejando las huellas de sus botas en la espesa capa de polvo gris de aquel
local. Alfa respiraba con la misma intensidad, pero su cuerpo estaba
paralizado.
La columna
buscó con minuciosidad en la tienda, pero nada, excepto algo…
— ¿Lo nota mi
Teniente?—susurró Núñez a Camejo, indicando que viera el piso.
—Sí, son
recientes Sargento—murmuró Camejo. Ambos se referían a huellas de botas de
obrero en el piso. El lugar estaba lleno de diferentes huellas, pero las que
indicaba Núñez se podían apreciar que estaban frescas, así lo indicaba la
espesa capa de polvo gris.
— Está aquí mi
Teniente—volvió a susurrar Núñez.
Camejo hizo
señas al resto de la columna para seguir
las huellas. Avanzaban en formación, cada paso que fijaban en el piso lo hacían
con precaución. Llegaron hasta el depósito, los invadió un fuerte olor a
descomposición de alimento y a humedad. Núñez notó que las huellas iban a
varios lugares y se regresaban, estaban dispersas, pero eran las mismas. El
cuarto frío tenía la puerta entreabierta. Núñez la fue abriendo poco a poco
mientras la Teniente apuntaba hacia adentro; nada, el lugar estaba vacío, al
menos eso parecía. Se adentraron en el cuarto frío, dónde el aire estaba tan
cargado a humedad, moho y descomposición que casi era irrespirable.
Afuera de la
gran cava se quedaron los tres policías y un soldado. A los pocos segundos
salen de la cava, Camejo, Núñez y el otro soldado. El Sargento Núñez notó que
las huellas no eran uniformes, cómo si lo que buscaban tuvo una pelea allí
adentro, cómo si hubiese corrido por todo el depósito. Había gotas de sangre,
pero solo eran pequeñas gotas, estaban frescas y se habían adherido al polvo.
No obstante, las huellas cerca los restos de sangre se ordenaban.
Alfa se
preparaba para atacar a sus enemigos si se les ocurría asomar la cabeza por la
alcantarilla. La bestia empezó a sudar profusamente, y secretaba más baba
rojiza por su boca y nariz; cómo si también fuese su otro mecanismo de ataque,
lanzar millones de partículas virales envueltas en aquella repugnante
secreción, al gritar de furia, millones de virus HK-6 se dispersarían tal como
un aerosol.
Núñez indicó a
su teniente ir hasta el final del depósito porque las huellas ahora parecían
ordenarse, se dirigían hacia ese lugar solamente. Así que la columna empezó a
avanzar hacia el desagüe o alcantarilla.
Afuera de la
tienda de víveres, el resto de los soldados tenían los pelos de punta, la
tensión les topaba por completo. El silencio dentro de la tienda se hacía más y
más espeluznante. Jiménez arriba del techo del camión de carga no dejaba de
vigilar el perímetro con su fina vista de águila arpía.
La columna
siguió avanzando hacia el desagüe, solo faltaba unos diez pasos para llegar
hasta la alcantarilla. Un paso, dos, tres…siete, ocho; Los corazones de Camejo
y Núñez latían con fuerza…noveno paso y diez. Toda la columna dio un brinco,
decenas de ratas salían de la alcantarilla huyendo, haciendo su chillido
espantoso que les caracteriza a ellas. Nada, no había nada en la alcantarilla,
solo ratas saliendo como si huyeran del fuego que pasaban entre sus botas
militares, la escena era asquerosa y perturbadora en extremo.
De pronto
empezó a salir más ratas y más, la columna de asalto de Camejo estaba aterrada
por la bíblica escena. Los roedores salían de la tienda, el resto de la tropa
que custodiaba afuera estaban estupefactos por la gran cantidad de ratas que
salían del lugar, aquella escena superaba la ficción de cualquier película.
A los pocos
segundos las ratas cesaron de salir de la alcantarilla. Camejo notó que a un
lado de la alcantarilla había un desagüe circular mucho más grande por donde
podía entrar una persona.
Mientras tanto,
Alfa avanzaba arrastrándose por grandes tuberías de concreto, avanzaba por las
cloacas de la zona comercial del Casco Histórico. Las tuberías eran estrechas
para él, apenas podía avanzar como soldado en entrenamiento bajo una maraña de
alambres púas. Iba hacia donde lo dirigiese la tubería, iba en busca de un
lugar más seguro. Su instinto de supervivencia era cómo el de una rata,
dispuesto a atravesar la suciedad más asquerosa existente en el planeta a fin
de poner su vida a salvo. Su braga azul marino estaba impregnada de aguas
servidas; pero eso no le importaba a la bestia.
Una vez más
Alfa escapaba de su enemigo verde oliva.
—Sellemos
esto—ordenó Camejo, viendo la tubería amplia de concreto. —Núñez sella esto con
C-4; no quiero que hagas una bomba atómica.
—Entendido mi
Teniente.
Alfa seguía
avanzando sin parar, esta vez llevaba una rata en la boca y le devoraba
mientras continuaba en su recorrido hacia un “no lugar”. Al instante se escuchó
una explosión que hizo que la bestia se detuviera un instante. Una cola y una
pata de una pequeña rata se asomaban por su boca. Luego Alfa continuó hasta llegar
a una alcantarilla, cerca de un viejo restaurant.
Capítulo XXXIII. ¿Última Cadena?
*
Pasaron tres
días después del incidente con los García, y en tres largos días no hablé por
radio con Patricia, mi linda amiga colombiana. Me hice muchas preguntas, me
esforzaba por ser positivo, traté al máximo de no imaginar alguna tragedia.
Además, si los García tuvieron un desperfecto con su radio, ¿por qué no lo
podía tener Pati y sus amigos? …bueno, eso espero, perder la vida en estos
tiempos es la cosa más fácil del mundo, aún más fácil que respirar; no
obstante, sentía que ella estaba viva, lo sentía.
Caballero Real
nada que aparecía tampoco. Los amigos y amigas es el lujo más grande durante
este apocalipsis, aun hasta esos amigos
que son especies de adversarios. Quizás me refiero al contacto humano y a sus
actividades, todos tomando un lugar dentro de la sociedad. Hemos gastado tanto
tiempo en criticarnos y ofendernos; pero cuanto extraño a esas personas que barren nuestras calles, como quisiera
verlos realizando sus actividades, como me gustaría estrecharle mi mano.
Después de todo, parece ser que las actividades más importantes dentro de una
sociedad la realizan los anónimos. Esas personas que se levantaban todos los
días de sus vidas muy temprano en la mañana a construir una mejor civilización.
Quizás algún día, cuando florezcamos otra vez como humanidad, podamos ver a las
personas que barren las calles como las personas con mayor estatus, o héroes,
que aun pudiendo decidir cambiar sus rumbos deciden mantener una ciudad limpia.
Bueno…yo ni sé
que escribo, seguro estoy escribiendo pendejadas o me he vuelto un soñador
utópico por todo lo que estamos atravesando. Al menos tengo el sagrado
privilegio de escribir pendejadas en estos cuadernos que he conservado, al
menos puedo desahogarme en la tranquilidad de nuestro cálido y cómodo refugio.
Cada familia
debió ser paranoica como mi abuelo Ralf Müller, todo se le hubiese facilitado a
las Fuerzas Armadas sí cada familia hubiese contado con un refugio seguro, con
huertos organopónicos y un sistema propio de agua potable. Me duele
profundamente decir que tanta incredulidad hacia las advertencias de unos
cuantos como mi abuelo hayan sido tomadas como una locura y que a causa de esa
irresponsable incredulidad tantas personas hayan fallecido o peor aún, se hayan
convertido en esas vainas caminantes que andan por las calles acabando con las
almas de Dios en un deseo infinito de acabar con todos nosotros (la humanidad).
**
Aquel mismo
tercer día que esperaba por escuchar la voz de Patricia, habían anunciado en el
canal nacional una nueva Cadena. Aquel anuncio se había convertido en el eje
central de nuestro día. Todavía no sabíamos quien se iba dirigir al país, si
era el presidente o el vicepresidente. Mi padre y yo anhelábamos con todas nuestras
fuerzas que la OMS hubiese encontrado
una cura contra esa nueva mutación del Ébola. Yo empecé a fantasear con
recuperar mi vida, con salir nuevamente a la superficie. Hasta pensé en viajar
a Colombia y traerme a Patricia para Venezuela.
La Cadena
Nacional se había anunciado para las siete de la noche, mi padre tenía una
botella de vino a su lado a modo de celebración. Por primera vez lo noté
optimista. Pero se hicieron las siete de la noche y nada, la Cadena no se
transmitía. Cuando se hicieron exactamente las siete y veinte minutos, vimos un
caballo blanco corriendo por una sabana amplia, más la música característica,
aquello era el símbolo de que en breve empezaría una Cadena Nacional.
Había empezado
la cadena, pero no estaba ni el Presidente ni el Vicepresidente, solo estaba un
conjunto de militares y algunos pocos civiles. Entre ellos estaba el ministro
de defensa. Todos estaban en una mesa amplia, el General Briceño Mejías
(ministro de defensa) estaba en el centro. Transmitían en vivo.
El ministro
tenía un par de papeles en sus manos. Algún personal del equipo de cámaras o
periodista habló en voz alta, diciendo: “¡Listo, al aire!”.
General
Briceño Mejías:
“Estimados y muy valorados venezolanos y venezolanas.
Lo primero que quiero informarles a ustedes es que el Presidente y el
Vicepresidente se encuentran bien, ambos están en lugares seguros, lugares que
son distantes entre si, y de los cuales no les puedo revelar su ubicación.
Ellos tienen planificado transmitir un mensaje al país en su momento.
Por otro lado, quiero anunciar que como la mayoría o
quizás todos los países, que estamos perdiendo esta guerra contra el EBOV HK-6.
Nuestras Fuerzas Armadas y Organismos Policiales han sido reducidos
drásticamente debido a lo rápido que se ha propagado esta enfermedad, donde
millones de nuestros hermanos venezolanos se han infectado y convertido en un
ejército de aniquilación.
Aún podemos sostener el sistema eléctrico nacional
porque nuestras fuerzas han sido infranqueables en nuestra represa del Guri.
Con respecto al agua potable podemos afirmar que el 70% por ciento de la población
nacional aun recibe agua por sus tuberías, lo que es un éxito rotundo, así que
estamos llamados a resistir esta embestida del destino.
Con respecto a la comida y medicinas no podemos decir
lo mismo, ya que nuestras fuerzas y capacidad logística han sido diezmadas. Por
tal razón le hacemos un llamado de administrar sus alimentos de la mejor manera
posible. Haremos un gran esfuerzo por hacer llegar semillas de diferentes
frutas, vegetales, cereales y hortalizas a ustedes. Sabemos que hay casas y
apartamentos que no cuentan con espacio suficiente para sembrar; pero aun así
tienen cierta cantidad tierra que pueden ser organizadas en diferentes tipos de
recipientes o cualquier espacio donde sea posible.
Con respecto a la OMS y a la cura contra esta apocalíptica
enfermedad, ellos han mandado un comunicado a todos los gobiernos del mundo que
aún se mantienen en pie de lucha, que han logrado importantes avances en
encontrar la cura, el desafío que tienen está en vencer el rápido poder de
mutación que tiene este virus. Ellos estiman que entre seis a ochos meses
estarán dando con tan anhelado objetivo. Así que le pedimos resistir, Venezuela
aún no ha caído y mientras existan venezolanos y venezolanos seguiremos
teniendo una hermosa nación, cuna de libertadores y guerreros.
Les prometemos a todos ustedes que nuestros hombres y
mujeres en armas no dejarán de luchar hasta liberar a Venezuela de este
monstruo que ha decidido invadir nuestro sagrado territorio. Por tal razón,
debe reinar la esperanza, la resistencia y nuestro deseo de vivir. Dios está
con nosotros y yo estoy convencido que saldremos victoriosos de esto. Así
que…resistid hermanos y hermanas…resistid y vivid”.
El Ministro de
Defensa dejó de leer el par de documentos en sus manos y enfocó su mirada a la
cámara:
“Estamos en Diciembre… hoy es 10 de diciembre del 2017,
estamos a pocos días de la navidad. No podremos celebrarla como solemos
hacerla, no habrá nuestras amadas hallacas con pan de jamón y pernil, tampoco
tendremos ensalada de gallina ni dulce de lechosa; pero tendremos amor por
nuestro Niño Jesús, así que les ruego a nuestros niños y niñas de Venezuela que
en sus cartas esta vez no pidan juguetes ni estrenos de ropa… Les pido a
ustedes niños y niñas que le pidan al Niño Jesús la cura para esta terrible
enfermedad, pidan en sus cartas que nosotros los soldados podamos seguir
protegiéndolos, pidan que la OMS pueda encontrar la cura a este virus. Y
ustedes padres… (El General tenía los ojos aguados pero llamas de guerrero salían
de ellos)…pidan a Dios que les ayude a cuidar a sus hijos, me despido de
ustedes con Bolívar, cuando lanzó aquella frase ante la fuerza de un terremoto
que acabó con la vida de miles de caraqueños en pleno comienzo de las batallas
independentistas: "Si se opone la naturaleza, lucharemos contra ella y la
haremos que nos obedezca”…Hoy luchamos contra el HK-6 y haremos que nos
obedezca. Gracias a todos y todas.
Cuando
concluyó la Cadena Nacional, mi padre y yo nos quedamos viendo fijamente la
televisión, casi sin pestañar. Mi padre comentó: — ¿Semillas? ¿A estas
alturas?—pero solo fue un pensamiento en voz alta, no volteó a verme. El único
movimiento que hizo fue tomar la botella de vino, destaparla y beber
directamente del pico, como si quisiera embriagarse a propósito.
Por alguna
razón yo no quise decirle nada, solo comprendí que quería un tiempo a solas.
Sobre lo que comentó en voz alta, tenía razón, las semillas se tuvieron que dar
desde el principio a toda la población y capacitarlos a través de la televisión
y folletos, el cómo sembrar dentro de
las casas urbanas, cómo aprovechar los espacios o hacer nuevos espacios, el criar pollos y codornices en gallineros
verticales y el aprovechamiento del agua de lluvia. Son errores que se
cometieron, sin mala intención seguramente pero que pagaremos caro. Sin embargo,
la población también tiene culpa de ello, lo digo por nuestra comunidad más
cercana, cuántas veces trataron a mi abuelo de viejo loco alemán, también se
burlaron de su hijo Lorenzo que se esforzó al máximo de hablarles sobre la pira
o amaranto. Creo que el petróleo ha sido nuestra mayor bendición y a la vez
nuestra peor maldición, porque antes de explotar este hidrocarburo éramos una
potencia agrícola, vivíamos del café y del cacao como principales productos de
exportación para generar divisas, nuestros llanos y sabanas estaban llenas de
miles y miles de reses. Se podía afirmar que aquella época antes del petróleo
cada hogar en Venezuela contaba al menos con un conuco rodeado de árboles
frutales. Pero llegó nuestro amado petróleo y con él llegó el abandono de los campos, el
abandono de nuestras formas tradicionales de generar nuestra propia comida.
Hoy un
apocalipsis le ha dado la razón a Don Arturo Uslar Pietri cuando declaró que:
“Hay que sembrar el petróleo”; pero ya es tarde, de que sirve tanta tecnología,
tantos aparatos electrónicos, vehículos, casas majestuosas, si no nos podemos
comer nada de ello. Al final tiene más importancia apostar por una vida
autosustentable que esté en armonía con La Madre Tierra.
Después de la
Cadena me dirigí a mi cama con medio vaso de refresco cola bien frío y un
cuarto de barra de chocolate. Tomé un libro que no había leído, “LOS TRES
MOSQUETEROS” de Alejandro Dumas. A parte de la compañía cercana de mi padre y
mis vecinos, solo tengo con seguridad a mis libros, allí puedo viajar a mundos
mágicos, puedo sentir lo que sienten los personajes, sus mundos, sus amores,
sus tragedias, sus victorias y aventuras.
Me sumergí en
la lectura de la novela que mencioné antes, luego hice una pausa, quedé en el
“capítulo VII, El interior de los Mosqueteros” luego tomé otro libro “EL AMOR
EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA” de Gabriel García Márquez. Alcancé a leer solo un
par de páginas de Márquez y me dirigí a la nevera para tomar otro tantito de
cola, eché la mirada hacia el sofá, allí estaba mi padre, dormido. Se quedó
rendido con la botella de vino vacía en el piso y había comenzado otra que
llevó hasta la mitad. Una parte de su espigado cuerpo estaba extendido por todo
el confortable mueble de cuero negro sintético, su brazo izquierdo sobresalía
hasta el piso, rozando la botella que estaba empezada. Su mejilla estaba
sutilmente humedecida, era evidente que había derramado algunas lágrimas. La
brisa empezó a envolver ligeramente nuestro refugio, así que le fui a buscar
una sábana para arroparlo.
Cuando se
hicieron las diez de la noche el sueño había empezado a atraparme en sus
brazos; pero no quería dormirme, la verdad sentía mucha necesidad de salir a la
superficie, a veces me olvidaba que allá afuera había un apocalipsis y sentía
deseos de salir con mis amigos y pararnos a charlar al lado del Malecón del
Paseo Orinoco y sentir la brisa cálida de la noche. Extraño tantos detalles de
mi vida, definitivamente no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos.
Me fui a la
radio, y empecé a tratar de establecer comunicación con Patricia, era de noche,
así que era el mejor momento para hacer uso de las ondas cortas de la
atmosfera; pero aun así no pude comunicarme con ella. Sin embargo, fui
afortunado, estaba escuchando una emisora que parecía ser de Estados Unidos,
parecía ser una grabación, pero algo era algo, la música de esta emisora eran
algunos blues y jazz, quizás estaría escuchando alguna emisora de la ciudad de
Nueva Orleans, o tal vez era mi imaginación, por mi viejo deseo de visitar esa
tierra rica en tantas culturas, una ciudad que fue fundada primero por los
franceses, luego estos se la cedieron a los españoles y finalmente pasó a
formar parte de Estados Unidos, pero a la vez su mayor influencia proviene del
África debido a la esclavitud de aquellos tiempos. Todo esto le otorga a la
ciudad una rica gama de culturas, acompañado de un clima subtropical, con una
arquitectura muy parecida a la de mí amada Ciudad Bolívar, con calles estrechas
y casas bien conservadas de la época colonial.
Pero ahora
estoy aquí, en un refugio, y seguramente Nueva Orleans ya sería un pueblo
fantasma lleno de zombis.
Seguí
escuchando con los audífonos esos hermosos blues y jazz y me quedé dormido en
la silla de la radio, la cual es cómoda, acolchada y reclinable. Me levanté a
las dos de la mañana por el fuerte deseo de orinar y de tomar agua fría. Me
percaté que ya mi padre no estaba en el sofá, me asomé en la habitación y
estaba allí, arropado y dormido con el ventilador. Luego fui a orinar, me lavé
las manos y la cara, tenía algo de sueño pero ya no tan intenso como el de hace
rato. Cuando me acerqué a la nevera para tomar agua fría escuché un fuerte
grito de mujer que me paralizó por completo, mi corazón se aceleró. El grito
vino de la calle del frente a nuestra casa, aquello se filtró por la entrada
frontal donde entre la brisa. Empecé a tomar mi agua fría, lentamente, seguro
mis ojos estarían como dos tortas de casabe.
Mi padre se
levantó, se acercó hasta donde yo estaba tomando agua.
— ¿Qué carajo
fue eso?—me preguntó Lorenzo.
—No sé, pero
creo que fue el grito de una mujer, vino de la calle del frente… eso estuvo muy
cerca.
“¡AAAHHHH!”…
Otra vez el grito. Nuestro refugio estaba alumbrado tenuemente por un par de
bombillos rojos, los cuales encendemos
cuando nos vamos a dormir.
—Trae la
escalera, me voy a asomar.
—Pero...
—Tráeme la
escalera, no me discutas.
Fui a buscar
la escalera, es una escalera extensible de aluminio de tres tramos y de 9
metros de longitud. Cuando me acerqué con la escalera mi padre tenía puesto el
tapabocas, los lentes de seguridad industrial y la carabina en su hombro.
Capítulo XXXV.
*
Lo que estaba presenciando mi padre
era aterrador, era la escena de una mujer con un niñito entre sus piernas y en
sus manos sostenía un largo paraguas para defenderse de un grupo de exhumanos
que se acercaban a ella con un singular rigor mortis en el andar. La pobre
mujer estaba rodeada, su rostro estaba lleno de pavor, detrás de ella solo
estaban las paredes de otra casa, la cual le impedía huir. Mi padre sin perder
más tiempo apuntó con su carabina, escogiendo como blanco a uno de aquellos
monstruos, él estaba a solo unos cinco metros de distancia de los exhumanos; su
ubicación estaba al ras del piso de la estrecha calle y sin perder más tiempo
empezó a disparar su arma. Había caído el primer zombi, fue un tiro limpio a la
cabeza. Afortunadamente la distancia entre mi padre y el exhumano no era mucha,
de lo contrario la pequeña bala calibre 22 no hubiese podido atravesar el
cráneo. Mi papá siguió disparando, un segundo zombi cayó. La mujer no sabía de
dónde venían los disparos, pero ella empezó a ver un destello de esperanza, aun
así no dejaba de estar a la defensiva con su paragua. El niñito lloraba sin
parar; y al lado de él, en el piso, estaba un gran bolso de viajar.
Los exhumanos querían comer carne
fresca, así que no prestaron atención al ruido que causaba la carabina. La
pequeña masa de zombis siguió avanzando hacia la mujer, y de alguna manera,
estos engendros sirvieron de escudo para otros zombis, por lo que mi padre ya
no podía disparar a la cabeza de los que estaban más cerca de ella y al niño;
pero aun así seguía disparando con mucha desesperación, y esta desesperación
aumentó cuando su carabina quedó descargada y con lágrimas en sus ojos empezó a
recargar su arma lo más rápido que pudo.
Al instante se empezaron a oír
disparos de armas de gran calibre causando
un gran estruendo, los zombis empezaron a caer. Mi padre quedó un
instante presenciando cómo los exhumanos caían y a los tres segundos él empezó
a disparar su arma nuevamente. Ya parecía no haber movimiento, una bombilla
brindaba algo de luz a aquella tétrica escena. La mujer no estaba de pie, se
había lanzado al piso cubriendo con su cuerpo al pequeño niño.
Un reducido grupo de militares y
policías avanzaron a la escena a un paso lento y seguro, llevaban tapabocas y
lentes de seguridad, al frente de ellos iba una mujer, mi padre la recordó, era
la teniente Camejo.
Mi padre contemplaba todo, algunos
exhumanos se movieron desde el piso y eran rematados en la cabeza. Finalmente
llegaron hasta la mujer y el niño, los cuales no se movían.
—Es tarde mi Teniente, están
muertos—logró escuchar mi padre.
La mujer y el niño fueron
alcanzados por los exhumanos y eso aconteció al momento que mi padre perdió la
visión de ellos, sumado a que también tuvo que recargar su arma.
—Tenemos que echarle gasolina, no
hay nada que hacer—comentó la teniente, lo cual era a la vez una orden, así que
todos fueron rociados con gasolina, incluyendo las inocentes víctimas que
acababan de caer.
Algunos vecinos abrían un poco sus
ventanas para ver lo que pasaría a continuación. Lo que vieron fue una gran
llamarada junto a un olor a carne quemada que invadió sus casas, pero eso sería mejor a la hedentina que iba a
desprender todos esos cuerpos cuando se empezaran a descomponer si no se
quemaban.
Los vecinos tendrían un nuevo y
aterrador panorama frente a sus casas, seres carbonizados dejados en las calles
se convertiría en un motivo más para abandonar las pocas esperanzas que les
quedaban; aquello era macabro y repulsivo en extremo y, eso ya era el común
denominador por toda Ciudad Bolívar, es decir, por toda la ciudad se
encontraban cuerpos amontonados y carbonizados por las llamas. Había humo de
carne incinerada por toda la ciudad, no había tiempo de enterrar a nadie. Los
nuevos tiempos extremos demandaban medidas extremas.
Cuando las llamas empezaron a
arder, mi padre había bajado por la escalera de aluminio, sentándose en el
piso, luego sus ojos se perdieron en un horizonte lejano no existente. Yo tenía
un atomizador con una solución de cloro y desinfectante, le empecé a rociar en
su rostro, el cabello, las manos y la parte superior de su cuerpo. Su mirada
seguía perdida, le quité el tapabocas y los lentes; tomé su carabina que estaba
terciada en su hombro y la coloqué a un costado.
Confieso que la curiosidad me
mataba, quería subir por la escalera y asomarme, aproveché que mi padre seguía
lelo y sentado en el piso.
—No José, no subas. Recoge la
escalera y guárdala, no te lo quiero pedir dos veces—me ordenó mi padre,
saliendo de su estado shock.
Yo iba por el cuarto peldaño de la
escalera cuando escuché a mi padre, lo iba a contrariar, me quedé viendo hacia
arriba un instante, luego bajé del cuarto peldaño de la escalera y la empecé a
recoger para guardarla. Él se levantó del piso, tomó su carabina para empezar a
hacerle mantenimiento. Decidí no preguntarle nada, mañana sería otro día,
quizás le preguntaré en el desayuno.
Pero esa misma noche más exhumanos
entrarían en el Casco Histórico. Camejo empezaría a gastar sus municiones en
proporciones aceleradas, todo se complicaría más. Ya no habría navidad para
nadie; ni mucho menos celebración de año nuevo. Las Fuerzas Armadas se
empezarían a reducir drásticamente por todo el territorio nacional. El General
González lo sabía, y también él sabía que el Presidente pudiera estar desaparecido,
sin mencionar que el Vicepresidente llevaba días sin comunicarse con él. De los
mandatarios de alto rango, solo mantenía comunicación con el ministro de
defensa.
El Fuerte Cayaurima podría quedar
verdaderamente aislado, así que González se le empezó a llenar la mente con
pensamientos maquiavélicos, tal vez por el miedo y la desesperación que empezó
a tocar sus puertas, o quizás por cierta ambición de poder que cobijó desde
hace tiempo. Ya el mundo y Venezuela no eran los mismos, solo los más fuertes
sobrevivirían.
**
Después de intentar salvar a la
mujer y al niño, que muy probablemente eran madre e hijo, Camejo y sus hombres
siguieron patrullando la zona; pero mientras iban patrullando, la teniente
empezó a maquinar en su mente que debía cambiar la Plaza Bolívar como centro de
comandancia, necesitaría un lugar que le brindara protección, un lugar para
descansar y también para poder vigilar todo el Casco Histórico o al menos una
parte de él. Así que pensó en el Fortín del Zamuro, ubicado en la cima del
Cerro del Zamuro, el cual es una de las colinas más alta de la ciudad, sería el
sitio más idóneo para tal fin.
Este pequeño Fuerte fue construido
a finales del siglo XIX y sirvió de escenario en sangrientas batallas, de
hecho, allí finalizó la Guerra Libertadora en 1902, donde el general Juan
Vicente Gómez, quien era el vicepresidente de Venezuela, obtuvo la victoria con
sus tropas oficiales en contra de los generales rebeldes Nicolás Rolando y
Ramón Cecilio Farreras. Con el pasar de los años, el Fortín del Zamuro fue
restaurado y convertido en un museo, ofreciendo la mejor y más imponente vista
de toda la antigua Angostura o Ciudad Bolívar.
—Sargento Núñez, comunique por
radio que vamos hacia el Cerro Zamuro—ordenó Camejo.
—Entendido mi Teniente.
El Convoy iba rumbo hacia el
mencionado fortín, pero cerca de allí, por donde está la Plaza Centurión,
estaba una horda de zombis que seguían los ruidos que hace rato provocaron los
disparos. El grupo de exhumanos venía comandado por dos bestias, pero que
ninguna de ellas era El Alfa ni tenían su inteligencia, pero aun así no se les
podía subestimar.
Los vehículos de Camejo subieron
hacia la Plaza Miranda para luego bajar directamente hacia la Plaza Centurión.
— ¡Alto! ¡Paren!—gritó Camejo por
radio. —Señores estamos viendo un grupo de esas vainas que vienen hacia
nosotros. Vamos hacer que nos sigan.
Los militares siguieron su rumbo
hacia la Plaza Centurión pero antes de llegar allí, doblaron hacia la
izquierda, tomando un camino más corto hacia el fortín. Los exhumanos
estuvieron a solo unos doscientos metros de ellos, y estos empezaron a seguir
el gran ruido de cuatro motores juntos. Finalmente el convoy llegó al fortín,
pero solamente a la entrada, en donde está un gran portón de acero de aspecto
colonial con grandes barrotes de acero. El portón está dividido en dos, cerrado
con un gran pasador donde un enorme candado lo aseguraba y sumado a éste,
también tenía una gran cadena entrelazada con un segundo candado a fin de
reforzar su seguridad. Aquel sitio no estaba cercado con barrotes, sino con un
gran muro. Los vehículos no podían entrar, a menos que se derribase el portón
con el camión.
A unos cuatrocientos metros ya se
divisaba la horda de zombis que venía hacia ellos. Camejo no quería hacer
añicos el portón, porque les serviría a ellos mismos para proteger esa entrada,
y no había más entrada para llegar al pequeño fuerte, al menos no para los
vehículos. Se podía acceder al fortín por el lado contrario del cerro, pero a
pie, ya que esa parte es muy inclinada y llena de enormes piedras. Solo quedaba
segundos para decidir qué hacer, qué opción tomar: ¿Derribar el portón?,
¿enfrentarlos desde allí mismo haciendo una columna cerrada con los vehículos?,
¿o seguir avanzando y llevar al enemigo a otro lugar?
—Núñez coloca un poco C-4 en un
eslabón de la cadena y también en la oreja del pasador, donde está el otro candado—indicó la Teniente. —Los
demás, juntemos los carros lo más que podamos. Tú Jiménez, arriba de la cabina,
empieza a regresarle a Mandinga (el Diablo) sus hijos.
Los vehículos en columnas y
completamente pegados, hicieron una barricada, los motores quedaron encendidos
para que una vez abierto el portón, pudieran entrar rápido. El fortín estaba a
unos seiscientos metros cuesta arriba.
El cabo Jiménez empezó a orar en su
mente, pidiendo la ayuda de Dios y de su madre, quitó la mira telescópica
(usaría la mirilla original), se colocó la visión nocturna y empezó a disparar.
Las balas 7,62 empezaron a salir del ánima del fusil, “un disparo…una baja”,
antiguo lema de los francotiradores. La distancia entre ellos y los exhumanos
era de doscientos metros y cada vez se reducía más. El primero en caer de los
zombis fue una de las bestias, su cráneo se estremeció al recibir la bala. La
otra bestia venía entre la multitud. Todos los militares estaban preparados
detrás de los vehículos; excepto los que operarían las ametralladoras, las
cuales estaban instaladas en la parte trasera de los Tiunas. A Núñez le faltaba
un par de minutos para terminar, “serían dos minutos eternos”.
Ahora había ciento cincuenta metros
de distancia entre los engendros y el pelotón. Camejo esperaba una distancia
mínima de cien metros. Los zombis iban cayendo uno a uno gracias a Jiménez. Los
operarios de las ametralladoras estaban listos, esperando la orden, pero algo
sucedió y fue muy lamentable para Camejo. Detrás de ellos, se iba aproximando
otro grupo de zombis, no eran tan numerosos, pero fueron sigilosos y más
peligrosos que los otros.
— ¡FUEGO A DISCRECIÓN!—ordenó
Camejo y la masa de exhumanos frente a ellos se empezó a reducir, las dos
ametralladoras empezaron a arrasar con todo, piernas y brazos se desprendían de
aquellos cuerpos infectados.
Las armas del resto, más la
ametralladoras, crearon sonidos ensordecedores que lamentablemente sirvieron
como cortina sónica para los otros infectados que venían por atrás. A Núñez le
quedaba un minuto para activar el C-4. Jiménez se quedó sin cartuchos, sacó el
cargador vacío de su Dragunov con mucha rapidez y tomó otro de su arnés, pero
el cargador se le cayó a su izquierda, cuando lo fue a recoger se percató con
el rabo de su ojo izquierdo que algo se aproximaba hacia ellos por la
retaguardia.
— ¡Nos rodean, nos rodean!—gritó el
joven cabo.
Camejo volteó y sintió un frío en
su cuerpo.
—Enemigo a las seis—alcanzó a decir
la teniente y todos voltearon por reflejo.
Serían unos diez infectados, pero
había una bestia entre ellos que se abalanzó sobre Núñez, él cual estaba
descuidado instalando los explosivos, el sargento volteó, pero fue tarde. La
bestia pareció volar de un salto tal como un tigre contra su presa. Núñez
recibió un mordisco en la carótida. El más valiente y leal sargento sobre
Ciudad Bolívar apagaría su llama de guerrero, una vez más esta tierra sería
regada con la sangre de un valiente patriota.
Camejo quedó en shock, sus ojos
eran dos platos… ella empezó a sentir un extraño silencio a pesar de toda la
locura a su alrededor, sintió el mismo pánico cuando casi fue violada cuando
adolescente. Los demás soldados y policías dispararon al resto de los exhumanos
a su retaguardia. Jiménez disparó a la cabeza de la bestia que atacó a su
sargento y mentor, el cabo estaba estupefacto pero nunca entró en shock.
Gracias a las escopetas antimotines
de los policías, los exhumanos a sus espaldas fueron repelidos rápidamente
debido a la contundente fuerza de choque de estas armas. Cada infectado que
recibía un disparo de escopeta era repelido hacia atrás, lo contrario de los
fusiles, que tienen poder de penetración y muy poco de choque. El sargento
Gutiérrez de la policía había tomado rápidamente el mando de la tropa.
— ¡Las ametralladoras al frente!
¡No paren!—ordenó Gutiérrez.
Los infectados del frente solo
estaban a unos treinta metros. Camejo había vuelto en si, los exhumanos que
atacaban por atrás ya estaban abatidos. Un soldado y uno de los policías
remataban con sus armas a los infectados que aún se movían en la retaguardia y
también quedaron protegiendo esa parte por órdenes del sargento de la policía.
Camejo había vaciado su AK-103 y sin recargarla sacó su pistola 9 mm y empezó a
dispararla contra el enemigo que tenía al frente. Ya casi no quedaba zombis de
pie, la bestia de esa otra multitud aceleró el paso, saltó como un felino hacia
adelante, pero balas punto 50 penetraron
a ese monstruo en el pecho, haciéndole grandes agujeros, lo que hizo que éste
se desplomara al piso y dejara de existir casi instantáneamente.
Todo el pelotón tenía la
respiración bastante acelerada, cómo si acabaran de correr un maratón, tampoco
paraban de sudar profusamente. El movimiento había cesado, al igual que los
disparos, el ambiente era una neblina de pólvora quemada. La operación fue un
éxito, pero se llevó la vida de un verdadero guerrero. Núñez había dejado de
existir.
Capítulo XXXVI. Zorro.
Zorro y su banda habían conseguido un vehículo nuevo, una vieja Bronco de los años 80. El líder de esa banda estaba más tranquilo, se sentía seguro, sus movimientos eran más prudentes y su guarida estaba llena de variadas bebidas alcohólicas como vino, ron, ron blanco, whisky, brandy, vodka y otros. Todas esas bebidas las robó en una licorería cerca del Mercado Periférico, sitio que está relativamente cerca del Casco Histórico. Como todas las licorerías, esta estaba cerrada, pero con la fortuna para él y su banda, que conservaba aún una cantidad estimable de bebidas etílicas, así que Zorro estaba cómodo en su guarida, tenía comida, algo de droga y litros y litros de bebidas espirituosas.
La banda reforzó la puerta frontal del viejo restaurant donde se encontraban, al igual que las ventanas, por lo tanto, solo quedaba disfrutar de botín obtenido y jugar a las cartas españolas, donde el Truco era su juego predilecto.
— ¡Truco!—gritó Cara e Niña mientras estaba sentado en una de las viejas mesas del restaurant que recibía algo luz de una vieja bombilla envuelta en polvo y pequeños insectos muertos.
—Quiero tu truco Cara e Niña—respondió uno de los delincuentes de la banda y a la vez le daba un largo trago a una botella de ron blanco directamente del pico y después con su mano izquierda se limpiaba el resto de alcohol que había humedecido su boca y barbilla.
Cara e Niña colocó la carta sobre la mesa, era un as de espada y luego de colocarla emitió una sonrisa burlona y él también dio un largo trago a su botella vodka. Eran cuatro maleantes jugando y cada uno tenía su propia botella de licor, la de Zorro era whisky 12 años, solo ese tipo de licor era para él y nadie le iba a discutir nada por ello.
— ¡Reeetruco!—gritó Zorro, golpeando la mesa. Pero él no estaba tomando whisky de la botella, sino que se servía en un hermoso vaso de vidrio y dentro del vaso tenía algunos trozos de hielo con abundante whisky.
Cara e Niña se intimidó con ese canto de retruco. Estaban apostando increíblemente a diferentes tipos de chucherías y snacks.
—No quiero tu retruco—respondió Cara e Niña volviendo a tomar vodka de la botella.
— ¡Ja, ja, ja! No tienes vida conmigo—respondió Zorro y colocó la carta que tenía sobre la mesa, un simple e inofensivo cuatro de copas.
— ¡Maldita sea!—respondió Cara e Niña. –Ya sé porque le dicen Zorro.
Jugarían una segunda mano para decidir quién ganaba las chucherías y los snakcs. Zorro sacó cuatro cigarrillos de su paquete, uno para él y, los otros para sus compañeros. El humo del tabaco empezó a llenar el ambiente de aquel lúgubre lugar. Las cartas las empezó a barajear Zorro, lo hacía con habilidad suprema. Todos se maravillaban como lo hacía. Las cartas se repartieron.
—Verga me estoy meando, ya vengo Jefe—comunicó Cara e Niña.
—Dale rápido perdedor—respondió el delincuente que tomaba ron blanco.
Cara e Niña fue a la parte de atrás del restaurant. Era el patio trasero, el cual estaba protegido por grandes y viejos muros de bloques y trozos de vidrios pegados con concreto en la parte superior. El delincuente llegó hasta una vieja y muy oxidada alcantarilla, se bajó la cremallera del pantalón y empezó a orinar mientras silbaba dirigiendo su vista al firmamento de la noche que estaba parcialmente nublado. Sintió un ruido debajo de la alcantarilla.
—Malditas ratas de mierda—dijo y bajó la mirada hacia la vieja alcantarilla. Notó que parte de ella estaba levantada.
Otro ruido se escuchó, pero detrás de él.
— ¿Quién anda allí?—dijo el delincuente volteando rápidamente a sus espaldas sin subir la cremallera de su pantalón.
Cara e Niña sacó su arma y empezó a caminar hacia un rincón del patio trasero de donde había provenido el ruido. En ese rincón había un cúmulo de bolsas de basura, al acerarse allí…salió dos gigantes ratas, el antisocial dio un brinco y las ratas pasaron entre sus pies.
— ¡Malditas ratas, carajo!—gritó con mucha molestia y susto, metió el arma a sus espaldas, sujetada con el pantalón.
Cara e Niña se dio la vuelta…pero recibió un contundente golpe con puño cerrado en su cabeza. Fue tan fuerte el golpe que el maleante se desmayó. Había sido Alfa. La enorme bestia tomó a su nueva víctima por el pie izquierdo y lo empezó a arrastrar hacia la alcantarilla vieja y oxidada.
Dentro del restaurante Zorro se empezaba a impacientar.
—Búscame a ese perro, que lo que está es fumando marihuana—ordenó el líder de la banda a unos de los maleantes que estaba jugando truco con él.
—Claro jefe, ya lo busco, seguro que tiene miedo de perder otra vez contra usted.
Alfa empezó a empujar a su presa por una amplia tubería de concreto. Cuando la bestia vio que ya el cuerpo estaba totalmente adentro, se agachó y puso la alcantarilla nuevamente en su lugar. Luego de ello empezó a arrastrarse por el caño, empujando a su víctima hasta que este cayó en una tubería de concreto cuatro veces más amplia que la otra.
El delincuente que fue a buscar a Cara e Niña se encontraba en el patio trasero buscando a su compañero, pero no había ni rastros de él. “Mierda… el Jefe va a echar chispas cuando se entere que el Cara se escapó”, pesó el antisocial.
Alfa logró que su presa cayera por un hueco que dirigía a otra tubería más grande, acercó su boca al cuello de la víctima y lo mordió en la carótida, arrancando un pedazo de carne y de arteria de un solo tajo. La sangre empezó a manar y su fuerte olor a minerales embriagó de éxtasis a El Alfa. Cara e Niña despertó sin poder saber que estaba pasando, su cerebro se le iba apagando rápidamente por no recibir sangre, sus manos buscaban agarrarse de algo, el ambiente era oscuro y los gases de cloacas inundaron sus pulmones. Alfa dio un segundo mordisco, esta vez en la mejilla del desgraciado hombre, le arrancó medio rostro y empezó a devorarlo. Tendría comida para varios días y estaba cerca de una buena fuente de carne humana.
Alfa cada vez más aumentaba en inteligencia y por primera vez tomó un arma, pero la soltó de inmediato, asociando ese objeto con la muerte, con peligro y destrucción, simplemente la dejó allí tirada en la cloaca.
Zorro no comprendía por qué lo abandonó el Cara e Niña, era uno de sus más fieles hombres después de Tato, pero a la vez no pudo entender por donde se fugó su secuaz, los muros eran altos, con virios filosos en la parte superior y jamás le pasó por su mente la alcantarilla. Lo cierto es que ahora estaría bajo el acecho de una especie de Caimán del Orinoco o anaconda. Si Zorro no daba con el misterio que apenas lo empezaba a envolver, sus horas estarían contadas.
Capítulo XXXVII. El Fortín del Zamuro.
*
El ambiente era triste y aterrador, decenas y decenas de cuerpos tirados al piso bordeaban la entrada del museo histórico que a continuación se iba a tomar como cuartel; pero en realidad, era más triste que aterrador, ya que un compañero y amigo yacía inerte y sin vida al lado del portón que no alcanzó a abrir. Fue un soldado fiel y de vocación, héroe de muchas batallas, un hombre que llegó al ejército sin ningún interés más que el de tener un sueldo y una estabilidad laboral; pero con el paso de los años la carrera de las armas se le había metido en el corazón y en el espíritu; convirtiéndose así en la razón de su vida. Tuvo él la oportunidad de ser oficial luego de terminar el servicio militar, pero prefirió convertirse en sargento, un digno sargento…un soldado de acero y leal hasta la muerte.
Camejo apartó su coraza de hierro y derramó lágrimas cómo lo haría cualquier persona por la pérdida de un ser querido. Jiménez sollozaba como un niño de nueve años. El dolor del cabo Jiménez era desgarrador, mucho más que el de cualquiera, el sufrimiento era el mismo de un hijo al perder su padre y a la vez sentía frustración por no haber salvado a su mentor y sargento, a su héroe. Los demás miembros del pelotón, más los policías, estaban visiblemente afectados. Aun así, el apocalipsis seguía avanzando, por tal razón se tenía que continuar con el dolor a cuestas.
El Cabo Jiménez terminó de detonar el C-4, había sido una obra maestra del Sargento Núñez, los explosivos solo rompieron exactamente dónde Camejo indicó; un eslabón de la cadena y la oreja donde estaba el otro candado. El portón fue abierto, pero se necesitaba remover el cadáver del sargento y el de la bestia que estaba cerca del cuerpo de Núñez. Ello se hizo con una cuerda, aplicando el mismo nudo para enlazar ganado, para así evitar el contacto directo con los cuerpos que ya eran portadores del virus. El primero fue la bestia, al cual solo colocaron el lazo en uno de sus tobillos y lo arrastraron hacia el centro de la calle frente a la entrada, para luego rociarlo de gasolina con los demás exhumanos abatidos.
Con Núñez hicieron lo mismo, pero con la menor tosquedad posible, arrastrándolo hasta un gran árbol de tamarindo, luego tomaron del camión la cobija del sargento fallecido y lo cubrieron con ella. Lo dejarían allí hasta que rayara el alba, a fin de darle una digna sepultura.
Los vehículos se internaron hacia el Cerro Zamuro, luego se aseguró el portón, empleando para ello la misma cadena, más un nuevo candado de la caja de herramientas del camión de carga, también usaron alambre liso para reforzar el portón. Luego el convoy empezó a subir el cerro. Al llegar a la mitad del recorrido, se fijaron que estaba una pequeña casa de vigilancia, que también servía de primera parada para los turistas. Tenía un aspecto colonial, no tenía ninguna luz encendida, seguro no habría nadie adentro. Camejo decidió revisarla al amanecer.
Cuando ya estaban cerca del antiguo fortín, detuvieron los carros porque no podían avanzar, ya que el camino terminaba en unas escaleras, pero que estaban a tan solo unos cincuenta metros del fortín. Descargaron gran parte del contenido del camión y lo pusieron dentro del fortín, lo mismo hicieron con todo el parque, las ametralladoras, otros artículos personales y de logística. Las ametralladoras las colocaron donde estaban los viejos cañones antiguos que apuntaban hacia la avenida 5 de Julio, por donde no había ninguna cerca periférica, en donde el cerro es bastante inclinado y pedregoso, así que si intrusos decidían subir por allí, ya sean exhumanos o delincuentes, no se les haría nada fácil y serían recibidos a fuego.
En el centro o patio del fortín, el cual no es muy amplio, colocaron una carpa de campaña con la finalidad de protegerse de la lluvia y de la intemperie. Todo esto lo hicieron en una hora, quizás un poco más. Y a pesar de la tristeza que les embargaba por la pérdida del sargento Núñez siguieron sus faenas como soldados que eran.
Los turnos de vigilancia se establecieron, dos horas y media dormiría la mitad del pelotón y, el mismo tiempo la otra mitad. El lugar estaba ligeramente alumbrado por dos lámparas de kerosene. Cenaron algo antes de descansar, cada efectivo recibió un trozo de queso llanero con un pedazo de casabe y dos bocadillos de guayaba o de plátano. Se tomaron una cantimplora de agua cada uno…estaban sedientos. Dentro de la carpa todo estaba en perfecto orden. Así que no quedó más remedio que reposar; y como dice ese viejo dicho militar: “el soldado no duerme…descansa”.
—Jiménez, se cuánto querías a Núñez, mis sentidos pésame, Cabo—expresó Camejo.
— Dentro de un rato le daremos una digna sepultura con sus respectivos honores.
Jiménez no dijo ni una palabra, estaba hecho pedazos, con sus ojos aguados y con un dolor en el pecho que no podía sacarse. Ambos miraban desde el Fortín del Zamuro toda la ciudad, que en su mayoría estaba en penumbras, algunas luces se dibujaban por allí como si fuesen pequeñas luciérnagas. La brisa se volvió fresca y algo más fuerte, refrescando a los militares que estaban en el primer turno de guardia.
**
La mañana llegó, y a pesar del corto tiempo para dormir nuestros defensores pudieron descansar, restableciéndose un poco sus sistemas nerviosos. El plan para el nuevo día sería el siguiente: en primer lugar desayunarían y tomarían un poco de café negro, luego harían la ceremonia de entierro del Sargento Núñez con sus respectivos honores militares, aunque fuesen los honores más básicos. En segundo lugar, se iban a dividir como pelotón, un grupo de seis efectivos militares quedarían defendiendo el fuerte, vigilando desde allí cualquier novedad observada y mantendrían comunicación constante por radio. El camión de carga se quedaría en el cerro, los Tiunas junto a la patrulla saldrían a recorrer la zona en coordinación con el grupo del fortín. Los que patrullarían serían diez efectivos. Camejo, Jiménez y los policías estarían en el grupo de recorrida para el Casco Histórico. El equipo de recorrida, de ser posible, regresarían una o dos veces al día para el Fortín del Zamuro.
Cuando amaneció y después de comer algo para desayunar, se procedió a cavar un hoyo cerca del árbol de tamarindo, dónde estaba el cuerpo de Núñez, con el mecate se arrastró el cuerpo hasta que cayó en el hoyo, el cual no era muy profundo. Después recogieron unas viejas piedras del lugar y la pusieron sobre la tierra con que taparon el cuerpo. Se hizo una cruz con ramas de mango y se creó una improvisada lápida de madera que fueron colocadas en su lugar tradicional. Se cantó en voz baja los himnos de Venezuela (Gloria al Bravo Pueblo) y el himno del Ejército. Camejo dirigió algunas emotivas palabras y Jiménez cuadrándose con el saludo militar concluyó diciendo:
—“Comandos nunca mueren, solo bajamos al infierno a combatir a Satanás en su propio territorio. ¡SELVA POR VENEZUELA! Adiós mi Sargento, te honraré por siempre”.
II PARTE.
Capítulo I. Una nueva familia.
Después de los eventos ocurridos frente a nuestra casa, con respecto a la lamentable muerte de aquella mujer con su niño, pasé casi tres meses sin escribir. No sé si fue por desánimo, o por depresión. Patricia más nunca se comunicó conmigo y para ser honesto, no puedo yo imaginar otra cosa que su muerte, o peor aún, que se haya convertido en una exhumana. Yo podría mantener esperanzas, eso lo sé, y con seguridad me queda un poco. Pero no resulta tan fácil encariñarse con alguien para luego jamás saber de esa persona.
Con respecto a mi amigo español Caballero Real tampoco establecí más comunicación con él. Sumado a esto, la señal del canal de televisión del Estado se había caído, no transmitiendo más después de diciembre. La última programación que logramos ver fue el 23 de diciembre del 2017, poco antes de navidad.
La electricidad pública también dejó de fluir en nuestro hogar, no sabemos si fue solamente por nuestro sector del Casco Histórico, en toda la ciudad o en todo el país. Afortunadamente para nosotros, contamos con el molino de viento y nuestras bicicletas estáticas para obtener electricidad. Con respecto al agua potable, aun recibimos este preciado líquido por parte de la empresa del Estado quien se encarga de suministrarla. Esto nos lleva a suponer que aún pudiese haber electricidad en algunas partes, o quizás las principales bombas de agua estadales cuentan con su propia planta eléctrica.
Referente a los García y a los Razzetti, habían crecido más como familia, ya que Carlitos y María Razzetti se casaron finalmente, y mi padre sirvió de prefecto. Para ello se elaboraron documentos al respecto dónde constaban que eran un matrimonio. Carlitos vive con su esposa dónde Vincenzo, pero a veces pasan días donde Carlos García. Al parecer María está embarazada, y si lo está, sería la mejor noticia luego que todo este apocalipsis pandémico llegara. Así que empezaríamos a multiplicarnos, éramos una colonia subterránea en pleno crecimiento; pero también se nos iba a presentar otros desafíos. El consumo de calorías para mantenernos vivos aumentaría. Por ahora las tres familias, —perdón…cuatro familias, ya que María y Carlitos era una nueva familia constituida—contábamos con suficientes alimentos, pero en un par de años, con suerte tres, empezaríamos a carecer de víveres. Así que mi padre, Carlos, Vincenzo y sus esposas, empezaron a idear planes para abastecernos de alimentos a futuro.
El primer plan consistía en desbloquear el túnel que da con el antiguo Fuerte San Gabriel, conocido como Mirador Angostura. Como los Razzetti estaban cerca de la Antigua Cárcel de Ciudad Bolívar y ésta a su vez comunicaba con el Mirador, nos adentraríamos por allí para tener acceso al río Orinoco, fuente inagotable de agua y de peces. Sería un trabajo muy arduo y arriesgado, pero no teníamos más opción.
Cerca y debajo del Mirador hay un conjunto de alcantarillas y tuberías de aguas servidas por donde pensábamos acceder para salir a la superficie de manera discreta y en tiempo de invierno que es cuando el río está crecido, ya que cuando sus niveles de agua están bajos tendríamos que bajar hasta sus playas, en donde nos expondríamos a diferentes peligros, en especial, al contacto con zombis.
En plan de pesca consiste en lo siguiente: En las noches dejaremos un conjunto de anzuelos con carnada en un solo nylon, lo que llamamos palangres. También dejaremos una red colocada de manera horizontal conocida como “tren”. Estas dos técnicas nos darán la ventaja de no exponernos a la luz del día, aunque suponemos que los exhumanos poseen un gran sentido del olfato y de la vista, pero es mera especulación; no obstante, tenemos que tomar en cuenta todas la especulaciones al respecto, aun las que rayan en la ridiculez con el objetivo de crear un plan de entrada hacia el río y uno de salida.
Como ya se sabe, contamos con pocas armas de fuego. Entre todas las familias poseemos un revolver calibre 38 cañón largo, una carabina de cacería calibre 22 y una escopeta de dos cañones calibre 12; a esto le podemos sumar un bate, tres machetes, un cuchillo de caza y las espadas de esgrima que mi padre acondicionó para el combate cuerpo a cuerpo contra exhumanos.
Lo más importante era, que no estábamos solos. Y sí manteníamos las normas de seguridad establecidas por mi padre, seguiríamos con vida y superaríamos juntos este Armagedón que se cernía sobre la humanidad. Pero un error, una desobediencia a alguna norma, significaría dejar de existir, todo se iría por el caño, incluyendo el legado de Ralf Müller.
Capítulo II. El surgimiento de grupos de guerrilla.
*
Ferrer y su equipo de fuerzas especiales se encontraban en un momento de descanso dentro de una pequeña barraca del Fuerte Cayaurima. Llevaban días y días combatiendo contra exhumanos. La mayoría de su pelotón estaba dormido en sus literas con el uniforme puesto. El resto estaba fumando, el ambiente del dormitorio se asemejaba a un día lleno de espesa neblina en la ciudad de Los Teques. Ferrer en cambio estaba masticando alguna clase de tabaco y depositaba lo escupitajos en un recipiente viejo de algún tipo de margarina. El narcótico lo estaba relajando, había puesto su fusil en el colchón de su litera mientras pulía sus botas militares con extremo cuidado, usando betún y un trozo de franela de algodón. Él parecía disfrutar ese momento de receso que le habían concedido. De pronto se abren las puertas del dormitorio. Ferrer grita: ¡ATENCIÓN! Todos sus hombres se pararon firmes, incluyendo los que estaban durmiendo.
—Capitán Ferrer, vamos hacia el Puente Angostura inmediatamente. Un reducido grupo de guerrilleros urbanos pretenden volar el Puente Angostura—comunicó el General González al entrar con sus escoltas al dormitorio.
— ¿Vamos? ... ¿Usted viene con nosotros?—indagó el capitán, quién había parado de pulir sus botas.
—Como usted lo está diciendo Capitán. Necesito ver por mí mismo a ese grupo de guerrilleros.
—Pero mi General, esos no son exhumanos… esos son humanos y están armados.
—No me cuestione Capitán, no perdamos más tiempo. Tenemos un pelotón de la Guardia Nacional defendiendo ese puente y los guerrilleros los superan en números.
—Entendido mi General—expresó Ferrer cuadrándose enérgicamente ante González. — ¡Bueno, ya escucharon! … ¡Todos al Puma!
El pelotón de fuerzas especiales se calzó sus botas y se colocaron sus arneses, luego se dirigieron hacia el helicóptero Súper Puma que ya había puesto en marcha sus motores. González iba al frente del grupo de comando, todos iban al trote.
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Mientras tanto, sobre el Puente Angostura había un encarnizado combate entre la Guardia Nacional y un grupo de guerrilleros autodenominados los RS (Resistencia del Señor). Hasta ahora, González no sabía mucho de ellos, especulaba que eran un grupo de extremistas cristianos que buscaban separar al estado Bolívar del país, para convertirlo en una nación independiente. Sin embargo, los informes de inteligencia eran muy vagos, ya que todo el personal de seguridad del estado venezolano estaba abocado en luchar contra los exhumanos y tratar de mantener al resto de los venezolanos vivos, así que el gobierno sumaba todos sus esfuerzos para tal fin, con la intención de resistir hasta que la OMS encontrara una cura. Dicha cura parecía estar lejos en el horizonte, sin embargo, había algunos informes esperanzadores que decían estar más cerca de encontrar el antídoto. En esos mismos comunicados se señalaba que la OMS planeaba usar los vectores de las armas nucleares para introducirle un gas de alta expansión con la ansiada cura. China, Rusia, Francia, Reino Unido y Estados unidos estaban dispuestos a quitar las ojivas nucleares de sus misiles para introducir el supuesto gas químico con el antídoto. Claro está, que eso dependería mucho de los avances por parte de la OMS y de todos los organismos farmacéuticos involucrados en tal objetivo.
Pero si aún se encontrase la cura contra el EBOV-HK6 se empezaría a luchar contra otro problema, y era que el país se empezaba a dividir en grupos armados. Muchos de estos grupos insurgentes solo se armaron para defenderse contra los exhumanos y de los delincuentes, pero otros parecían tener claras ambiciones de poder. Se hablaba del fin de los tiempos y del comienzo del milenio con el reinado de Cristo. Con tal pretexto había grupos fundamentalistas en no reconocer el gobierno actual de Venezuela, catalogándolo de impuro y mundano, y establecer un gobierno divino a cargo del Mesías.
También había un ala del alto mando militar que querían tomar el poder absoluto aprovechando el debilitamiento de las instituciones civiles. Además, ese alto mando militar estaba controlando algo que es el elemento más preciado para mantener el poderío hegemónico, y no es precisamente el petróleo, sino “la comida y el agua potable”, y quienes controlasen esos dos últimos elementos podían controlar a la población a su antojo. El General González sabía esto a la perfección, de hecho su primer plan fue usar toda la maquinaria del batallón de ingeniería selvática para cavar pozos de agua dentro del gigantesco terreno militar del Fuerte Cayaurima, en dónde ya había grandes extensiones de siembras de maíz, plátanos, cambures, yuca y ocumo. González estaba más pendiente de cuidar estos sembradíos que a la población misma de Ciudad Bolívar y sus adyacencias. Solo le faltaba obtener reses y chivos para la parte de cárnicos. Para eso ya tenía un plan en marcha, que consistiría en robar a las personas hacendadas con grandes cantidades de ganado.
Por tal razón, a González le preocupaba mucho ese grupo de guerrilleros urbanos, no fuese que tomasen el control de la comida y del agua. Así que necesitaba borrarlos de la faz de Ciudad Bolívar, o al menos reducirlos hasta el punto de que no fuesen una amenaza.
Capítulo III.
— ¡Viene un helicóptero para acá señor!—comunicó un guerrillero a su jefe.
— ¡Nos vamos, nos vamos!—gritó el comandante a sus hombres los cuales eran treintas combatientes.
El Comandante era un hombre pequeño pero vigoroso, de grandes bigotes que le cubría completamente la boca y su de piel era morena. Él tenía a alguien infiltrado en el Fuerte Cayaurima quien le informaba cuando salían los helicópteros hacia ellos. El grupo guerrillero no contaba con armas antiaéreas, ni ningún tipo de cohete. Sabía que uno o dos helicópteros acabarían con ellos rápidamente, y si lograban sobrevivir escapando en sus vehículos, no podrían evitar que les siguiesen desde arriba.
La Guardia Nacional empezó a respirar de alivio ya que los guerrilleros se retiraban. Tristemente había caído un guardia nacional, un cabo primero de solo veintiún años. A penas eran doce guardias nacionales y defendieron el puente como si fuesen una compañía entera. De los guerrilleros no cayó ninguno.
Cuando el Súper Puma llegó al Puente Angostura ya la columna guerrillera había huido en sus camionetas tipo “pick up”.
González y Ferrer se percataron desde el aire que ya el enfrentamiento entre los irregulares y la Guardia Nacional había cesado.
—Dile al piloto que aterrice cerca de la alcabala—ordenó el general a uno de sus escoltas.
El Súper Puma empezó a aterrizar, la mitad del pelotón se quedó prestando seguridad a la nave, el resto se dirigió a dónde estaban apertrechados el puñado de guardias nacionales. Los efectivos de la guardia al ver al general se pararon firmes y el más antiguo de ellos, un teniente, se dirigió corriendo hacia a él para darle parte de todo lo acontecido.
—Continué teniente—expresó González para que el teniente de la Guardia Nacional dejara de estar firme ante él y hablara con normalidad. El oficial subalterno comunicó lo siguiente:
—Gracias mi general. Han llegado a tiempo. Creo que no íbamos a resistir más. Un guardia de nosotros cayó en combate… era un niño, apenas dieciocho años.
—Qué lástima… un patriota menos ¿Con cuántos fue la pelea teniente?
—Contra unos treinta o más mi general.
Mientras González y el teniente de la conversaban, Ferrer se había acercado hacia el joven que había caído, se agachó y leyó el nombre de su placa. Recordó a su hermano de la misma edad, sintió dolor por el cabo y por sus familiares. Ferrer escupió tabaco en el piso del Puente Angostura, lo hizo con ira y con dolor, a pesar que estaba cansado, una gran energía recorrió su cuerpo, quizás era la indignación que le producía la muerte de un camarada en armas por parte de otros humanos que no estaban infectados. “No quedará ni uno de esos malditos guerrilleros”, pensó para sí, después se levantó y empezó a saludar uno por uno a los guardias nacionales. El Capitán Ferrer era un guerrero imponente, cualquiera que estrechase su mano y le viera directamente a sus ojos podía sentir su gran espíritu combativo, sintiendo subir la moral de combate.
— ¡Ferrer, nos vamos!—gritó el general.
El Capitán se despidió de los guardias nacionales y luego se fue al trote hacia dónde estaba González. Después, todos abordaron el Súper Puma para intentar localizar las camionetas de los guerrilleros.
Capítulo IV.
Por las calles del Paseo Orinoco vagaba un hombre extremadamente sucio y con el cabello apelmazado. Estaba sumamente flaco y parecía buscar la muerte. No obstante, estaba armado con dos pistolas automáticas. Una de las pistolas la llevaba en la mano derecha, la otra, la tenía a su espalda sostenida con el pantalón. También cargaba una media botella de whisky de la cual no tomaba ni siquiera un sorbo. Este escuálido y sucio hombre era el Zorro. Toda su banda fue cayendo poco a poco, cosa que atribuyó él a un castigo de los Cielos por haber abandonado a su único y mejor amigo, Tato.
Zorro se detuvo en su vagar, se había parado en el Mirador Angostura, lugar que estaba cubierto de maleza y de hojas, la naturaleza empezaba a reclamar su territorio, pero aun así todavía se podía visualizar los bancos para sentarse. El delincuente destapó su botella, su más valiosa posesión que le quedaba y que cuidó con tanto esmero. Bebió de la botella y el licor empezó a entrar en su organismo, era la única fuente de calorías que recibía durante varios días. Su desgastado cerebro se empezó a bañar con el etílico de Escocia. Fue tomando y tomando de la botella, haciendo solo pequeñas pausas, cuando terminase con el contenido le pondría fin a su miserable existencia.
Un grupo de exhumanos se iban acercando hacia él con un andar torpe pero rápido. Ya a Zorro no le importaba morir, de hecho, ansiaba la muerte más que cualquier otro ser, pero no se iría de este mundo sin antes degustar de un whisky escocés. Ya no le quedaba perico ni cigarrillos, pero tenía licor y balas, todo un coctel de la muerte. Puso una de su pistola en su sien después de terminar toda la botella, cerró los ojos y haló del gatillo.
Esos fueron los últimos minutos del Zorro… y el Mirador Angostura fue testigo del fin de sus días.
Finalmente el grupo de exhumanos llegaron hasta el cadáver de Zorro. Algunos empezaron a devorar los sesos desparramados sobre el banco. Otros empezaron a desgarrar la sucia piel que llevaba semanas y semanas sin recibir aseo alguno. El abdomen fue desgarrado, llegando hasta el estómago el cual fue abierto de tajo, sangre y whisky se derramaban por el piso, los órganos y los intestinos eran desgarrados con manos y dientes.
Desde lo lejos, un ser alto y rubio con los ajos bañados en sangre contemplaba al grupo de exhumanos devorando el cuerpo del delincuente. Aquel extraño ser tenía un cambio en su mirada, parecía tener la mirada de un humano, su respiración aún era rápida, pero tenía un cambio notable en su conducta. Al instante se escuchó un frenazo de vehículo, después se escuchó un disparo, luego otro y otro. Era el Cabo Jiménez quien disparaba con su Dragunov desde el vehículo táctico Tiuna. Los disparos de Jiménez iban dirigidos al grupo que desgarraba la carne de Zorro. En cada disparo caía un exhumano. Fueron diez disparos, fueron diez zombis neutralizados.
Luego de abatir a los exhumanos el Tiuna empezó a dar la vuelta en “u” y regresando por la misma calle por donde había llegado. Ese Tiuna no iba acompañado de otros vehículos, combatía en solitario y dentro de éste, estaban solamente cuatro efectivos militares, todos hombres.
El rubio de los ojos bañados en sangre que presenció cómo los exhumanos fueron abatidos, también se retiraba, era… “El Alfa”.
Capítulo V. Camejo.
Eran las tres de la tarde y Camejo estaba vigilando el Casco Histórico desde El Fortín del Zamuro, le acompañaban en la guardia tres soldados y el sargento Gutiérrez de la policía. Ella sacó de su bolsillo el último paquetico de goma de mascar que le quedaba. La goma ya estaba vencida, pero eso era lo que había, al menos la azúcar y algo de sabor se había conservado. Llevó la golosina a su boca y solo se dedicó a ver las decenas de cadáveres que estaban a la falda del Cerro donde estaban. Solo le quedaban ocho efectivos vivos, cuatro que estaban patrullando y tratando de encontrar combustible y comida; más cuatro que estaban con ella. Los combates periódicos contra los exhumanos le habían originado un total de nueve bajas.
Ya no tenían alimentos para la población del Casco Histórico, aunque lamentablemente ya no quedaba mucha gente que cuidar, la mayoría habían perecido por hambre, enfermedades comunes, o habían sido devorados por los engendros del EBOV-HK6, o peor aún, habían sido infectados y convertidos en nuevos exhumanos.
Regresar al Fuerte Cayaurima resultaba imposible. La única forma era por helicóptero, pero la orden del general González era defender las zonas asignadas y resistir. Cada dos semanas llegaba algo de alimentos por helicóptero; pero solo para las tropas y nada para los civiles.
Camejo y sus hombres habían sembrado semillas de ahuyama alrededor del fortín y ya pronto estarían listas para ser cosechadas, además recolectaban mangos y tamarindos. Al menos de hambre no iban a morir, lo que se agudizaba era la falta de combustible para los vehículos, de seguir así ya no podrían salir a patrullar con los carros Tiunas. El vehículo de carga más nunca se usó para salir, y en sus tanques quedaba un treinta por ciento de combustible, esto con el objeto de tener el camión listo y preparado para salir en cualquier momento que fuese necesario.
—Me parece que tu general, el tal González, está apostando a que nos llegue la muerte a todos nosotros—expresó el sargento Gutiérrez a Camejo mientras sacaba uno de sus cigarrillos que estaba a medio uso para proceder a encenderlo.
—Lo dudo Sargento, estamos en guerra. Nuestra misión es resistir y proteger a esta comunidad—respondió Camejo, sin dejar de vigilar el panorama frente a ella.
— ¡Carajo Teniente! Cada vez nos manda menos balas para pelear contra estos malparidos hijos de su madre, y ni hablar de la comida. Gracias a Dios las ahuyamas se están dando.
—Usted como policía fue entrenado para luchar contra delincuentes urbanos en turnos de trabajo de 24 o 48 horas, para luego regresar a su casa con su familia. Nosotros en cambio fuimos preparados para la guerra, en dónde no hay horarios de trabajo, ni turnos de 24 o de 48 horas. El tiempo es indefinido; hasta que se obtenga la victoria y llegue la paz.
—No me jodas Teniente, llevo meses sin ver a mi familia, y ni sé si están vivos.
— ¡No me joda usted, Sargento Gutiérrez! Yo llevo un año sin ver a los míos, y tengo la misma incertidumbre que usted—dijo tajantemente Camejo, mirando directamente a los ojos de Gutiérrez.
—Según entiendo, tu general tiene a su familia allá en ese maldito fuerte de mierda, protegidos por sus soldados, mientras tal vez mi esposa y mis hijos andan por las calles de esta ciudad convertidos en zombis—replicó Gutiérrez con los ojos llenos de lágrimas y con la voz que se le quebraba.
Camejo no respondió inmediatamente a ese último comentario, volvió a dirigir la vista hacia el panorama frente a ella, sabía que el sargento tenía razón, la esposa, los hijos y la madre del General González estaban dentro del fuerte comiendo tres veces al día, durmiendo tranquilamente bajo la protección de cientos de militares, mientras ellos ni siquiera sabían de sus familiares.
—Tienes razón Gutiérrez, tienes razón; pero, ¿qué podemos hacer?, estamos aquí, nuestro trabajo es proteger a la gente, para eso portamos estos uniformes y estas armas—indicó Camejo, bajando el tono de su voz.
— ¿Y quién protege a los nuestros?—cuestionó Gutiérrez.
—Pues, ¿te das cuenta? Nosotros estamos aquí precisamente para eso, para proteger a familias indefensas. Seguro deseas con todas tus fuerzas que cerca de tu casa estén militares y policías como tú y como yo, protegiendo sin cesar a los hogares de familias desprotegidas. Aquí, en este Casco Histórico, hay quizás, esposas e hijos de algún militar, policía, bombero, médico o enfermero que están en otros sitios salvando vidas, que esperan por parte de Dios existan buenos soldados alrededor de sus casas.
Quien se quedó callado esta vez fue Gutiérrez, su cigarro estaba ya por acabarse y dio una última calada. El humo del cigarrillo se lo llevaba la cálida brisa de la antigua Ciudad Bolívar.
—Sigamos resistiendo Sargento, tu familia estará bien, seguro son tan listos como tú y sabrán hacer frente a esto también, no pierdas las esperanzas ni la fe que la batalla que no debemos perder, es la batalla en nuestras mentes y espíritus.
Capítulo VI. La exploración.
Los días de exploración de los túneles que dirigían hacia el malecón del Paseo Orinoco habían llegado. Estábamos ansiosos por descubrir que había en esos antiguos pasajes que usaron los españoles para llevar pólvora, municiones y alimentos hacia el extinto Fuerte San Gabriel. Vincenzo hablaba de encontrar morocotas de oro, Carlos García deducía que nos encontraríamos con cientos de huesos y calaveras de antiguos prisioneros. Mi padre apoyaba más la tesis de García y también la probabilidad de encontrar antiguas armas. Lo cierto era que, con seguridad encontraríamos distintas cosas de la época colonial y del periodo independentista. Yo en el fondo quería encontrar morocotas; aunque de nada serviría tener oro en estos tiempos. Un gran bagre (pez gato) dorado o rayado, valdría infinitamente más que una codiciada morocota.
El principal obstáculo que tendríamos era que pudiéramos morir asfixiados por falta de oxígeno, o que ocurriera algún derrumbe y quedáramos tapiados. Para la posible falta de oxígeno, contábamos con un gran compresor de aire del señor Vincenzo, el cual estaría conectado a una planta eléctrica de García, y esta a su vez estaría conectada con una gran extensión de cables, luego el compresor le colocaríamos largas mangueras para llevar aire hasta dónde empezaríamos a derrumbar las paredes que impedían el acceso a esos otros pasajes. Pero antes de avanzar tendríamos que acceder a la antigua cárcel de Ciudad Bolívar, llegar a sus sótanos y hacer algunos orificios en esas grandes ventanas selladas con concreto y mampostería que daban hacia la avenida principal del Paseo Orinoco, con el fin que entrase luz y oxígeno. Desde allí, desde esas ventanas podríamos tener toda la vista hacia el río Orinoco y hacia el Mirador Angostura. Además, también podríamos usar el sótano de la mencionada cárcel como primera estación estratégica del almacenamiento de diferentes herramientas y también cómo un segundo resguardo para nuestros alimentos.
Es importante señalar, que no estábamos apurados en llegar al Mirador Angostura, haríamos todo con sumo cuidado, paso a paso. Intentaríamos abrir huecos que conectaran con alcantarillas de las calles para llevar algo de corrientes de aire hacia los túneles. Haríamos todo de manera manual, sin usar martillos hidráulicos. Íbamos a usar mandarrias, pequeñas y grandes; picos, piquetas, cinceles y palas.
Estoy seguro que a todos, en ese momento, nos motivaba más encontrar tesoros y reliquias que llegar al Orinoco para pescar. En cierta forma teníamos esa llamada fiebre de los arqueólogos, que te hace sentir una especie de Indiana Jones y recibes una energía que te hace olvidar todo el arduo trabajo que se requiere para ello.
Pues bien, en nuestro primer día de exploración solo nos dedicamos a instalar toda la logística necesaria. Entre esa logística, estaba preparar y conectar una manguera de escape a la planta eléctrica para que pudiese liberar el mortal monóxido de carbono hacia el exterior.
Al terminar de trabajar, debajo de la Plaza Bolívar, en nuestro lugar de reunión, nos esperaban litros de refrescante papelón con limón y un refrigerio de arepitas dulces con queso blanco rallado por encima. Luego se hicieron las 5:00 pm y al finalizar aquella merienda, todos los presentes nos dirigimos a nuestros respectivos hogares.
Cuando llegué a mi refugio me tiré en el sofá de nuestra sala y prendí la televisión junto a su DVD para ver una película. Me fui quedando dormido, me quería dar una ducha, pero el sueño terminó por vencerme. Mientras dormía, relacionaba mi sueño con el audio de la película que estaba viendo— “El Libro de Eli” — así que tuve un sueño de lo más extraño, que realmente no pude recordar por completo. Me paré del sofá como a las siete de la noche, me duché y después me fui a cenar con mi padre, quién había preparado bollos de maíz pilado con mantequilla, queso y jamón. Él comió y se fue a dormir inmediatamente.
—No te acuestes tarde, recuerda que mañana vamos a romper esa pared para entrar a la cárcel—comunicó mi padre antes de acostarse. —Hoy te toca fregar los platos. Que tengas buenas noches José.
—Buenas noches Papá. Descansa.
No tenía sueño, sería una noche de placentera lectura hasta que cayera rendido encima de mis almohadas. Mañana nos esperaba el comienzo de una aventura, seríamos los primeros venezolanos en explorar esos túneles sellados en mucho tiempo. Cuántos tesoros encontraremos por esos pasadizos subterráneos, también podríamos desmentir o corroborar los mitos que se ciernen sobre Ciudad Bolívar, y los supuestos pasajes que llegan hasta la Piedra del Medio. Nos íbamos a convertir en documentalistas y arqueólogos durante estos días sombríos del HK-6. Una nueva aventura estaba a punto de empezar.
Capítulo VII. Venganza.
Ferrer había jurado para si mismo acabar con ese grupo de guerrilleros auto denominados “RS”.
Mientras los efectivos de fuerzas especiales iban en el helicóptero Súper Puma para tratar de divisar las camionetas descritas por la Guardia Nacional, el capitán Ferrer no podía sacar de su mente la imagen del joven guardia nacional caído en el Puente Angostura “¿Por qué no unen sus fuerzas a nosotros para combatir a los infectados? ¿Por qué contra la Fuerza Armada?”, se cuestionaba así mismo el capitán.
Mientras el Ferrer estaba sumido en su deseo de venganza para hacer justicia, González lo observaba detenidamente, el general había logrado su objetivo. A partir de ese sentimiento de venganza podría usar a Ferrer para luchar a su favor y no a favor del pueblo; prefería tener a Ferrer en la búsqueda de ese grupo guerrillero que tanto le preocupaba, a que estuviese protegiendo a la población de Ciudad Bolívar, los cuales seguían siendo aniquilados o infectados.
Desde que la cifra de contagiados aumentó en proporciones apocalípticas; y esto sucedió a partir de diciembre del 2017, González dejó de enviar tropas para reforzar los puestos de comandos por toda ciudad. Sabía que pronto toda esa masa de exhumanos se volcaría contra el Fuerte Cayaurima, y por esa razón iban a necesitar la mayor cantidad de tropas y municiones posible.
González enviaba algunas provisiones y municiones a algunos puestos, sobre todo a aquellos que estaban cerca de su fuerte, para que sirvieran como muro de contención ante la posible tormenta de exhumanos que se aproximaría en cualquier momento, él le llamaba “la batalla final”. Su objetivo era tomar el control absoluto de todo el Estado Bolívar. Sabía que eso era traición, pero también justificaba sus acciones, diciéndose así mismo, “si no lo hago yo, otro más lo hará por mí”; pero, el grupo guerrillero se convertía en el palo para atascar la rueda de la carreta. Si los civiles se organizaban en un ejército de auto defensa, le complicaría el logro de sus objetivos; y más, si ese grupo de guerrilleros tuviesen ideales patriotas con pensamientos de Bolívar. Sin embargo, él tenía al Capitán Ferrer y a sus hombres de su lado (los mejores guerreros).
Capítulo VIII. Casimiro Torres.
Casimiro Torres, un sencillo y modesto pastor evangélico, pero con un poder de convencimiento impresionante. Sargento retirado del Ejército hace más de veinte años. Prefirió retirarse de la Fuerza Armada y unirse al ejército del Señor. Su baja estatura y sus grandes bigotes le brindan un aire de hombre bonachón, pero poseía un verbo encendido a la hora de predicar el evangelio y tenía la vitalidad de un joven de dieciocho años. Pudo convencer a mucha gente de Ciudad Bolívar, Soledad y El Almacén, para prepararse ante un inminente apocalipsis que ocurriría entre los años 2017 y 2018. Su congregación más fiel llegó a ser de unas tres mil almas; pero los que decidieron sumarse de lleno a su plan de protección contra el apocalipsis fueron solo cuarenta familias, ubicadas en una finca autosustentable en comida, energía y agua; que estaba ubicada a diez kilómetros después de la población de El Almacén, pueblo muy cercano a Ciudad Bolívar y vecino de las riberas del río Orinoco.
No obstante, el pastor Casimiro Torres no contaba con guerreros de verdad. Solamente él y un puñado de hombres eran de armas tomar. Así que se dedicó durante los comienzos del apocalipsis a reclutar guerreros naturales que estaban perdidos en las tinieblas y los llevó a la luz a través de la palabra de la biblia y del gran magnetismo que poseía su personalidad. Estos guerreros eran delincuentes de alta peligrosidad.
—Te necesito Catire (rubio), no hay tiempo de que pagues por tus crímenes en una cárcel, pero si hay tiempo de salvar vidas, y tratar de enmendar tus pecados contra los hijos de Dios. Conviértete en instrumento del Señor para proteger sus ovejas, no dejes pasar este último tren—expresó el pastor Torres a Jorge; aleas el Catire, un poderoso delincuente que tenía el dominio delictivo de las Parroquias Agua Salada y La Sabanita de Ciudad Bolívar.
Esas palabras, la mirada penetrante de Torres, más los acontecimientos pre-apocalípticos que se daban en Venezuela, bastaron al Catire para sumar sus armas a la iglesia que presidía el pastor, aceptando de buena gana el liderazgo de Torres y sometiéndose por completo a sus órdenes. Catire nunca en su vida sintió tal amor por parte de otro hombre, empezó a ver a Casimiro como una figura paterna que nunca tuvo. Además, Catire incorporó cincuenta hombres ex delincuentes al grupo de guerrilleros urbanos RS para combatir a los exhumanos y combatir los excesos de algunos pelotones del Ejército que empezaron a atacar a civiles también, con la excusa de que tarde o temprano se convertirían en zombis.
El día del combate sobre el Puente Angostura no era para volar dicho puente con explosivos; sino que el grupo, quería ir al rescate de unas almas atrapadas en Soledad, que quizás ya estarían muertas o convertidas en exhumanos; pero aun así el Comandante Torres iría por ellas. La Guardia Nacional puso resistencia muy a pesar de que Torres estableció un dialogo con ellos por medio de su parlante a una distancia de sesenta metros de la Guardia Nacional; pero ésta manejaba una información distorsionada sobre que había un grupo de guerrilleros que querían volar el puente. Y fue así que el comandante y pastor Torres se vio contrariado ese día, no quedándole más remedio que abatir la escuadra de la Guardia Nacional que se oponían en su intento de salvar sus ovejas.
Torres comprendía que tarde o temprano, “grupos” de la Fuerza Armada, al no haber más institucionalidad civil en el país, sería una oportunidad para hacerse cargo de manera tirana, de una tierra que estaba siendo desolada por una extraña y terrible enfermedad. Su sabia intuición fue confirmada por una persona que tenía trabajando de espía en el Fuerte Cayaurima, quién le informó de las maquiavélicas intenciones de un tal general González y sus planes de separar al Estado Bolívar de Venezuela; pero…el Comandante Torres sería una verdadera resistencia ante las ambiciones dictatoriales del general, porque Torres no solamente poseía valores cristianos muy fuertes, sino que también, por haber sido militar en algún momento de su vida, tenía verdadera convicción republicana dentro una genuina formación castrense. Así que otras batallas estaban por librarse…
Capítulo IX, Cámaras secretas.
— ¿Todo listo?—preguntó mi padre a Vincenzo.
—Todo listo Lorenzo.
Se empezó con los primeros golpes a la pared que sellaba la entrada hacia las cámaras subterráneas de la Vieja Cárcel de Bolívar, la cual era una mezcla de mampostería con cemento. Iluminábamos el lugar con lámparas eléctricas conectadas a la planta de gasolina. Aquella pared a pesar de ser muy vieja, era sumamente sólida, tenía forma de arco, típica de las entradas a túneles y pasadizos secretos. Trabajamos por turno para nunca parar de golpear y cincelar la pared. Mi padre y yo habíamos empezado, después Carlos y Vincenzo tomaban el relevo. Así estuvimos casi dos agotadoras horas, hasta que por fin abrimos un hueco en el centro de la pared. Después de allí la pared quedó sumamente debilitada y fue fácil terminar de derrumbarla. Frente a nosotros estaban las mazmorras de esta antigua cárcel. Con linternas en mano avanzamos, el lugar era húmedo, asfixiante y oscuro. Se empezaba a sentir la escasez de oxígeno, así que metimos las manqueras que traían aire del compresor ubicado debajo de la Plaza Bolívar. Al iluminar el lugar, lo que vimos fue tétrico y espantoso. Había decenas y decenas de esqueletos apilados, el lugar lo habían convertido en una fosa común. Los mitos sobre la peste de esta cárcel eran ciertos. Las ventanas exteriores que estaban selladas, que no hace mucho se podían apreciar desde El Paseo Orinoco, fue para impedir que se escaparan los gases putrefactos debido a la descomposición de decenas de cadáveres (tal como los mitos señalaban). Las ratas debieron haber hecho su festín y la limpieza correspondiente.
Lo que se respiraba en medio de estos esqueletos apilados era embriagador. Pronto había que romper en algún lugar para proceder a tomar aire del exterior y con suerte algo de luz solar. Por ahora debíamos conformarnos con el escaso aire del compresor y también de una muy tenue de corriente que provenía del túnel que nos condujo hasta la cárcel.
Para llegar al próximo nivel superior de esas mazmorras, teníamos que atravesar la marea de huesos, calaveras y trapos viejos que alguna vez fue ropa. Los esqueletos nos llegaban hasta las rodillas, había que caminar con mucho cuidado para evitar ser cortado por el filo de uno de esos elementos óseos, Carlos prefirió quedarse atrás con la excusa de coordinar cualquier cosa que necesitáramos (era visible su fobia a los esqueletos humanos). El resto de nosotros empezamos a mirar a nuestro alrededor para encontrar el mejor lugar para hacer algunos orificios que dieran con el exterior (el Paseo Orinoco) Primero, como dije antes, para obtener mayor volumen de aire, pero también con el objetivo de tener una especie de ventanita que sirviese como periscopio para visualizar el mundo allá afuera.
Al pasar del enjambre de esqueletos, nos acercamos a una salida que estaba sellada con ladrillos y concreto, en otro tiempo con seguridad era la entrada a este nivel inferior dónde nos encontrábamos. Todos estábamos físicamente extenuados para seguir rompiendo paredes; pero aun así nos pusimos manos a la obra. Mi padre empezó a golpear la pared de ladrillos, luego vino Vincenzo, después yo. Así estuvimos por el espacio de una hora; y desafortunadamente ya estábamos demasiados agotados para seguir, así que por ese momento detuvimos nuestra empresa de exploración para continuar al otro día.
Para irnos, tuvimos que pasar otra vez el desagradable enjambre de huesos y calaveras. El pisar de nuestras botas hacía quebrar muchos huesos, el sonido era desagradable, en especial para Carlos, muy a pesar que no estaba atravesando el siniestro enjambre. Yo deseaba con ahínco regresar a nuestro refugio, tomar un buen baño y cambiarme la ropa empapada en sudor, polvo y cenizas; y sabe El Creador que otra cosa más.
—Estos huesos deben tener al menos sesenta años o poco más—comentó mi padre mientras avanzábamos.
— ¿Crees que sean de la época de la dictadura de Pérez Jiménez?—preguntó Vincenzo mientras también avanzaba con nosotros con extremo cuidado.
—Sí, y de otros gobiernos anteriores también, hasta llegar a Juan Vicente Gómez—respondió mi padre en medio del desagradable sonido.
Capítulo X. La Comunidad.
Casimiro estaba a punto de llegar a la finca llamada “La Comunidad”, ubicada cerca de “El Almacén”. Las atalayas de esa finca eran los grandes árboles samanes, allí estaban combatientes escondidos con el follaje de las matas y desde una altura de veinte metros, los vigilantes podían divisar la presencia de zombis, ladrones o cualquier otro intruso que colocara en peligro la vida de los integrantes de La Comunidad.
La finca, que ya era un conjunto de casitas, poseía electricidad propia proveniente de una planta eléctrica que a su vez era alimentada por los gases inflamables de la descomposición del excremento y orine de los cochinos (cerdos) que iban a parar a un gran pozo séptico. El gas generado era quemado constantemente para mover los pistones de dos grandes motores que convertían por medio de alternadores, la energía de los gases metano, en energía eléctrica. El agua de La Comunidad provenía de diferentes pozos, dónde el vital líquido era sacado por bombas eléctricas y manuales, o simplemente de la forma más tradicional, con cuerda y cubetas. La forma de sembrar de estas personas, era como lo hacen los indígenas (en conucos).
Tenían chivos, reses y cerdos para el sustento cárnico, y esporádicamente iban al río Orinoco para colocar trenes (redes fijas) para pescar. También tenían gallinas, guineos y patos. Los perros estaban presentes para ser una de alarma natural, y los gatos también estaban para cuidarles de pequeñas serpientes venenosas y junto a los perros servir como mascotas, aportando su incondicional ternura y amistad.
Cada familia tenía una actividad asignada, unos preparaban quesos, otras se ocupaban de la crianza de los cerdos y de los demás animales. Estaban los mecánicos, los pescadores, los soldados; en fin, todos tenían un papel importante dentro de esta sociedad, también tenían en común la adoración al Señor y lo hacían en el bosque, dentro de un gran bohío que no tenía paredes, se sentaban en bancos rudimentarios de troncos. El pastor y comandante Casimiro tenía un hermoso púlpito hecho con madera de árboles de guayaba y de níspero, elaborado por el artesano y carpintero principal de La Comunidad.
Debajo de las alas de Casimiro, estaban mil doscientas almas bajo su cuidado y responsabilidad, que debía proteger de toda la maldad allá afuera y mantenerlos en rectitud constante al Señor.
Finalmente las dos camionetas que venían del combate en el Puente Angostura entraron a la finca. Al bajarse Casimiro y sus combatientes de los vehículos, una multitud de niños corrieron hacia ellos para darles la bienvenida. Los niños se guindaban de las piernas de los guerrilleros, en especial las de su pastor. En ocasiones, los combatientes podían conseguir chucherías de algunos negocios abandonados, pero ya cada vez era más difícil obtener golosinas u otras cosas que La Comunidad no podían fabricar, entres esas cosas estaba el combustible, un recurso exclusivo para los vehículos y cada vez más escaso. Venezuela, que hace tan solo meses poseía la gasolina y el gasoil más barato del mundo y por ende, sumamente fácil de obtener, ahora era la cosa más difícil de conseguir junto a la comida.
— ¡Pastor, Pastor! ¿Trajo chicle? Gritó un niño morenito de dientes sumamente blancos y de sonrisa angelical.
—No Pedrito, otro día será hijo—contestó Casimiro y al mismo tiempo frotaba el cabello lacio y negro del niño. —Pero ¿Qué tal si me consigues un vaso de carato de maíz?
—Sí Pastor—respondió el niñito que con sus piecitos descalzos fue corriendo a buscar la bebida solicitada.
—Catire, organízame a todos los combatientes en el bohío—ordenó Casimiro al antiguo delincuente.
—Enseguida Comandante.
A los diez minutos todos los guerrilleros estaban en el gran bohío, a excepción de los que estaban de guardia. Las mujeres llevaban vasos de papelón con limón y carato de maíz endulzado con caña, proveniente del mismo trapiche de la finca. El Comandante se paró en su púlpito frente a su ejército de resistencia.
—Hermanos, mis soldados… mi amado rebaño. Me temo que vienen tiempos más difíciles, mi informante que está en el Fuerte Cayaurima me ha suministrado algunos datos sobre ese inicuo general González, el cual, junto a sus tropas especiales ha jurado acabar con “los guerrilleros”, porque así no llama él, “guerrilleros”, [el Pastor hizo una pausa y paseó su mirada a los ojos de los presentes] como si fuésemos un grupo de bandoleros y maleantes. Por tal razón debemos reducir las salidas a la ciudad y evitar a como dé lugar, enfrentamientos con la Fuerza Armada.
Los combatientes eran unos ciento setenta hombres y treinta mujeres, un total doscientos combatientes, sin contar a su Comandante y al Catire.
Todos estaban sentados en los bancos, muy atentos a su líder, solo quitaban la vista del orador un instante para tomar carato de maíz o papelón con limón. Cada uno de ellos portaba un arma, pero no todos poseían armas de fuego. La mitad tenía algún tipo de arma blanca, ya sea un machete, una lanza o un arco y flecha. Resultaba muy difícil conseguir armas, sin mencionar las municiones; pero aun así todos tenían la moral de combate muy alta, a parte que todos eran creyentes y tenían la esperanza de morir en Cristo.
—Pero, ¿y qué tal si vamos por ellos primero, en especial por ese general?—preguntó uno de los combatientes que estaba sentado en uno de los bancos de adelante.
—Eso es un riesgo que no podemos tomar—contestó el Comandante. —Para llegar a ese fuerte tenemos que atravesar una inmensa aglomeración de exhumanos. Allí perderíamos todas nuestras municiones.
—Pero podemos tenderle una trampa, una emboscada—dijo el mismo hombre que había formulado la pregunta.
— ¡Debemos obedecer al Comandante!—intervino con autoridad Catire, quien estaba cerca de Casimiro y arrojó una mirada de molestia al guerrillero que hacía las preguntas; el cual se sintió fuertemente intimidado.
—Calma Catire, calma—agregó Casimiro, colocando la mano en el hombro de su perro de caza quien estaba muy cerca de él. —Hay que escuchar la opinión de todos y todas, por eso los reuní aquí. Además, no sería mala idea tenderles una trampa, tarde o temprano ellos darán con nosotros.
—Pero si acabamos con la vida de ese general, tendremos a toda la Fuerza Armada sobre nosotros, tratando de vengar la muerte de su líder—agregó una mujer combatiente, de aspecto apacible pero feroz en el combate.
—Carmen, mi querida soldado. Se escucha entre las tropas del fuerte Cayaurima, que el General está abandonando a sus militares que están por la ciudad, lo cual ha hecho que su prestigio dentro de las tropas y oficiales baje considerablemente—dijo el Comandante, dirigiéndose a la muchacha que acababa de intervenir. — Y no creo que si cortamos la cabeza de la serpiente sus tropas quieran vengarlo.
— ¿Qué hacemos entonces Comandante?—preguntó otra mujer combatiente que estaba sentada al final de la congregación.
—Pues… por los momentos esperaremos. Lo demás lo consultaré a Dios en dos días de ayuno que le ofreceré. Por ahora reforzaremos las guardias y alabaremos en rectitud al Señor…Él nos guiará.
A Catire, quien no hace mucho tiempo fue un gran delincuente, sentía paz cuando su Comandante y Pastor se expresaba de esa manera, invitando a tener confianza en Dios; sin embargo, se requiere más que oraciones y ayuno para detener a un hombre tan poderoso como González, sin mencionar a Ferrer y a su escuadrón de fuerzas especiales.
Capítulo XI. Evolución.
Una gran bestia rubia caminaba por la calle Venezuela del Casco Histórico, arrastraba una extremidad inferior de alguna víctima, aquello era espeluznante; era El Alfa, quien había compartido su presa con un grupo de exhumanos, pero él prefirió no unirse a ese grupo, optó por estar solo, de alguna manera había aprendido que era más vulnerable si estaba dentro de una horda. Tenía cierta intuición sobre esas cosas que hacían mucho ruido (armas de fuego), es decir, concluyó que era vulnerable si estaba dentro de una multitud. Pero ese día, mientras Alfa se dirigía a su alcantarilla que había escogido como refugio, algo peculiar llamó poderosamente su atención, y era otra bestia como él, la diferencia era que la bestia en cuestión no era “un él” sino “una ella”. La bestia femenina se encontraba devorando los restos de un animal, al parecer un perro, ella estaba frente a lo que era antes una tienda deportiva. Alfa se acercó a la bestia hembra y ésta reaccionó de manera defensiva, emitiendo un poderoso grito de depredadora, Alfa no sintió miedo, simplemente se acercó más hasta ella sin soltar la pierna desmembrada que había guardado para comer luego y la arrojó a los pies de quién ahora llamaremos “Sigma”.
Sigma sintió confianza ante su visitante y empezó a comer de la pierna servida a sus pies. Ella comía con frenesí, sus ojos eran rojos, bañados en sangre como los de su visitante y su respiración era igual de acelerada. Alfa se agachó para verla más de cerca, Sigma tenía cabellos negros en forma de rulos, su cuerpo a pesar de estar mugriento tenía un aspecto atlético, quizás en otro tiempo fue una entrenadora personal, o algo parecido. Cuando Sigma sació su hambre, Alfa tomó el resto de la pierna que quedaba y dio la vuelta para marcharse y seguir arrastrando aquella extremidad que sería de algún pobre desgraciado. Sigma se quedó contemplando como se marchaba aquella bestia como ella, y algo dentro de sí misma la empujó a seguir al macho que acababa de suministrarle alimento. Alfa detuvo su paso al ver que Sigma le seguía y, con su habitual respiración acelerada contempló más de cerca a la hembra, tocó su rostro con su mano derecha llena de mugre en sus uñas largas, Sigma se dejó tocar y sintió algo diferente.
—Mm ahh mi, mú—masculló Alfa y luego olió con detenimiento a Sigma, quien tenía su cara llena de sangre humana a causa del festín que se dio con la pierna humana.
Alfa volvió a darse la vuelta y Sigma lo empezó a seguir, aquel murmullo o aquella articulación de lo que parecían unas palabras emitidas por él, fue una especie de aprobación para que ella lo siguiera. La bestia rubia ya no estaría sola, Sigma, de cabellos rulos y piel mugrienta pero que era de tono blanca, siguió a su protector, a su compañero. Ya no estaría sola contra el mundo, Alfa era su pareja. Las bestias estaban evolucionando, y no solamente en inteligencia, sino en emociones y tal vez en otros aspectos más. Estábamos frente a la obra maestra del EBOV-HK6, lo que parecía ser, el nacimiento de una nueva especie y el advenimiento de una era post apocalíptica que la humanidad entera jamás vio venir; desde luego todo parecía una teoría, pero las señales eran claras.
Capítulo XII. Un pasadizo secreto.
Al tercer día de nuestra expedición, el trabajo físico empezó a cobrar factura en nuestros músculos, causando fatiga. Pudimos haber tomado un día entero de descanso, tal vez dos; pero teníamos una fiebre que nos empujaba a seguir rompiendo paredes para ver hasta dónde llegábamos.
Después de instalar todo lo necesario para continuar: como la electricidad, las herramientas, el compresor para aumentar el flujo de oxígeno y la iluminación; nos dirigimos a la entrada de la cámara hasta donde habíamos llegado para seguir rompiendo (no sin antes haber pasado por la desagradable marea de huesos y calaveras del lugar; excepto Carlos, que de igual manera no se atrevió a pasar por entre los huesos, pero tarde o temprano tendría que hacerlo).
Finalmente terminamos de derrumbar la entrada o salida, (según sea el caso) y al hacerlo no vimos una luz como suele pasar en las películas, sino más bien, presenciamos una espesa oscuridad con un ambiente empobrecido de oxígeno.
— ¡Carlos, lanza el cable!—gritó mi padre.
—Allá les va—respondió Carlos García, arrojando una gran extensión de cable enrollado hacia donde estábamos.
Con esa extensión hicimos un empalme al cable que nos suministraba luz y luego con linterna en mano avanzamos por entre la oscuridad, colocamos un par de lámparas más, y el lugar se iluminó completamente.
—Me está faltando el aire papá—comenté.
—Cálmate, te estás hiperventilando. Siéntate en la entrada cerca de la manguera del compresor—me dijo mi padre y, fui e hice lo que me dijo.
Lorenzo y Vincenzo avanzaron por la nueva cámara de la vieja cárcel.
—José, dile a Carlos que te arroje manguera.
—Entendido.
Carlos arrojó un pliego más de manguera, de unos seis metros.
— ¡Te das cuenta José!—dijo Carlos desde su lugar seguro. — ¡Alguien tiene que quedarse aquí para ir pasando las cosas!
— ¡Le tienes miedo a los muertos! ¡Déjate de vainas!—le respondí y luego tomé la manguera y la conecté a la que ya estaba suministrando aire con el propósito de suministrar más oxígeno al interior de la otra cámara.
Las mangueras eran de riego con medida de 25 mm, habíamos colocado agujeros en ellas cerca de las puntas, para que cuando se hiciera un nuevo empalme, parte del aire siguiera saliendo en el punto de la unión, y el resto continuara desplazándose hacia el nuevo extremo, era algo similar al riego de agua en los cultivos de los campos, la diferencia radicaba que no bombeábamos agua, sino aire proveniente del compresor.
Cuando mi hiperventilación cesó, avancé con la nueva manguera para colocarla en un punto alto y sujetarla con cabuya (cuerda delgada), al menos a una altura promedio de una persona.
Estábamos en una especie de salón, rodeado por seis viejos calabozos, aun con sus barrotes casi intactos.
—Las mazmorras de la colonia—me comentó mi padre, mientras yo estaba maravillado al ver aquellas prisiones antiguas que sirvieron para privar de libertad a delincuentes de diferentes generaciones, sin mencionar los presos políticos.
Esta cárcel tuvo una larga vida desde la colonia, pasando por la Guerra de Independencia comandada por el Libertador, y la Guerra Federal dirigida por Ezequiel Zamora, hasta que finalmente se clausuró en 1958 con la construcción de la cárcel moderna de Vista Hermosa. ¿Cuántas personas fueron torturadas aquí? No lo sé, pero aún se sienten los gritos de dignidad y valor de aquellos que se atrevieron a luchar contra regímenes autoritarios. Con seguridad aquí atiborraron el lugar con más presos de lo que permitía el espacio.
Arriba de nosotros estaban las ventanas selladas que daban hacia el Paseo Orinoco; pero, necesitábamos una o dos escaleras para poder hacer los orificios deseados en ellas; sin embargo no pensamos en necesitar escaleras, así que por ahora hacer hoyos en esas ventanas selladas no sería posible. Nos dedicamos por el contrario a inspeccionar de manera detallada la cámara donde estábamos, revisamos los calabozos uno por uno. Ya me empezaba a sentir hiperventilado nuevamente, hice un esfuerzo en no demostrarlo. No encontramos nada interesante, pensé que encontraríamos grilletes y cosas por el estilo. Después de revisar los calabozos, mi padre empezó a golpear las paredes de la cámara o que tendría por medida unos siete por siete metros.
— ¿Qué buscas?—pregunté a mi padre. Cada vez me hiperventilaba más.
—Un sonido hueco—respondió mi padre sin verme. —Tiene que estar por aquí.
— ¿Qué cosa?—intervino Vincenzo.
—El pasaje que da con el Mirador Angostura—respondió mi padre, mientras seguía golpeando.
Yo no aguantaba más, me fui hacia la punta de la manguera, tenía que respirar, sentir el aire. Mi padre siguió en lo suyo y continuó hablando con Vincenzo.
—Pero Lorenzo, ese pasaje debe estar en la cámara de abajo.
—Puede ser, pero hay que estar seguro, hay que descartar—respondió mi padre y después golpeó la pared. —También pudiera haber dos salidas hacia el extinto Fuerte San Gabriel, una en cada cámara.
—Probablemente—dijo Vincenzo.
[…Otro golpe a la pared con la mandarria… un segundo golpe en el mismo lugar].
— ¿Escuchaste eso?—preguntó mi padre, volteando para ver a Vincenzo.
—No.
—Escucha el golpe aquí—señaló mi padre con la mandarria y a continuación golpeó, el sonido fue grave. —Ahora escucha aquí—otro golpe, pero éste último fue sin lugar a dudas agudo en comparación con el anterior.
— ¡Carajo!—expresó el italiano.
—Vamos a romper aquí—comentó mi padre quien tenía la cara bañada en sudor reflejándose la luz de las lámparas que iluminaba al lugar.
Si ese era el pasadizo hacia el Fuerte San Gabriel, hoy Mirador Angostura, estaríamos a punto de descubrir muchas cosas: ¿tesoros?, ¿reliquias?, ¿armas?, ¿la entrada mítica hacia la Piedra del Medio en el río Orinoco? Lo último sería imposible, científicamente hablando, pero lo demás tenía que ser un hecho. Me acerqué al lugar donde se produjo el sonido agudo, y junto a mi padre y a Vincenzo, me puse manos a la obra, así que empezamos a romper.
Capítulo XIII.
El Súper Puma se desplazaba por el aire y Ferrer dirigía su vista hacia abajo en busca de los guerrilleros que habían quitado la vida del joven guardia nacional. Su mirada no la quitaba del panorama debajo del helicóptero, ni por un segundo. El piloto estaba sobrevolando los lados del pueblo de El Almacén. González por otra parte sabía que aterrizar el Súper Puma en una zona boscosa sin apoyo de otra nave, sería un suicidio; aunque el arrojo suicida también era parte de su personalidad.
En La Comunidad todos estaban preparados, el plan de defensa se había ejecutado. Todos los combatientes se ubicaron en sus puestos camuflados entre el bosque y el monte. De aterrizar el helicóptero, un enjambre de avispas se cernería sobre el grupo de Comando. El resto de las familias estaban quietas en sus hogares junto a sus niños. Las casas que se podían ver desde el helicóptero y daban el aspecto de casas desiertas a causa del apocalipsis. De pronto, en una de las viviendas, un niño de unos diez años había tomado la escopeta de su padre que no estaba cargada, y desde la parte de atrás de la casa, apuntaba hacia arriba, como intentando derribar al helicóptero, lo hacía desde su inocencia, desde su espíritu de guerrero que había sido inculcado en La Comunidad, y su padre, que era uno de los combatientes, había cometido el error en dejar una de sus armas al alcance de sus hijos, desobedeciendo así las órdenes del pastor y comandante Casimiro.
— ¡Qué es eso!—preguntó el General González en medio del ruido de las hélices y turbinas del helicóptero
— ¡Es un niño!—respondió Ferrer, quien no dejaba de detallar al infante que apuntaba a la nave. Luego preguntó: — ¿Es aquí?
— ¡A lo mejor!—respondió el general.
En ese instante salió la madre del niño y le arrancó la escopeta de las manos, le dio un fuerte regaño y, el muchacho se dirigió corriendo hacia dentro de su casa, la madre se quedó viendo al helicóptero que daba vueltas en círculos alrededor de su hogar, luego ella también entró y empezó a orar a Dios para que no ocurriera lo que sabía ella que podía pasar.
— ¡Nos vamos!—ordenó González a los pilotos.
—Pero… ¿por qué?—empezó a cuestionar Ferrer la orden de su general. —Aquí pueden estar esos malditos, mi general.
— ¡Nos vamos capitán, nos vamos, eso es todo!
— ¡Entendido mi general!—contestó Ferrer, con visible molestia en su rostro.
Capítulo XIV. Camejo.
Fortín del Zamuro, 23-Julio-2018.
3:00 am.
Camejo dormía bajo la carpa instalada en el fortín, por primera vez en muchos días había logrado un sueño profundo y reparador. La brisa fuerte y cálida de marzo envolvía el lugar. Ya no había personal para hacer tres turnos nocturnos de guardia, así que se recortó a dos turnos. Las guardias o turnos, eran de 9:00 pm a 2:00 am, y de 2:00 am hasta las 5:30 am.
La teniente dormía envuelta en su sábana, soñaba con su familia y con su único novio que tuvo en su vida de civil; Mario, un chico apuesto de piel afro y de cuerpo atlético; quien no aceptó que su novia lo dejase para irse a la Academia Militar y terminó por dejarla a los tres meses del ingreso de María a la escuela de oficiales del ejército.
El sueño se estaba tornando erótico. Mario la besaba en una noche iluminada por la luna bajo el manto de la arena blanca de la playa de Cumaná. El sonido de las olas se mezclaba con el de la brisa, ella estaba encima de Mario a quien besaba con todas sus fuerzas, y él empezaba a recorrer su hermoso cuello con sus labios, recogiendo así su fragancia natural. El muchacho colocó a María abajo, ella lo abrazó fuerte. Camejo sabía que era un sueño, pero no quería despertar por nada del mundo.
Mientras la teniente estaba soñando, Gutiérrez estaba despierto en su guardia. El policía pensaba en desertar, tomar el carro y largarse a donde estaba su esposa e hijos. No aguantaba luchar más para otros, si lo hacía, lo haría por su familia. “Qué cada quien cuide lo suyo, me voy de esta vaina”, pensó; pero también tenía miedo de no encontrar a sus hijos y esposa vivos, peor aún, temía encontrarlos convertidos en zombis. “Debo intentarlo, igual tarde o temprano si me quedo aquí moriré, lo voy a intentar”. No obstante, esa noche no iba a marcharse, ya que una hueste de exhumanos acompañada por bestias se acercaba hacia ellos, estaban a solo quinientos metros del lugar. Tal vez eran más de tres mil personas infectadas, tal vez menos, lo cierto era que, iban guiados por un apetito voraz y por un instinto de venganza y de conquista sobre lo poco sano que iba quedando en la ciudad.
Gutiérrez se debatía entre encender otro cigarro o tomarse un vaso de agua para calmar su ansiedad de fumar, ya no tenía muchos cigarrillos y en momentos de guardia nocturna era cuando más le apetecía fumar, en especial durante el segundo turno, el más largo y el más difícil de aguantar. Al otro extremo del fortín estaba el resto de soldados vigilando, apenas cuatro, entre ellos el Cabo Jiménez, quien hacía recorridas por todo el lugar.
— ¿Qué carajos es eso?—se preguntó en voz alta a si mismo, el sargento de la policía. — ¡Plan de defensa! ¡Plan de defensa, nos atacan!
Los cuerpos de los que estaban montando guardia se tensaron, Camejo y el resto del personal que dormía se despertaron con sus corazones a punto de salir de sus pechos, pero aun así tomaron sus fusiles y arneses cargados de municiones y granadas y se prepararon para defender el lugar.
— ¡Por dónde vienen!—gritó Camejo.
—Vienen desde el Mercado Periférico, son miles—contestó Gutiérrez.
Camejo se asomó, estaban a menos de medio kilómetro, el brillo intenso de la luna permitía verlos con claridad.
— ¡Reyes, traiga la otra ametralladora hasta aquí, usaremos ambas en la misma línea de fuego!—ordenó la teniente. Todos ya estaban preparados tal como lo habían planificado, tal como le había tocado en otras ocasiones. Pero esa noche sería diferente. –Quiero todo el fuego en esa dirección, ¡Comienza Jiménez! ¡Tú Reyes, encima de la garita, quiero que no descuides nuestros flancos y retaguardia!
— ¡Entendido mi Teniente!—respondió el soldado y al instante se montó encima de la garita, la única garita y el punto más alto del fortín.
Los corazones seguían latiendo a toda fuerza, el primer disparo rompió el silencio de la noche. Era Jiménez, quien se echaba al pico al primer exhumano, un tiro limpio y certero a la cabeza. La hueste se enardeció, las bestias se volvieron frenéticas y se golpeaban entre ellas en medio de su frustración pero aun así no dejaban de avanzar y de comandar a la numerosa horda de zombis, la hueste aceleró su paso, estaban casi al pie del cerro.
Para llegar a los defensores del fortín tendrían que recorrer cien metros cuesta arriba, a una inclinación de cuarenta grados, a la vez tendrían que esquivar los obstáculos naturales como lo eran: grandes rocas y un resbaladizo suelo pedregoso. A parte había un enjambre de alambre de púas y cargas de c-4 para activar a distancia.
— ¡Fuego a discreción! Se escuchó la aguda y tenaz voz de Camejo.
Las ametralladoras .50 y la MAG 7.62 empezaron a aguantar la gran multitud, decenas de exhumanos empezaron a caer. A las ametralladoras se les unieron siete fusiles Ak-103. No fue necesario usar visión nocturna debido a la luz que proporcionaba la luna. Aun así, solo eran nueve combatientes. La mitad del pelotón había sido diezmado.
“Dios, no me dejes caer, líbrame de mis enemigos”, habló para si Jiménez, sin dejar de disparar su Dragunov. “Guía mis disparos”, cada frase se convertía en una baja para los exhumanos.
¡Cargando!—gritó uno de los soldados para cambiar la correa de cartuchos de la MAG. Al instante el otro soldado de la .50 también gritó: — ¡Cargando!—el resto no paraba de disparar, pero sus disparos, en su mayoría no eran directos a la cabeza, por tal razón la multitud de zombis ganaba terreno peligrosamente, muchos estaban a mitad del cerro a pesar de los alambras púas colocados sobre el terreno.
Muchos de los exhumanos quedaron atrapados en la maraña de alambres, pero no sentían dolor, así que facilitaron el camino para los otros infectados que pasaban por encimas de sus espaldas, lo que causó un repentino frío en Camejo, luego gritó:
— ¡Jiménez! ¡La primera carga!
El cabo detonó una de las cargas de c-4 colocadas a medio camino del cerro, exhumanos salieron volando en pedazos. Humo y polvo se desplegó por todo el lugar. Las ametralladoras empezaron a disparar, frenando el avance de los exhumanos. De pronto, en medio de aquella masacre, Camejo comprendió que esta vez no ganaría la batalla a los exhumanos… no se iba a rendir, pero sintió que de esa no salía. Gutiérrez también lo comprendió, aun así no dejaba de disparar, sus hijos y esposa incrustados entre el pecho y su mente le daban fuerzas para continuar luchando. Sumado a este peligroso evento, se escuchó el grito del soldado que estaba arriba de la garita:
— ¡Mi Teniente, vienen otros por la retaguardia!
— ¡Cuantos!—preguntó Camejo sin dejar de disparar.
— ¡Bastante, están a doscientos metros!
— ¡Quiero la .50 atrás! ¡Tú Gutiérrez, y ustedes, a la retaguardia!
Los combatientes dividieron sus fuerzas, apenas eran nueve. Quedarían cinco al frente, y el resto atrás. Jiménez podía apoyar ambos lados con su fusil de tirador y también detonaría las cargas explosivas. Las municiones estaban dramáticamente escasas… todo sería cuestión de tiempo.
Capítulo XV. Un Viaje al pasado.
Empezamos a golpear la pared, mi padre dio el primer mandarreazo; pero lo que se movió fue: polvo, polvo que llevaba décadas allí. Yo había acercado las lámparas y la manguera que nos proporcionaba aire. Estuvimos una hora y media continua tratando de abrir el primer boquete a la pared, el descanso que tomábamos era únicamente en el relevo, así que nuestros músculos estaban sumamente fatigados, mucho más que en una sesión completa de pesas en un gimnasio. Pero nuestra fiebre por descubrir, nos empujaba a más y más. Cuando empezamos a cincelar en algunas partes de la pared, más de un grito de dolor acompañado con una mala palabra se nos escapó, debido al cansancio nuestras manos empezaban a ser muy torpes. La pared era más fuerte que la anterior, pero habíamos avanzado algo. Al término de una hora y media tomamos un descanso y nos acercamos a la otra entrada que recientemente habíamos desbloqueado para tratar de convencer a Carlos que pasara a través de los huesos y calaveras, a fin de sumar sus músculos frescos al trabajo.
— ¡Vamos Carlos, tienes que superar esa vaina, ven!—gritó mi padre desde la entrada a los calabozos. –Necesitamos que traigas los sándwiches y el papelón con limón.
— ¡No viejo, estoy bien aquí!—contestó Carlos.
— ¡Te vas a perder toda la aventura por miedo!—volvió a gritar mi padre tratando de convencerlo. – ¡Son casi trescientos años de historia! ¿Y sí encontramos oro?
—Lo último pareció entusiasmar a Carlos.
— ¡Está bien, pero manda a José para que me ayude con el papelón y los sándwiches!
Tuve que atravesar otra vez el río de huesos para acercarme a Carlos, me sentía como una persona que está enseñando a nadar a un niño y desde la piscina avanza para buscarlo y acompañarlo. Al llegar hasta Carlos pude notar que empezaba a sudar copiosamente en la frente, estaba visiblemente asustado. Tomé el termo donde estaba la bebida fría y el llevaba el recipiente de plástico donde estaban los sándwiches. Carlos empezó a cruzar la marea de huesos. Yo estaba detrás de él, guiándolo, pero sobre todo, brindándole palabras de aliento. “Todos tenemos una fobia a algo”, pensé, el mío eran los incendios, existen muchas personas en este mundo que son piro maniacas, yo por el contrario cuando veo un incendio me paralizo, sin duda alguna todos tenemos una fobia, está en nosotros poder llegar a superarlas o aprender a vivir con ellas.
Ya casi llegábamos a la entrada del calabozo, sentí a Carlos temblar como un niño mientras avanzaba. Yo pudiera juzgar su miedo como cobardía, pero lo cierto es, que en ese momento era el hombre más valiente del mundo.
Por fin llegamos a la entrada. Pensé que mi padre y Vincenzo se burlaría de él, todo lo contrario, estrecharon sus manos y le brindaron fuerzas. Nos servimos papelón con limón, estaba sumamente frío, lo dulce de la caña de azúcar y el limón nos brindó nuevas energías y a la vez nuestros cuerpos sintieron un gran frescor. Nos sentamos en el piso para comer nuestro refrigerio. Los sándwiches tenían queso amarillo, jamón, salchichón y mayonesa.
Empezamos hablar sobre lo que encontraríamos del otro lado de la pared. Vincenzo recordó que teníamos que hacer las pequeñas aberturas hacia la calle desde el salón donde estábamos. –Lo hacemos mañana Vincenzo—comunicó mi padre. —Hoy entramos por las puertas del pasado, hoy empezaremos el camino hacia la Serpiente de las siete cabezas (leyenda de Ciudad Bolívar). Después de media hora de descanso seguimos rompiendo la pared. Carlos estaba fresco. Sus golpes hacían estremecer el muro, su fuerza e ímpetu nos brindó entusiasmo a todos. Con la ayuda de Carlos el tiempo de relevo fue más grande, por lo que en cada turno cada uno golpeaba con mucha más fuerza que antes. Hasta que por fin sucedió…se abrió un agujero en la vieja pared. La emoción nos invadió, pude notar que estaba empapado de sudor, como si hubiese recibido un balde de agua en todo mi cuerpo. El boquete se hizo más grande y la pared cada vez más débil, empezaba a desmoronarse. Carlos, el que hace rato no se atrevía a venir hasta acá por miedo a los huesos humanos, ahora estaba convertido en un Sansón.
La pared cedió finalmente, con la luz de las lámparas vislumbramos una escalera de piedras y ladrillos hacia abajo, de unos cinco metros de altura.
—Uno de nosotros tiene que quedarse aquí—sugirió Vincenzo.
—Yo me quedo—dijo Carlos. –Mañana me tocará entrar.
Empezamos a bajar las escaleras, añadimos otra extensión eléctrica e introdujimos la manguera de aire de igual manera, pero ésta ya no tenía mucho alcance. Bajamos con una lámpara eléctrica y nuestras linternas. El ambiente era más espeso que el anterior. Ante nosotros estaba un túnel en forma de arco, era bastante amplio en su altura y anchura, tal vez tres metros o menos de altura por cuatro metros de ancho, era muy diferente a lo que habíamos visto anteriormente, ya que este túnel estaba sumamente conservado, daba la sensación que el tiempo se detuvo aquí. Empezamos a recorrer el pasaje, el piso era de piedras cuidadosamente trabajadas. Después de caminar unos diez metros con nuestras linternas, divisamos en el piso un conjunto de algo que parecían bolas de hierros.
Mirador Angostura, lugar del antiguo fuerte San Miguel |
, sitio de importantes batallas fluviales en contra de piratas del Caribe
Eran balas de cañón y estaban apiladas. Estaban muy bien conservadas para los siglos que llevaban allí.
—Tal como pensé, este túnel nos llevará a los sótanos del extinto Fuerte San Gabriel—comentó mi padre, con una de las pesadas balas en su mano izquierda.
—No debemos seguir avanzando, Lorenzo—sugirió Vincenzo. –Podemos quedar sin oxígeno.
—Tienes razón—respondió Lorenzo. –Mañana continuaremos.
— ¿Qué es eso?—intervine, señalando algo que estaba a unos cinco metros de nosotros.
—Parece ser…acerquémonos—indicó mi padre.
Al acercarnos vimos algo que parecía ser una especie de vieja máquina.
—No lo puedo creer—agregó Vincenzo.
— ¿Qué es?—pregunté.
—Es una imprenta hijo…una imprenta—me respondió mi padre. —La artillería más poderosa que ha existido jamás. Solo Dios sabe por qué la esconderían aquí.
— ¿Los españoles?—pregunté.
—Muy probablemente—contestó Vincenzo. –Si el mundo no estuviera hecho pedazos, y por el estado de conservación en que se encuentra esta imprenta, podría valer un millón de dólares.
—Tal vez más, mi estimado italiano, tal vez más—agregó mi padre quien no paraba de contemplar la reliquia.
Un sentimiento de felicidad me invadió, ¿por qué nunca se inspeccionó estos túneles? Me pregunté a mí mismo. Imagino todos los turistas del país y del mundo deleitándose con estos pasajes. Los bolivarenses fuimos tontos, estábamos más pendiente de hacer riquezas con nuestros minerales que con nuestra historia. Hicimos riquezas con nuestras materias primas; pero no con nuestra “materia gris”. Al menos este lugar está intacto, la poca presencia de oxígeno y el aislamiento a la humedad han conservado el lugar.
—Nos vamos, mañana hay que romper las aberturas en la cámara de arriba—dijo mi padre, acariciando la imprenta.
—Deberíamos tomar uno o dos días de descanso y planificar mejor—comenté.
—Desde luego José, no vendría mal un descanso y una pasta con un buen vino—señaló el italiano.
Mi padre quedó pensativo, sopesando nuestra sugerencia.
—Está bien, vamos a descansar un par de días. Hemos avanzado bastante, y tiempo es lo que nos sobra.
Capítulo XVI. El acecho.
—Jaguar 1 en posición, cambio.
—Jaguar 2 en posición. No veo elementos enemigos, cambio.
—Siga avanzando, Jaguar 2.
—Entendido.
Eran las cinco de la tarde y dos miembros del pelotón de Ferrer se arrastraban sigilosamente entre el monte. Estaban separados entre ellos con cincuenta metros de distancia. Sus uniformes estaban camuflados de manera especial con tiras de telas sobresalientes, lo que los hacía casi invisibles para el lugar donde se les dio la misión de hacer reconocimiento, habían colocado además, parte de la maleza o monte en su camuflada vestimenta, lo que los hacía más difícil de divisarlos.
—Jaguar 2, tenga cuidado con los perros. No avance más.
—Entendido Jaguar 1. Procederé a tomar las fotos desde aquí.
—Copiado, proceda.
Una cámara de gran pixelada y con lente telescópico empezó a tomar fotos de una comunidad cercana de El Almacén.
—Queridos hermanos. En tiempos difíciles Dios prueba a su pueblo para ver de qué madera están hechos. Ustedes están hechos de roble. Gracias a nuestra unidad en todas las cosas, especialmente en el evangelio, estamos fortalecidos y libres de los enemigos que no acechan.
El Comandante Casimiro estaba dando un sermón a su congregación y al mismo tiempo gesticulaba con las manos. Llevaba puesta una pistola 9 mm encajada a su cinturón de combate.
Jaguar 2 no cesaba de tomar fotos al pastor y comandante del grupo guerrillero, al igual que su congregación.
El equipo de jaguares empezó a desplazarse hacia otros lugares de la comunidad, siempre entre el monte, arrastrándose o avanzando de manera inclinada. Se tomó fotos de la guardia del lugar, de los árboles que servían de atalayas y de la planta eléctrica autosustentable.
Llegó la noche y el equipo seguía allí, estudiando cada detalle. No debían matar a nadie, debían mantenerse indetectables. Cuando se hicieron las once de la noche, procedieron a retirarse del lugar tal como llegaron, tal como jaguares sigilosos dentro de selva de Canaima.
Capítulo XVII. Nuevas noticias.
No supe cuan cansado estaba a causa de las expediciones por los nuevos túneles, sino hasta el otro día cuando intenté pararme a las siete de mañana, mi cuerpo me lo había impedido, sentía en mis músculos como si hubiese recibido la paliza de mi vida. Supuse que mi padre tampoco se levantó de su cama porque no sentí movimiento alguno en la cocina. Decidí seguir durmiendo y para mi sorpresa me había despertado nuevamente a las dos de la tarde, cuando ya mi persona no podía tolerar más estar en una cama.
Después de asearme me dirigí a la cocina, mi padre estaba viendo una película y solo me mencionó que mis comidas estaban tapadas encima de la mesa del comedor. Eran el desayuno y el almuerzo juntos. De desayuno me había guardado dos arepas asadas con queso blanco y jamón ahumado, y de almuerzo carne guisada, arroz y plátano deshidratado. La comida estaba fría, era de esperar; pero estaba tan hambriento que no me preocupé por recalentarla. Me serví un vaso de refresco cola y me dispuse a devorar mi comida. Después de comer me senté en el sofá, al lado de mi padre para ver lo que estaba viendo, “Cantinflas”, eso era lo que veía, una película de Mario Moreno Cantinflas, quien según mi padre es el mejor actor latinoamericano de todos los tiempos, esa afirmación yo no lo podría demostrar, lo cierto es que, sus películas me hacen reír mucho, incluso en alguna de ellas he llorado.
— ¿Cómo te sientes José?—me preguntó mi padre sin dejar de ver su película.
— Cansado. Me siento molido.
—Yo también. Pero creo que mañana podemos continuar.
—Pero Carlos y Vincenzo dijeron que descansaríamos dos días.
—No puedo esperar hijo, deseo con todo mi corazón ver que hay allí. Ese antiguo fuerte defendía la ciudad contra piratas y corsarios. Después dejó de existir porque supuestamente el terreno era inestable.
—Eso no tiene lógica. Esa vaina es muy sólida allí abajo.
—A lo mejor fue otra cosa.
— ¿La Serpiente de Siete Cabezas?—pregunté, mi mirada estaba fija en Cantinflas, pero en realidad no prestaba atención a la peli.
—Detrás de una leyenda siempre hay alguna verdad—respondió mi padre con su típico aire de sabiduría. Cuando se pone así me recuerda al maestro de Kung Fu Panda.
— ¿Qué quieres decir?
—Las leyendas siempre están llenas de mitos y de exageraciones, pero… ¿Qué las produce? ¿Cómo nacen? Es decir, tienen algún origen, siempre lo tienen. En algún punto de la historia fue verdad, al menos en un mínimo grado.
— ¿Una explicación científica?
—Sí, correcto. Algo sobrenatural, o sobrenatural para aquella época.
Mientras seguíamos hablando, mi cansancio empezó a huir de mí, ya quería volver a la expedición. Así que continuamos hablando todo el resto de lo que duró la película. De pronto:
“Aquí Caballero Real a José de Venezuela, responda”.
Me sobresalté al escuchar nuevamente al español. Corrí hacia la radio para acercarme al micrófono.
—Aquí José de Venezuela. Te escucho fuerte y claro, amigo. Cambio—mi padre ya estaba detrás de mí.
—Tío, me alegra escuchar tu voz ¡Cuánto tiempo! Cambio.
— ¡Cuánto tiempo Caballero Real! Pensé lo peor, cambio
—Sí tío, te pido disculpas. Sufrí un ataque a las antenas de mi radio. Aun no sé si fue el viento, o las cosas esas. Apenas hace dos días pude salir de mi refugio para repararlas, hemos estado rodeados de miles de esos zombis. Cambio.
—Lo importante es que te has mantenido con vida ¿Cómo está tu familia?, cambio.
—Todos bien José, gracias a Dios, tío, ¿Sabes algo de la cura de esta cosa? Cambio.
—Pues nada, ¿sabes tú algo?, cambio.
—Creo que sí, eso espero. Ayer establecí comunicación con un compatriota que está en Escocia. Al parecer ya tienen una vacuna, algún antídoto. Pero el mundo casi ha desaparecido, y me refiero a la gente. Así que no saben cómo llevar la cura al resto de personas que permanecen sanas. Cambio.
— ¿Pero es oficial lo que me dices? Cambio.
—Desde luego que no tío. Mi amigo ha captado el canal del ejército y los militares no paran de hablar de ello por radio. Pero tiene que ser verdad, allí está un laboratorio de la OMS. Cambio.
—Pues ojalá sea cierto, cambio.
—Tío, te tengo que dejar. Luego te daré más detalles. Seguiremos en contacto, cambio y fuera.
—Cambio y fuera mi pana. Cuídate.
—Igual José.
La nueva noticia que habíamos recibido de Caballero Real, fue lo mejor que habíamos escuchado en meses luego de la última Cadena por parte del ministro de defensa. Estaba claro que no debíamos crearnos falsas esperanzas al respecto, la información no venía de algún canal oficial; pero eso era lo que teníamos. Pero de ser cierto; Caballero Real tenía razón en su argumento, ¿cómo carajos llevar la cura al resto de la humanidad, si la humanidad casi ha desaparecido.
Pues por ahora seguiríamos con la expedición de los túneles hacia la zona donde estaba el fuerte San Gabriel. Teníamos que lograr tener una salida segura al río Orinoco, con la finalidad ya bien sabida de tener acceso a una fuente inagotable de alimento y de agua y, de tener, por qué no, una salida más de emergencia en caso de tener que abandonar nuestros refugios.
Capítulo XVIII. Camejo.
La alambrada de púas colocada como defensa antes de llegar al fortín se llenaba más y más de cuerpos carentes de dolor que iban quedando atrapados y, al mismo tiempo servían de un piso seguro para seguir avanzado. Los defensores del fortín se batían con increíble intrepidez y habilidad, estaban curtidos en el combate contra los exhumanos; pero la mayoría de cadáveres andantes los abrumaba. El grupo de la retaguardia tenía la ametralladora MAG, el del frente la Punto Cincuenta. Las cargas explosivas seguían activándose por parte de Jiménez. Los exhumanos habían sido repelidos, pero solo una primera oleada, la cual era pequeña para lo que se venía a continuación. Abajo del cerro estaban las bestias, como si se trataran de la caballería que aún no entraba en combate.
— ¡Parte de las ametralladoras!—solicitó Camejo
— ¡Me quedan dos correas mi Teniente!— gritó el soldado de la .50
— ¡Tres correas mi Teniente!—gritó el soldado de la MAG.
Las cargas explosivas de defensa habían sido activadas en su totalidad, solo quedaban granadas de mano y eran muy escazas, a lo sumo cada combatiente tenía dos granadas. Las municiones de los fusiles estaban en estado crítico de igual manera. Solo quedaban dos opciones, resistir hasta el final, o la retirada. Los exhumanos empezaron a subir nuevamente por ambos lados. Las bestias avanzaban con gran rapidez.
— ¡Granadas!—ordenó Camejo.
Cada soldado lanzó una granada a la masa de exhumanos que venían en la segunda embestida. Los cuerpos de los infectados volaron por los aires, pero sin causarles daños “mortales”, solo se logró neutralizarlos por un momento.
— ¡Retirada! ¡A los vehículos todos!—expresó Camejo. Al fin la orden de retirada fue dada.
No hubo tiempo de recoger nada, excepto las armas; pero las bestias no permitirían tal retirada. Avanzaron con gran rapidez, como si fuesen jaguares en busca de su presa. Pasaban por encima de los cuerpos atascados en las púas y se golpeaban entre si como tratando de llegar primero para el festín de carne fresca y sana que les aguardaba. El diezmado pelotón encendió el camión y un vehículo táctico Tiuna. Las bestias abordaron el pequeño patio del fortín y al llegar allí se dispersaron por varios flancos. Los soldados intentaban instalar la ametralladora .50 en el Tiuna; pero las bestias por todas partes saltaron hacia ellos. Gutiérrez, quien iba a conducir el Tiuna, no pudo pisar el acelerador, así que con su escopeta antidisturbios empezó a repeler el ataque de los ágiles y poderosos infectados. Dos de los soldados que instalaban la ametralladora fueron alcanzados por los depredadores y arrojados hacia fuera del vehículo. Intentaron defenderse, pero cada vez aparecía más y más de estos engendros. Camejo estaba brindando apoyo con su fusil desde la cabina de carga del camión al igual que Jiménez.
La marea de “exhumanos no bestias”, ya habían empezado a avanzar por el fortín. Gutiérrez solo le quedaba un cartucho en la recámara, y al hacer el último disparo fue capturado por una de las bestias. El valiente policía había ofrendado su vida, pero antes de morir pudo gritar: “¡Arranquen!” Dirigiendo la vista hacia la teniente que seguía disparando desde el camión: “¡Arranca Reyes!”, gritó esta vez Camejo y el camión empezó a avanzar. Camejo presenciaba como cinco de sus hombres eran devorados por aquellas bestias, luego se empezaron a sumar el resto de los exhumanos. Camejo jamás borraría esa última mirada de Gutiérrez.
El camión iba pendiente abajo a toda velocidad, se llevaría el gran portón por el medio, no había tiempo de abrirlo. Pero para sorpresa de Reyes y del copiloto, otra masa de zombis estaba detrás del portón. Reyes pisó más fuerte el acelerador. El portón fue arrancado de tajo; pero el camión empezó a pasar por encima de los exhumanos, lo que peligrosamente haría voltear el gran vehículo. Abajo del camión se sentía el crujir de huesos y la compresión de carnes. Reyes había doblado el volante hacia la derecha con todas sus fuerzas, dirigiéndose hacia la cúspide del cerro del Casco Histórico. Los disparos habían cesado, ya era inútil desperdiciar más municiones.
Ahora se tenía un nuevo desafío, y era encontrar un nuevo refugio lo más rápido posible. El nuevo lugar para resguardarse tenía que ser cerrado por todas partes, a fin de ahorrar la mayor cantidad de municiones y a la vez defenderlo con mucha más facilidad que el Fortín del Zamuro que acababa de caer en manos del enemigo. El lugar escogido para tal fin fue la antigua y enigmática Casa del Congreso de Angostura, el viejo epicentro dónde se formularon las leyes que rigieron el destino de la América de La Gran Colombia. Se intentó tomar otro lugar, pero este era el de más fácil acceso para Camejo y su puñado de restantes hombres.
Esta casona originalmente había sido construida para ser sede del Colegio de Latinidad y Letras; fue la orden expresa del gobernador “Centurión” en aquel siglo XVIII. Este edificio es suficientemente cerrado por el frente y en los costados, tiene grandes ventanales y una gran puerta principal que puede ser reforzada con facilidad. En la parte trasera de la gran casa está custodiada por gruesos muros de poco más de tres metros de altura y a su vez, en el interior del patio ulterior se puede reforzar la seguridad. La única debilidad es que la casa o casona es muy amplia para solo un puñado de sobrevivientes…pero eso fue lo más rápido que se pudo conseguir.
[El lugar tiene una enigmática parte subterránea a la cual se le impedía el acceso a turistas antes de este apocalipsis].
Camejo y el resto de sus combatientes no quisieron forzar la puerta principal, así que entraron con cuerdas por los muros de atrás, tendrían poco minutos para subir lo más necesario a través del muro. Un pensamiento se le cruzó a Camejo mientras ejecutaba esta operación: “ellos pueden olernos, pueden oler nuestros cuerpos sanos”, recordó un fuerte olor putrefacto cien metros antes de llegar allí, fue alrededor de la plaza Miranda.
— Jiménez, tenemos que ir por esos cadáveres.
— ¿Cuáles cadáveres?—preguntó muy extrañado el cabo, sin parar de amarrar con cuerdas las cajas de suministros para pasarlas a través del muro, para que los otros dos soldados que estaban encima del paredón, las colocaran en el del patio.
— En la Plaza Miranda, allí hay cadáveres. Tenemos que ir.
— Pero, ¿para qué?, esas vergas deben estar cerca—respondió Jiménez, esta vez ayudaba a subir la ametralladora MAG.
— ¡Carajo, es una orden! Confía en mí.
Después que metieron hacia el patio una parte de los suministros, el camión volvió arrancar nuevamente para subir hacia la plaza antes mencionada. Nadie se quedó en el nuevo refugio. Tal idea de regresarse podía empeorar las cosas, sin lugar a dudas fue una idea temeraria. Camejo quería arrastrar cadáveres hacia Casa del Congreso, por otro lado, corría el riesgo de infectarse al manipular tales cadáveres, no sabían si el nuevo virus del ébola podía sobrevivir en cuerpos mutilados que llevaban horas o días en descomposición. Al llegar a la plaza pudieron notar varios cuerpos mutilados, era asqueroso y repugnante. Los soldados y la oficial se habían puesto los guantes quirúrgicos, lentes y tapabocas. Empezaron a arrastrar los restos putrefactos a una lona amplia para carpa de campaña colocada sobre el suelo; para ello usaron palas y cuerdas con extremo cuidado a fin colocar los restos sobre la lona y luego arrastrarlos con el camión.
Mientras tanto, los exhumanos avanzaban por dónde había partido el camión hace unos instantes, las bestias esta vez se quedaron en el Fortín del Zamuro devorando los cuerpos de los combatientes del vehículo Tiuna que no pudo escapar, ellas no dejaron que el resto de los exhumanos participara del festín. Los “infectados alfa” eran muy temidos por el resto de los zombis, por tal razón no pudieron comer, muy a pesar que superaban en número a las bestias; así que ellos decidieron seguir el rastro de carne fresca del otro grupo de sobrevivientes. Estaban ya cerca de la Plaza Miranda. A pesar de su torpe andar habían avanzado rápido, pues eran constantes y nunca se paraban porque jamás se cansaban.
El camión empezó a arrastrar la lona con restos de cuerpos putrefactos para llevarlos y colocarlos en los alrededores de la Casa del Congreso Angostura. En cada esquina de la gran casa dejaron algún resto, al igual que en la puerta principal y la trasera, y también en las partes más vulnerables de la casona.
— ¡Allí vienen!—divisó Jiménez con la mira de su fusil puesta en la hueste hambrienta de humanos.
Todos abordaron el camión rápidamente y luego avanzaron a la parte trasera del nuevo refugio, desde allí usaron cuerdas para trepar los gruesos muros e ingresar al patio. El vehículo lo dejaron alejado de los muros para que no sirviera de trampolín para los infectados. Camejo y sus soldados entraron a la casa por el anexo que era usado como archivo histórico de Ciudad Bolívar, violentaron una puerta doble con una palanca “pata de cabra”. Luego aseguraron la puerta desde adentro con alambre púa, haciendo un torniquete que ataba las dos azas de ambas partes de la puerta, — ya habrá tiempo de reforzarla mejor— dijo Jiménez.
Después de devorar a los desafortunados soldados en el Fortín del Zamuro, las bestias ya habían alcanzado a los exhumanos, colocándose al frente de ellos, y éstos sin oponer resistencia alguna se dejaron guiar por ellos, aun cuando no comieron nada en absoluto. Tal obediencia parecía incondicional, “si se pudiera hablar de obediencia”.
A través de una hendidura de las grandes ventanas del salón principal del Congreso Angostura, Camejo vio que la masa de zombis estaba algo desorientada. Las bestias olfateaban como perros sabuesos, éstas se había parado frente a la misma ventana donde estaba ella, las distancia entre ellos era de solo dos metros y medio de altura. Las huestes de exhumanos también detuvieron su marcha. Una bestia los comandaba a todos, era un hombre de baja estatura, de tez morena y de cuerpo atlético, su tórax inhalaba y exhalaba oxigeno de un manera sobrenatural; sus ojos bañados en sangre se dirigieron hacia la gran ventana donde en otro tiempo Simón Bolívar se asomaba para meditar sobre las nuevas leyes establecidas para la nueva América y en donde exactamente estaba parada Camejo.
Desde las otras ventanas, el resto de los soldados estaban casi sin respirar, la tensión era una carga difícil de aguantar. El líder de todos los infectados se acercó más, como tratando de buscar moléculas de olor a carne fresca suspendidas en el aire; debajo de él, a sus pies yacía una pierna solitaria junto a unas vísceras en estado avanzado de descomposición. “¿Pueden separar ambos olores?”, se preguntó para sí la teniente, quien no paraba de sudar. La bestia volteó hacia los restos de los infectados y luego dirigió su vista hacia la calle, pendiente abajo, hacia donde está el inmenso río Orinoco con su color marrón característico. La bestia siguió su paso, los demás lo siguieron. El plan de Camejo dio resultado, el hedor a putrefacción escondía el olor a humanos.
Camejo se dejó caer en al piso, estaba agotada. Los tres soldados se acercaron hacia la teniente.
— ¿Y ahora mi teniente?—preguntó Jiménez quien alumbraba el rostro extenuado de Camejo con linterna en mano.
—Busquemos un lugar seguro para descansar. Tú Reyes, verifica si este lugar tiene agua y un sitio para asearnos. Jiménez, revisa nuestros puntos vulnerables del lugar y encuentra la parte más segura de esta vaina; y tu Lovera, ayúdame a organizar todas nuestras cosas en este salón.
Las ordenes fueron dadas, cada quien estaba en su actividad. Reyes encontró agua, el edificio entero todavía tenía agua potable en pleno apocalipsis; además encontró los pequeños depósitos de mantenimiento, los cuales tenían algunas pastillas de jabón para tocador, jabón en polvo, servilletas de baño, desinfectante y cloro; “oro puro se encontró”. La pequeña tropa, esa noche, asearon sus cuerpos por primera vez en varios días. Jiménez encontró en el edificio uniformes ornamentales de la Guardia de Honor del Congreso de Angostura, que consistían en una réplica de uniformes militares de la época de Simón Bolívar, lo que era un pantalón y chaquetín de un rojo intenso con bordados dorados, acompañado de un sombrero alto de color negro en tela de terciopelo.
Los militares, después de asearse se vistieron con tales uniformes, incluyendo Camejo, quien parecía una espanta pájaros, porque la ropa le quedaba bastante holgada sin mencionar los colores chillones del rojo, amarillo y dorado; pero era mejor a llevar los sucios uniformes verde oliva de ellos, que solo sabe “los Cielos” cuando fue la última vez que se lavaron.
Jiménez no paró de reír casi toda la noche al ver a su teniente vestida de esa manera, todos se burlaron de todos, no había jerarquías en ese momento. Los combatientes se relajaron, las risas sirvieron para aliviar las almas y los espíritus abatidos.
En la casona también encontraron agua potable en botellones de plástico, varios kilos de café, centenares de bolsitas de raciones de azúcar y paquetes de galletas de soda que ya estaban vencidas, “pero buscarían la manera de hacerlas comestibles”.
Cuando se hicieron las 4:00 am, nuestros combatientes y héroes se quedaron profundamente dormidos. “Ya habrá tiempo para volverse a preocupar por el mundo de afuera que trata de devorarlos cada día”.
Capítulo XIX. Se reanuda la expedición.
Finalmente descansamos los dos días acordados antes de seguir nuestras exploraciones por las nuevas galerías subterráneas que se abrían ante nosotros. Lo primero que hicimos fue trasladar el compresor de aire hacia la vieja cárcel, también preparamos un nuevo cableado para nuevas instalaciones eléctricas.; y por supuesto, tuvimos que atravesar el pequeño océano de huesos y calaveras para entrar a la antigua cárcel; para Carlos García fue tan difícil atravesarlo como la primera vez, a menos ahora lo intenta sin rehuir a su dura prueba de valor.
Una vez en la vieja cárcel, abrimos los agujeros en las ventanas selladas que daban con el “Paseo Falcón o Paseo Orinoco”. Aquella tarea requirió mucho tiempo de esfuerzo; pero logramos hacerlo. Ahora contábamos con más iluminación en el lugar, y esta vez no fue solamente iluminación eléctrica, sino que también debido a los agujeros hechos en las ventanas selladas con concreto y ladrillos, contábamos con la insustituible luz solar, no era abundante, pero era suficiente para sumar iluminación al lugar. Además de la luz solar, también se filtraban pequeñas corrientes de aire. Las ventanas que agujereamos fueron tres, y estas tienen una medida aproximada de 1 metro de ancho por 1,60 de altura, y lo huecos que hicimos por cada ventana fueron seis, hechos de manera equidistantes entre si, por donde podría entrar con facilidad, una pelota de beisbol.
Tal actividad, la de hacer dieciocho agujeros, nos llevó todo el día, desde la 8:00 am que empezamos a romper, tomando una hora de descanso que fue la hora del almuerzo (12:00 pm), hasta las cinco de la tarde. Al momento de abrir el primer agujero, no resistimos la tentación de asomarnos por allí para ver cómo se encontraba el Paseo Orinoco, pero nos llevamos una gran sorpresa y decepción a la vez, pues este lugar, que en un tiempo fue muy hermoso, ahora era un lugar terriblemente sombrío y post apocalíptico, habían autos abandonados y otros carbonizados, una espesa maleza cubría las calles, ya no quedaba mucho asfalto visible. Había restos de cuerpos humanos y zamuros haciendo la respectiva limpieza. El hermoso boulevard con su largo barandal, también perdía la batalla contra la naturaleza, el único que permanecía inmutable era el río Orinoco con aparentes aguas mansas que van viajando hacia al atlántico sin parar. Por dicho Paseo no había ningún alma humana transitando por sus calles, ni la fuerza armada ni la policía.
Cierto grado de aflicción se apoderó de nosotros, ver hacia la calle y percibir que todo estaba remotamente mejor, desagarraba los sentidos, donde un futuro totalmente incierto y lleno de sombras se abría ante la humanidad.
Ahora bien, para esto fue por lo que nos preparamos todas nuestras vidas y, estamos obligados a sufrir una nueva adaptación, porque ante una crisis, de las proporciones que sean, tenemos dos opciones frente a nosotros, o avanzamos adaptándonos a las nuevas circunstancias, creando nuevas alternativas para sobrevivir y llevar una vida con relativa felicidad; o nos quedamos sin acción, en un mismo lugar y en una misma condición, resignándonos a desaparecer de la manera más cobarde e irresponsable. Lo cierto es que, ante una crisis, nadie vuelve a ser igual que antes, eso es lo único seguro.
Retomando el asunto importante de nuestras exploraciones: Al finalizar nuestra jornada, dejamos todo preparado para avanzar al siguiente día. El compresor que ya estaba en la sala de los calabozos, le quitamos la manguera que extraía aire de la Plaza Bolívar y lo conectamos a otra manguera para succionar aire de uno de los agujeros de las ventanas hacia el exterior, después empezamos a recoger o enrollar la manguera recientemente conectada para usarla ahora en el nuevo túnel inexplorado que dirige hacia el Mirador Angostura o sitio del antiguo Fuerte San Gabriel. Colocamos nuevas extensiones eléctricas por el mencionado túnel para darle iluminación y, dejamos la larga manguera allí adentro para que se fuese alimentando de aire nuevo. Todas las herramientas que usamos las dejamos en el salón de los calabozos, después procedimos a retirarnos para descansar de nuestra larga jornada.
— ¿Y si no roban todas las herramientas?—preguntó en tono de broma Carlos García cuando procedíamos a irnos a nuestros respectivos refugios.
—Muy gracioso Carlos, a lo mejor tus amigos “huesitos” se levantan y nos roban todo—le contestó con picardía Vincenzo.
— ¡Pendejo!—contestó inmediatamente Carlos, con algo de molestia en su rostro. Recordó que ya en breve tendría que atravesar el enjambre de huesos de humanos.
Mi padre y yo empezamos a reírnos ante la respuesta de Vincenzo y ante la reacción malhumorada de nuestro vecino Carlos.
—Tranquilo Carlos, es una broma—añadió mi padre. —Además, yo prefiero que esos huesitos se levanten, a tener que vérmelas con uno de esos exhumanos que andan por allá arriba.
Al llegar al riachuelo de huesos Carlos gritó: — ¡Váyanse al carajo, huesos de mierda!—y empezó a avanzar con menos dificultad que antes.
Cuando llegamos a la Plaza Bolívar (parte subterránea), nos llevamos la grata sorpresa de que las esposas de Carlos y Vincenzo tenían la cena lista. Habían preparado churros con dulce de leche y chocolate caliente. Había también queso blanco rallado para quien quisiera echarle a sus churros, además del chorreante dulce de leche.
Después de lavarnos las manos y las caras, nos sentamos a la mesa. El chocolate estaba humeante todavía y los churros algo tibios. Yo me servía en abundancia, tomé la jarra donde estaba el dulce de leche y rocié mis churros, después le coloque una abundante capa de queso blanco y empecé a comer exclusivamente con mis manos.
—Hoy declaro que, quien no se chupe los dedos, es maleducado y falto de modales—dije en voz alta sin ver a nadie, solo a mis jugosos churros.
—De acuerdo contigo, estimado José—habló Vincenzo, quien fue el primero en chuparse los dedos empapados en el chorreante dulce de leche.
— ¡Pero solo por hoy!—dijo Carlos, apoyando con mucho gusto mi nuevo decreto.
Habíamos gastado tantas energías trabajando que semejante cena inundada en calorías, fue asimilada de buena gana por nuestros cuerpos. Hasta mi padre, el ser más culto y más responsable con la administración prudente de los alimentos, fue un poco liberal al respecto; pero aun así no se chupó los dedos, el único exceso que se dio fue repetir otra ración de churros y una taza más de chocolate.
Y así, entre familia y amigos llegó la noche. Después de compartir algunos juegos de mesa y contar cuentos y chistes, nos fuimos a nuestros refugios a ducharnos y a descansar ocho horas para seguir con las exploraciones al siguiente día.
Capítulo XX. Alfa.
Alfa yacía en su guarida, su acompañante le brindaba una sensación de sosiego que no había experimentado posteriormente a su infección. Sigma acarició el cabello rubio de Alfa, éste sintió una especie de electricidad que recorrió su cuerpo, tal emoción enojó sobremanera a Alfa, no pudo manejar lo que acaba de sentir, así que atacó a Sigma, empujándola con mucha fuerza, cayendo ésta al piso de manera estrepitosa y de allí no se quiso levantar otra vez, tal como un cachorro cuando es regañado por su madre. La respiración de ambos era acelerada como de costumbre.
Alfa salió de la guarida, tenía que salir en busca de alimento para él y para ella.
A pesar que Alfa había decidido no tener de compañía al resto de los exhumanos, sentía que no debía estar solo en absoluto, sin lugar a dudas había sido preservado en él, uno de los instintos fundamentales del ser humano, “evitar la soledad total” y Sigma le cubría esa necesidad.
Para Alfa, sería cada vez más difícil encontrar carne humana fresca. La población venezolana empezaba a morir de manera acelerada por inanición, solo aquellos que se habían preparado con refugios y fuentes autosustentable de alimentos y agua, le estaban ganando la batalla al HK-6. Así que surgía varias preguntas: ¿Cuánto pueden durar los infectados de ambos tipos sin ingerir calorías? ¿Quién de los dos grupos puede durar más “con vida”? ¿Pueden alimentarse de otras fuentes de nutrientes diferentes a la carne humana y a la de los animales? ¿Puede desaparecer de la noche a la mañana este terrible virus, tal como lo hizo en su tiempo la Gripe Española y La Peste Negra? Pues supongo que estas preguntas se responderán en los próximos años, ojalá si fuesen en meses; lo cierto era que a Alfa no le importaba en absoluto tales cuestionamientos.
Ya él estaba en el patio trasero de una casa del Casco Histórico cerca del barrio llamado “Perro Seco”. Había detectado el olor a carne fresca. La casa era vieja, con techo de cinc, sus paredes eran de barro con bambú y cubiertas de una espesa capa de cemento. Adentro de aquella vieja vivienda estaba una pareja joven que había perdido a sus dos niños por falta de medicinas, específicamente por falta de antibióticos. Les había tocado enterrar a sus hijos en el patio trasero de su propio hogar, dónde ahora mismo estaba al acecho la bestia rubia. Esta joven pareja había perdido al menos el treinta por ciento de su peso, sobrevivían gracias a unas matas de topocho (especie de banana), un par de matas de mango y unas de lechosa (papaya). Las viejas puertas y ventanas de madera habían sido reforzadas desde adentro por el esposo, la parte más vulnerable de esta casa era la parte superior, debido a la delgada lámina del techo. Pero Alfa no entraría por allí, sino que se dedicaría a esperar que salieran de la casa, había aprendido que los humanos se acercaban a los árboles para comer; es el mismo conocimiento que usan los cocodrilos del África en tiempos de sequías, saben que los animales tarde o temprano tendrán que acercarse a los únicos riachuelos existentes en busca de agua, así que solo se dedican a esperar que algún descuidado y sediento animal venga a hidratarse. Alfa se percató del color amarillo de los mangos en las matas o árboles, lo que era otro claro indicador que pronto vendrían sus presas a por ellos.
Adentro de la casa había suficiente frutos para dos días. Por lo que la bestia le llevaría esperar 48 horas, sin saber si pudiera tener éxito. Alfa poseía otro conocimiento, y ese era el hecho de que los humanos podían tener esas cosas (armas) que hacen mucho ruido y que han acabado con tantos de los suyos, por tal razón, el sigilo y la emboscada eran su mejor forma de ataque.
Pero no pasaron las 48 horas, el hombre de esta familia había decidido salir en busca de topochos verdes para hacer un hervido con ellos; para tal actividad, la de bajar topochos de la mata, llevaba su gran machete sumamente amolado y un gran cuchillo casero que estaba ceñido a su cintura, el cual servía como un arma secundaria en caso de tener un encuentro cercano con los “muertos”. Su esposa estaba parada en la puerta trasera, con un viejo palo para derribar piñatas.
—Apúrate Josué—le dijo su esposa al salir él en busca de los bananos verdes.
Alfa estaba escondido entre un matorral de plantas medicinales, que debido a la falta de mantenimiento de aquel patio trasero, el matorral parecía una pequeña jungla amazónica. Josué cortó de manera rápida un racimo de topochos o bananos verdes, lo montó en su lomo y se dirigió trotando a su casa. Cuando Josué, sin saberlo, dio la espalda a el Alfa, éste le saltó encima con su gran tamaño y su peso de más de cien kilos, el pobre hombre no tuvo tiempo de sacar su cuchillo ni de dar un ágil machetazo a su atacante, apenas pudo soltar el racimo de topocho verde y ya la bestia había arrancado de tajo un pedazo de su carótida. El hombre peló los ojos como dos tortas de casabe mientras un gran chorro de sangre fluía sin para hacia afuera. La mujer presa del pánico no se podía mover, había entrado en shock, ver a su amado esposo ser atacado de esa manera le congeló sus músculos, no podía ni siquiera emitir un grito de terror, el palo de piñata lo había soltado y casi al instante ya el Alfa se le había abalanzado para morder su arteria en el cuello.
Alfa bebía de la sangre de la mujer, como si fuese una especie de vampiro, saciaba su hambre y su sed al mismo tiempo, él sentía como el corazón bombeaba e fluido sanguíneo. Luego que el corazón de la mujer había dejado de latir, la bestia desgarró la ropa de la mujer y empezó a destrozar carne como si se tratase de un lobo hambriento.
Finalmente Alfa había saciado completamente su hambre con el cuerpo de aquella desgraciada mujer. Luego se acercó al esposo, tomó el machete del hombre por la lámina, no entendía aquella herramienta, se le quedó mirando y después la soltó; pero a los pocos segundos se fijó en el cuchillo ceñido a la cintura del cadáver del hombre. Lo tomó, tocó de manera muy brusca el filo, lo que hizo que se cortara. Supo que aquello causaba daño, después, como a manera de experimento pasó el filo por el brazo del hombre muerto, y se fijó que esa herramienta hacía salir sangre y con cortes en la carne. Y así estuvo Alfa con ese cuchillo, probando para qué servía, al final, después de probarlo varias veces y ver que se podía cortar carne con más facilidad, decidió guardarlo para si mismo, y de esa manera Alfa obtuvo su primera arma, quizás era el comienzo de otra era prehistórica, tal vez una nueva especie heredaría la Tierra.
Al cabo de dos horas, la bestia Alfa estaba arrastrando sus presas por las calles del Casco Histórico para llevarlas a su guarida, a fin de tener carne para él y para su pareja, Sigma.
Capítulo XXI. El pasado está presente.
El nuevo día llegó, todas nuestras energías fueron restauradas por el agradable descanso de ocho horas continuas de sueño, sumado a todas las calorías y proteínas recuperadas en la voluminosa cena de la noche anterior. Nuestros corazones latían con fuerza, había brillo en las miradas de todos nosotros: “los exploradores del pasado”. El mismo Carlos superó considerablemente su fobia por los huesos que teníamos que atravesar a diario para llegar al túnel que nos conducía al Fuerte San Gabriel.
Y allí estábamos, Lorenzo, Vincenzo, Carlos y mi persona; a punto de entrar a ese nuevo mundo. Todo fue más fácil, el nivel de trabajo duro se había reducido, al menos ese día. Después de chequear el buen funcionamiento de la ventilación que nos proporcionaba el compresor de aire y la red de iluminación, avanzamos por las escaleras a ese nivel inferior. Vincenzo tenía una cámara portátil, había decidido documentar todo, lástima que no había mundo para mostrar tal documentación, ya que no había medios masivos de comunicación. Sin duda alguna, un documental como ese, rompería record de audiencia en las extintas televisoras de Venezuela.
El túnel estaba bien iluminado, el buen Carlos se había asegurado de ello para no tener que tropezarse con algún esqueleto en la oscuridad. Llegamos a la imprenta después de pasar las balas de cañón, Vincenzo filmaba con esmero, cualquiera pensaría que era un camarógrafo profesional de la National Geography. Su pequeña cámara tenía una linterna poderosa de luz blanca, así que la imprenta se veía espectacular, ésta tenía unas letras troqueladas en la parte superior que decían: “Gewidmet J. Gutenberg, Deutschland 1780”.
Después de detallar aquella exquisita obra antigua de ingeniería seguimos avanzando por el túnel. A medida que avanzábamos, la luz de las instalaciones eléctricas perdía fuerza, ninguno de nosotros quería hacer una pausa para añadir otro cable y más bombillos, preferimos iluminarnos con nuestras linternas para cuando los bombillos dejaran de darnos su luz.
Después de unos treinta metros recorridos encontramos barriles de madera, eran dieciocho en total, estaban llenos con algún contenido muy denso, el cual no era líquido, algo muy lamentable para mi padre y para Vincenzo, grandes amantes del vino, que parecían tener más esperanzas por encontrar vino que oro.
—Sino es vino, tiene que ser pólvora—dijo mi padre mientras Vincenzo grababa con la cámara. —Los revisaremos después—añadió y continuamos avanzando.
Luego de caminar unos ochenta metros más, llegamos a una gran puerta de madera que se ajustaba perfectamente a la forma del arco del túnel. Carlos la empujó, y ésta crujió cómo si se tratase de un anciano dragón que llevaba milenios sin ser despertado. Ya la luz era muy baja, así que encendimos nuestras linternas, más la poderosa linterna de la cámara de video de Vincenzo. Al terminar de abrir la vieja y pesada puerta, entramos en un gran salón el cual era circular, con un diámetro de aproximadamente veinticinco metros.
—Llegamos amigos, llegamos. Estamos debajo del Fuerte San Gabriel—comunicó mi padre. —Estamos en sus sótanos.
Todos nuestros esfuerzos fueron recompensados, al fin estábamos en el lugar más codiciado de nuestra expedición. El lugar estaba siendo iluminado por nuestras linternas. Empezamos recorrer en círculo el lugar, nos sentíamos cansados, sin duda había muy poco oxígeno.
—Lorenzo, hay que traer una manguera del compresor—sugirió Vincenzo. —El oxígeno es muy escaso.
—Ya va Vincenzo, ahorita vamos—respondió Carlos, que por primera vez se notaba muy entusiasmado.
Fuimos encontrando objetos que nos hicieron llenar de emoción. Había todo un parque de arcabuces y cañones colocados con extremo orden. Los arcabuces estaban en una especie de estante de madera, los contamos y eran treinta en total, estaban bien conservados, considerando la gran cantidad de años que llevaban allí. Al lado del estante había tres barriles destapados, estaban llenos de pequeñas esféricas que parecían ser de plomo. Los cañones eran impresionantes; hermosas piezas bien conservadas, eran seis en total. Dos de los seis resaltaban por su gran tamaño, sin duda eran cañones de largo alcance. Al lado de estos seis dragones estaban dos conjuntos de balas de cañón bien apiladas en forma de pirámide, no quisimos tomar una por temor a que se desplomaran todas.
Todos los presentes tomamos un arcabuz, no nos pudimos resistir, eran pesados. Después de sopesar esas armas seguimos avanzando por el lugar. Encontramos una estantería de espadas, también no nos pudimos resistir en tomarlas, especialmente yo, que soy esgrimista. Sentí cómo que me hubiese transportado a la época de la colonia y a la época independentista. Las espadas eran sumamente pesadas en comparación con las que uso para mi deporte, las hojas o láminas estaban totalmente oscurecidas, pero aún se podía palpar el filo. No comprendo cómo todas esas armas estaban bien conservadas, es cómo si el tiempo se hubiese detenido allí.
El lugar no solamente albergaba armas, también había grandes alacenas, que en un tiempo con seguridad estuvieron abarrotadas de comida. En el centro del salón había dos mesas rectangulares, una más grande que la otra, también éstas tenían sillas a sus lados, la mesa pequeña solo tenía cuatro, y en la grande contamos doce sillas. Las sillas de la pequeña mesa tenían grandes espaldares cuidadosamente tallados con diversas figuras geométricas, el resto de las sillas eran ordinarias; pero aun así eran robustas y de buen acabado.
También encontramos en el lugar un estante que contenía vajillas metálicas, de madera y unas pocas de porcelana.
Hicimos una pausa en nuestra exploración y nos sentamos en la mesa pequeña, una enorme silla para cada uno.
— ¿Y quién será el mesonero?—preguntó Carlos.
—Pues, José. Él es el único que no toma—intervino Vincenzo.
—Mesonero, por favor. Nos trae tres grandes tarros con vino tinto de 1750—dijo mi padre en forma de broma hacia mí y a la vez iluminaba mi rostro con su linterna.
—Por supuesto, ¿desean algo para comer también?—contesté, siguiendo la corriente del juego.
—Mmm, pues sí. Nos trae sapoara frita en manteca de cochino con tostones y arepas asadas—habló Carlos.
—En breve les traigo su pedido—dije y me levanté de la silla y fui hasta donde estaba la estantería con la vajilla, tomé tres platos metálicos, los cuales también estaban oscurecidos y agarré tres grandes vasos de madera.
Llevé a la mesa los utensilios antes mencionados, y ya ellos estaban deliberando qué hacer a continuación para buscar la salida hacia el río Orinoco. Yo había dejado mi linterna en dónde estaba la antigua vajilla, la dejé perpendicular a la pequeña mesa para cuatro personas, de modo que ofrecía mejor iluminación.
—Es posible que no estemos exactamente debajo del Mirador—comentó Vincenzo.
—Eso vamos averiguarlo—agregó mi padre. –Tenemos que derrumbar las paredes que se usaron para sellar las salidas.
— ¿Creen que existan otras salidas, hacia abajo?—preguntó Carlos.
—Seguro, pero eso no es prioridad ahorita—respondió mi padre. –La meta principal es lo que habíamos planeado, tener la salida hacia el Orinoco, lo que será nuestra fuente inagotable de alimentos y agua dulce.
—Y una fuente inagotable de Sapoara y Bocachicos bien fritos—agregué.
—Correcto José, tendremos pescado fresco bien frito, aunque yo lo prefiero asado o hervido—dijo Vincenzo.
— ¿Y el oro, y las morocotas?—intervino con angustia Carlos.
—Carajo, Carlos ¿Por eso es que quieres revisar otras posibles salidas hacia abajo?—le preguntó mi padre.
—Lorenzo, pero es que tú sabes que debe haber oro escondido en cualquier parte por aquí.
— ¿Y qué vas hacer con el oro si lo encontramos?—le volvió a preguntar mi padre a Carlos.
—Admirarlo, carajo.
—Como dijo Lorenzo: eso no es prioridad ahorita, Carlos—intervino Vincenzo. –tenemos toda la vida para revisar después. Te aseguro que no saldremos de aquí en mucho tiempo.
—Carlos—intervine nuevamente. — ¿Y si encuentras más de tus amigos huesitos, allá abajo?
—Tú te callas, carajito—me contestó Carlos con molestia en su tono.
—Bueno ya, dejémonos de tanta vaina—ordenó mi padre. –Ya descansamos, tenemos que extender la manguera del compresor lo más que podamos hacia acá, buscar todas las herramientas y más iluminación. Hay que encontrar esa salida hacia el Orinoco, ya pronto estaremos pescando.
Después que mi padre emitió aquellas palabras, nos pusimos manos a la obra. Lo primero que hicimos fue llevar más manguera con aire hacia el lugar dónde estábamos sentados, pero lamentablemente la manguera solo llegó casi hasta la entrada y no contábamos con más de ese material; al menos llegaría más flujo de aire hacia el salón antes descrito.
Casi al mismo tiempo íbamos extendiendo más cable para la instalación eléctrica. En metros de cable estábamos cómodos, teníamos de sobra.
Una vez que las instalaciones estaban listas conectamos nuevas lámparas y aquel lugar se iluminó por completo. Toda aquella construcción estaba impecable, las paredes tenían losas de piedra de color oscuro cuidadosamente puestas. Encontramos en las paredes ciertas irregularidades que interrumpían aquel compuesto de losas de piedras pegadas a las paredes, era sin duda, salidas que habían sido selladas. Encontramos dos de ellas, sin perder tiempo nos pusimos a romper esas paredes con la misma dinámica con que lo habíamos hecho anteriormente, por relevo, a fin de no parar hasta derribarlas. Así que sin dudas ya estábamos más cerca de lograr la meta de tener acceso a la río padre de Venezuela.
Capítulo XXII. Casa del Congreso Angostura.
El brillante sol de Ciudad Bolívar empezaba a filtrarse por cada pequeña abertura del salón donde estaban durmiendo los últimos defensores del Casco Histórico de la ciudad. El hermoso rostro de Camejo era bañado por un haz de luz que se filtraba por una de las rendijas de la ventana que estaba cerca de Camejo y, el calor que producía los rayos de ese fino haz de luz solar, terminó por despertar a la teniente. Sintió que había dormido unas doce horas seguidas, pero apenas durmió cinco horas, aunque por primera vez en mucho tiempo, pudo dormir tantas horas de manera continua. Su sistema nervioso estaba restablecido en su totalidad, un agradable y rico aroma a café negro envolvió sus sentidos, aquel olor era vigorizante. Voltio a su alrededor y sus soldados no estaban ninguno a su lado. Se percató que Jiménez estaba parado frente a una de las grandes ventanas, no se movía, parecía que veía algo que le preocupaba. Ella se levantó y se acercó hacia Jiménez.
— ¿Qué miras cabo?—preguntó Camejo.
—Allá mi Teniente, cerca de la Catedral, en la esquina de la Casa de la Cultura.
Camejo agudizó la vista por una rendija de la ventana, su cuerpo se heló. Estaba la bestia de color moreno y cuerpo atlético viendo hacia la casona donde ellos estaban, y con él estaba un reducido grupo de exhumanos. Parecía que aquella bestia podía sentir que ellos estaban allí.
—Puedo volarle la cabeza a ese maldito desde aquí. Usted solo dé la orden mi Teniente—propuso el cabo.
—Pero atraeríamos a todos ellos para acá—contestó Camejo.
—Tarde o temprano vendrán por nosotros, podemos acelerar lo que será inevitable.
—Pues prefiero tarde, entonces. Así tendremos tiempo de planificar nuestra defensa u otro escape.
En eso llegaron Reyes y el otro soldado con una bandeja de humeante café en una jarra, tazas y algo extraño que parecía ser especie de croquetas. Jiménez y Camejo se sirvieron café, el cual estaba delicioso para el gusto de ellos. Después de tomar media taza se decidieron a probar lo que parecía una croqueta.
— ¿Qué carajo es esto?—preguntó Jiménez una vez que tomó el alimento.
—Lovera y yo pusimos a remojar en agua galletas de soda y luego hicimos una masa con aceite que encontramos.
—Pues sabe muy bien, soldados, muy bien—dijo Camejo al probar las crujientes croquetas de galletas de soda. –Veo que encontraron aceite, ¿algo más que hayan encontrado?
—Sí, encontramos seis kilos de arroz, sal, y una caja de atunes enlatados—respondió Reyes, que aparte de ser chofer, también era un buen chef.
—Mi teniente, asómese otra vez—dijo Jiménez en un tono de preocupación.
Camejo se asomó otra vez por la rendija de la ventana, la bestia en cuestión se dirigía hacia ellos con una mayor cantidad de exhumanos y bestias.
— ¡Las armas, traigan las armas!—ordenó Camejo.
Lovera fue a buscar los fusiles y los cargadores. El desayuno se había interrumpido, los nervios y angustia volvieron al pequeño grupo de sobrevivientes. Una corriente de aire entró por las pequeñas aberturas de la ventana, la cual trajo consigo una nauseabunda hedentina proveniente de los cuerpos en descomposición que ellos mismos habían puesto alrededor de la casona la noche anterior con el propósito de despistar a los zombis que le asechaban. Así que ese olor solo les recordaba y los preparaba para una cosa, y eso era “la muerte”.
La masa de exhumanos se detuvo en el centro de la plaza Bolívar, la bestia morena estaba cerca de la estatua del Libertador, miraba a su alrededor, como tratando de oler la carne fresca de sus posibles presas. Sus ojos bañados en sangre se fijaban en los grandes ventanales de la Casa del Congreso Angostura, su respiración era acelerada, su diafragma parecía un acordeón en constante y rápidos movimientos.
—Ese maldito nos está sitiando. Sabe que estamos aquí—comentó Jiménez.
—Lo hemos subestimado, es más inteligente de lo que pensábamos—dijo Camejo.
A los pocos minutos fueron apareciendo más exhumanos, se iban reuniendo en la plaza Bolívar, plaza que estaba exactamente frente a Camejo y sus hombres.
—Tenemos que irnos de aquí mi Teniente—propuso Reyes. –Podemos tomar nuestras cosas e irnos de esta mierda. El camión tiene suficiente gasoil.
—Podemos preparar todo y crear una distracción aquí en el frente—agregó Jiménez. – Uno de nosotros se queda aquí disparando, ellos se van aglomerar en la puerta, mientras el resto prepara todo en el camión. Yo puedo quedarme aquí y distraerlos.
Camejo sabía que lo que le proponían era una gran idea, además, huir sería la mejor opción, salir de la ciudad e internarse en la selva en un lugar bien alejado. Tal vez pudieran encontrar más compañeros en armas y hacerse más fuertes.
Finalmente la teniente se inclinó a favor del plan de Jiménez. El cabo se quedaría disparando con su fusil de francotirador. Ellos, cuando estuviesen listos en el camión con todas las provisiones, sonarían la corneta del vehículo y dispararían una ráfaga como señal para que Jiménez saliera corriendo hacia ellos. Así que se empezó a hacer los preparativos, se tomó toda la nueva comida encontrada y los botellones de agua potable; pero aquel plan fue contrariado, ya que otra masa de zombis y algunas bestias estaban alrededor del camión. Aquello no lo podían creer, los exhumanos de manera sorprendente los habían rodeados… estaban sitiados.
La estrategia de huida ya no funcionaría, se prepararían para defender el lugar dónde se encontraban. Otra batalla se libraría nuevamente, con la diferencia que ya las municiones eran escasas, sumado a que solo eran un puñado de combatientes.
Capítulo XXIII. El atentado.
Un formidable vehículo VTR del ejército de color verde oliva estaba estacionado en un punto de los grandes campos de maleza y árboles de chaparro que dirigía hacia la población de El Almacén. Dentro del vehículo solo estaban el General González, el chofer y sus dos perros cancerberos que eran sus inseparables escoltas. Un equipo letal de fuerzas especiales, dirigido por el Capitán Ferrer ya se encontraba desplegados por el campo para cumplir una sola misión, asesinar al cabecilla de los guerrilleros de Ciudad Bolívar que amenazaban con quitar el poco orden que quedaba en el Estado Bolívar, pero sobre todo, intentarían quitarle el poder a González.
Ferrer y sus hombres tenían que evitar a toda costa un enfrentamiento con todos los guerrilleros. La misión era ir por la cabeza de la serpiente y luego huir hacia el VTR. Aquel escuadrón de la muerte estaba integrado solamente por siete hombres, incluyendo al capitán Ferrer, los cuales iban vestido con uniformes camuflados, boinas negras y sus rostros lo tenían lleno de pintura del mismo color de sus boinas.
La escuadra estaba integrada por dos expertos francotiradores, tres fusileros granaderos, un elemento de ametralladora MAG y el Capitán Ferrer. La misión era sencilla, colocarse a 500 metros en un punto previamente escogido por el equipo de reconocimiento. Los dos francotiradores apuntarían al mismo tiempo al comandante Casimiro, si fallaba uno, el otro no lo iba a hacer, y si acertaban los dos, el blanco tendría muy pocas probabilidades de sobrevivir. El poderoso vehículo blindado VTR con su ametralladora “punto cincuenta” estaría cuidando las espaldas de ellos y sería la garantía de salir de allí, “echando leches” como suelen decir los españoles.
— ¿Sierra 2, lo tienen?—preguntó por radio Ferrer a sus francotiradores.
—No Sierra 1, obstáculos en la línea.
Desde un alto samán, los francotiradores solo esperaban un pequeño despeje para dar en el blanco asignado.
El equipo Sierra 1 prestaba seguridad al equipo Sierra 2, solamente se habían dividido en dos grupos, cuatro efectivos con Ferrer y el equipo de Sierra 2 estaba integrado por los dos francotiradores y un efectivo que les prestaba seguridad inmediata. Pero algo pasó, ráfagas de tiro se empezaron escuchar, la confusión reinó en los equipos de comando.
— ¡EMBOSCADA, EMBOSCADA!—gritó Ferrer por radio. — ¡Retirada, nos vamos todos al rinoceronte!
Decenas de guerrilleros empezaron a salir por todas partes, los equipos de comandos empezaron crear bajas en los guerrilleros, pero el factor sorpresa de los hombres de Casimiro Torres, sumado a su mayor número de combatientes de doce a uno empezó a causar estragos en los elementos de comando. El equipo Sierra 2 había caído casi por completo, solo un francotirador estaba ileso, y era porque nunca paró de correr en su retirada. Sierra 1 siguió el mismo ejemplo del francotirador del otro equipo, corrían como el demonio. Necesitaban llegar al VTR lo más rápido posible. Ya González estaba informado por radio que la misión se fue al carajo, se preparaba en el blindado para recibir a sus hombres y repeler el ataque de los guerrilleros.
Las balas silbaban en los oídos de los equipos de comandos, los cuales corrían muy distanciados entre ellos, a fin de no ser blancos fáciles. Ferrer sabía que fueron traicionados, pero ¿Quién?, ¿por qué?, y finalmente: ¿cómo? Los comandos a pesar de correr con todas sus fuerzas hacían pequeñas pausas para tratar de repeler el ataque de los guerrilleros quienes no parecían retroceder ante nada.
Sonidos de motores se sumaron a los disparos. Eran dos vehículos buggy que se dirigían hacia ellos. Hasta que por fin se visualizó el VTR, el cual ya tenía el cañón de la punto cincuenta apuntando hacia los guerrilleros. Pero no disparaba, algo pasaba en el vehículo blindado, “a lo mejor no tenían los blancos muy claros”, era lo que pensó Ferrer.
Entonces, se dejaron de escuchar los disparos a su retaguardia. Los motores de los vehículos de los guerrilleros se escuchaban más cerca, y aun así, el VTR no abría fuego contra los irregulares.
De pronto el sonido de los vehículos buggy habían cesado — ¡Qué mierda pasa aquí!—exclamó Ferrer, hasta que el VTR empezó a disparar; sin embargo no disparaba a los guerrilleros, sino que disparaba a Ferrer y a sus hombres. Aquello fue una carnicería, las enormes balas de las punto cincuenta destrozaron en pedazos, los cuerpos de los equipos Sierra 1 y Sierra 2.
Ferrer se lanzó al piso inmediatamente y junto a él, el único soldado que le quedaba. Se fueron arrastrando rápidamente a un conjunto de grandes piedras macizas que estaban en el campo. Allí tomaron un respiro, pero estaban atrapados.
— ¡Maldito General de mierda! Nos ha traicionado—exclamó Ferrer.
— ¡Hijo de puta!—gritó el sargento Guzmán, quien estaba también escondido con Ferrer en las piedras. — ¿Y ahora mi capitán? ¿Qué hacemos?
—Pelear Guzmán, vamos a pelear y llevarnos con nosotros a varios hijos de puta.
Ferrer y Guzmán disparaban hacia los guerrilleros, los cuales no pudieron avanzar más; pero no pasó lo mismo con el VTR, que si avanzaba hacia ellos. Estaban perdidos, Ferrer y Guzmán no tenían cohetes RPG para neutralizar aquel rinoceronte de acero que escupía fuego hacia ellos. Las piedras que los cubrían empezaron a resquebrajarse. En pocos segundos el VTR estaría muy cerca de ellos. Los buggy encendieron sus motores nuevamente para avanzar e ir disparando contra el capitán y el sargento.
— ¿Tienes esa granada de humo contigo?—le preguntó Ferrer. Había recordado que el resto de sus hombres se habían burlado de Guzmán esa mañana porque llevaba su equipo de visión nocturna y una granada de humo. Guzmán solo respondió ante las burlas de sus compañeros: “Nunca se sabe”.
—Cierto mi capitán, aquí está—contestó Guzmán, ofreciendo la granada de humo a su capitán.
Las balas de la punto cincuenta hicieron una pausa. El VTR había detenido su marcha al igual que los vehículos de los guerrilleros.
—Capitán Ferrer, le habla su general—se escuchó una voz a todo volumen desde el parlante del VTR. —Le ruego que se entregue, no tiene escapatoria. Le propongo la prisión a cambio de su vida.
— ¡Qué carajo es esta verga, mi general!—gritó con todos sus fuerza Ferrer oculto en las piedras. — ¡Nos ha traicionado! ¡Ha traicionado la Patria, es usted que tiene que ir a prisión!
— No es traición capitán, es un nuevo orden que ha llegado al mundo, es un nuevo orden que ha llegado a Venezuela—contestó González, sosteniendo el intercomunicador con su mano derecha, teniendo su vista fija en el conjunto de piedras que ofrecía cobertura a Ferrer y a Guzmán. —Usted representa el viejo orden, jamás iba a aceptar mi propuesta, así que el sacrificio de usted y sus hombres era inevitable. Pero le propongo vivir, vivir en prisión si se entrega. El tiempo dirá si podrá salir libre.
—Guzmán, prepara la granada, nos vamos en esta cuando te dé en el hombro. Si nos llegamos a separar, nos vemos en el playón debajo del Puente Angostura. —comunicó Ferrer. — ¡Mi general! ¡Ya tomé una decisión! ¡VIVA LA PATRIA, CARAJO!—gritó el capitán, a toda fuerza de garganta, luego le dio un golpe a Guzmán en el hombro y éste arrojó la granada de humo a la izquierda de ellos, al mismo tiempo el capitán arrojaba dos granadas explosivas con fragmentación, una hacia el VTR y la otra hacia los buggy.
—Vete al infierno, capitán—susurró González dentro del vehículo blindado y luego dio la señal de avanzar y seguir disparando.
La granada fragmentaria que arrojó Ferrer hacia el blindado no le hizo ni un rasguño, pero la que llegó a los vehículos de los guerrilleros sí pudo neutralizarlos.
Inmediatamente un espeso humo blanco empezó a dispersarse rápidamente cerca de Ferrer, el viento iba en dirección al blindado, al igual que el espeso humo blanco.
— ¡Ahora Guzmán!—ordenó el capitán Ferrer y ambos empezaron a ramplear (arrastrarse, reptar) de manera muy rápida hacia donde había sido arrojada la granada de humo. Ni el VTR ni los guerrilleros pudieron seguir visualizando al capitán ni al sargento, mientras ellos seguían arrastrándose y ganando distancia; pero aun así ambos perseguidores no dejaban de disparar.
Las balas silbaban muy cerca de Ferrer y Guzmán, pero ambos hombres tenían los nervios de acero. Estaban acostumbrados a ello.
El humo llegó al VTR filtrándose por las ventanillas. Ya la visión era imposible. El conductor del blindado detuvo el vehículo.
— ¡Qué carajo haces! ¡Porque frenas!—inquirió González con suma molestia en su cara.
—Mi general, si seguimos avanzando chocaremos con las piedras, y nos podemos voltear—respondió el conductor.
— ¡Pues entonces rodéalas!
—No veo nada, mi general.
González quitó inmediatamente del asiento del conductor a soldado que operaba el vehículo, tomando así el control del VTR. González imaginó y estimó donde estaban las piedras, así que viró el volante hacia la derecha y siguió avanzando. Tenía la esperanza de pasar por encima con las diez toneladas de acero sobre Ferrer y Guzmán. No iba permitir que se escaparan, y más sabiendo que Ferrer iría por él en cualquier momento. De repente el VTR chocó con algo muy sólido y al mismo tiempo buscó para voltearse.
— ¡Carajo!—expresó González, haciendo un gran esfuerzo para no voltear el vehículo. Había pellizcado una gran roca, pero el vehículo no se volteó, de modo que siguió hacia adelante pero totalmente a ciegas.
— ¡No pares, sigue disparando!—le ordenó González a uno de sus escoltas que estaba operando la ametralladora punto cincuenta y había cesado de disparar por no tener visión del blanco.
Al general se le complicaba maquiavélico plan. Mientras tanto, Ferrer y Guzmán ya se habían levantado y corrían con todos sus ímpetus hacia una zona boscosa impregnada de diferentes árboles. No obstante, las grandes y aterradoras balas de calibre punto cincuenta al parecer habían logrado su objetivo, muy a pesar que se estuvo disparando a ciegas, las tierra llena de maleza y flores silvestres se volvía a regar con sangre patriota en aras de la defensa de la Libertad.
El mal esta vez había triunfado. El comandante Casimiro resultó ser un maestro del engaño. Siempre estuvo aliado al general González, ambos tenían intereses distintos, antagónicos en el fondo, aun así se necesitaban, y como dice aquel popular dicho: “si no puedes con el enemigo, únetele”.
González en el fondo no podía acabar con los guerrilleros, les necesitaba como especie de “enemigos-amigos”, ¿algo contradictorio?, desde luego, pero al tenerlos de aliados y de adversarios al mismo tiempo, le daba la excusa para justificar cualquier decisión extrema a tomar. Tal vez siempre ha sido así en todas las épocas, los poderosos necesitan “enemigos necesarios” a fin de perpetuar su dominio.
Capítulo XXIV. Camejo.
—Carajo mi teniente, ¿qué hacemos?—preguntó Reyes al ver que estaban rodeados.
—Quiero que vayas corriendo al frente y le avises a Jiménez que no dispare—Había ordenado Camejo, sabía que había cometido un gran error a no mandar a revisar primeramente su retaguardia, la cual era la salida de emergencia al mismo tiempo.
Si Jiménez efectuaba un disparo, le estaría confirmando a los exhumanos que realmente ellos estaban escondidos allí, pero si por el contrario, se mantenían en silencio, la bestia morena pudiese irse con sus huestes a otra parte. Mientras Reyes iba corriendo hacia donde estaba Jiménez, Camejo estaba en total tensión. Se lamentaba haber subestimado otra vez la inteligencia de aquellos singulares infectados conocidos como bestias.
De pronto se escuchó el sonido del Dragunov de Jiménez, la teniente sintió que se le había helado la sangre. Apenas habían escapado del ataque de los exhumanos la noche anterior y ahora tendría que combatir nuevamente. Por primera vez se sintió convencida de su muerte, como si hubiese sido condenada a un pelotón de fusilamiento con los ojos vendados frente a sus verdugos. Lovera notó a su teniente pálida, el color había huido de sus labios.
— ¡Mi teniente…mi teniente!.. —repetía sin cesar Lovera, y Camejo aun no salía de su estado de pánico.
—Asómate con cuidado—alcanzó a decir Camejo luego de salir de su estado de shock, señalando el muro desde donde se podía ver el camión.
La teniente de pronto tuvo la esperanza de que los exhumanos que rodeaban el vehículo de carga y la parte de atrás de la Casa del Congreso Angostura se hubiesen ido hacia la entrada, en donde estaba Jiménez, siguiendo el sonido del disparo.
—Se están yendo mi teniente, se van de allí—dijo Lovera quien estaba asomado con mucho cuidado en el muro. —Un momento—continuó. —Los diablos (bestias) se quedaron…me vieron…me vieron—susurró Lovera y esta vez a él se le fueron los colores de la cara.
Las bestias que rodeaban el camión, ahora se dirigían hacia el lado del muro por donde se había asomado Lovera. El muro no era muy alto en realidad, así que dos de las bestias se empezaron a trepar por este. Camejo, cuando divisó a los infectados encima del muro, apuntó con su fusil hacia uno de ellos volándole los sesos, el otro solo recibió un disparo en el cuerpo, pero no fue mortal al momento, así que no se pudo impedir que aquel infectado con sus ojos bañados en sangre y su boca y nariz llena de baba rojiza saltase sobre Lovera. El soldado luchaba para que no le mordiera, la bestia estaba encima de él y lamentablemente aquella baba rojiza empezó a caer sobre la cara del pobre mucho, penetrando los orificios de la boca, nariz y también a través de los ojos.
— ¡Maldita sea! ¡Nooooo!—gritó Lovera. — ¡Estoy jodido!
Camejo se desesperó, no podía apuntar con facilidad con su fusil, había mucho movimiento, no quería matar por error a Lovera, aunque tampoco pudo evitar que el joven soldado se infectara. El virus ya empezaba a multiplicarse con rapidez por todo el organismo del muchacho, los glóbulos blancos cerraban filas como soldados espartanos, pero aquel intruso desbordaba con malévolo poder; hasta que se escuchó un disparo, Camejo había acertado, ahora la bestia estaba inerte sobre el cuerpo de Lovera y, éste se lo quitó de encima. El soldado gritaba con angustia:
— ¡Estoy muerto mi teniente, estoy muerto!
— ¡Adentro Lovera, adentro!—gritó Camejo.
Más bestias empezaron a trepar por el muro con increíble agilidad. Camejo y Lovera empezaron a disparar pero estos infectados eran muy rápidos, así que era difícil darles en la cabeza.
— ¡Dejemos esto aquí!—expresó Camejo, refiriéndose a las provisiones que en un principio iban a trasladar hacia el camión, las cuales estaban compuesta principalmente por alimentos, agua potable y la ametralladora MAG.
A duras penas pudieron neutralizar los próximos asaltantes, así que aprovecharon ese muy breve instante para dirigirse a la puerta trasera de la casona, pero más infectados empezaron a saltar muro, doblando la cantidad anterior, pero en ese preciso instante hicieron acto de presencia Jiménez y Reyes quienes sin perder tiempo empezaron a disparar.
El cabo no fallaba ningún disparo, “un disparo, una baja”, pensaba Jiménez mientras disparaba. Con tal ayuda recibida por parte de Jiménez y Reyes, Camejo pudo regresar por una parte de las provisiones.
—Reyes, ayúdame—ordenó Camejo para trasladar la mayor cantidad posible de provisiones hacia el interior de la casona. Jiménez y Lovera cubrían las espaldas de ellos, Lovera olvidó por un instante que estaba infectado, a pesar que su rostro y ropa estaban cubiertos de aquellos repugnantes y altamente contagiosos fluidos.
Reyes y Camejo con mucho esfuerzo lograron introducir las provisiones. Solo faltaba meter la ametralladora MAG y, Jiménez la tomó con un brazo y con la otra sostenía su Dragunov. Finalmente entraron y cerraron la puerta trasera, todos estaban profusamente sofocados. Camejo veía con dolor a Lovera y, una fina lágrima empezó a recorrer su rostro, ella quería llorar, quería llorar por su fiel soldado, su conciencia quedó afectada por no poderlo ayudar, todo había pasado tan veloz.
Lovera se sentó en el piso y recostó su espalda a la pared contigua a la puerta antes cerrada, y al instante empezaron a golpear esa pesada puerta de madera, eran más infectados. Los corazones de todos se volvieron a acelerar al máximo. Era aterrador sentir esos golpes.
A los pocos segundos se sintieron más golpes, pero estos otros provenían de la parte superior, específicamente en la puerta principal, también empezaron a escucharse gritos y lamentaciones, eran los gritos de la Muerte, de los seres que se empeñaban en acabar con todos los seres humanos sanos que quedaban sobre Venezuela y el mundo.
—Lovera, tienes que lavarte. Es posible que se encuentre la cura y…—dijo Camejo, tratando de dar esperanzas al valiente soldado, pero no pudo terminar lo que quería expresar porque Lovera la interrumpió.
— ¿Y qué mi teniente y qué? Me convertiré en un maldito de esos—habló Lovera, mientras aumentaban los aterradores golpes a las puertas junto a esos escalofriantes gritos y lamentaciones. — ¡CALLENSE, MALDITOS!—vociferó Lovera, dirigiéndose a los exhumanos que aguardaban afuera y que luchaban por entrar y devorarlos.
La situación empezaba a pasar peligrosamente tan rápido que Camejo no tenía un plan estratégico para la contingencia que se le presentaba nuevamente, el único plan que con seguridad se podía dar era: resistir, resistir hasta lograr la victoria o morir en el intento.
Capítulo XXV. Orinoco, Río hermoso.
Después que empezamos nuestras excavaciones buscando una salida hacia el río Orinoco, habíamos supuesto que sería difícil llegar a la superficie, pero no fue así, ya que nos llevó tres días de continua labor. Pudimos encontrar un acceso a una vieja cloaca del Paseo Orinoco, ella a su vez nos condujo a una gran tubería de concreto que finalizaba en el borde del gran malecón del mencionado paseo. Esta tubería finalizaba exactamente en el gran dique que impide que el río Orinoco se desborde cuando es tiempo de crecida entre los meses de agosto y octubre cuando es temporada de gran invierno y pareciese que toda el agua de Venezuela se precipitara en el estado Bolívar y su capital.
Cuando llegamos al final de la tubería de concreto solo nos impedía salir una extra pesada tapa de acero para alcantarillas y por allí solo entraba uno de nosotros a la vez. A penas nos asomamos a la superficie, como si esa tapa fuese la escotilla de un gran submarino…y allí estaba, el bello, imponente e inmutable, “Orinoco, Río Hermoso”. Sus bastas aguas marrones invitaban a navegarlas, su imponente islote o Piedra del Medio seguía allí también, como si el mundo hubiese seguido igual que antes. La tarde empezaba a desparecer, y los rayos del sol se convertían en un bello color naranja que dibujaba al cielo de Ciudad Bolívar.
Aquella alcantarilla que representaba nuestra escotilla de nuestro basto mundo subterráneo, quedaba cerca del Mirador Angostura, realmente muy cerca, pero también próximo a la avenida principal del Paseo Orinoco, así que era un riesgo estar allí expuestos. Podíamos ser sorprendidos por algunos de esos zombis o infectados. Teníamos que conseguir otra salida que nos brindase más protección, pero ya habrá suficiente tiempo para hacer otras exploraciones. Con respecto al oro o grandes tesoros no encontramos nada, al menos no por ahora, claro está que no era nuestra prioridad como he mencionado antes.
Para llevar a cabo nuestra primera pesca en el río Orinoco tuvimos que planificar muy bien el cómo hacerlo sin perder la vida en el intento. Quienes estaban más preparados para enfrentar un posible encuentro con exhumanos, era mi padre y yo por nuestros continuos entrenamientos y nuestra experiencia en combate, aunque el experto realmente era mi padre. Además contábamos con la indumentaria de nuestros trajes de esgrima que podían soportar una fuerza de más 800 newtons, sin mencionar que teníamos armas de fuego y la adaptación especial que hizo Lorenzo de las espadas de esgrima. Así que estábamos obligados a trabajar en equipo, Carlos y Vincenzo colocarían redes y anzuelos en lugares estratégicos de río por el espacio de entre doce a veinticuatro horas continuas, lo que significaba que al día siguiente teníamos que regresar para ver cuántos peces quedaban atrapados en las redes y anzuelos colocados en el río. Mi padre y yo nos encargaríamos de la vigilancia y seguridad de Carlos y Vincenzo, evitando a toda costa un encuentro cercano con los infectados de la nueva enfermedad del Ébola. Así que, aquí no habría héroes ni valientes, si llegábamos a divisar un solo infectado huiríamos inmediatamente hacia la parte subterránea a través de nuestra escotilla o mejor dicho, la tapa de la alcantarilla.
Capítulo XXVI. Camejo, la batalla final.
*
Solo cuatro militares quedaban de aquel pelotón seleccionado para defender el Casco Histórico, aunque desde hace días dejaron de defender tal sector para solo defender sus vidas. El país y el resto de la humanidad inevitablemente se extinguían para siempre. Lo mejor de nuestros avances y cultura solo quedaban de adorno para los nuevos seres que empezaban a heredar la Tierra. Toda nuestra gloria y orgullo se consumían como una frágil vela de cera a causa de su misma flama que ella emitía. Lo que aconteció en la Casa del Congreso de Angostura fue una batalla por la supervivencia individual más que por intentar hacer retroceder la infección que nos desbordaba.
La puerta del nivel inferior había sido reforzada con todo lo que pudieron, al igual que la puerta principal de la parte superior que da con la plaza Bolívar. El soldado Lovera lavó su cuerpo como pudo y se mudó la réplica del antiguo uniforme de la guardia de honor por el viejo y sucio uniforme militar que antes llevaba puesto, e hizo esto bajo la supervisión de sus compañeros, porque temían dejarlo solo por un instante ya que podía suicidarse debido a su alto nivel de depresión; y no era para menos, este gran soldado tenía los días contados, tal vez horas…o minutos contados; pero sus amigos y compañeros de armas no le abandonaron y ni siquiera les pasó por la mente la posibilidad de sacrificarlo, otorgándole el tiro de gracia. Su teniente Camejo cuidaría a su soldado hasta el último momento, conservando la esperanza de que la cura o vacuna llegase, aunque fuese en el último momento; ella sabía que el ébola tenía un periodo de incubación de entre diez a veinte días, debido a ese conocimiento, tenía la firme esperanza que antes de ese tiempo se encontrase la añorada cura.
—No dejemos que ellos vengan por nosotros, vamos por ellos—dijo Jiménez de manera pausada y con convicción en su tono, y lo dijo mientras limpiaba el ánima de su Dragunov.
Los tres soldados y la teniente estaban en el salón principal del Congreso de Angostura, debajo de ellos, a solo muy escasos metros, estaba una masa de zombis que se apilaban entre sí para tumbar la puerta. Los gritos y lamentaciones que venían de afuera, sumado a los golpes, ya no asustaban a Jiménez, aquel soldado tenía un brillo en los ojos que haría estremecer de miedo a la muerte misma.
—Subiré al techo y desde allí me echaré al pico a cada maldito ser que ande sobre sus piernas. Ustedes los flanquearán desde las ventanas—volvió añadir Jiménez, esta vez revisando cuántos cartuchos le quedaban. —Varios de ellos irán por las ventanas de donde disparen ustedes, el sonido los atraerá. Ustedes cerrarán esas ventanas e irán a otras. Así los dispersaremos y los debilitaremos.
—Haremos eso, Jiménez—agregó Camejo, aceptando con humildad el plan de su francotirador.
—Me dan sus granadas, las usaré desde arriba. No usen la ametralladora, seamos selectivos, “un disparo…—dijo Jiménez.
—…una baja”—terminó de completar la frase el soldado Lovera, que se llenaba de valor al ver los ojos y la decisión de su cabo.
Los cuatro jóvenes estaban en círculo y Jiménez empezó a golpear el piso de madera con sus dos manos a un ritmo que llenaba de inspiración a los presentes, era un canto militar que suelen hacer los militares antes de una competencia deportiva o militar. Luego golpeaba con sus dos manos su pecho, manteniendo el mismo ritmo inspirador, hasta terminar chocando las palmas y finalizando con motivador grito de guerra que elevaba la moral para el combate.
**
Jiménez como pudo se apoderó de la altura de aquella casa antigua cargada de historia patria. Su parte en cartuchos 7,62 eran en total treinta y cuatro. De cartuchos para su pistola 9 mm apenas contaba con dos peines, cada uno de siete cartuchos. También tenía en su posesión, dos granadas fragmentarias y tres granadas de onda expansiva, y en su cintura, portaba su gran cuchillo de combate que a la vez era una bayoneta. Él esperaría los primeros disparos de sus compañeros, para luego abrir fuego a la multitud de zombis que se iba a dispersar. Pensó lanzar una granada cerca de la entrada donde estaban apiñados, pero no lo hizo, ya que la onda expansiva podía debilitar la puerta.
Se escuchó el primer disparo de uno de los AK-103. El primer exhumano caía al suelo, fue una baja producida por el fusil de Lovera, después se sumaron más disparos. Sus compañeros disparaban de diferentes ventanas. Los disparos dispersaron a la masa de infectados de la puerta principal y, Jiménez empezó a apuntar a las bestias, quienes eran los cerebros de la masa, en otras palabras, eran la cabeza de la serpiente.
El audaz cabo empezó a causar estragos en las bestias quienes estaban sumamente confundidos y desorientados a causa de los múltiples disparos provenientes de muchos lugares a la vez. Camejo, Lovera y Reyes se movían de ventana en ventana, aplicando una especie de “operación relámpago” para no dejar pensar al enemigo. A los dos minutos se escucha un grito:
— ¡Granadaaaaa!!!!!!—era Jiménez que con su poderosa voz de mando alertaba a sus compañeros para que se quitaran de la ventanas y se cubriesen.
Se había lanzado una granada fragmentaria en un grupo de exhumanos que se empezaban a apiñar en una de las ventanas. La granada causó estragos, neutralizando a varios de los exhumanos, en donde partes o miembros de aquellos cuerpos malditos salieron literalmente volando por los aires.
Mientras esto sucedía, en la parte inferior de la casona, se iban sumando más bestias que intentaban derribar la puerta, y a la vez buscaban otra manera de abordar el sitio. Ellos podían sentir con un sensible sentido del olfato, el olor a carne fresca humana que provenía de arriba, muy a pesar de todos los olores presentes en el ambiente, incluyendo el de la pólvora.
Ese olor a carne humana les hacía segregar más de aquella asquiante baba rojiza de sus fauces que estaban ansiosas por morder y desgarrar, intentando saciar un hambre imposible calmar.
Jiménez, en cada disparo intentaba dar a dos blancos con un solo tiro. En su mira estaba aquella bestia morena que dirigía toda la multitud desde el principio del ataque al Fortín del Zamuro. Haló el gatillo y al instante aquella bestia dejaba de existir, la taladrante bala 7,62 le causó un gran hueco al salir del cráneo para penetrar otra cabeza en otro infectado, había sido un tiro perfecto. Jiménez llevaba el antiguo uniforme de la guardia de honor del Libertador Simón Bolívar. Ninguna persona para aquella época independentista pudo imaginar un enemigo de estas características como el que ahora Jiménez intentaba reducir ¿Era casualidad que se usara este antiguo uniforme, que fuese precisamente un militar y defendiendo el lugar de dónde se formó La Gran Colombia?, tal vez fue casualidad, pero lo cierto es que el mismo espíritu que tenía Jiménez en ese momento, fue el mismo espíritu que acompañó a todos nuestros soldados anónimos en aquella gloriosa gesta libertaria.
No obstante, a pesar del alto espíritu combativo del cabo Jiménez y de sus hermanos en armas, el ritmo de gasto en municiones no era proporcional contra un enemigo que parecía multiplicarse por cada baja que sufría. Muchos infectados salían de otras partes, quizás atraídos por los disparos de nuestros defensores.
Lovera se había olvidado por completo de su reciente infección, y la razón era obvia, no había tiempo para pensar otra cosa salvo disparar, correr de una ventana a otra y tratar de derrotar a aquellos seres que se empeñaban en acabar con ellos.
Al cabo de “quince minutos disparando”, que parecieron “tres horas”, Camejo vio con aterradora preocupación que solamente le quedaba un cargador con treinta cartuchos. Reyes hace rato había empezado a disparar con su pistola 9 mm, ya que su AK-103 se había quedado vacía. Quien más tenía municiones era Lovera, que contaba con dos cargadores, incluyendo el que estaba en uso. De pronto Camejo empezó a ver su vida como en una especie de “flash back” que venía a su mente, fijándose principalmente en los momentos más felices de su vida. Recordó aquel día que fue seleccionada para ingresar a la Academia Militar de Venezuela, recordó el brillo en los ojos de su padre porque iba a tener una hija oficial del ejército, y también recordó las ojos llenos de lágrimas de su amada madre, que en el fondo temía por los peligros que atravesaría su hija. También recordó a su amor, aquella noche en la playa. Cuando de pronto se escuchó un fuerte grito:
— ¡Granada!!!!!!!!!!!!!!!!
Pero Camejo no se apartó de la ventana, seguía conectada con aquellos pensamientos. Reyes se percató de aquello, así que saltó hacia Camejo y con la fuerza de su salto, más su peso, derribó a Camejo y al mismo tiempo explotaba la granada fragmentaria.
La teniente se empezaba a llenar de sangre, “estoy herida”, se dijo; pero la sangre no provenía de ella sino que venía del cuello de Reyes. El soldado tenía los ojos como dos grandes platos e intentaba buscar aire de manera instintiva, su cerebro se empezaba quedar sin el vital fluido. Lovera dejó de disparar al notar que sus compañeros estaban en el piso, así que se acercó a la escena si saber a ciencia cierta de dónde provenía aquella hemorragia.
— ¡Lovera, no dejes de disparar!—le ordenó con energía Camejo.
Lovera hizo caso y siguió disparando, pero esta vez se empezó a angustiar nuevamente. Él estaba infectado y ahora su compañero estaba gravemente herido. Los muertos vivientes no dejaban de salir de todas partes, sus gritos y lamentaciones se le volvieron a meter en el alma, llenándolo de pánico, sus manos se pusieron frías y su pulso para apuntar y disparar empezaba a temblar sobremanera.
Mientras tanto, Camejo había rasgado un pedazo de tela de la manga de su uniforme y con éste ejercía presión para intentar detener la hemorragia; pero ya no había posibilidad de salvar la vida de Reyes, y Camejo lo sabía. La yugular había sido perforada por una ardiente esquirla. El soldado se empezaba a apagar, el color se había ido de su rostro por completo, la teniente presionaba con fuerza y la vez las lágrimas empezaban a descender por su trigueño rostro. “Dios, me diste los soldados más valientes que he podido tener”, pensó para sí y luego cerró los ojos de Reyes, acarició su cabello y le susurró “Perdóname”, luego se levantó para dirigirse a la ventana que tenía en frente y siguió disparando. Sabía que no ganaría aquella batalla, pero no dejaría de luchar y resistir hasta el último momento. La teniente empezó a disparar con precisión a causa de toda la rabia que tenía por dentro.
— ¡Vamos Lovera! ¡Vamos soldado!—gritó Camejo, intentando dar ánimo a su compañero de guerra.
Lovera al escuchar el grito de su teniente se llenó de valor nuevamente, el temblor en su pulso o manos se había largado, esta vez para disparar con aguda precisión.
— ¡Vamos a salir de esta soldado!—volvió a gritar Camejo. — ¡Vamos a llegar al camión y nos iremos de aquí!
Mientras Camejo y Lovera combatían abajo, Jiménez seguía en el techo liquidando cada exhumano que apuntaba con su Dragunov. No perdía la concentración, tenía la convicción de ganarle la batalla a aquellos zombis que intentaban devorarlos o infectarlos. Jiménez sudaba profusamente, el sol estaba extremadamente brillante, el calor estaría rondando los 30 ºC, pero su respiración era calmada; sin duda alguna este soldado tenía los nervios de acero. El único problema era su reducida cantidad de cartuchos para su fusil de francotirador, de los treinta y cuatro que le quedaban al principio solo le restaban doce cartuchos, sin contar con la bala de la suerte o de la gracia que siempre guardaba en uno de sus bolsillos. Sus dos peines para la pistola calibre 9 mm estaban enteras, más dos granadas restantes; pero Jiménez lucharía con lo que tuviese a su mano aun cuando se quedara totalmente sin cartuchos.
Ahora bien, el valiente y preciso francotirador había descuidado algo de vital importancia para todo tirador, su seguridad, en este caso era su retaguardia y tampoco tenía a nadie quien le cuidase sus espaldas. Las bestias, que superaban en agilidad a cualquier atleta, habían encontrado la manera de llegar al techo. Jiménez no los sintió venir debido al ruido generado por los disparos incesantes y los gritos y lamentos de los muertos vivientes, excepto cuando uno de ellos ya estaba a unos cuatros metros de él.
El cabo Jiménez, quien disparaba desde el techo en la posición de rodilla sin apoyo, volteó rápidamente a sus espaldas, percatándose que una bestia se dirigía hacia su persona para embestirle, así que por reflejo usó su fusil para golpearle con la culata, partiendo la quijada de su atacante, produciéndose un sonido seco. Pero tal golpe solo logró echar hacia atrás a la bestia, y ésta, con su quijada desprendida, emitió un grito espeluznante. Jiménez soltó su fusil y sacó de manera veloz, su pistola 9 mm, apuntó a la cabeza y disparó, acabando “con la vida” de aquel infectado. Pero más bestias ya estaban casi encima de él. Jiménez no pudo acertar a la cabeza de todos. Eran un total de cuatro las bestias restantes y eran sumamente ágiles y veloces. Dos de ellos saltaron como leopardos hacia Jiménez, una bala alcanzó la cabeza del primero, pero no hubo tiempo de ni siquiera de apuntar al segundo que logró derribarlo al piso para luego morderlo en su antebrazo izquierdo. El cabo gritó de dolor y de rabia al mismo tiempo por haber sido infectado.
Capítulo XXVII.
*
A pesar que Jiménez había recibido aquella mordedura llena de millones de virus, no se amedrantó al respecto, sino que se comportó como el Rey Leónidas en su última batalla, cuando al final, un innumerable ejército pudo vencerlo pero no sin antes haber causado el mayor desastre posible dentro de las filas de sus adversarios y aun cuando todos sus trecientos soldados fueron vencidos, seguía luchando con lo que estuviese a su mano. Así fue Jiménez, quien al momento de ser herido por aquel demonio, pudo dar un tiro directo al cráneo de su atacante. Pero las otras dos bestias restantes ya estaban sobre él intentando devorarlo. Una de ellas le mordió en su pierna, arrancándole de tajo un pedazo de carne. La otra bestia, que aún no le había mordido, intentaba morder su cuello, pero él lo impedía colocando sus manos en el pecho del infectado, y éste gritaba soltando babas llenas de sangre que caían sobre el rostro del cabo.
El invicto francotirador pudor volarle los sesos a su atacante más próximo y cuando fue a dispararle al otro que le había mordido la pierna, su pistola se le había atascado, por lo que sacó de manera rápida su cuchillo de combate y lo enterró en la sien del último infectado que quedaba en pie. Al final, Jiménez quedó exhausto, gravemente herido y lleno de aquellos mocos rojizos.
A pesar de estar gravemente herido, el cabo había tomado nuevamente su Dragunov, apenas se podía sostener, su pulso ya no era el mismo, así que fallaría en varias ocasiones. Más sin embargo, su determinación era más grande que su dolor.
Los exhumanos provenientes de varias partes empezaron a aglomerarse frente a la puerta, la cual no iba a resistir por mucho tiempo. Jiménez gritó: — ¡Granadaaaa!—para advertir a sus compañeros nuevamente. La granada la había lanzado cerca de la puerta, pero hábilmente había usado a la masa de zombis como barrera para protegerla, arrojándola exactamente detrás de la horda de exhumanos, así que la onda expansiva fue absorbida por los cuerpos apiñados y no por la puerta.
Camejo y Lovera ya estaban usando sus pistolas 9 mm para repeler a la horda de infectados. El soldado Reyes yacía inerte sobre el piso del salón Angostura. Lovera ya empezaba a sentirse mal, sintiendo una gran debilidad que se empezaba a reflejar en una palidez que mostraba su rostro. Su cuerpo sentía una especie de escalofríos. En las próximas horas, con suerte cuatro, estaría convirtiéndose en un exhumano más; así que la teniente Camejo virtualmente ya estaba sin soldados para defender el lugar.
A los pocos segundos se escuchó otro grito de: “¡Granada!”. Era el último explosivo que le quedaba a Jiménez, quien perdía sangre profusamente, de manera que hizo una pausa en su ataque defensivo para rasgar sus mangas y hacerse un improvisado vendaje en sus heridas. Mentalmente se había preparado para lidiar con semejante tipo de presión, la de saber que tenía altas probabilidades de morir o de infectarse.
Ya las municiones de todos los defensores de aquel refugio estaban en una situación crítica, aunque todavía estaba la ametralladora MAG con sus dos correas de cartuchos intactas, y Jiménez lo sabía muy bien, así que mientras disparaba sus últimas balas de la Dragunov empezó a maquinar otro plan, el cual consistía en proteger a sus compañeros para que escapasen en el camión y él con la ametralladora les haría una cortina para que tuviesen libres al menos dos minutos y así poder abordar el vehículo de carga y huir. Él ya estaba muerto, era lo que había pensado, estaba convencido de ello, por tal motivo tomó la decisión de usar sus últimas horas o minutos de vida para que otros pudiesen sobrevivir.
**
Jiménez había cesado de disparar, había agotado todas sus municiones, por lo que bajó rápidamente del techo por la parte interior de la Casa del Congreso Angostura y fue en busca de sus compañeros. Al entrar en el salón donde se encontraba Camejo, se percató que Reyes había caído, y supo con certeza que fue a causa de una de las granadas fragmentarias que había arrojado, no había otra lógica, ya que los exhumanos no usaban armas. Cuando Camejo vio a Jiménez en el salón se impresionó a causa de las heridas que estaban vendadas con la tela desgarrada de sus mangas, y en ese preciso momento la teniente sintió que ya todo estaba perdido, ya no había esperanza que sostener y por la cual seguir luchando; una honda depresión le invadió, pero también sintió la tranquilidad de morir con honor, de luchar hasta el último segundo e irse de este mundo con la conciencia limpia, cumpliendo con el deber en favor de los más débiles, en favor de un sueño llamado patria, un sueño llamado Venezuela, o tal vez una ilusión que comenzó con un pedazo de tierra llamada La Pequeña Venecia.
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