MURIENDO POR TI
Cuando
el amor derrumba montañas.
Por Pedro Suárez Ochoa.
Novela Cristiana
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Capítulo
I.
--Tienes que
entender, que en ese maldito ejército ¡no surge nadie!, ahí está Chucho, trabajando de vigilante por
un miserable sueldo, que ni siquiera duerme con la mujer, porque tiene que
montar guardia de noche como el mismo perro—señaló un amigo de David, cuyo
nombre no importa ahora.
--Pero hermano, yo más adelante seguiré la
universidad, quiero servir ahorita, porque sé que más adelante vendrán
compromisos grandes, y tú sabes que el
guarapo se le enfría a uno, luego no se hace nada—se defendió David, de manera
calmada.
--David, te repito, allí está Chucho vete en ese
espejo.
Pasaban muchas cosas por la
cabeza de David, se preguntaba a si mismo, si era correcta la decisión que iba
a tomar, la de ser soldado por dos años. Quizás tenía este fuerte deseo de
servir a su patria por tantas películas de guerra que vio en su vida, o por
todos los soldaditos de juguete que recibió desde su infancia. Lo cierto es,
que su corazón ardía al imaginarse él, con el uniforme camuflado del ejército,
el cinturón de combate, el casco de fibra de plástico, el fusil F.A.L., las
botas de campaña negras y pulidas. No veía la
hora de colocarse todo eso, hasta disfrutaba con la idea que un sargento estuviera gritándole cerca de
la cara, a fin de forjar su disciplina, de convertir su carácter en acero, en
fin; deseaba convertirse en un soldado imperturbable. Soñaba con ser como el
NEGRO PRIMERO, aquel magnifico soldado del General Páez, que prometió ir siempre de primero en las
batallas; si el Libertador Simón Bolívar le permitía pelear de su lado, ya que
siempre lo había hecho del bando Realista.
Así pensaba él, toda su mente
estaba llena de aventuras, podía acariciar la idea de estar patrullando en la
selva con sus compañeros en estado de alerta, ante cualquier posible emboscada.
Veía el peligro como una oportunidad de mostrar su valor, imaginaba cada
detalle guardando la frontera de su
país. La administración de sus provisiones, el agua de su cantimplora, su aseo
personal con la mínima cantidad de agua, el descanso breve, el mantenimiento de
su fusil.
Con respecto al mantenimiento de
su fusil, le había contado un amigo que
estuvo en la frontera con Colombia, en el pueblito de Guasdalito, que en el
segundo día de su patrullaje, se percató que su aceite para el FAL lo había
dejado en el cuartel y tuvo que engrasar su arma con el aceite vegetal que
sobró de una de sus latas de atún. Su amigo le enseñó, que su fusil es lo más
importante en el Ejército y que siempre debe estar limpio y lubricado, ya que
el descuido de este, significaba la muerte.
Anécdotas como estas, despertaban
el interés de David, porque sabía que la supervivencia de un infante de la
selva dependía de la utilización de los escasos recursos que disponía y de su creatividad para
aprovecharlos.
Pero no todo en este chico eran
películas de guerra y la gesta de la independencia, era también un gran
estudioso de la Biblia, esto debido a que sus padres pertenecían a una
denominación cristiana evangélica y habían inculcado en su hijo el amor por
este libro. Le enseñaron a leer con ella, a apreciarla más que a cualquier otro
texto sobre la tierra. Los padres de David eran maestros y trabajaban en una
escuelita que quedaba en su barrio, conocida popularmente como la Cuevita, ya
que quedaba escondida entre un mangar y un conjunto de ranchitos hechos de
bloques y zinc, construidos en la década de los ochenta, cuando el gobierno del
Doctor Luis Herrera Campins sufrió aquel tristemente célebre Viernes Negro y la
Venezuela Saudí se vino en picada a partir de aquel momento, acelerándose la
construcción de ranchitos por cada rincón del país en zonas urbanas.
El padre de David daba educación
física en la Cuevita, había sido deportista toda su vida, en sus años de mozo
fue un gran corredor de maratón y jugaba muy bien al soft ball, destacándose
como pitcher, gracias a la prodigiosa surda que tenía, llevaba por sobrenombre “trancapalanca”,
por las zancadas que tiraba al robar una base. Era un hombre de un metro
ochenta y cinco, de tés morena clara, de ojos tristes, porque tenía los
parpados ligeramente caídos, su cabello castaño oscuro, de hombros anchos pero
de figura esbelta; debido a tantos kilómetros recorridos en maratón. Decía él,
que su zurda era poderosa, por tantas ramas de mango que cortó a fuerza de
machete, en su pueblo natal de “El Almacén”, pueblito cercano a Ciudad Bolívar.
Fue justamente cortando ramas de
mango cuando conoció a su amada esposa María Laura, cuando en una mañana
soleada, a las diez en punto, estaba encaramado en una de las ramas de mango, cuando divisó a lo lejos a
una chica sumamente hermosa, de cabello largo hasta la cintura y color castaño
clarito, piel delicadamente blanca, era del tamaño perfecto para él; ni alta ni
bajita, de caderas anchas, las cuales se acentuaban más, por un jean de botas
anchas que llevaba puesto ese día, tenía las mejillas coloraditas por el sol de
esa mañana.
Andrés, (así se llamaba el padre
de David), cuando él vio aquella chica, no podía sacarla de su mente, se
preguntaba “¿qué hace esta niña por estos
lados?, ¿será acaso familia del Gocho?”, asumía él que sí, porque era
blanquita como su vecino y entró a la casa de éste.
Después de cortar las ramas, se
dirigió a darse un baño en el patio de su casa, pero en su mente no salía la
imagen de aquella hermosa joven y disfrutaba con la idea de conocerla, de poder
cortejarla para que llegase a ser su novia, realmente había quedado
profundamente impactado, en su vida nunca había visto una joven tan hermosa de
rostro y atractiva de cuerpo. Al llegar la noche, cuando estaba en su cama,
solo maquinaba que excusa inventar para tener la oportunidad de conocerla y
sabía que no podía perder tiempo, ya que sus amigos seguramente la habían visto
y no tardarían en acercarse a ella.
Esa noche recordó, que el Gocho
hace como un mes le había dicho que cortara las ramas de la mata de mango en su
casa, pero Andrés no había ido por flojera; y además, ya las ramas habían sido cortadas
por el viejito Vinicio, viejito que agarraba todo lo que conseguía para tomar
ron. Pero igual se aparecería a la
mañana siguiente muy temprano, con machete en mano y se haría el desentendido,
todo esto con ver de cerca a la joven.
A la mañana siguiente, Andrés
estaba tocando la puerta del Gocho, eran las seis en punto de la mañana, la
mañana estaba despejada con un sol radiante. De pronto el escucha la voz de su
vecino diciendo: “María Laura abre la puerta por favor que estoy ocupado”. El
corazón de Gustavo empezó a acelerarse y sentía él un cosquilleo dentro de su
estómago, sabía que era la chica, porque ninguna tenía ese nombre por allí.
Se abre la puerta lentamente
porque era vieja y pesada, en ese instante todo lo que él había estado ensayando
la noche anterior se fugó de su mente y no hallaba que decir. A lo que la
jovencita dice:
--Buenos días, ¿a quién busca?
Y decía Andrés dentro de si, “Te busco a ti mi amor, busco tus labios,
busco tus ojos”, María Laura le volvió hacer la misma pregunta, hasta que
él por fin pudo expresar algunas palabras:
--Busco al señor Esteban ¿Se encuentra él?
Y ella responde:
--Si, si se encuentra, ¿de parte de quién?—preguntó
María Laura.
--De su vecino, Andrés.
--¡Tío!--gritó
ella.--Te buscan.
--¿Quién?—preguntó su tío, gritando desde el fondo de
su casa.
--¡Andrés!
¡Versia!, ¿Andrés?, ¿y a esta hora?, se hacía el tío estas preguntas, muy extrañado,
porque su vecino Andrés nunca había ido tan temprano a su casa. Se acerca el
Gocho a la puerta y le pregunta al muchacho:
--¿Dime hijo que deseas?
--No Don Esteban, vine a cortar las ramas de
mango-contestó Andrés, ligando a que el Gocho no lo corriera de su casa.
--¡Nooo hijo!, ya esas ramas las cortó el viejito
Vinicio antier, como vi que no venías le di ese encargo—aclaró Don Esteban,
tratando de escudriñar que buscaba Andrés y continuó. –Pero ya que estás aquí
ven pa´que recojas las ramas y las hojas que dejó Vinicio, porqué cometí el
error de pagarle cuando cortó todo y me dijo cuando ya tenía el dinero: “Vengo
ahorita Don Esteban” y todavía lo estoy esperando, ese condenao viejo se quedó
tomando ron.
“Si como no”, respondió Gustavo a
la propuesta de recoger todo lo que había dejado regado el viejito Vinicio y a
la vez pidió disculpas por no haber venido antes, con la excusa que estaba
engripado (fue lo único que se le ocurrió decir).
--María atiende el muchacho, llévalo pa´ el patio yo
voy a colar un cafecito y montar unas arepas.
--Si tío está bien—dijo María Laura, que en el fondo
quería que pasara el muchacho.
Al ir caminando hacia el patio
ninguno pronunció ni una palabra, a Andrés se le amarró la lengua, no quitaba
la vista de toda la figura de María Laura, podía sentir el aroma de su champú
en el cabello recién lavado y el jabón de baño en su blanca piel, estaba todo embelesado, estaba lleno de timidez;
pero muy cómodo en la presencia de esta bella jovencita. Por su parte, María
Laura que iba al frente de Andrés, pensaba dentro de sí “que moreno tan guapo y
se ve fuerte como mis primos, debe ser muy trabajador”.
Al llegar al montón de ramas
dentro del patio, ella las señala y dice:
--Estas son las
ramas que dice mi tío.
--Muy bien, yo las recojo--dijo Andrés, que seguía
embelesado.
--bueno con permiso, cualquier cosa usted me llama,
voy ayudar a mi tío
--Tiene permiso hasta que se case bonita—comentó
Andrés, fijando la vista en María Laura.
Las mejillas de María Laura se enrojecieron
tanto por ese comentario, que la muchacha no pudo evitar sonreír y bajar el rostro. Ella se retiró
rápido, muy apenada, pero también se sentía ella muy cómoda en presencia de ese
joven.
Seguro querrán ustedes que les
cuente más acerca de los padres de David y de todo el romance vivido por
aquellos muchachos; sin embargo, esta es la historia de su hijo, la que deseo
contarles, porqué sus anécdotas, sus aventuras, sus fracasos y éxitos nos
brindarán un agradable néctar a nuestras vidas, que quedarán grabados para
siempre en nuestras mentes, más aún en nuestros corazones y almas, porqué si
bien este muchacho no fue perfecto; antes bien, estaba lleno de imperfecciones
y flaquezas humanas, cosa que no es extraño en nosotros, porque estamos minados
de ellas a pesar de nuestro disimulo ante la sociedad que es fría, llena de
escarnio y dispuesta a apedrear a todo aquel que no esté dispuesto a colocarse
su camisa de fuerza confeccionada con rústicos prejuicios.
Pero dentro de toda la humanidad
imperfecta de David, también se encontraba una nobleza, una lealtad y valor a
la altura de toda la mitología griega, dentro de sí estaban las cualidades de “Héctor”
y no exagero al decirlo, la única diferencia es que no estaba rodeado de
riquezas, de pompas y reinados, su único reino era sí mismo, era su
imaginación, era su afán por la lectura y las proezas logradas por nuestros próceres,
pero lo más importante era, que David es nuestro, un joven mestizo. lleno de
toda la genética que puede ofrecer esta tierra de gracia llamada "Venezuela".
Capítulo
II.
David
era un gran deportista, jugó toda clase de juego tradicional como todo niño
venezolano, jugó a las metras, al trompo, al volador, al garrufio, escondite,
fusilado, chapita, pelota de goma, futbolito, beisbol con pelota de media y
otros. Todo esto sirvió para forjar sus condiciones atléticas extraordinarias,
claro, él nunca se dio cuenta que estaba desarrollando un gran potencial
físico, solo lo hacía por divertirse al igual que sus amigos que lo rodearon en
su niñez y adolescencia.
Recuerdo
que en el Barrio acostumbraban o instaban a los niños a pelear, todo esto con
satisfacer la euforia que brinda el ver una riña callejera. Eran los muchachos
más grandes, los que instaban a estas peleas.
Una
vez, David salió a jugar trompo en un terreno grande cerca de su casa, en
eso llegan los muchachos mayores que él,
David estaba ganando en el trompo y estos jóvenes mayores hicieron que peleara
con Luisito, su amigo y compañero de juego. Ellos, los muchachos más grandes,
agarraron dos hojas de limón, una de las hojas la pusieron a los pies de
Luisito y la otra a los pies de David.
—A
que no pisas esta hojita—le dijeron a David los muchachos grandes. —Esa hojita
es la mamá de Luisito.
A Luisito le dijeron los mismo, quién cayó en
la tentación y pisó la hojita, al ver los muchachos grandes que habían logrado
el objetivo, le dijeron a David;
—
¡Verga güevón!, ¿vas a dejar que pisen a tu mamá?
David
se llenó de cólera, se puso rojito porque había salido de tés blanca como su
mamá, sus ojos verdes le hervían de ira y pisó a la mamá de Luisito, es decir a
la hojita frente a sus pies. El otro niño al ver esto terminó de machacar la
hoja con sus pies, entonces David se le abalanzó hacia Luisito como una
bicicleta en una pendiente, lo tomó por las piernas y lo batió contra el piso y
un remolino de golpes cayó sobre Luisito, todos en la cara; pero Luisito logró
quitárselo de encima, y una vez de pie, se cuadra, lo mismo hizo David.
Los
niños estaban llenos de adrenalina, ninguno sentía miedo y se miraban fijamente
a los ojos, en constante movimiento, en ese momento Luisito logra conectar una
derecha directa al ojo izquierdo de su adversario, dejándolo aturdido, y al notar este aturdimiento en
fracciones de segundos logra conectar otra derecha en la mejilla de David; pero
este segundo golpe solo hizo enfadar más a David y él invistió con golpes a las
costillas y a la boca del estómago, al instante Luisito queda totalmente
privado de aire y cae al suelo en posición fetal.
Al ver David esto, logra volver en si, y ve a
su compañero de juegos tendido en el piso esforzándose por tomar bocanadas de
aire, siente miedo, remordimiento a la vez, por lo que empieza a llorar (es que
tan solo eran niños de nueve años). Los
otros muchachos que habían azuzado la pelea se preocuparon por toda aquella
escena, levantaron al niño del piso y lograron calmarlo, lo mismo hicieron con
David. Los muchachos grandes, que estaban avergonzados por lo que hicieron,
acompañaron a los niños hasta sus casas, como un acto de redención.
Pero
al llegar la noche, ya los jovencitos habían salido de sus casas nuevamente,
ambos bañaditos y bien vestidos, con sus respectivos gurrufíos en mano, para
empezar una partida con sus demás amigos, como si nada hubiese pasado en la
tarde; más bien la pelea solamente logró fortalecer más la amistad entre ellos;
pero aun así, en cada juego transmitían bastante rivalidad, pero solo dentro
del terreno de cualquier deporte o juego tradicional y no en otro terreno de
sus vidas.
Este
era David, un buen amigo y compañero, pero para nada era un pendejo y menos un
cobarde, y así eran la mayoría de sus amigos, porque el ambiente donde
crecieron brindaba todo un contraste de actividades perteneciente solo a
lugares populares, donde se mezcla la pobreza con la naturaleza, donde existen
familias de clase media baja, clase baja
y algunas que rayan en la miseria, donde no existen lujos, pero que se respira
aire puro, y las matas de mango son los grandes edificios que en otros lugares adornan el ambiente, donde el
salir a cazar tuteques y potoquitas a pulso de gumera, sustituye a lo que sienten otros niños al visitar un
parque mecánico como en Orlando—Florida; y aunque no lo creamos, el futuro de
la humanidad está en el estilo de vida de estos niños en sectores populares,
semi-rural y rural.
Solo
tenemos que ver un poco allí y veremos, como ellos son los mejores
recicladores, donde convierten la basura en juguetes, juguetes que necesitan
energía limpia proveniente de sus cuerpos en pleno crecimiento, para que
funcionen; o en otros casos funcionan con la energía del viento. Allí está el
volador o papagayo que para elevarlo se necesita correr y aprovechar el viento
recio y a favor, tenemos también los carritos hechos con latas de leche, arena
y alambres. También está el gurrufío hecho de tapas o chapas metálicas y de
botones usados. Ustedes al estar leyendo esto recordarán el guinda-guinda, la
pelota hecha con medias viejas, el trompo de madera o quizás otros juegos como
el escondite donde no se usan objetos, sino la pericia de cada quien y el
entorno que brinda la naturaleza. En fin, hay tantos juegos tradicionales que
mencionar, y que solo se dan en estos sectores populares, donde se puede
demostrar que son totalmente ecológicos, saludables y que fortalecen la
capacidad física y mental de nuestros niños.
Ojalá
no mueran estas cosas, que no queden en la historia, porque no queremos niños
gordos, que ya a los veinticinco años sufran infartos o padezcan de diabetes, porque nuestro estilo de vida
durante la infancia será el reflejo de nuestra adultez.
No
les he hablado de Luisito, “porque yo soy Luisito”, soy el mejor amigo de David,
soy su mejor contrincante, donde yo gano muchas veces, pero también muchas
veces pruebo la derrota que él me propina, soy el único que le ha ganado en
peleas y él es el único que me ha ganado en las mismas. También soy su
admirador y él es mi mejor ejemplo de vida, reconozco que por más que me
esfuerzo en alcanzarlo en cualquier ámbito de la vida, él siempre está un paso
más adelante que yo. Por tal razón y muchas más, cuento sus anécdotas, porque
sus anécdotas son las mías y las que no lo son, las hago mías también.
Su
vida está llena de aventuras, quizás no como las de Marco Polo o las de Francisco
De Miranda, pero si vividas con la misma intensidad y con la misma
espiritualidad. Y espero, y es mi motivo, que ustedes, donde quiera que estén
leyendo esto, por la razón que lo estén haciendo, puedan tomar lo bueno de mi
amigo y hacerlo suyo, que aprendan de sus errores y de sus debilidades, y que
sirva de fuente inagotable de inspiración y de patriotismo en sus vidas.
Sé
que cada uno de ustedes tiene su propio campo de batalla con diferentes
contextos y realidades, más al final… todo campo de batalla tiene un mismo
objetivo… y ese es, nada más y nada menos… que la VICTORIA.
Capítulo III.
Entre
todo este de ambiente de juegos de niños donde crecimos, hay que recordar los
soldaditos de juguete, que nos regalaban nuestros padres y familiares.
Aquellos soldaditos verde oliva, donde cada
uno adoptaba una posición específica de combate. Había uno que disparaba desde la
posición de rodilla, otro acostado, estaba el que lanzaba una granada, el que
sostenía y apuntaba con la bazooka, el capitán parado dirigiendo el combate
solo con su pistola y otros soldaditos más, ejecutando diferentes posiciones. Y
ni hablar de toda la logística con que venían en su paquete, porque también
estaba el jeep, el camión de transporte de tropa, los tanques, y los cañones
portátiles que tenían la opción de engancharlos al jeep. Todo esto para
nosotros era un bello paisaje, era muy placentero jugar con esos juguetitos,
nuestra imaginación volaba, no había límites.
A
parte de nuestros soldaditos de juguetes, también nos encantaba leer las enciclopedias
ilustradas, los cuentos y las historietas. Los padres de David eran maestros y
por ende tenían muchos de estos libros en su casa. Las historietas que tanto
nos gustaban, eran con temática de nuestros próceres durante la Guerra
Independentista. David pasaba mucho tiempo pegado a esas historietas, las
cuales relataban con ilustraciones y pequeños diálogos, las batallas más importantes y resaltantes,
como la de Carabobo, Queseras del Medio, La Victoria, Pichincha, Junín, Boyacá,
entre otras.
A
mi particularmente me encantaba la de la batalla de Las Queseras del Medio,
donde el General Páez con tan solo 150 llaneros a caballo, derrotaron e
hicieron huir de manera despavorida a
casi nueve mil tropas realistas, se dice fácil, pero no lo es en absoluto. No
he leído en al alguna otra parte de la historia de la humanidad que ciento
cincuenta jinetes hayan vencido a miles y miles de soldados organizados, compuestos
por infantería, artillería y caballería.
¡Qué
día tan lleno de gloria para el General Páez! y sus 150 Bravos de Apure, y lo
mejor de todo, que entre esos cientos cincuenta Bravos, estaba peleando nada
más y nada menos que el teniente Pedro Camejo, conocido mejor como “Negro
Primero”
Negro
Primero, después de Bolívar, era el guerrero favorito de David. Vaya hombre
este Negro Primero, si viviese en nuestra época seguro sería un Guardia Nacional
perteneciente a la parte de operaciones especiales y siempre estaría en las
misiones más peligrosas, en sus tiempos libres sería todo un atleta, de esos
cuya musculatura es sobresaliente, llegando a practicar varias disciplinas
deportivas, como por ejemplo: boxeo, atletismo y fútbol campo, en este último
jugaría la posición de defensa central o contención, apoderándose de ese
territorio, tal como nuestro Vinotinto Tomás Rincón, o el Argentino Javier
Mascherano, convirtiéndose en un cancerbero humano.
Como
verán, David creció impregnado de la Venezuela heroica; por cierto, ese es el
título del famoso libro que narra los combates independentistas, “Venezuela
Heroica” escrito por el genio Eduardo Blanco, escritor que pone a volar nuestra
imaginación y nos coloca dentro de la escena, logrando colocar a nuestros
próceres mucho más alto que a los fantásticos personajes de la Ilíada; con la
diferencia que los nuestros no son un mito, todo lo contrario, los nuestros fueron
reales, de carne y hueso, los cuales nos legaron el tesoro más hermoso que
pueda poseer territorio alguno, y eso es, nada más y nada menos, que “La
Libertad”, el don más preciado de todos.
David
me recuerda al Hidalgo o Don Quijote de La Mancha, recuerdo que este hombre
pasó toda su vida leyendo novelas de caballeros andantes, de las que leyó tanto
que cayó en la demencia, creyéndose un caballero andante que luchaba contra hechiceros,
gigantes y temibles villanos, donde él rescataba doncellas de estos seres
malignos, andaba por un mundo imaginario lleno de proezas, su virtud, su
honestidad y valor, eran las principales armas del Quijote y su alimento
espiritual era la joven doncella Dulcinea del Toboso, de la cual estaba
profundamente enamorado y a quién dedicaba todas sus hazañas, Mi amigo se
parecía a este célebre personaje, “no en su locura”; pero sí en lo idealista y
soñador.
David
siempre me decía, que como le hubiese gustado ser un soldado del Libertador y
haber participado en sus batallas montado a caballo con lanza en mano y su
espada envainada ceñida a su cintura, lista para ser empuñada, luchando por la libertad y por
los ideales que Bolívar había incrustado en todo el pueblo venezolano de
aquella época; sin embargo, daba gracias a Dios que a pesar de no haber
participado en aquella gran gesta, le
había dado el honor ser venezolano y se consideraba afortunado, que su país
tuviese un pasado tan glorioso, digno de los más épicos de la historia de la
humanidad.
Capítulo
IV
“Querido Dios, tengo la
oportunidad de ser un soldado, de portar el glorioso uniforme del Ejército
Venezolano, dame fuerzas para portarlo, dame dignidad para llevarlo y sobre
todo, aleja los miedos de mi”. Oraciones como, elevaba
David a su Dios. Ya no era un niño; tampoco un adolescente y estaba por cumplir
los 19 años,
David
había alcanzado a su papá en estatura, medía 1,89 cm, solo un centímetro lo
separaba de la frontera de los 1,90 de estatura, era ancho de hombros y de
espalda sumamente desarrollada, porque era adicto a las flexiones de pecho y a
las paralelas, su torso era abultado, no tenía el abdomen definido, porque
odiaba hacer abdominales, sin embargo era tallado de barriga, era de piernas torneadas y moderadamente
definidas, su piel era clara como la de su madre y había sacado los ojos verdes
aceituna de su abuelo materno, sus labios
y nariz los sacó a su padre, estos eran ligeramente de rasgo afrodescendiente.
Era todo un mestizo, un blanco criollo.
Para
esa época de sus casi diecinueve años, estaba empezando el segundo semestre de
la carrera de Ingeniería Civil, sus notas eran regulares, muy raro obtenía
notas como un ocho o un nueve y ni hablar de un diez, pero pertenecía a la
selección de volley ball de la universidad, era el tercer jugador más destacado
y el más joven a la vez, su posición era la de sagüero central, con gran poder
de salto vertical, un gran rematador zurdo, todo un dolor de cabeza para los
demás equipos. Siempre los zurdos son un dolor de cabeza en casi todos los
deportes, eso se debe en gran parte, a que la mayoría de las personas son
derechas y por instinto o reflejo inmediato, defienden el lado derecho y
descuidan el lado opuesto, también existen otros factores, pero quizás este sea
el más influyente.
David
no trabajaba, solo se dedicaba a su deporte y a sus estudios. Sus padres
insistieron que no trabajase, que mientras ellos tengan para darle y cubrir sus
gastos, lo harían con mucho amor y esperanza, también le enseñaron que estudiar
y hacer deporte era su trabajo. Pero esto no significaba que no ayudase en la
casa, aunque en realidad era flojo para ayudar a su madre, tenía su cuarto
ordenado a fuerza de regaños, barrer las hojas de mango y de pumalaca en el
patio, era toda una odisea para él. Hacía los quehaceres de manera coactiva o como solemos decir por estos lares
“Tenían que arrearlo” para que ayudara en la casa.
Cuando
era sábado, siempre se levantaba de la cama a las 10 am y los domingos a las 8
am, porque lo remolcaba su padre para ir a la iglesia. Él disfrutaba de las
reuniones en la iglesia, el problema era para levantarse de la cama.
En
la iglesia era el maestro dominical de los adolescentes, se paraba frente a
ellos con la biblia abierta, sostenida en su mano derecha, poseía un lenguaje
corporal muy ameno, a los jóvenes les encantaba sus clases, porque se reían
mucho, solía bromear respetuosamente de la historias del antiguo testamento.
—Buenos
días muchachos, hoy vamos aprender como mi tocayo el Rey David, era un gran
piloto de motos de carrera, fue precisamente con una moto que él pudo vencer a Goliat,
un soldado filisteo que medía tres metros de altura.
Todos
los jóvenes se miraban extrañados y sonriendo. Confundido por lo de la moto en
los tiempos antiguos.
—Si mis amigos, el Rey David en sus tiempos
libres salía a competir con su moto en el desierto, para ganarle a lobos y
leones—
—
¡ja, ja, ja!, soltó la carcajada uno de los muchachos de trece años diciendo: —ya
sé.
—¿Qué sabes?—le preguntó David, y él niño responde:
—Las
motos Honda ¡je, je, je!
—Correcto
Carlos (este era el nombre del chico), fue con una Onda que el Rey David pudo
vencer a un gigante de tres metros de altura ¿Y ustedes saben lo que es una Onda?—preguntó David
a sus alumnos
A la velocidad del rayo Carlos levanta la mano
y dice:
—Yo
sé, es algo como con dos cuerdas de cuero, unidas a una especie de trozo de
cuero de zapato, parecido al que nosotros hacemos para nuestras gumeras, y allí,
en ese cuero se pone una piedra—respondió el muchacho, que parecía estar
completamente seguro que su respuesta era correcta.
—
¡Muy bien Carlos!, ¡muy bien!... Muchachos,
fue con esa arma que se venció al Gigante Goliat; pero había un arma más
poderosa que la Onda y no es precisamente un “Ferrari” ni tampoco un Mustang
Todos
los muchachos soltaron más carcajadas, por las comparaciones de su maestro.
—Esta arma a la que me refiero, es la rectitud
a Dios el Padre y a las enseñanzas de su Hijo Jesucristo, y también lo es la fe
a ellos, como seres supremos, como seres que no te abandonarán en los momentos más
espinosos de la vida. Hoy nuestras batallas no son precisamente contra Goliat,
pero hay otros gigantes igual de peligrosos que nos alejan de la felicidad,
¿Quién me puede decir uno de ellos?
Esta
vez levanta la mano otro chico, llamado José y contesta:
—Las
narconovelas de la televisión.
—
¿Y por qué?—preguntó su maestro.
—Bueno, mi mamá dice que están llena de obscenidad,
que ponen a las mujeres como objetos sexuales y que esas novelas nos quitan
tiempo para estudiar y descansar correctamente durante la noche.
Otro
jovencito animado levanta la mano y agrega:
—Las
drogas, el alcohol y el cigarro son otros Goliats que debemos vencer.
—Así es—dijo David. —Sus respuestas son
magníficas, estamos rodeados de Gigantes, y yo les invito a tomar esta Onda (Levanta
la biblia), si la leen a diario y siguen sus enseñanzas, derrotarán todas las
cosas malas que quieran alejarlos de Dios, sigan el consejo de sus padres que
nadie los amará más aquí en la Tierra que ellos.
Así
eran las clases de David, divertidas y llenas de enseñanza, poseía técnicas
pedagógicas innatas, técnicas que a
muchos les llevaría años de universidad para poder adquirirlas y ejecutarlas de
manera natural. Él, cuando entraba a la iglesia, lo rodeaban los niños y niñas,
lo saludaban de manera jovial, poseía un gran carisma para con los niños,
también lo veían como un ejemplo y alguien a quien seguir, solían decir los
niños “cuando yo sea grande seré tan fuerte como David”, y las niñas decían “cuando
yo crezca me casaré con David”.
Los
padres de David estaban muy agradecidos por el hijo que tenían, estaban tan
orgullosos de él, y aunque ellos no se lo demostraban con palabras lo hacían
con sus acciones. El Señor Andrés se ría
de su esposa cuando ella solía decir:
—Sacó
la inteligencia de su mamá.
—Si
claro, y si el muchacho hubiese salido bruto,
dirías: “Salió igualito a su papᔡ ustedes las mujeres!—dijo Andrés
Capítulo V.
David
adoraba la universidad, su deporte, la iglesia, sus amigos, pero sabía él, que
le faltaba experimentar algo que siempre había
soñado ser, y eso era “ser soldado”.
Siempre
cuando iba por la calles se tropezaba con algún soldado de permiso y se quedaba
viendo el uniforme verde camuflado, las botas sumamente pulidas, en donde el
sol se reflejaba como en un espejo. También apreciaba el sombrero selvático
característico de la “Quinta División de la Infantería de Selva”, donde el
cuartel general se encontraba en su Ciudad Bolívar, capital del Estado Bolívar.
Faltaban
dos meses para que él cumpliese los diecinueve años y esto era en el quinto día
del mes de Abril y deseaba con toda intensidad unirse al ejército. El centro de
circunscripción militar quedaba solo a 40 minutos de su casa caminando. Pero primero
tendría que vencer toda la maraña de prejuicios de la sociedad de aquella época,
que veían al servicio militar como algo detestable, algo bajo, donde solo iban
malandros a servir, donde según ese prejuicio, se perdía dos años de vida,
arruinando una existencia que podría ser de prosperidad económica. Aún hoy en
día, existen fuertes secuelas de prejuicios
de aquel tiempo.
Para
ese entonces era el año de 1999 y un hombre que venía precisamente del Ejército
Venezolano obtenía el triunfo de la Presidencia del País, él cual ya todos
conocemos. Hugo Rafael Chávez Frías, quien tomaba las riendas del país y a la
vez, la de las Fuerzas Armadas, hombre que venía a refundar la República y
mejorar en muchos aspectos en el territorio castrense.
Retomando
el tema acerca del prejuicio social que se cernía sobre las Fuerzas Armadas, en
especial sobre el servicio militar. Era un prejuicio que tenía todos los
motivos para existir dentro de la sociedad venezolana, ya que los jóvenes mayores
de dieciocho años eran obligados a cumplir con dicho servicio por dos años.
Durante
aquel año y los anteriores, los organismos de seguridad del Estado, en especial
las unidades policiales, salían en grandes redadas durante las veinticuatro
horas, por el espacio de un mes por todas las ciudades y zonas rurales del
país, a fin de capturar tal como se captura a un delincuente, a jóvenes que
estuviesen entre 18 y 25 años de edad.
Las
autoridades policiales planeaban muy bien aquella recluta, colocaban alcabalas
improvisadas en las calles de alto tránsito vehicular, para abordar los
autobuses y otras unidades de transporte público, pidiendo cédula de identidad.
Se podían apreciar como los jóvenes desfilaban hacia el camión de redadas,
conocido popularmente como el “Elefante”, todo esto contra la voluntad de
ellos. Sí uno de estos jóvenes salía corriendo, era perseguido con las más alta
intensidad y una vez capturado, solían propinarle maltratos físicos y verbales.
Este exceso de fuerza, por estos organismos,
era algo normal, era el común denominador ser maltratado en las temporadas de
reclutamiento. Los agentes policiales a su vez eran presionados por sus
superiores, los cuales le establecían metas diarias de cuantos muchachos tenían
que entregar a los diferentes componentes militares de país.
Estos
primitivos procesos de reclutamiento solo se llevaban a cabo en las zonas
marginales, populares y céntricas de las ciudades, no porque era una ley, sino
más bien era por el virus discriminatorio inyectado por las clases medias altas y altas de la
sociedad.
Nunca
verías estas redadas en urbanizaciones finas, ni discotecas ni en centros
comerciales, donde solo asistían jóvenes de familias con alto poder adquisitivo,
y si por alguna casualidad, uno de estos jóvenes estaban en algún lugar donde
frecuentaba la gente humilde y era capturado por la policía, no tardarían ni dos
horas en soltarlo, por alguna llamada o por algún soborno.
Se puede decir que el servicio militar es para
los pobres y son estos los que han derramado océanos de sangre en esta patria,
son nuestros humildes, los que de manera anónima mueren por la libertad y la
justicia, habrá de vez en cuando un Simón Bolívar que se despoja de sus
riquezas y delicias de la vida para combatir al lado de los pobres y por los
pobres, pero quizás sea uno entre cien miles, o uno entre millones.
Capítulo VI.
Eran las seis en punto de la mañana, el
mes de mayo se estaba terminando y David
estaba acostado en su cama, ya estaba bañado y vestido para ir a la
universidad; pero un deseo se apoderó de él, este deseo era de no asistir a la
universidad para irse a alistar al centro de conscripción militar que estaba a una hora de su casa caminando. Sus padres ya estaban
saliendo para el trabajo. Él no les mencionó nada de irse a alistar al ejército
esa misma mañana.
No dijo nada, especialmente por su mamá,
ya que ella con solo llorarle para que no se fuese para el Ejército, sería
suficiente para enfriar sus ánimos. De pronto el deseo empezó a bajar en
intensidad, veía una especie de traición, no decirle nada a su madre; por su
padre no habría problema, porque siempre contaba con el apoyo de su papá en
cualquier empresa que él eligiera.
Después
de batallar con el mismo dentro de su mente, decide irse a clases.
Estaba en la parada, eran las 6:30 am,
se paró el autobús de la universidad, entró, saludó a algunos amigos y se sentó
en los puestos finales, del lado derecho del bus, pegado a la ventana, su mente
estaba en blanco, su mirada estaba fija en todas las personas que estaban en la
avenida, esperando por el transporte urbano para ir a sus labores diarias.
De repente, David se levantó y le dijo
en voz alta al chofer que se parase. El transporte no había pasado ni cinco
minutos de recorrido, se detuvo, David
se bajó, decidió irse caminando al conscripto, ya no discutía consigo mismo, ya
estaba decidido a prestar el servicio militar, no iba postergar más esa
decisión, había perdido un año pensando el asunto. Ya no pensaba en las
consecuencias de lo que haría a continuación, incluso se sentía inmune a lo que
pudiera pensar su mamá o las lágrimas que pudiera derramar, recordó aquella
famosa frase del Libertador “Cuando la Patria llama, hasta el llanto de la
madre calla”.
Su imaginación empezó a viajar por el
horizonte, podía verse entrenando todos los días bajo un régimen muy estricto y
fuerte, podía sentir el fusil en sus manos estando en formación frente a la
Bandera Nacional, entonando el “Gloria al Bravo Pueblo”.
Entre tantas cosas concernientes al ejército,
que podía él imaginar, también llegaba a su mente que conseguía explotar sus
condiciones físicas al máximo y se convertiría en un arma letal dentro del
Volley Ball, sabía que nadie entrena más fuerte que un soldado, a excepción de los
atletas de alta competencia. Así que sacaría todo el provecho posible y lo
mejor de todo es: Que el Volley Ball es un deporte muy practicado dentro de la
Fuerza Armada, donde cada año realizan diferentes torneos entre los cuatro
componentes de esta.
Finalmente después de casi cuarenta
minutos de caminata, David llegó al
Conscripto Militar de Ciudad Bolívar, dentro del cual, se puede apreciar otro
ambiente, diferente al exterior. Adentro había diferentes militares dispersos,
conversando con los jóvenes voluntarios. Todos esos militares llevaban el
uniforme verde camuflado, algunos tenían boina negra, otros roja, y la mayoría
llevaban el sombrero selvático. Se podía
apreciar que ellos estaban tratando de convencer a los jóvenes para que eligieran
su batallón, destacamento o unidad para prestar el servicio militar. La mayoría
de los muchachos eligen batallones del Ejército y de la Guardia Nacional, el
resto va formar parte de la Armada y de la Aviación.
Algo interesante a destacar, es que estos
militares encargados de seleccionar o mejor dicho; de convencer a los
aspirantes, iban vestido de la manera más llamativa posible, como si estuviesen
en un desfile militar de alguna fecha histórica, pero con uniformes de campaña
y mangas recogidas, llevaban cinturón de combate o el arnés, las botas
extremadamente pulidas y sin lugar a dudas, aquellos militares fueron escogidos
para la selección de voluntarios por su alto poder de convencimiento, parecían
tener habilidades innatas para comunicar; podían vender excremento de perro al
mejor precio, si se les hubiese ordenado.
Desde la entrada de aquel lugar, en “La Prevención”, un Sargento Técnico de primera llamó a David,
este vino hacia él y el Sargento le ofreció la mano, para luego presentarse.
— Hola
pana, soy el Sargento Espinoza—dijo con voz rasposa y con un leve acento de
Caracas. — ¿Cómo te llamas?
—David
Sierra señor.
— ¿Vienes
a prestar servicio militar?
—Si
señor—respondió David, mirando fijamente a los ojos de aquel hombre, como
tratando de escudriñar la personalidad de aquel interlocutor con uniforme
camuflado.
—Puedes
decirme Sargento Espinoza…Bueno, aunque no me lo preguntas, es mi deber decirte
que yo pertenezco al “Batallón Coronel Rondón”, aquí mismo en el Fuerte
Cayaurima de la Quinta División.
Este sargento, medía aproximadamente
1,83 de estatura, de ojos verdes y enrojecidos alrededor, de contextura delgada,
con la barriga ligeramente abultada, tendría unos 35 años, su rostro estaba
tostado por el sol, sus dientes estaban manchados, con ese color típico de los
fumadores y su personalidad transmitía una especie de magnetismo, se podía
apreciar también que su carácter estaba curtido por experiencias peligrosas
dentro de su profesión.
El
sargento continuó con otra pregunta:
— ¿David,
tú estás estudiando?
—Si
Sargento, estudio en la UDO, segundo semestre de ingeniería civil y soy miembro
de la selección de volley ball de la universidad—contestó
David con orgullo.
— ¡Excelente!, sabes, si tú eliges venirte
para nuestro batallón, te daremos la oportunidad de seguir tus estudios,
nuestro comandante es nuevo y está implementado la modalidad de estudios universitarios
dentro de su batallón, de hecho, contamos con dos jóvenes que están empezando
un T.S.U. en Informática, estudian en el Instituto Universitario de Ciudad
Bolívar—agregó Espinoza en un tono muy convincente y atractivo; a pesar de su
voz rasposa.
La conversación siguió por un rato más,
David le hizo muchas preguntas a Espinoza acerca de la vida dentro del cuartel
y Espinoza entre muchas respuestas le dijo:
—Hijo,
allí dentro, tienes que comerte la verdes para empezar, y te digo… que son muy
verdes y sumamente ácidas, pero las maduras son dulces, sabes… es interesante
que alguien como tú quiera prestar el servicio militar, ¿por qué lo haces? Si
te gusta la carrera militar ¿por qué simplemente no presentas la prueba de
admisión para la carrera de oficial?
—No
sé cómo explicárselo—respondió David que no hallaba que decir— Yo quiero ser un
ingeniero y seguir jugando volley ball; sin embargo, siempre he querido ser un
soldado.
—Solo
veo que eres un patriota hijo, eso es todo…un patriota, no hay más nada que
explicar.
—Creo
que el patriota es usted Sargento, que ha decidido tomar la carrera militar
como una forma de vida, a diferencia de mí, que solo viviré la experiencia
por dos años.
Espinoza
se sintió sobrecogido ante aquellas palabras, que mostraban una gran madurez en
el muchacho, nunca en su vida vio a un recluta o a un voluntario expresarse de
esa manera. Y en mucho tiempo, no le habían hecho un halago por dedicar su vida
a la carrera de las armas. Sintió como si ese muchacho fuese un superior suyo.
— ¡Quién
sabe Sierra! Dices que solo quieres servir por dos años; pero cosas suelen
pasar durante esos dos años, muchos terminan enamorándose y casándose con el
ejército; aunque otros se divorcian de él. Bueno Sierra, tienes que pasar por
allá detrás, entrega tu cédula y has esa cola que ves al fondo, allí te van
hacer el chequeo médico, después hablamos, ojalá decidas irte para nuestro
batallón, recuerda que allí te apoyaremos en tus estudios.
David se acercó a la cola, colocándose
de último, había alrededor de unos doscientos jóvenes presentes, casi todos los
muchachos de la cola, tenían la misma mirada de David, se podía notar en ellos
que estaban deseosos de aventura; pero a la vez tenían miedo, miedo a lo desconocido, como si
estuviesen a punto de entrar en otra dimensión, en una dimensión desconocida.
Pero su deseo de aventura era más fuerte que sus temores. Algunos de ellos, ya
habían hecho amistades en la larga cola y otros estaban encerrados en un
mutismo completo.
Unos
pocos de los jóvenes que conversaban en la cola, alardeaban de conocer mucho de
las Fuerzas Armadas, debido a que tenían algún familiar cercano dentro de ella,
eran los “pantalleros”, los que no pueden faltar en ninguna parte, los
presumidos.
Pero todos esos jóvenes estaban allí
por voluntad propia, ninguno había sido reclutado. Venían de diferentes
ciudades y poblados del estado Bolívar. Muchos de ellos tenían hasta dos días
en el conscripto militar, ya que las instalaciones cuentan con grandes
dormitorios al que ellos llaman Cuadras, y estas cuentan con baños internos. También
se les ofrecía tres comidas diarias, porque contaban con un gran comedor,
con capacidad para unos ciento cincuenta
alistados, y estos alistados, durante su permanencia allí, colaboraban con el
mantenimiento de todas las instalaciones, bajo la estricta supervisión del
personal militar.
La cola iba fluyendo hacia una de las
cuadras, donde está la Enfermería, la cual está anexada al final del dormitorio
y para entrar en ella se hacía a través de una puerta con medidas normales,
como la puerta de cualquier casa. A la Enfermería van pasando de diez en diez
alistados.
Después de casi dos horas de espera,
David entró con un grupo, a los cuales se les pidió que se despojaran de sus
ropas, inclusive la ropa interior, quedando totalmente desnudos en una sala
grande que está rodeada de consultorios amplios, los cuales tienen las puertas
abiertas a fin de que fluyera el aire. Mientras ellos estaban en aquella sala
grande, se les tomó el peso y la estatura, actividad que era realizada por
soldados auxiliares de los enfermeros y
enfermeras.
Proveniente de uno de los consultorios,
se escuchó una voz de manera fuerte:
— ¡Pasen
cuatro más!
David era el primero de los cuatro y al
entrar le dice un medico:
— ¡Pélate
el pene hacia atrás!—el médico chequeó rápidamente el glande. —Ahora inclínate ¡Pélate
las nalgas!—David sintió la mayor vergüenza púdica que había sentido jamás,
pero ya estaba allí, quería ser soldado, y como todos lo hacían a su alrededor,
sin la mayor protesta, él también lo hizo. –Párate derecho y levanta los
brazos, respira profundamente, vota el aire
Mientras David inhalaba y exhalaba aire,
sintió el frío del consultorio y el fuerte olor corporal de todos aquellos
alistados, todos esos penes pelados unos tras de otros, sumado a las nalgas
peladas, aquel olor era sumamente incómodo.
Al rato llegó una doctora y le dijo a
David:
—Ok
muchacho, abre un poco la piernas—dijo la doctora y con un guante de látex
puesto en su mano, afincó dos dedos en el periné, y le pidió que tosiera duro,
preguntándole si le dolía, luego repitió el mismo procedimiento pero esta vez
en la pelvis.
Una vez realizada la estricta
examinación médica, los aspirantes se vistieron y fueron llevados a recibir
diferentes vacunas como la toxoide, contra la fiebre amarilla, entre otras. Algunos
mientras esperaban ser vacunados, bromeaban acerca de cómo los soldados vacunaban
y decían: “Estos carajos no inyectan, sino que lanzan esas vainas como si
fuesen dardos”, otro: “Esos soldados no inyectan, meten puñaladas, ¡ven para
acá para meterte la puñalada de la toxoide!”. Lo cierto era, que si vacunaban
con la mayor brusquedad posible, gotitas de sangre salían después de cada
inyectada, y aún seguían saliendo minutos después. Pero los soldados lo hacían
a propósito, disfrutaban todo aquello de poner vacunas.
De
pronto, en la cola de las vacunas, se acercó el Sargento Espinoza. Todos los
alistados hicieron silencio, aquel catire de ojos verdes y de cara tostada,
infundía respeto. Pero para sorpresa de
los presentes, Espinoza comenzó a
colocar sobrenombres a algunos de los que estaban allí: “¡Mira este tiene los
ojos azul celeste!”, refiriéndose a un chico menudito de estatura y de cuerpo,
con cabello rubio y ojos verdes, ojos que eran visiblemente viscos. El sargento
agregó nuevamente “Verga pana, tienes los ojos aSurrr-celeEste, uno pa`l sur y
el otro pa´l este”, todos los que estaban cerca del menudito muchacho soltaron una gran carcajada. “Y mira a este
culón” Continuó Espinoza dirigiéndose a otro muchacho y le preguntó ¿Cierto que
tu mamá no te ponía talco; sino polvo royal, cuando te cambiaba el pañal?
¡Cierto! “¡No Sargento!”, respondió el muchacho. Espinoza se puso serio, transformó
su semblante y ejerció una mirada intimidatoria y le volvió a preguntar “¿Cierto
que te echaban polvo royal?”, “Si” respondió el muchacho, que no pudo sostener
aquella mirada de mil batallas, y todos alrededor nuevamente se rieron. Entre
sobrenombres y mamaderas de gallo, por parte aquel peculiar sargento Espinoza,
el trayecto a las vacunas se hizo bastante rápido y ya la mañana casi terminaba
de irse, faltando solo media hora para el mediodía.
Cuando todos los aspirantes ya estaban
listos, los sentaron debajo de un galpón que está en el patio principal. Una
vez que todos estuvieron sentados en el piso y perfectamente ordenados en filas
y columnas, se les acercó un teniente del ejército, de tés morena con cejas
bastante pobladas y de mirada recia, el cual se montó en una silla y con voz
enérgica saludó a todos diciendo: “¡Buenos días!” Todos respondieron los “buenos días” pero de
manera débil, el teniente agregó “¡Otra voz!” Y repite “¡Buenos días!” y la
agrupación de jóvenes al unísono
gritaron un fuerte “¡BUENOS DÍAS!”, “¡Muy bien! pensé que eran unas mamitas,
soy el teniente Méndez y estoy a cargo de la selección de todos ustedes; voy a
ser breve. Aún les queda las pruebas psicotécnica, académica, más la entrevista
con la psicólogo; pero hoy no podremos hacer dichas pruebas para los que son de
de Ciudad Bolívar, así que tienen que estar aquí mañana a la 6:30 am, los demás
presentarán las pruebas hoy, a partir de las 2:00 pm, y les doy ¡5 segundos y
llevo 4!, para que estén en formación frente al comedor”. Ante aquella orden
todos salieron corriendo hacia el comedor, de la manera más rápida posible, excepto
los de Ciudad Bolívar que corrieron fue hacia el portón, porque el comedor era
para los jóvenes de afuera.
Capítulo VII.
Después de esa jornada de alistamiento,
David emprendió la caminata hacia su casa. Ya eran casi la una de la tarde y el
sol para ese momento del día en Ciudad
Bolívar es sumamente caliente, puedes sentir la radiación penetrando en tu
piel, y probablemente la temperatura estaba en 37 °C; pero David, en medio de
su meditación de todo lo que ocurrió durante la
mañana, no sintió todo aquel el calor.
Mientras iba caminado, con su mochila
de la universidad detrás de su espalda, lo invadió un sentimiento de culpa por
lo que hizo y le empezó a dar muchas vueltas a su cabeza, tratando de encontrar
las mejores palabras para explicarles a sus padres lo que acababa de hacer,
especialmente pensaba como explicarle a su mamá.
Finalmente llegó a su casa, eran las 2:00 pm,
normalmente llegaba a diez para la una y no sería una novedad a la hora que
llegó en ese momento; de no haber sido porque estaba bañado en sudor y su ropa
desprendía un fuerte olor a
transpiración y sol, era evidente que no se vino en el transporte, por lo que
su madre le preguntó, con cara de policía:
— ¿De
dónde vienes David? ¿Por qué estás tan sudado y hediondo a sol?
—No mami, hoy salimos temprano y Luisito y yo,
nos fuimos terminar un trabajo en casa de Carla; así que tuve que venirme a pie de allá—respondió David,
con el argumento más tonto que pudo inventar en ese momento.
— ¡Mmm...!
¿Y por qué no tomaste una camionetica?
— ¡Ah
bueno mamá, pareces policía! Aquí está la cedula para que me lleves a la
comisaría!— contestó David de manera tosca, tratando de evadir semejante
interrogatorio.
–Está
bien María—intervino el señor Andrés, y al mismo tiempo soltaba la risa por la
última respuesta de David.
—Pero,
Bueno Andrés, ¿Y te vas a reír de la respuesta que me dio tu hijo?—expresó
María Laura con los brazos cruzados, que simulaba estar enojada, pero en
realidad no lo estaba.
Andrés le pidió disculpas a María, al
igual que David. Aquellas dos disculpas fueron suficientes para ella.
David se sentó a la mesa luego de
haberse bañado, ya sus padres habían
comido y su madre le sirvió el almuerzo, un plato muy grande donde resaltaba un
jugoso bistec salteado en mantequilla al ajillo, acompañado de un sustancioso
puré de papas con cinco tajadas de plátanos
fritos que rodeaban al bistec; y de tomar, un jugo fresco de guayaba; “
jugo favorito del señor Andrés”; pero antes de comer ya David se había tomado tres
vasos de agua fría, por la sed que le produjo toda la jornada de
esa mañana, sumado al sol que tomó durante toda la caminata.
Aún con el estómago lleno de agua,
David se comió el almuerzo y se tomó dos vasos de jugo de guayaba.
En Ciudad Bolívar, debido al fuerte
calor, donde se siente verdaderamente un gran
resplandor, después de tomar buen almuerzo, no queda más remedio que
tomar una siesta. Por tal razón, David quedó bobo por todo lo que comió y
bebió, y decidió tomar una siesta en el
patio de su casa, en un chinchorro que está colgado bajo una mata de mango, más
los arboles de Mamón y pumalaca alrededor. Al acostarse, era tal su cansancio,
que no se puso a pensar en lo sucedido de esa mañana. David se quedó
profundamente dormido en el chinchorro y debajo de él, estaba el perro de la
casa “Goliat” un perro negro mestizo, de cruce entre doberman y dálmata que lo
acompañó en su siesta. Ese perro durante el día era manso, quizás sea por su
parte dálmata; pero en las noches, se transformaba en todo un centinela, era un
gran guardián, el mejor perro centinela que haya tenido la familia Sierra, y
quería mucho a David. Así que al menos en la casa de los Sierra, David y Goliat,
eran amigos.
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