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Capítulos finales de ORINOCO ZOMBI 1










Un formidable vehículo VTR del Ejército venezolano, color verde oliva, estaba estacionado en un punto entre los grandes campos de maleza y árboles de chaparro que dirigían hacia la población de El Almacén. Dentro del vehículo solo estaban el General González, el chofer y sus dos perros cancerberos que eran sus inseparables escoltas. Un equipo letal de fuerzas especiales, dirigido por el Capitán Ferrer ya se encontraba desplegado por el campo para cumplir una sola misión, asesinar al cabecilla de los guerrilleros de Ciudad Bolívar que amenazaban con quitar el poco orden que quedaba en el Estado Bolívar, pero sobre todo, intentaban quitarle el poder a González.
Ferrer y sus hombres tenían que evitar a toda costa un enfrentamiento con todos los guerrilleros. La misión era ir por la cabeza de la serpiente y luego huir hacia el VTR. Aquel escuadrón de la muerte estaba integrado solamente por siete hombres, incluyendo al capitán Ferrer, los cuales iban vestido con uniformes camuflados, boinas negras y sus rostros lo tenían lleno de pintura del mismo color de sus boinas.
La escuadra estaba integrada por dos expertos francotiradores, tres fusileros granaderos, un elemento de ametralladora MAG y el capitán Ferrer. La misión era sencilla, colocarse a quinientos metros en un punto previamente escogido por el equipo de reconocimiento. Los dos francotiradores apuntarían al mismo tiempo al comandante Casimiro,  si fallaba uno, el otro no lo iba a hacer, y si acertaban los dos, el blanco tendría muy pocas probabilidades de sobrevivir. El poderoso vehículo blindado VTR con su ametralladora “punto cincuenta” estaría cuidando las espaldas del equipo comando y sería la garantía de huir de allí echando leches como suelen decir los españoles.
— ¿Sierra 2, lo tienen?—preguntó por radio Ferrer a sus francotiradores.
—No, Sierra 1, obstáculos en la línea.

Desde un alto árbol de samán, los francotiradores solo esperaban un pequeño despeje para dar en el blanco asignado.
El equipo Sierra 1 prestaba seguridad al equipo Sierra 2, solamente se habían dividido en dos grupos, tres efectivos con Ferrer, y el equipo Sierra 2 estaba integrado por los dos francotiradores y un efectivo que les prestaba seguridad inmediata. Pero algo pasó, ráfagas de tiros se empezaron escuchar, la confusión reinó en los equipos de comando.
— ¡EMBOSCADA, EMBOSCADA!—gritó Ferrer por radio. — ¡Retirada, nos vamos todos!  ¡Al rinoceronte!


Decenas de guerrilleros empezaron a salir por todas partes, los equipos de comandos empezaron crear bajas en los guerrilleros, pero el factor sorpresa de los hombres de Casimiro Torres, sumado a su mayor número de combatientes de diez a uno, empezó a causar estragos en los elementos de comando. El equipo Sierra 2 había caído casi por completo, solo un francotirador estaba ileso, y era porque nunca paró de correr en su retirada. Sierra 1 siguió el mismo ejemplo del francotirador sobreviviente del otro equipo, corrían como el demonio. Necesitaban llegar al VTR lo más rápido posible. Ya González estaba informado por radio que la misión se fue al carajo, se preparaba ahora en su vehículo blindado para recibir a sus hombres y repeler el ataque de los guerrilleros.
Las balas silbaban en los oídos de Ferrer y sus hombres, los cuales corrían muy distanciados entre ellos a fin de no ser blancos fáciles. Ferrer sabía que fueron traicionados, pero ¿Quién?, ¿por qué?, y finalmente: ¿cómo? Los comandos a pesar de correr con todas sus fuerzas hacían pequeñas pausas para tratar de repeler el ataque de los guerrilleros quienes no parecían retroceder ante nada.
Sonidos de motores se sumaron a los disparos. Eran dos vehículos buggy que se dirigían hacia ellos. Hasta que por fin se visualizó el VTR el cual ya tenía el cañón de la punto cincuenta apuntando hacia los guerrilleros. Pero no disparaba, algo pasaba en el vehículo blindado, “a lo mejor no tienen los blancos muy claros”, pensó Ferrer.
Entonces, se dejaron de escuchar los disparos a su retaguardia. Los motores de los vehículos de los guerrilleros se escuchaban más cerca, y aun así, el VTR no abría fuego contra los irregulares.

De pronto, el sonido de los vehículos buggy habían cesado — ¡Qué mierda pasa aquí!—exclamó Ferrer, hasta que el VTR empezó a disparar; sin embargo no disparaba a los guerrilleros, sino que disparaba a Ferrer y a sus hombres. Aquello fue una carnicería, las enormes balas de las punto cincuenta destrozaron en pedazos los cuerpos de los equipos sobrevivientes de Sierra 1 y Sierra 2.
Ferrer se lanzó al suelo inmediatamente y junto a él, el único soldado que le quedaba.
Se fueron arrastrando rápidamente a un conjunto de grandes piedras macizas que estaban en el campo. Allí tomaron un respiro, pero estaban atrapados.
— ¡Maldito general de mierda! Nos ha traicionado—exclamó Ferrer.
— ¡Hijo de puta!—gritó el sargento Guzmán, quien estaba también escondido con Ferrer en las piedras. — ¿Y ahora, mi capitán? ¿Qué hacemos?
—Pelear Guzmán, vamos a pelear y llevarnos con nosotros a varios hijos de puta.
Ferrer y Guzmán disparaban hacia los guerrilleros, los cuales no pudieron avanzar más; pero no pasó lo mismo con el VTR, que si avanzaba hacia ellos. Estaban perdidos, Ferrer y Guzmán no tenían cohetes RPG para neutralizar aquel rinoceronte de acero que escupía fuego hacia ellos. Las piedras que los cubrían empezaron a resquebrajarse. En pocos segundos el VTR estaría muy cerca de ellos. Los buggy encendieron sus motores nuevamente para avanzar e ir disparando contra el capitán y el sargento.
— ¿Tienes esa granada de humo contigo?— preguntó Ferrer. Había recordado que el resto de sus hombres se habían burlado de Guzmán esa mañana porque el sargento se equipó con visión nocturna y una granada de humo. Guzmán solo respondió ante las burlas de sus compañeros: “Nunca se sabe”.
—Cierto mi capitán, aquí está—contestó Guzmán, ofreciendo la granada de humo a su capitán.
Las balas de la punto cincuenta hicieron una pausa. El VTR había detenido su marcha al igual que los vehículos de los guerrilleros.
—Capitán Ferrer, le habla su general—se escuchó una voz a todo volumen desde el altavoz del VTR. —Le ruego que se entregue, no tiene escapatoria. Le propongo la prisión a cambio de su vida.
— ¡Qué carajo es esta verga, mi General!—gritó con todas sus fuerzas Ferrer oculto entre las piedras. — ¡Nos ha traicionado! ¡Ha traicionado la Patria, es usted quien tiene que ir a prisión!
— No es traición capitán, es un nuevo orden que ha llegado al mundo, es un nuevo orden que ha llegado a Venezuela—contestó González, sosteniendo el intercomunicador con su mano derecha, teniendo su vista fija en el conjunto de piedras que ofrecía cobertura a Ferrer y a Guzmán. —Usted representa el viejo orden, jamás iba a aceptar mi propuesta, así que el sacrificio de usted y de sus hombres era inevitable. Pero le propongo vivir, vivir en prisión si se entrega. El tiempo dirá si podrá salir libre.
—Guzmán, prepara la granada, nos vamos cuando te dé en el hombro. Si nos llegamos a separar, nos vemos en el playón debajo del Puente Angostura. —comunicó Ferrer. — ¡Mi General! ¡Ya tomé una decisión! ¡VIVA LA PATRIA, CARAJO!—gritó el capitán, a toda fuerza de garganta, luego le dio un golpe a Guzmán en el hombro y éste arrojó la granada de humo a la izquierda de ellos, al mismo tiempo el capitán arrojaba dos granadas explosivas con fragmentación, una hacia el VTR y la otra hacia los buggy.
—Vete al infierno, capitán—susurró González dentro del vehículo blindado y luego dio la señal de avanzar y seguir disparando.
La granada fragmentaria que arrojó Ferrer hacia el blindado no le hizo ni un rasguño, pero la que llegó a los vehículos de los guerrilleros sí pudo neutralizarlos.
Inmediatamente un espeso humo blanco empezó a dispersarse rápidamente cerca  de Ferrer, el viento iba en dirección al blindado, al igual que el espeso humo blanco.
— ¡Ahora Guzmán!—ordenó el capitán Ferrer y ambos empezaron a arrastrarse sobre sus codos de manera muy rápida hacia donde había sido arrojada la granada de humo. Ni el VTR ni los guerrilleros pudieron seguir visualizando al capitán ni al sargento, mientras ellos seguían arrastrándose y ganando distancia; pero aun así ambos perseguidores—guerrilleros y el VTR—no dejaban de disparar.
Las balas silbaban muy cerca de Ferrer y de Guzmán, pero ambos hombres tenían los nervios de acero. Estaban acostumbrados a ello.
El humo llegó al VTR filtrándose por las ventanillas. Ya la visión era imposible. El conductor del blindado detuvo el vehículo.

— ¡Qué carajo haces! ¡Porque frenas!—gritó González con suma molestia en su cara.
—Mi General, si seguimos avanzando chocaremos con las piedras, y nos podemos voltear—respondió el conductor.
— ¡Pues entonces rodéalas!
—No veo nada, mi General.
González quitó inmediatamente del asiento del conductor—un soldado que operaba el vehículo—tomando así el control del VTR. González imaginó y estimó donde estaban las piedras, así que viró el volante hacia la derecha y siguió avanzando. Tenía la esperanza de pasar por encima, con diez toneladas de acero, sobre Ferrer y Guzmán. No iba permitir que se escaparan, y más sabiendo que Ferrer iría por él en cualquier momento. De repente el VTR chocó con algo muy sólido y al mismo tiempo buscó para voltearse.

— ¡Carajo!—expresó González, haciendo un gran esfuerzo para no voltear el vehículo. Había pellizcado una gran roca, pero el vehículo no se volteó, de modo que siguió hacia adelante pero totalmente a ciegas.
— ¡No pares, sigue disparando!—le ordenó González a uno de sus escoltas que estaba operando la ametralladora punto cincuenta que había cesado de disparar por no tener visión del blanco.
Al General se le complicaba su maquiavélico plan. Mientras tanto, Ferrer y Guzmán ya se habían levantado y corrían con todos sus ímpetus  hacia una zona boscosa impregnada de diferentes árboles. No obstante, las grandes y aterradoras balas de calibre punto cincuenta al parecer habían logrado su objetivo, muy a pesar que se estuvo disparando a ciegas, las tierra llena de maleza y flores silvestres, se volvían a regar con sangre patriota en aras de la defensa de la Libertad.
El mal esta vez había triunfado. El comandante Casimiro resultó ser un maestro del engaño. Siempre estuvo aliado al General González, ambos tenían intereses distintos, antagónicos en el fondo, pero aun así se necesitaban, y como dice aquella frase popular: “si no puedes con el enemigo, únetele”.
González en el fondo no podía acabar con los guerrilleros, les necesitaba como especie de “enemigos-amigos”, ¿algo contradictorio?, desde luego, pero al tenerlos de aliados y de adversarios al mismo tiempo, le daba la excusa para justificar cualquier decisión extrema a tomar. Tal vez siempre ha sido así en todas las épocas, los poderosos necesitan “enemigos necesarios” a fin de perpetuar su dominio.




—Carajo, mi teniente, ¿qué hacemos?—preguntó Reyes al ver que estaban rodeados.


—Quiero que vayas corriendo al frente y le avises a Jiménez que no dispare—Había  ordenado Camejo, sabía que había cometido un gran error a no mandar a revisar primeramente su retaguardia, la cual era la salida de emergencia al mismo tiempo.
Si Jiménez efectuaba un disparo, le estaría confirmando a los exhumanos que realmente ellos estaban escondidos allí, pero si por el contrario, se mantenían en silencio, la bestia morena pudiese irse con sus huestes a otra parte. Mientras Reyes iba corriendo hacia donde estaba Jiménez, Camejo estaba en total tensión. Se lamentaba haber subestimado otra vez la inteligencia de aquellos singulares infectados conocidos como bestias.
De pronto se escuchó el sonido del Dragunov de Jiménez, la teniente sintió que se le había helado la sangre. Apenas habían escapado del ataque de los exhumanos la noche anterior y ahora tendría que combatir nuevamente. Por primera vez se sintió convencida de su muerte, como si hubiese sido condenada a un pelotón de fusilamiento con los ojos vendados frente a sus verdugos. Lovera notó a su teniente pálida, el color había huido de sus labios.
— ¡Mi teniente…mi teniente!.. —repetía sin cesar Lovera, y Camejo aun no salía de su estado de pánico.
—Asómate con cuidado—alcanzó a decir Camejo luego de salir de su estado de shock, señalando el muro desde donde se podía ver el camión.
La teniente de pronto tuvo la esperanza de que los exhumanos que rodeaban el vehículo de carga y la parte de atrás de la Casa del Congreso Angostura se hubiesen ido hacia la entrada, en donde estaba Jiménez, siguiendo el sonido del disparo.
—Se están yendo mi teniente, se van de allí—dijo Lovera quien estaba asomado con mucho cuidado en el muro. —Un momento—continuó. —Los diablos (bestias) se quedaron…me vieron…me vieron—susurró Lovera y esta vez a él se le fueron los colores de la cara.

Las bestias que rodeaban el camión, ahora se dirigían hacia el lado del muro por donde se había asomado Lovera. El muro no era muy alto en realidad, así que dos de las bestias se empezaron a trepar por este. Camejo, cuando divisó a los infectados encima del muro, apuntó con su fusil hacia uno de ellos volándole los sesos, el otro solo recibió un disparo en el cuerpo, pero no fue mortal al momento, así que no se pudo impedir que aquel infectado con sus ojos bañados en sangre y su boca y nariz llena de baba rojiza, saltase sobre Lovera. El soldado luchaba para que no le mordieran, la bestia estaba encima de él y lamentablemente aquella baba rojiza empezó a caer sobre la cara del pobre mucho, penetrando los orificios de la boca, nariz y también a través de los ojos.
— ¡Maldita sea! ¡Nooooo!—gritó Lovera. — ¡Estoy jodido!
Camejo se desesperó, no podía apuntar con facilidad con su fusil, había mucho movimiento, no quería matar por error a Lovera, aunque tampoco pudo evitar que el joven soldado se infectara. El virus ya empezaba a multiplicarse con rapidez por todo el organismo del muchacho, los glóbulos blancos cerraban filas como soldados espartanos, pero aquel intruso desbordaba con malévolo poder; hasta que se escuchó un disparo, Camejo había acertado, ahora la bestia estaba inerte sobre el cuerpo de Lovera y, éste se lo quitó de encima. El soldado gritaba con angustia:
— ¡Estoy muerto, mi teniente, estoy muerto!
— ¡Adentro Lovera, adentro!—gritó Camejo.
Más bestias empezaron a trepar por el muro con increíble agilidad. Camejo y Lovera empezaron a disparar pero estos infectados eran muy rápidos, así que era difícil darles en la cabeza.
— ¡Dejemos esto aquí!—expresó Camejo, refiriéndose a las provisiones que en un principio iban a trasladar hacia el camión, las cuales estaban compuesta principalmente por alimentos, agua potable y la ametralladora MAG.
A duras penas pudieron neutralizar los próximos asaltantes, así que aprovecharon ese muy breve instante para dirigirse a la puerta trasera de la casona, pero más infectados empezaron a saltar muro, doblando la cantidad anterior, pero en ese preciso instante hicieron acto de presencia Jiménez y Reyes quienes sin perder tiempo empezaron a disparar.

El cabo no fallaba ningún disparo, “un disparo, una baja”, pensaba Jiménez mientras disparaba. Con tal ayuda recibida por parte de Jiménez y Reyes, Camejo pudo volver a por una parte de las provisiones abandonadas.
—Reyes, ayúdame—ordenó Camejo para trasladar la mayor cantidad posible de provisiones hacia el interior de la casona. Jiménez y Lovera cubrían las espaldas de ellos, Lovera olvidó por un instante que estaba infectado, a pesar que su rostro y ropa estaban cubiertos de aquellos repugnantes y altamente contagiosos fluidos.
Reyes y Camejo con mucho esfuerzo lograron introducir  las provisiones. Solo faltaba meter la ametralladora MAG y Jiménez la tomó con un brazo y  con la otra sostenía su Dragunov. Finalmente entraron y cerraron la puerta trasera, todos estaban profusamente sofocados. Camejo veía con dolor a Lovera y, una fina lágrima empezó a recorrer su rostro, ella quería llorar, quería llorar por su fiel soldado, su conciencia quedó afectada por no poderlo ayudar, todo había pasado tan veloz.
Lovera se sentó en el piso y recostó su espalda a la pared contigua a la puerta antes cerrada, y al instante empezaron a golpear esa pesada puerta de madera, eran más infectados. Los corazones de todos se volvieron a acelerar al máximo. Era aterrador sentir esos golpes.
A los pocos segundos se sintieron más golpes, pero estos otros provenían de la parte superior, específicamente en la puerta principal, también empezaron a escucharse gritos y lamentaciones, eran los gritos de la Muerte, de los seres que se empeñaban en  acabar con todos los seres humanos sanos que quedaban sobre Venezuela y en el mundo.
—Lovera, tienes que lavarte. Es posible que se encuentre la cura y…—dijo Camejo, tratando de dar esperanzas al valiente soldado, pero no pudo terminar lo que quería expresar porque Lovera la interrumpió.
— ¿Y qué mi teniente, y qué? Me convertiré en un maldito de esos—habló Lovera, mientras aumentaban los aterradores golpes a las puertas  junto a esos escalofriantes gritos y lamentaciones. — ¡CALLENSE, MALDITOS!—vociferó Lovera, dirigiéndose a los exhumanos que aguardaban afuera y que luchaban por entrar y devorarlos.

La situación empezaba a pasar  peligrosamente tan rápido que Camejo no tenía un plan estratégico para la contingencia que se le presentaba nuevamente, el único plan que con seguridad se podía dar era: resistir, resistir hasta lograr la victoria o morir en el intento.





*

Solo cuatro militares quedaban de aquel pelotón seleccionado para defender el Casco Histórico, aunque desde hace días dejaron de defender tal sector para solo defender sus vidas. El país y el resto de la humanidad inevitablemente se extinguían para siempre. Lo mejor de nuestros avances y cultura solo quedaban de adorno para los nuevos seres que empezaban a heredar la Tierra. Toda nuestra gloria y orgullo se consumían como una frágil vela de cera a causa de su misma flama que ella emitía. Lo que aconteció en la Casa del Congreso de Angostura fue una batalla por la supervivencia individual más que por intentar hacer retroceder la infección que nos desbordaba.
La puerta del nivel inferior había sido reforzada con todo lo que pudieron, al igual que la puerta principal de la parte superior que da con la plaza Bolívar. El soldado Lovera lavó su cuerpo como pudo y se cambió la réplica del antiguo uniforme de la guardia de honor por el viejo y sucio uniforme militar que antes llevaba puesto, e hizo esto bajo la supervisión de sus compañeros, porque temían dejarlo solo por un instante ya que podía suicidarse debido a su alto nivel de depresión; y no era para menos, este gran soldado tenía los días contados, tal vez horas…o minutos contados; pero sus amigos y compañeros de armas no le abandonaron y ni siquiera les pasó por la mente la posibilidad de sacrificarlo, otorgándole así el tiro de gracia. Su teniente Camejo cuidaría a su soldado hasta el último momento, conservando la esperanza de que la cura o vacuna llegase, aunque fuese en el último momento; ella sabía que el Ébola tenía un periodo de incubación de entre diez a veinte días, debido a ese conocimiento, tenía la firme esperanza que antes de ese tiempo se encontrase la añorada cura.
—No dejemos que ellos vengan por nosotros, vamos por ellos—dijo Jiménez de manera pausada y con convicción en su tono, y lo dijo mientras limpiaba el ánima de su Dragunov.

Los tres soldados y la teniente estaban en el salón principal del Congreso de Angostura, debajo de ellos, a solo muy escasos metros, estaba una masa de zombis que se apilaban entre sí para tumbar la puerta. Los gritos y lamentaciones que venían de afuera, sumado a los golpes, ya no asustaban a Jiménez, aquel soldado tenía un brillo en los ojos que haría estremecer de miedo a la Muerte misma.
—Subiré al techo y desde allí me echaré al pico a cada maldito ser que ande sobre sus piernas. Ustedes los flanquearán desde las ventanas—volvió añadir Jiménez, esta vez revisando cuántos cartuchos le quedaban. —Varios de ellos irán por las ventanas de donde disparen ustedes, el sonido los atraerá. Ustedes cerrarán esas ventanas e irán a otras. Así los dispersaremos y los debilitaremos.
—Haremos eso, Jiménez—agregó Camejo, aceptando con humildad el plan de su francotirador.
—Me dan sus granadas, las usaré desde arriba. No usen la ametralladora, seamos selectivos, “un disparo…—dijo Jiménez.
—…una baja”—terminó de completar la frase el soldado Lovera, que se llenaba de valor al ver los ojos y la decisión de su cabo.
Los cuatro jóvenes estaban en círculo y Jiménez empezó a golpear el piso de madera con sus dos manos a un ritmo que llenaba de inspiración a los presentes, era un canto militar que suelen hacer los militares antes de una competencia deportiva o militar. Luego golpeaba con sus dos manos su pecho, manteniendo el mismo ritmo inspirador, hasta terminar chocando las palmas y finalizando con un motivador grito de guerra que elevaba la moral para el combate.


**

Jiménez como pudo se apoderó de la altura de aquella casa antigua cargada de historia patria. Su parte en cartuchos 7,62 eran en total treinta y cuatro. De cartuchos para su pistola 9 mm apenas contaba con dos peines, cada uno de siete cartuchos. También tenía en su posesión, dos granadas fragmentarias y tres granadas de onda expansiva, y en su cintura, portaba su gran cuchillo de combate que a la vez podía servir de bayoneta. Él esperaría los primeros disparos de sus compañeros. Pensó lanzar una granada cerca de la entrada principal donde estaban apiñados los infectados, pero no lo hizo, ya que la onda expansiva podía debilitar la puerta.

Se escuchó el primer disparo de uno de los AK-103. El primer exhumano caía al suelo, fue una baja producida por el fusil de Lovera, después se sumaron más disparos. Sus compañeros disparaban de diferentes ventanas. Los disparos empezaron a dispersar  la masa de infectados en la puerta principal y Jiménez empezó a apuntar a las bestias, quienes eran los cerebros de la masa, en otras palabras, eran la cabeza de la serpiente.
El audaz cabo empezó a causar estragos en las bestias quienes estaban sumamente confundidos y desorientados a causa de los múltiples disparos provenientes de muchos lugares a la vez. Camejo, Lovera y Reyes se movían de ventana en ventana, aplicando una especie de “operación relámpago” para no dejar pensar al enemigo. A los dos minutos se escucha un grito:
— ¡Granadaaaaa!!!!!!—era Jiménez que con su poderosa voz de mando alertaba a sus compañeros para que se quitaran de la ventanas y se cubriesen.
Se había lanzado una granada fragmentaria en un grupo de exhumanos que se empezaban a apiñar en una de las ventanas. La granada causó estragos, neutralizando a varios de los exhumanos, en donde partes o miembros de aquellos cuerpos malditos salieron literalmente volando por los aires.
Mientras esto sucedía, en la parte inferior de la casona, se iban sumando más bestias que intentaban derribar la puerta, y a la vez buscaban otra manera de abordar el sitio. Ellos podían sentir con un sensible sentido del olfato, el olor a carne fresca humana que provenía de arriba, muy a pesar de todos los olores presentes en el ambiente, incluyendo el de la pólvora.
Ese olor a carne humana les hacía segregar más de aquella asquiante baba rojiza de sus fauces que estaban ansiosas por morder y desgarrar, intentando saciar un hambre imposible calmar.
Jiménez, en cada disparo intentaba dar a dos blancos con un solo tiro. En su mira estaba aquella bestia morena que dirigía toda la multitud desde el principio del ataque al Fortín del Zamuro. Haló el gatillo y al instante aquella bestia dejaba de existir, la taladrante bala 7,62 le causó un gran hueco al salir del cráneo para penetrar otra cabeza en otro infectado, había sido un tiro perfecto. Jiménez llevaba el antiguo uniforme de la guardia de honor del Libertador Simón Bolívar. Ninguna persona para aquella época independentista pudo imaginar un enemigo de estas características como el que ahora Jiménez intentaba reducir ¿Era casualidad que se usara este antiguo uniforme, que fuese precisamente un militar y defendiendo el lugar de dónde se formó La Gran Colombia?,  tal vez fue casualidad, pero lo cierto es que el mismo espíritu que tenía Jiménez en ese momento, fue el mismo espíritu que acompañó a todos nuestros soldados anónimos en aquella gloriosa gesta libertaria.
No obstante, a pesar del alto espíritu combativo del cabo Jiménez y de sus hermanos en armas, el ritmo de consumo en municiones no era proporcional contra un enemigo que parecía multiplicarse por cada baja que sufría. Muchos infectados salían de otras partes, quizás atraídos por los disparos de nuestros defensores.
Lovera se había olvidado por completo de su reciente infección, y la razón era obvia, no había tiempo para pensar otra cosa salvo disparar, correr de una ventana a otra y tratar de derrotar a aquellos seres que se empeñaban en acabar con ellos.
Al cabo de quince minutos disparando que parecieron tres horas de combate, Camejo vio con aterradora preocupación que solamente le quedaba un cargador con treinta cartuchos. Reyes hace rato había empezado a disparar con su pistola 9 mm, ya que su AK-103 se había quedado vacía. Quien más tenía municiones  era Lovera, que contaba con dos cargadores, incluyendo el que estaba en uso. De pronto Camejo empezó a ver su vida como en una especie de “flash back” que venía a su mente, fijándose principalmente en los momentos más felices de su vida. Recordó aquel día que fue seleccionada para ingresar a la Academia Militar de Venezuela, recordó el brillo en los ojos de su padre porque iba a tener una hija oficial del Ejército, y también recordó los ojos llenos de lágrimas de su amada madre, que en el fondo temía por los peligros que ella atravesaría. También recordó a su amor, aquella noche en la playa. De pronto se escuchó un fuerte grito:
— ¡Granada!!!!!!!!!!!!!!!!
Pero Camejo no se apartó de la ventana, seguía conectada con aquellos pensamientos. Reyes se percató de aquello, así que saltó hacia Camejo y con la fuerza de su salto, más su peso, derribó a Camejo y al mismo tiempo explotaba la granada fragmentaria.
La teniente se empezaba a llenar de sangre, “estoy herida”, se dijo; pero la sangre no provenía de ella sino que venía del cuello de Reyes. El soldado tenía los ojos como dos grandes platos e intentaba buscar aire de manera instintiva, su cerebro se empezaba quedar sin el vital fluido.  Lovera dejó de disparar al notar que sus compañeros estaban en el piso, así que se acercó a la escena sin saber a ciencia cierta de dónde provenía aquella hemorragia.
— ¡Lovera, no dejes de disparar!—le ordenó con energía Camejo.
Lovera hizo caso y siguió disparando, pero esta vez se empezó a angustiar nuevamente. Él estaba infectado y ahora su compañero estaba gravemente herido. Los muertos vivientes no dejaban de salir de todas partes, sus gritos y lamentaciones se le volvieron a meter en el alma, llenándolo de pánico, sus manos se pusieron frías y su pulso para apuntar y disparar empezaba a temblar sobremanera.
Mientras tanto, Camejo había rasgado un pedazo de tela de la manga de su uniforme y con éste ejercía presión para intentar detener la hemorragia; pero ya no había posibilidad de salvar la vida de Reyes, y Camejo lo sabía. La carótida había sido perforada por una ardiente esquirla. El soldado se empezaba a apagar, el color se había ido de su rostro por completo, la teniente presionaba con fuerza y a la vez las lágrimas empezaron a descender por su trigueño rostro. “Dios, me diste los soldados más valientes que he podido tener”, pensó para sí y luego cerró los ojos de Reyes, acarició su cabello y le susurró “Perdóname”, luego se levantó para dirigirse a la ventana que tenía en frente y siguió disparando. Sabía que no ganaría aquella batalla, pero no dejaría de luchar y resistir hasta el último momento. La teniente empezó a disparar con precisión a causa de toda la rabia que tenía por dentro.
— ¡Vamos Lovera! ¡Vamos soldado!—gritó Camejo, intentando dar ánimo a su compañero de guerra.
Lovera al escuchar el grito de su teniente se llenó de valor nuevamente, el temblor en su pulso o manos se había largado, esta vez para disparar con aguda precisión.
— ¡Vamos a salir de esta soldado!—volvió a gritar Camejo. — ¡Vamos a llegar al camión y nos iremos de aquí!
Mientras Camejo y Lovera combatían abajo, Jiménez seguía en el techo liquidando cada exhumano que apuntaba con su Dragunov. No perdía la concentración, tenía la convicción de ganarle la batalla a aquellos zombis que intentaban devorarlos o infectarlos. Jiménez sudaba profusamente, el sol estaba extremadamente brillante,  el calor estaría rondando los 30 ºC, pero su respiración era calmada; sin duda alguna este soldado tenía los nervios de acero. El único problema era su reducida cantidad de cartuchos para su fusil de francotirador, de los treinta y cuatro que le quedaban al principio solo le restaban doce cartuchos, sin contar con la bala de la suerte o de la gracia que siempre guardaba en uno de sus bolsillos. Sus dos peines para la pistola calibre 9 mm estaban enteras, más dos granadas restantes; pero Jiménez lucharía con lo que tuviese a su mano aun cuando se quedara totalmente sin cartuchos.
Ahora bien, el valiente y preciso francotirador había descuidado algo de vital importancia para todo tirador, su seguridad, en este caso era su retaguardia y tampoco tenía a nadie quien le cuidase sus espaldas. Las bestias, que superaban en agilidad a cualquier atleta, habían encontrado la manera de llegar al techo. Jiménez no los sintió  venir debido al ruido generado por los disparos incesantes y los gritos y lamentos de los muertos vivientes, excepto cuando uno de ellos ya estaba a unos cuatros metros de él.
El cabo Jiménez, quien disparaba desde el techo en la posición de rodilla sin apoyo, volteó rápidamente a sus espaldas, percatándose que una bestia se dirigía hacia su persona para embestirle, así que por reflejo usó su fusil para golpearle con la culata, partiendo la quijada de su atacante, produciéndose un sonido seco. Pero tal golpe solo logró echar hacia atrás a la bestia, y ésta, con su quijada desprendida, emitió un grito espeluznante. Jiménez soltó su fusil y sacó de manera veloz, su pistola 9 mm, apuntó a la cabeza y disparó, acabando “con la vida” de aquel infectado. Pero más bestias ya estaban casi encima de él. Jiménez no pudo acertar a la cabeza de todos. Eran un total de cuatro las bestias restantes y eran sumamente ágiles y veloces. Dos de ellos saltaron como leopardos hacia Jiménez, una bala alcanzó la cabeza del primero, pero no hubo tiempo de ni siquiera de apuntar al segundo que logró derribarlo al piso para luego morderlo en su antebrazo izquierdo. El cabo gritó de dolor y de rabia al mismo tiempo por haber sido infectado.




*

A pesar que Jiménez había recibido aquella mordida llena de millones de virus, no se amedrantó al respecto, sino que se comportó como el Rey Leonidas en su última batalla, cuando al final, un innumerable ejército persa pudo vencerlo, pero no sin antes haber causado el mayor desastre posible dentro de las filas de sus adversarios y después que sus trecientos soldados fueron vencidos, Leonidas seguía luchando con lo que estuviese a su mano. Así fue Jiménez, quien al momento de ser herido por aquel demonio, pudo dar un tiro directo al cráneo de su atacante. Pero las otras dos bestias restantes ya estaban sobre él intentando devorarlo. Una de ellas lo mordió en su pierna, arrancándole de tajo un pedazo de carne. La otra bestia, que aún no le había mordido, intentaba morder su cuello, pero él lo impedía colocando sus manos en el pecho del infectado, y éste gritaba soltando babas llenas de sangre que caían sobre el rostro del cabo.
El invicto francotirador pudor volarle los sesos a su atacante más próximo y cuando fue a dispararle  al otro que le había mordido la pierna, su pistola se le había atascado, por lo que sacó de manera rápida su cuchillo de combate y lo enterró en la sien del último infectado que quedaba en pie. Al final, Jiménez quedó exhausto, gravemente herido y lleno de aquellos mocos rojizos.
A pesar de estar gravemente herido, el cabo había tomado nuevamente su Dragunov, apenas se podía sostener, su pulso ya no era el mismo, así que fallaría en varias ocasiones. Más sin embargo, su determinación era más grande que su dolor.
Los exhumanos provenientes de varias partes empezaron a aglomerarse frente a la puerta, la cual no iba a resistir  por mucho tiempo. Jiménez gritó: — ¡Granadaaaa!—para advertir a sus compañeros nuevamente. La granada la había lanzado cerca de la puerta, pero hábilmente había usado a la masa de zombis como barrera para protegerla, arrojándola exactamente detrás de la horda de exhumanos, así que la onda expansiva fue absorbida por los cuerpos apiñados y no por la puerta.
Camejo y Lovera ya estaban usando sus pistolas 9 mm para repeler a la horda de infectados. El soldado Reyes yacía inerte sobre el piso del salón Angostura. Lovera ya empezaba a sentirse mal, sintiendo una gran debilidad que se empezaba a reflejar en una palidez que mostraba su rostro. Su cuerpo sentía una especie de escalofríos. En las próximas horas, estaría convirtiéndose en un exhumano más; así que la teniente Camejo virtualmente ya estaba sin soldados para defender aquel sagrado lugar.
A los pocos segundos se escuchó otro grito de: “¡Granada!”. Era el último explosivo que le quedaba a Jiménez, quien perdía sangre profusamente, de manera que hizo una pausa en su ataque defensivo para rasgar sus mangas y hacerse un improvisado vendaje en sus heridas. Mentalmente se había preparado para lidiar con semejante tipo de presión, la de saber que tenía altas probabilidades de morir o de infectarse.
Ya las municiones de todos los defensores de aquel refugio estaban en una situación crítica, aunque todavía estaba la ametralladora MAG con sus dos correas de cartuchos intactas, y Jiménez lo sabía muy bien, así que mientras disparaba sus últimas balas de la Dragunov empezó a maquinar otro plan, el cual consistía en proteger a sus compañeros para que escapasen en el camión y él con la ametralladora les haría una cortina para que estuviesen libres al menos dos minutos y así poder abordar el vehículo de carga y huir. Él ya estaba muerto, era lo que había pensado, estaba convencido de ello, por tal motivo tomó la decisión de usar sus últimas horas o minutos de vida para que otros pudiesen sobrevivir.



**

Jiménez había cesado de disparar, había agotado todas sus municiones, por lo que  bajó rápidamente del techo por la parte interior de la Casa del Congreso Angostura y fue en busca de sus compañeros. Al entrar en el salón donde se encontraba Camejo, se percató que Reyes había caído, y supo con certeza que fue a causa de una de las granadas fragmentarias que había arrojado, no había otra lógica, ya que los exhumanos no usaban armas. Cuando Camejo vio a Jiménez en el salón se impresionó a causa de las heridas que estaban vendadas con la tela desgarrada de sus mangas, y en ese preciso momento la teniente sintió que ya todo estaba perdido, ya no había esperanza que sostener y por la cual seguir luchando; una honda depresión la invadió, pero también sintió la tranquilidad de morir con honor, de luchar hasta el último segundo e irse de este mundo con la conciencia limpia, cumpliendo con el deber en favor de los más débiles, en favor de un sueño llamado patria, un sueño llamado Venezuela, o tal vez una ilusión que comenzó con un pedazo de tierra llamada La Pequeña Venecia.




Lovera había perdido mucha de sus energías, una fiebre empezaba a cubrir todo su cuerpo tratando de eliminar el huésped intruso. Ya el virus no tardaba días en tomar el control del cuerpo, ahora tenía el poder de romper las defensas en minutos, y para los sistemas inmunes más fuertes, tal vez en algunas horas. Ya no quedaban balas que disparar y apenas el soldado Lovera podía sostener su cuchillo de combate. Camejo también tenía cuchillo en mano, a excepción de Jiménez que ya tenía la ametralladora lista para disparar. La puerta principal ya estaba a punto de ceder por completo y permitir la entrada de todos aquellos engendros que parecían aumentar cada vez más a pesar de todo el estrago que le causaron Camejo y sus soldados.
Había que huir a toda costa, o al menos intentarlo. Camejo estaba de acuerdo con el nuevo plan de Jiménez, aunque éste no se lo explicó por completo, ya que él y Lovera se quedarían a luchar para que ella pudiera partir de allí a un lugar más seguro, ella estaba sana y aún tenía una oportunidad. Buscaron otro lugar por donde abandonar aquella antigua casona, pero era inútil, estaban rodeados por todas partes.
— ¡Abajo! Tenemos que salir por la otra puerta—dijo Camejo de manera desesperada.
—Pero allá también están esos malditos—contestó Jiménez.
—Pero son mucho menos y, nos podemos abrir paso con la ametralladora—sugirió la teniente.
Los militares llegaron al nivel inferior cuando al mismo tiempo los exhumanos  ya habían echado abajo por completo la puerta principal, invadiendo el recinto y yendo de una vez a por ellos, así que solo contaban con segundos para escapar.
Camejo y Lovera habían tomado del salón del congreso, dos largas lanzas de madera que servían como astas para las banderas de Venezuela y del Estado Bolívar para ser usadas como armas contra los infectados. Al abrir la puerta del nivel inferior, se encontraron con solo tres bestias detrás de ella, las cuales Jiménez pudo liquidar rápidamente con la pesada ametralladora. Sin perder tiempo se dirigieron al muro por donde habían entrado desde el principio. Jiménez fue el primero en subir el paredón, luego Lovera, quien le pasó la ametralladora y por último la teniente Camejo.
El camión estaba a solo unos escasos veinte metros de ellos. Cerca del vehículo estaba un reducido grupo de infectados quienes se dirigían hacia ellos en un andar torpe pero constante. Jiménez empezó a disparar, pero sin poder darles en la cabeza, solo lograba hacerlos retroceder o caer. De pronto empezaron a salir más infectados de aquellas estrechas calles coloniales, algunas bestias que habían invadido la casona, saltaron el muro que ellos habían trepado, así que estuvieron rodeados por todos los flancos. Y ellos aun no habían llegado al camión, muy a pesar que solo estaban a un paso. Jiménez empezó a disparar a las bestias que venían a toda velocidad desde su retaguardia, la correa de cartuchos estaba por terminarse y solo le restaba una correa de cien balas.
Todo sucedía muy rápido, pero era tanta la adrenalina que corría por las venas del cabo, que podía ver todo a su alrededor como si pasara en cámara lenta. Camejo y Lovera se abrían camino a fuerza de lanza, pero sus estocadas no eran mortales sobre los infectados, solo conseguían mantenerlos a distancia hasta lograr abordar el vehículo.
Camejo intentaba encender el camión, pero éste no prendía. Lovera había logrado entrar en el asiento de copiloto a trompicones, y Jiménez se mantenía afuera disparando por cada flanco donde apareciesen infectados hasta que logró abordar el camión en la parte de carga, lanzando la ametralladora hacia adentro. Una vez allí, introdujo el otro correaje de cartuchos y mientras lo hacía, una bestia saltó sobre él, pero Jiménez logró enterrar su cuchillo de combate en la sien de su atacante, luego arrojó el cuerpo a la calle. El motor aun no encendía. La situación era desesperante en extremo. Los exhumanos golpeaban las puertas del camión, intentando abordar el vehículo; entonces sucedió, el vehículo al fin logró encender, pero más infectados venían hacia ellos. La ametralladora empezó a escupir fuego nuevamente, disparando los últimos cartuchos que quedaban.
Camejo decidió avanzar de retro, porque la cantidad de infectados atrás era menor que los que estaban al frente. Otra bestia saltó sobre el camión, intentado entrar a la parte de carga la cual estaba cubierta por una gruesa y resistente lona de color verde oliva. Jiménez no quiso disparar y atravesar la lona a fin de no debilitarla, pero era muy perturbador ver como aquella bestia avanzaba sobre la lona intentando rasgarla para poder atacar a Jiménez.
Cuando Camejo logró avanzar de retro, lo suficiente, puso la palanca en marcha, doblando a su derecha por una de las estrechas calles que bajan hacia el Paseo Orinoco, pero algo hizo que el camión se desbalanceara, colocándose sobre las ruedas del lado derecho, Camejo hizo todo lo que pudo para no voltearse, pero el camión no pudo recuperar su centro de gravedad, así que terminó yéndose totalmente de lado.
— ¡Carajo! Nos hemos volcado—exclamó Camejo para luego salir de la cabina, al igual que Lovera.
La bestia que estaba arriba de la lona del camión cayó también a un lado pero se recuperó rápidamente e intentó embestir a Jiménez, pero el cabo haló el gatillo de su arma destrozando la cabeza de la bestia.
— ¡Corra mi teniente, corra!—gritó el cabo Jiménez quien se preparaba para recibir a la horda de zombis que le seguían.
Los zombis que habían entrado en la Casa del Congreso Angostura, ahora se habían unido al resto que estaba afuera, de tal manera que su número era mucho mayor que al principio del asedio. Camejo no pensaba huir, tenía su cuchillo empuñado y se preparaba para recibir a aquella hueste que solo estaba a muy pocos metros.
—Anda, vete mi teniente—le pidió esta vez Lovera. —Nos quedaremos aquí para darte tiempo, no te dejes alcanzar, corre. Te lo pido María.
Camejo tenía mucho tiempo sin escuchar su nombre de pila, “María”, y haberlo escuchado de parte uno de sus subalterno fue algo especial para ella.
—Pienso morir con ustedes, soldado—contestó Camejo.
—Nosotros hicimos un juramento María, juramos defender nuestros líderes aun con nuestras vidas. Sí usted vive, este sacrificio no será en vano. Cuente nuestra historia—solicitó Lovera, sus ojos brillaban sobremanera. ¡Corre, mi teniente, corre!—le volvió a pedir Lovera y al instante se empezó a escuchar la ametralladora.
Camejo cerró sus ojos brevemente, luego los abrió y dijo: —Les quiero—y tocó su corazón, dio la espalda y empezó a correr calle abajo, en dirección al río Orinoco. Y en ese momento se escuchó un grito muy fuerte: “¡Aaaaahhhhhhhhh!”, era el grito de Jiménez, era el grito del valiente cabo. Lovera se acercó hacia su compañero para asistirle y en su mano derecha sostenía con todas sus fuerzas su cuchillo, a pesar de la fiebre y la debilidad que le embargaba.
Camejo ya había tomado una considerable distancia mientras sus soldados le cubrían sus espaldas y ofrendaban sus últimos minutos de vida para salvarla a ella.
—Las pimpinas de gasolina. Bájalas—le ordenó Jiménez a Lovera y éste solo pudo bajar una, ya que la hueste de zombis le había alcanzado.
La ametralladora había dejado de disparar y Jiménez se defendía con su cuchillo, pero solo alcanzó a liquidar un par de exhumanos. Lovera había sido tomado, los zombis empezaron a desgarrar su carne a puro mordiscos y arañazos; pero le dio tiempo a éste de encender su yesquero, produciéndose una enorme explosión que hizo que Camejo se detuviera en su carrera y echara su vista hacia atrás. Miró con tristeza y de pronto ocurrió otra segunda explosión de la misma intensidad que la primera, luego María Camejo siguió corriendo sin parar.






El sol estaba muy intenso, Camejo corría por su vida, aunque no sabía hacia donde se dirigía, solo sabía que tenía que correr y alejarse lo más posible, pero en realidad lo que hizo fue acorralarse ella misma. Inmediatamente después de aquella explosión del camión, que fue ocasionada por Jiménez y Lovera como último acto de defensa contra aquella imparable horda, otros zombis salieron de su especie de sueño o letargo para dirigirse al lugar donde ocurrió aquel estruendo y en ese despertar por el enorme ruido que se produjo, divisaron a Camejo quien corría sin parar, así que bestias y exhumanos fueron por ella.
La teniente estaba sumamente deshidratada y exhausta, sus fuerzas estaban a punto de apagarse, solo tenía su cuchillo como única arma y además ahora estaba completamente sola. Ella se detuvo cerca del Mirador Angostura a fin de tomar un respiro, se le cruzó por la mente la posibilidad de encontrar una curiara (canoa) y usar el Orinoco para escapar; pero ya las bestias corrían hacia ella, las cuales parecían venir de muchas partes a la vez. Camejo se fijó que ya en breve volvería a estar rodeada, sino encontraba una curiara tendría que nadar, con la esperanza de que aquellos seres no supieran hacerlo o le tuviesen miedo al río, pero ella no le quedaba más fuerzas y mucho menos para cruzar a nado el gran río Orinoco con sus peligrosas y traicioneras corrientes, sin embargo su instinto de supervivencia la empujaría a seguir huyendo, ya sea corriendo por las calles del Paseo Orinoco o nadando las aguas del gran río. Las bestias ya estaban muy de cerca de ella, al igual que los exhumanos que se desplazaban con su rigor mortis.
Camejo se acercó al malecón del Paseo Orinoco, no vio ninguna curiara, ni ningún tipo de embarcación, tendría que arrojarse al río o intentar luchar contra aquellos seres que ya estaban muy cerca de ella; pero Camejo no huyó, sino que un repentino ataque de ira se apoderó de ella. ¡Me quieren, quieren mi carne! ¡Pues vengan, vengan por ella, malditos!, gritó Camejo, quien estaba parada frente al barandal del malecón.

Pero algo sucedió, las bestias que se acercaban estaban cayendo por disparos que se empezaron a escuchar. De pronto emergieron de la tierra misma, dos seres que parecían especie de astronautas, llevaban trajes que a ella les parecía familiar pero que no recordaba, “Trajes de esgrima”, pensó ella, “trajes de esgrima, ¿Quiénes eran?, se preguntaba. Después se escuchó disparos más graves que parecían de escopeta.
Uno de eso seres tenía una escopeta y el otro disparaba con una carabina y lo hacía con fina puntería, también notó que el ser de la carabina llevaba un revolver calibre 38 encajado en una correa que tenía en su cintura. Ellos no pudieron neutralizar con disparos a todas las bestias, así que les enfrentaron cuerpo a cuerpo. El que llevaba el revólver peleaba con singular habilidad, usaba la fuerza de las bestias en contra de ellas mismas. Una bestia le fue a embestir y aquel hombre usó su hombro como si fuese un jugador de fútbol americano y la bestia tomó una gran altura cayendo luego sobre su cervical la cual se partió inmediatamente. El otro, el compañero de la escopeta, usaba una espada para defenderse, moviéndose con agilidad y enterrando su espada en la oquedad del ojo de cualquier infectado que se le acercase.
— ¡Síguenos! ¡Rápido!—gritó el del revólver, el cual era un hombre alto y de enorme cuerpo.
En ese instante que Camejo se disponía a seguir a aquel hombre, el otro, que era más pequeño, fue tomado por dos bestias, la cuales empezaban a morderlo, intentando desgarrar su carne, así que el otro acudió a ayudarle, volándole los sesos a aquellas bestias con el revólver.
En un breve tiempo los hombres con traje de esgrima habían neutralizado a aquellas bestias, pero se acercaban más, sin mencionar la nueva masa de exhumanos que ya estaban casi sobre ellos. Camejo siguió a los dos hombres que se dirigían hacia una entrada de alcantarilla. La alcantarilla tenía la tapa levantada y de allí ella notó que había otro hombre asomado que gritaba a viva voz que se apurasen. Todos se introdujeron por aquella alcantarilla, luego se cerró y se aseguró desde adentro. Camejo no podía creer lo que pasaba, ni quienes eran sus salvadores, lo cierto era que estaba viva y a salvo.
La teniente iba siguiendo a cuatro hombres, los dos que tenían el traje de esgrima y el resto que iban vestido con ropas usuales. Avanzaban por estrechos pasajes a penas iluminados por las linternas y lámparas que ellos mismos llevaban. Después de caminar un corto tramo, llegaron a un salón antiguo que tenía dos mesas en el centro y armas antiguas alrededor. El lugar le pareció a Camejo una escena de películas de castillos medievales. Uno de los señores, que tenía aspecto de italiano, le ofreció agua en una cantimplora  a la teniente.
—Hola, soy Vincenzo y estos son mis amigos, ¿cómo te llamas?—preguntó el italiano que había invitado a sentarse a la mesa a la joven rescatada.
—Soy Camejo, María Camejo—contestó la teniente y luego no se despegó de la cantimplora hasta acabar con su contenido.
—Bebe despacio, tenemos mucha agua—comentó García, que ya estaba sentado a la mesa también.
Mientras ellos hablaban, los hombres con trajes de esgrimas se chequeaban unos a otros para ver si habían sufrido algún tipo de herida, y afortunadamente la tela resistente de esos trajes les habían protegido; pero aun así tomaron un atomizador con alguna sustancia desinfectante  y empezaron a rociársela por todo el traje, incluyendo las máscaras. Después de desinfectarse, los dos hombres se quitaron las máscaras de esgrima, los tapabocas y unos lentes de seguridad que llevaban puestos, luego se acercaron también a la mesa. Uno de ellos, el que era alto se presentó como Lorenzo, era un hombre maduro, de tez blanca, con unos cincuenta años o más. El otro era un joven de rostro moreno claro y de facciones agradables, podía tener veinte veinticinco años, se había presentado como José, José Müller.
— ¿Tienen algo de comer?—preguntó Camejo.
—Aquí no tenemos nada, pero sí en nuestros refugios. Ya estamos por irnos—contestó el señor Lorenzo.
Camejo estaba que ya no podía mantenerse de pie, la falta de calorías más el extremo cansancio y deshidratación le empezaban a pasar factura.
A José Müller le parecía familiar aquel rostro, en alguna parte había visto a aquella mujer…pero dónde. Hasta que recordó.
— ¿Eres la teniente que nos traía la comida a nuestra casa?—preguntó José.
—Sí, soy…o lo que queda de mí—respondió la teniente.
—Ya basta de preguntas, la muchacha tiene que comer algo y descansar—sugirió Lorenzo y todos estuvieron de acuerdo.

La joven teniente acompañó a sus salvadores por aquellos pasajes secretos, solo deseaba poder comer algo y dormir. Aquellos hombres se veían confiables, así que desechó la idea de que fuesen malas personas. Luego de caminar varios minutos llegaron al refugio de los Müller, allí fue atendida en todos los aspectos, desde su alimentación hasta su salud e higiene.
Camejo, luego de asearse, mudarse sus ropas y comer, se fue a una cama que le había preparado Lorenzo Müller. Y allí durmió por el espacio de doce a catorce horas continuas.
El sacrificio de sus soldados había valido la pena, Jiménez siempre vio que ella iba a sobrevivir a todo aquello, siempre estuvo convencido que encontraría un mejor lugar, un lugar donde mantener una esperanza.




Es tan hermosa, su bello rostro, su piel. La admiro mientras duerme. Nuestra casa brilla con su presencia.
 “María, eres un hermoso regalo que nos dio la vida, a pesar de todo este apocalipsis. Pero a tu lado, seguro será más fácil sobrellevar estos tiempos de duras tormentas”, pensé mientras seguía detallándola.
Cuando María se levantó solo pudimos intercambiar algunas palabras. Mi padre me pidió que no le hiciera preguntas, que la dejase descansar. Ella solo comió y se volvió a ir a su cama. Sin duda, ha sufrido bastante, es una mujer de acero.



Los García no responden la radio, y ni siquiera se han reportado toda la mañana. Tenemos que ir a inspeccionar su refugio. María nos va a acompañar. Ojalá sea una falla en su radio nuevamente.

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